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sábado, 22 de noviembre de 2014

Donde muerde la angustia ( Acerca de "El horla" de Guy de Maupassant ). Rolando Ugena


    

Baruch Spinoza decía: “La palabra perro no ladra”.
Me permito agregar: no ladra, pero puede morder.


       “¿De dónde vienen esas misteriosas influencias que trasforman nuestro bienestar en desaliento y nuestra confianza en angustia?... sensación de un peligro... de una desgracia inminente o de la muerte que se aproxima, el presentimiento... de un mal aún desconocido que germina en la carne y en la sangre... el pulso acelerado, los ojos inflamados y los nervios alterados... se aproxima la noche, me invade una inexplicable inquietud, como si la noche ocultase una terrible amenaza... la opresión de un temor confuso e irresistible... tengo miedo... ¿de qué?...”.
       Así escribe Guy de Maupassant en su cuento “El horla” (1). 
Maupassant

        Aprisionado en el campo de una tensión insoportable, anclado a lo inquietante, a lo innombrable, al presagio, continúa: “... espero el sueño como si esperase al verdugo... espero su llegada con espanto; mi corazón late intensamente y mis piernas se estremecen; todo mi cuerpo tiembla... Después de esa crisis, que se repite todas las noches, duermo por fin tranquilamente hasta el amanecer...Nada ha sucedido... pero tengo miedo... ¿qué sucederá mañana?...”.
       Crisis de ese afecto que habita una posición inigualable entre los demás estados afectivos, angustia intolerable en la que todo el cuerpo tiembla, huracán desbocado que despierta y atormenta a un cuerpo que, como en el cuento, amenaza con ser todo y dejar sin lugar a un sujeto que espera algo que no puede nombrar. Crisis que con mayor o menor intensidad observamos en nuestro trabajo cotidiano, en esos individuos para los cuales todo acontecimiento se convierte en fuente de angustia, y viven en un perpetuo estado de sobresalto, de agitación, donde se puede apreciar hasta que punto el yo es el cuerpo y el crudo testimonio de que no es dueño en su propia casa.
       En esa obra, dramáticamente autobiográfica, Maupassant despliega algo que requiere ser situado sin reservas, en los territorios del no reconocimiento de la imagen especular. Esa imagen, desamarrada del espejo, se ha convertido en la de un doble autónomo, que es germen de terror y de angustia, emblema extraño e invisible de la dependencia del sujeto: “Alguien... me mira, me toca, sube sobre la cama, se arrodilla sobre mi pecho y tomando mi cuello entre sus manos aprieta... para estrangularme... Trato de defenderme... quiero gritar y no puedo... trato de liberarme, de rechazar ese ser que me aplasta y me asfixia, ¡pero no puedo!... Anoche sentí que... con su boca sobre la mía, bebía mi vida... con la misma avidez que una sanguijuela...”.
       Un Otro sí-mismo que apareciéndose incluso en la vida cotidiana, lo deja estupefacto absorbiendo el agua y la leche de su mesa de noche, que lo mira desde un fuera del espacio (2) que es también fuera del tiempo y fuera de toda duda, en una espantosa certidumbre que lo paraliza y lo deja sin palabra, invadiéndolo al punto de devastar en él toda oportunidad de desear: “he tratado de partir, pero no he podido. He intentado realizar ese acto... y no he podido... ya no tengo iniciativa; pero alguien lo hace por mí, y yo obedezco... De pronto... tuve la certeza de que... estaba allí rozándome la oreja... ¡y sin embargo no me vi en el espejo!...¡Mi imagen no aparecía y yo estaba frente a él! ...él estaba allí... con su cuerpo imperceptible que me impedía reflejarme en el espejo...”.
       Colocado ante lo que se presenta como la elección irreductible del “o yo o el otro”, se palpará el advenimiento de la tentativa suicida: “...a veces el animal se rebela y mata a quien lo domestica... yo podría hacer lo mismo... pero primero hay que conocerlo, tocarlo y verlo. Lo mataré... estrangularlo, aplastarlo, morderlo y despedazarlo...”. Desposeído de la relación con el Otro, la última frase del cuento remacha: “no hay duda... ( el horla) no ha muerto... entonces tendré que suicidarme...”.
       Esa vacilación en la estructura del sujeto, que tanto en la alucinación del dedo cortado del Hombre de los Lobos o en la experiencia del Horla, no tiene en sí mismo un valor diagnóstico categórico, anoticia de una amenaza que brota en la frontera de lo real, y lanza al intento de apresar esa imagen capturada por el otro. El propio Maupassant da testimonio de ello, ya que soportó, poco a poco, en los últimos años de su vida, tal despersonalización, con intento de suicidio incluido. 
       Es que a menos que pudiera lograrse cierta elaboración de esa angustia, permitiendo atenuar algo de la eficacia del ideal, mediante algún trabajo de duelo, en el intento del sujeto de deshacerse de ese juego identificatorio en el cual se ve captado por una imagen extraña y suya a la vez, lo que surgirá es la agresividad.
       Trampa de la fascinación del doble, en la que arden las llamas de la hoguera del goce, sea en la literatura fantástica, sea en el planeta del sueño, como también, en el lazo social. Porque esa agresividad, constitutiva de la organización del yo, en sí misma paranoica, que reactiva fuerzas primitivas que la civilización y el individuo a menudo refieren querer superar, es la que a su vez alimenta,  el lazo social.
       Que no la hubiera, entrañaría que el Otro nos deja llamativamente en paz, que no quiere nada de nosotros, que no tenemos nada que consagrarle a su deseo. Pero como dice el proverbio chino: "Cuando un solo perro ladra a una sombra, diez mil perros hacen de ella una realidad".
       Por eso, si la palabra perro no ladra puede sin embargo morder, desgarrar como lo hace la angustia.
octubre de 2007
Notas

(1) Horla es el nombre de un globo aerostático, en el cual Guy de Maupassant realizó una ascensión en el verano de 1888.
(2) Lacan, en la clase del 23 de enero de 1963 de su seminario “La angustia” juega con la homofonía entre Horla y Hors là (fuera allá).

viernes, 21 de noviembre de 2014

La cosa del lenguaje. Rolando Ugena



          Entre los años 1990 y 1994, el psicoanalista francés Gerard Pommier desarrolló en España un seminario, que fue publicado entre nosotros con el nombre de “Transferencia y Estructuras Clínicas”[1]. Allí, de manera tan rigurosa como creativa presentaba la problemática de la transferencia en las distintas configuraciones clínicas, pero también abordaba de manera harto interesante, algunos asuntos referidos a la cuestión del lenguaje que trataré de recorrer.
Según Pommier, “desde un punto de vista teórico podemos decir que el lenguaje siempre implica un vacío. Es lo que surge de la definición -ya clásica- que dice que un significante remite siempre a otro significante” y agrega: “en lo que hace a lo afectivo podemos comprenderlo más sencillamente: ese vacío es el silencio del trauma.”
Partiendo de considerar el encuentro con el lenguaje “como una cita con el enigma acerca de lo que quiere el Otro” (primer trauma), postula que para esclarecer el tema es  necesario tener en cuenta que no se trata solamente de una discusión atinente al psicoanálisis, sino que también ha sido desde siempre un cuestión filosófica y científica  referente a lo que podría denominarse "La Cosa del Lenguaje", lo cual abre la pregunta ¿con respecto a qué se despliega el lenguaje?, en tanto y en cuanto “las palabras nunca son la cosa que pretenden decir. Siempre hay algo que ignoramos en lo que decimos, en lo que es nombrado”.
Desde el punto de vista filosófico, la cuestión sobre la Cosa del lenguaje fue abordada por los nominalistas, quienes entendiendo lo real como lo que no puede ser alcanzado por la palabras, han afirmado que las palabras pueden aproximarse a lo que pretenden nombrar pero se mantienen siempre fuera de la cosa en sí misma. Esta noción también se encuentra presente en la ciencia, en la idea de que ésta no hace más que aproximarse a lo real.
Para el discurso del psicoanálisis, lo que no se puede nombrar, lo indecible (el trauma), puede ser entendido desde “una dimensión diferente a la de una incapacidad del significante para designar lo real”. La distancia entre el significante y la cosa en sí, es según Pommier “la distancia entre lo afectivo y lo intelectual” y “lo que interesa al psicoanálisis es la desafectación de las palabras en tanto constituyen un saber. Las palabras no son adecuadas…al hecho narcisista de percibirlas. La percepción de las cosas es un hecho narcisista, en la medida en que la percepción da forma a lo reprimido, es decir, a nuestra propia forma…”.
Como en numerosas ocasiones lo señaló Lacan a partir del estadio del espejo, es nuestra propia forma la que se busca afuera, en “el espejo”. Es por eso que toda percepción es antropomórfica o narcisista, nos dice algo sobre nuestra propia forma; porque es una “reconquista de lo que perdimos con el rechazo primordial” resultado del encuentro con el lenguaje.
En ese punto, Pommier nos remite especialmente a "La séptima carta de Platón"[2], un texto que a su entender condensa los problemas filosóficos relativos a la distancia entre el significante y la cosa en sí, a ese sentimiento de exilio que ocupa al ser humano al encontrarse nombrando las cosas, algo tan viejo como la filosofía occidental.
Dicha carta, es parte de una serie de cuatro misivas que Platón dirigió a los parientes y amigos de Dión de Siracusa, en quien el filósofo ateniense pusiera sus esperanzas políticas, que acaba de morir, y está encabezada así: Platón a los parientes y amigos de Dion: Mucho éxito.
Siendo probablemente la más antigua que se conser­va, ocupa ella sola una extensión similar al Libro I de La república, por lo cual Platón llega incluso a disculparse haciendo notar que “no se excede la medida cuando se dice exactamente lo conveniente”. Para los estudiosos de la obra platónica, el interés de esta correspondencia radica sobre todo en que muestra la actividad política de Platón, y enseña que la Aca­demia era tanto una escuela de dialécticos como de legisladores, dispuestos a difundir las doctrinas ético-sociales del maestro y a trabajar por la formación legislativa en la reforma de los Estados. Todas las Cartas se dirigen a jefes de Estado o a personas introdu­cidas en la política y las dirigidas a los amigos de Dión, exponen los asuntos de Sicilia y dan testimonio de las actividades platónicas en Siracusa.
En la carta VII, desarrolla un conjunto de pensamientos que Platón quería dar a conocer y también la forma que le permitiera hacerlos llegar al mayor número posible de lectores. Es, lo que los periódicos o revistas llamarían hoy una «carta abierta», que pese a dar la impresión de un mosaico de fragmentos dispersos, analiza el juego de las pasiones humanas con gran agudeza.
Una parte de la Carta VII plantea una ex­posición técnica de los motivos que impiden reconocer un valor científico a un escrito cual­quiera, porque todo elemento de expresión tiene algo de convencional, una especie de “tecnologización” de la palabra. Es ni más ni menos que el eco de las teorías del diálogo dónde Platón insistió en la idea de que la pintura, la escritura y todo sistema representativo del pensamiento tiene un doble inconveniente: el de no ser más que una traduc­ción aproximativa del objeto, y el de no podernos dar, a causa de su fijeza o inmovilidad, las con­tinuas explicaciones que seria necesario aña­dirles. Platón manifestaba un rechazo a la escritura, considerándola inhumana al pretender establecer fuera del pensamiento lo que en realidad sólo puede existir dentro de él. Alegaba que era un objeto que destruía la memoria, y que los que la utilizasen se volverían olvidadizos al depender de un recurso exterior por lo que les falta en recursos internos.
Para Platón, la escritura y la abundancia de libros haría menos estudiosos a los hombres, destruiría la memoria y debilitaría el pensamiento. Además, la escritura es pasiva, si uno le pide a un texto no se recibe nada a cambio, salvo las mismas palabras, un texto escrito no produce respuestas, lo cual sí sucede cuando se le pide a una persona que explique sus palabras.
También imputa a la escritura el hecho de que la palabra escrita no puede defenderse como es capaz de hacerlo la palabra hablada. Pero lo paradójico de los argumentos de Platón es que estas objeciones las manifestó… por escrito.
Pero mejor, citemos a Platón:
“Hay, en efecto, una razón seria que se opone a que uno intente escribir cualquier cosa en materias como estas, una razón que ya he aducido yo a menudo, pero que creo he de repetir aún.
En todos los seres hay que distinguir tres elementos, que son los que permiten adquirir la ciencia de estos mismos seres: ella misma, la ciencia, es un cuarto elemento; en quinto lugar hay que poner el objeto, verdaderamente conocible y real. El primer elemento es el nombre; el segundo es la definición; el ter­cero es la imagen; el cuarto, la ciencia. Pongamos un ejemplo para que se comprenda mi pensamiento y que sirva para aplicarlo a todo. «Círculo» es la expresión de una cosa, cuyo nombre es este mismo que acabo de pronunciar. En segundo lugar, su definición, com­puesta de nombres y verbos: aquello cuyos extremos equidistan perfectamente del centro. Esta es la definición de lo que se llama redondo, círculo, circunferencia. En tercer lugar está el dibujo que se traza y se borra, la forma que se delinea en forma circular y que es perecedera. En cambio, el círculo en sí, al que referimos todas estas representaciones, no experimenta nada semejante a esto, pues es totalmente dis­tinto. En cuarto lugar está la ciencia, la intelección, la opinión verdadera, relativas a estos objetos: esas cosas constituyen una clase úni­ca y no residen ni en los sonidos proferidos ni en las figuras materiales, sino en las almas. De donde resulta evidente que se distinguen tanto del círculo real como de los tres modos que he dicho. De entre estos elementos, la inteligencia es la que, por afinidad y seme­janza, está más cerca del quinto elemento; los otros se alejan más de este. Las mismas dis­tinciones podrían hacerse respecto de las fi­guras, rectas o circulares, así como respecto de los colores, de lo bueno, de lo bello, de lo justo, de un cuerpo cualquiera…”
 “Por otra parte, todo esto ex­presa tanto la cualidad como el ser de cada cosa, por medio de este débil auxiliar que son las palabras; por eso, ningún hombre razonable se arriesgará a confiar sus pensamientos a este vehículo, y mucho menos cuando este queda fijo, como ocurre con los caracteres es­critos….” Y prosigue: “El nombre, decimos, no tiene en ningu­na parte fijeza. ¿Quién nos impide llamar rec­to a lo que llamamos circular o circular a lo que llamamos recto? El valor significativo no será menos fijo cuando se haya hecho esta transfor­mación y se haya modificado el nombre. Otro tanto diremos de la definición, puesto que ella se compone de nombres y de verbos: no tiene nada que sea suficientemente firme. Y hay mil razones para demostrar la oscuridad de estos cuatro elementos. La principal de ellas es la que dábamos un poco más arriba, a saber, que de los dos principios, la esencia y la cualidad, el alma busca el conocimiento, no de la cualidad, sino de la esencia. …”
“Solamente cuando uno ha rozado, unos contra otros, nombres, definiciones, percepciones de la vista e impre­siones de los sentidos; cuando se ha discutido en discusiones benévolas, donde las respuestas no las dicta la envidia y tampoco ella dicta las cuestiones, solamente entonces, digo, sobre el objeto estudiado, se hace la luz de la sabiduría y la inteligencia con toda la intensidad que pueden soportar las fuerzas humanas. Por esta razón todo hombre serio se guardará mucho de tratar por escrito cuestiones serias y de entre­gar, de esta manera, sus pensamientos a la envidia y a la falta de inteligencia de la multi­tud. De ahí hay que sacar esta simple conclu­sión: cuando nosotros vemos un trabajo escrito por un legislador, por ejemplo, acerca de las leyes, o por cualquier otro sobre otro tema cualquiera, decimos que el autor no se ha tomado esto muy en serio, si él mismo es serio, y que su pensamiento permanece ence­rrado en la parte más preciosa del escritor. Que si realmente él hubiera confiado sus re­flexiones a los caracteres escritos, como si fueran cosas de una extremada importancia, «será seguramente porque» no los dioses, sino los mortales, «le han hecho perder su espíritu».
Para Pommier, esta digresión tiene su interés para poder ver la diferencia que existe a este respecto, entre la filosofía y el psicoanálisis, pese a los comentarios que algunos hacen acerca de los tintes filosóficos que la teoría freudiana o lacaniana tendrían. Y postula que “las palabras siempre están alejadas de las cosas. No podemos expresar plenamente lo que percibimos, estamos en exilio, en retraso respecto de nuestras percepciones. Nuestras palabras llegan siempre con posterioridad a nuestras sensaciones. Percibir verdaderamente un objeto cualquiera, ver realmente el objeto en sí, como podría decir un filósofo o un contemplativo, o como un artista puede percibir las cosas -el cuadro de Los zapatos de Van Gogh-, es una manera de percibir el objeto en sí, es decir, percibirlo como traumatizante. Los zapatos de Van Gogh es una pintura que tiene que ver con lo que hay de traumatizante en la percepción, en la medida en que es la percepción de la pérdida del narcisismo.
Es eso lo que resistirá al lenguaje, el primer real del lenguaje, aquello que no se puede alcanzar con el lenguaje: nosotros mismos. No podemos comprender lo que somos con el lenguaje”.

Septiembre 2015

[1] Gerard Pommier, Transferencia y Estructuras Clínicas, Ediciones Kliné, 1999

[2] Joseph Souilhé, Belles Lettres, París, 1960

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Algunos comentarios sobre "Lo inconsciente", de S.Freud. Rolando Ugena


            “…No es sólo en la teoría donde se plantea
 la cuestión de la doble inscripción,
 para haber provocado la perplejidad
 en que mis alumnos Laplanche y Leclaire
 habrían podido leer, en su propia escisión
 en la manera de abordar el problema, su solución.
 No es en todo caso de tipo gestaltista,
 ni debe buscarse en el plato donde
 la cabeza de Napoleón se inscribe en el árbol.
 Está simplemente en el hecho de que
 la inscripción no muerde el mismo lado del pergamino,
 viniendo de la plancha de imprimir
 de la verdad o de la del saber…”[1]
J. Lacan

Exordio

¿Cuántas veces al terminar una clase en la facultad, se nos ha acercado alguien, con respetuosos modos para formularnos algo así como “Freud es más fácil de leer, pero Lacan… no entiendo nada”.
¿Qué responder sino, además de recomendar que la lectura sea con otros y preferiblemente con un diccionario de sinónimos a mano, que ni Freud es tan “fácil” ni Lacan tan “incomprensible” ?...

Inscripción I

Pero es cierto, la pluma de Lacan en “La ciencia y la verdad”, redoblando su voz en la apertura del Seminario 13, “El objeto del psicoanálisis”, no se da a leer con rapidez. ¿A qué se refiere cuando señala que no es de tipo gestaltista la solución a la cuestión de la doble inscripción ?
Henri Ey
No desesperemos. Entre el 30 de octubre y el 2 de noviembre de 1960, el Dr. Henri Ey organizó como lo hacía periódicamente en el hospital de Bonneval de París una jornada psiquiátrica, centrada en esa ocasión en la noción de inconsciente elaborada por Freud. Con la presencia de psicoanalistas de las dos sociedades francesas existentes en ese momento, neurofisiólogos y filósofos entre los cuáles se contaban Paul Ricoeur, A. de Waelhens, H. Lefebvre, Renée Diatkin, André Green, Jean Hippolite, M. Merleau-Ponty, Minkowski y el mismo Lacan, entre otros, se discutió y debatió acerca del descubrimiento freudiano.
Jean Laplanche
Jean Laplanche y Serge Leclaire, dos destacados discípulos del maestro francés presentaron en esa oportunidad un trabajo denominado “El inconsciente: un estudio psicoanalítico[2], en el cual, centrándose especialmente en el artículo “Lo inconsciente”, de Freud,  presentaban las líneas fundamentales del pensamiento freudiano según la vía abierta por Lacan: el inconsciente estructurado como un lenguaje.
Serge Leclaire
Ese trabajo, que fuera publicado en 1961 en el n* 183 de la revista dirigida por J.P. Sartre “Les tempes modernes”, constaba de cinco apartados:
·      1. Tres vías de aproximación al realismo del inconsciente
·      2. El inconsciente como sistema en Freud. Orientación e impasses de las hipótesis freudianas
·      3. El “texto inconsciente” de un sueño
·      4. El inconsciente es la condición del lenguaje. Interdependencia de los sistemas preconsciente e inconsciente
·      5. Estudio clínico de algunos mecanismos fundamentales del inconsciente. 
Los apartados 1, 2 y 4 fueron firmados por Laplanche, mientras que Leclaire rubricó los dos restantes.
En el primer apartado, Laplanche remarcó el modo en que se presenta el inconsciente en la experiencia psicoanalítica: en tanto que los datos de la conciencia son “lacunares”, intercalar entre ellos los actos inconscientes que, tal como dice Freud “hemos inferido”, permite restablecer una serie coherente, una relación inteligible, subrayando además que lo inconsciente, campo específico del psicoanálisishay que interpolarlo en las lagunas del texto manifiesto” siendo “un fragmento del discurso lo que debe recuperar su lugar en el discurso”. [3]
En el segundo apartado, luego de indicar la rigurosidad con que Freud encuadró el análisis del problema en el texto, Laplanche se abocó a intentar ubicar la exigencia profunda que lo impulsa, señalando que “todo el texto parece a la búsqueda de una distinción que funde la separación real, tópica, de los sistemas Cc-Prec. e Icc., distinción que es buscada tanto en una diferencia cualitativa ( teoría “de las dos inscripciones” ), como en una diferencia económica ( una energía de catexia” propia de cada uno de los dos sistemas”)[4] y ello por la necesidad de Freud de una escisión radical que le permitiera dar cuenta del conflicto psíquico.
Frente a la distinción tópica, sistemática introducida por Freud en el segundo capítulo, Laplanche se preguntaba: ese punto de vista, esa distinción, ¿en qué se funda? Cuando una representación inconsciente se convierte en consciente, ¿se trata de la misma representación que ha sufrido un cambio de estado (hipótesis funcional), cambio que se realizaría sobre el mismo material y en el mismo “sitio”, o se trata de una segunda “inscripción”, de una nueva “fijación”?.
A Freud el primer punto de vista le resultaba más verosímil, y el segundo más grosero pero más manejable. Por lo demás, si el pasaje al sistema Prec-Cc. implica una nueva inscripción, ¿puede haber una coexistencia de esas dos inscripciones?
La teoría de la doble inscripción fue dejada a un lado en el capítulo cuarto del texto freudiano, “Tópica y dinámica de la represión”: el paso desde el sistema Icc. a uno contiguo no acontece mediante una trascripción nueva, sino mediante un cambio de estado, una mudanza en la investidura. El supuesto funcional ha arrojado aquí del campo, con poco esfuerzo, al supuesto tópico.” Para Freud, una misma representación no puede estar “inscripta” simultáneamente en el Icc y en el Prec, su pasaje hacia un lugar cancela su presencia en el otro. ¿Se trata entonces de una única representación que podría ser o no iluminada por la conciencia?
Laplanche expuso  sus reparos a que la hipótesis funcional hubiera desalojado sin esfuerzo a la hipótesis tópica: “…diríamos más bien que si el pasaje de un término del inconsciente a la conciencia, o inversamente, se transforma en un pasaje funcional, es al precio de una distinción tópica todavía más nítidamente marcada y sostenida por una distinción económica[5], pasando entonces a examinar con detenimiento los conceptos freudianos de “energía de catexia inconsciente”, “energía de catexia preconsciente”:
·       Cada una de esas energías es específica de su sistema y  ejerce una fuerza de cohesión que hace que cada elemento aislado se mantenga dentro del conjunto.
·       No hay transformación de la energía inconsciente en energía consciente.
·       El pasaje de un elemento de un sistema a otro se produce por un retiro de la carga de parte del primero y una contracarga por parte del segundo.
Y agregaba: “la cuestión  esencial es  saber en  qué sentido obra el inconsciente: fuerza de cohesión, atractiva, repetitiva, que se opone a la toma de conciencia, o, por el contrario, fuerza que tendería constantemente a hacer surgir sus “retoños” en la conciencia y sólo sería contenida gracias a la vigilancia de la censura”.[6]
Para Laplanche la dificultad radica en “la oscuridad mayor de la hipótesis económica freudiana”, que identifica la energía de catexia sistemática que es la que debe dar cuenta de la pertenencia de una representación a tal o cual sistema, con la energía libidinal, la energía de las pulsiones sexuales, que es la que indica la posición tópica de la libido que a ella se fija, siendo que para Freud la libido no puede ser específica de uno de los sistemas y que “la pulsión, en su punto de partida, no es ni consciente ni inconsciente, sino orgánica” y si puede localizársela en un sistema, “será precisamente al ligarse a una representación, a un `representante representativo` ”.[7]  
Anticipando una disculpa al lector, en este punto resulta necesario citar largamente a Laplanche, quien luego de remarcar que el objetivo de Freud es ante todo fundar la independencia y la cohesión de los dos sistemas, concluye el segundo apartado de esta manera:
“La explicación más satisfactoria que puede encontrarse en Freud es la hipótesis económica. Pero la única interpretación coherente que nosotros podríamos presentar debería distinguir absolutamente las ´energías de catexia´ en cuestión de la energía libidinal. Provisoriamente podemos dar un modelo gestáltico para este juego energético. La energía de catexia de un sistema dado sería comparable a la pregnancia de una buena forma. Pero importa señalar en qué nivel se lleva a cabo el pasaje de un sistema a otro: no puede tratarse del pasaje global de una misma estructura, de un modo de organización a otro, pasaje comparable al movimiento de báscula que se realiza en la percepción de una imagen equívoca. Lo que pasa de una Gestalt a otra es siempre un elemento aislado, equívoco, susceptible de ser captado por la “pregnancia” de la Gestalt inconsciente o (pre)consciente: la represión, como señala Freud, “trabaja de manera totalmente individual; cada retoño aislado de lo reprimido puede tener su destino particular” (La represión).”
“Un ejemplo cómodo sería el de esos dibujos-enigmas donde una cierta actitud perceptiva hace aparecer súbitamente en las ramas del árbol que cobija un picnic familiar, el sombrero de Napoleón. Pero si ese sombrero es susceptible de aparecer, es porque puede ligarse a cualquier otra “anécdota” que no está presente en absoluto en el resto del dibujo: la “leyenda napoleónica”.
En ese modelo, lo que Freud llama carga es la relación del detalle en cuestión (el sombrero) con el sistema que le corresponde (la leyenda napoleónica). La contracarga se encuentra en la relación de ese mismo detalle con el término que lo evoca en el otro sistema (o sea las hojas del árbol); es la pregnancia del sistema “consciente” (el picnic) lo que sostiene en la existencia al árbol y sus hojas, y mantiene al sombrero en estado de latencia.”[8]

Leyenda II
J.P.Sarttre, director de Les temps modernes
 Quedó señalado ya que Lacan también participó en el mencionado Coloquio. Su  trabajo se conoce como: “Posición del inconsciente en el Congreso de Bonneval reanudada desde 1960 en 1964”, título que obedece a que en la publicación de los Escritos realizada en 1966 agregaba una introducción en la cual retomando la discusión planteada en Bonneval, puede leerse: “El informe de nuestros alumnos Laplanche y Leclaire promovió allí una concepción de nuestros trabajos que, publicada en Les Temps Modernes, desde entonces es testimonio, aunque manifiesta de uno a otro una divergencia…Las intervenciones que se aportan a un Congreso, cuando el debate pone algo en juego, exigen a veces un comentario para que se las sitúe.” [9]
La divergencia que menciona Lacan, se refiere a la diferencia entre las posiciones que Laplanche y Leclaire sostienen en sus trabajos, sobre la cual ellos mismos no parecen haber tomado debida nota, escisión en la manera de abordar el problema en la que habrían podido leer la solución.
Y en el cuerpo mismo del texto indica “el aspecto de espiral detenida que se observa en el trabajo presentado por nuestros alumnos S. Leclaire y J. Laplanche. Es que lo han limitado a la puesta a prueba de una pieza suelta. Y esto es el signo mismo de que en su rigor nuestros enunciados están hechos primeramente para la función que sólo llenan en su lugar.”[10]  
Sobre el trabajo de Laplanche y Leclaire, y particularmente respecto del primero, Lacan habría de referirse en numerosas ocasiones. Renovando las disculpas al lector por lo extenso de la cita, en el seminario “La identificación”, abordó largamente el tema:“…el pasaje del inconsciente al preconsciente…es un problema; por otra parte,-lo noto con satisfacción al pasar no es por cierto el menor efecto que puedo esperar del esfuerzo de  rigor al que los llevo, que me impongo yo mismo para ustedes aquí, es lo que aquellos que me escuchan, que me oyen, llevan en sí mismos a un grado susceptible incluso de ir más lejos en la ocasión, y bien, en su tan destacable texto publicado en Les Temps Modernes sobre el tema del Inconsciente, Laplanche y Leclaire, -no distingo por el momento la parte de cada uno en este trabajo, se interrogan sobre la ambigüedad que permanece en la enunciación freudiana concerniente a lo que ocurre cuando podemos hablar del pasaje de algo que estaba en el inconsciente y que va al preconsciente. ¿Es decir que no se trata sino de un cambio de investidura, tal como ellos plantean muy justamente la cuestión, o bien hay doble inscripción? Los autores no disimulan su preferencia por la doble inscripción, así nos lo indican en su texto”.[11]
Para Lacan se trata de eso, de un esfuerzo de rigor; situar las relaciones entre inconsciente y preconsciente, intentar articular el sujeto como sujeto inconsciente: “comporta otra constitución de la frontera…en la medida en que lo que nos interesa en el preconsciente es el lenguaje…tal como escande, articula nuestros pensamientos”.
“…El problema de lo que sucede cuando el inconsciente se hace oír es el problema del límite entre ese preconsciente y ese inconsciente.¿Cómo debemos ver este límite?
“…No hay en principio objeciones al pasaje de algo de lo inconsciente al preconsciente, lo que tiende a manifestarse, cuyo carácter contradictorio Laplanche y Leclaire han tan bien notado.
El inconsciente como tal tiene su estatuto como algo que por posición y estructura no podría penetrar en el nivel donde es susceptible de una reorganización preconsciente, y por lo tanto, se nos dice, ese inconsciente hace esfuerzo en todo momento, empuja en el sentido de hacerse reconocer; seguramente, y con razón, es que él está en su casa, si se puede decir, en un universo estructurado por el discurso.
Aquí, el pasaje del inconsciente hacia el preconsciente…es…una suerte de efecto de irradiación normal de lo que gira en la constitución del inconsciente como tal, de lo que en el inconsciente mantiene presente el funcionamiento primero y radical de la articulación del sujeto en tanto que sujeto hablante.
…el orden que sería el de inconsciente - preconsciente, luego llegaría a la conciencia, no se puede aceptar sin revisión…debemos admitir lo que es preconsciente como definido, como estando en la circulación del mundo, en la circulación real... es algo que tenemos que leer:… lectura del signo… una lectura en el afuera de lo que es ambiente por el hecho de la presencia del lenguaje en lo real…
…la conciencia, en relación a lo que constituye el preconsciente y que nos hace ese mundo estrechamente tejido por nuestros pensamientos, es la superficie por dónde eso que constituye el corazón del sujeto, recibe, si puedo decir, desde afuera sus propios pensamientos, su propio discurso.
…lo que encontramos en el inconsciente es esta repetición significativa que nos lleva de algo que se denominan los pensamientos, Gedänken, -muy bien formados, nos dice Freud-, a una concatenación de pensamientos que nos escapa a nosotros mismos.
…a nivel del preconsciente lo que buscamos es…la identidad de pensamiento…reducir lo diverso a lo idéntico, identificar pensamiento con pensamiento, proposición con proposición, en relaciones diversamente articuladas que forman la trama precisa de lo que se llama lógica formal, lo que plantea para aquél que considere de un modo extremadamente ideal el edificio de la ciencia, como pudiendo o debiendo estar incluso virtualmente ya acabada, lo que plantea el problema de saber si efectivamente toda ciencia del saber, toda aprehensión del mundo de manera articulada y ordenada, no debe conducir sino a una tautología.
…lo que busca el inconsciente, lo que quiere, lo que constituye la raíz de su funcionamiento…es la identidad de percepción…y es esto justamente lo que faltará siempre…en el punto donde está la marca que el sujeto ha recibido de lo que sea que esté en el origen de la Urverdrängt, faltará siempre a lo que fuera que venga a representarla, esa marca que es la marca única del surgimiento original de un significante original que se presentó una vez en el momento en el que…algo de la Urverdrängt en cuestión, paso a la existencia inconsciente, a la insistencia en este orden interno que es el inconsciente, entre, por una parte lo que recibe del mundo exterior donde tiene cosas para ligar, por el hecho de que al ligarlas bajo una forma significante, no puede recibirlas sino en su diferencia, y es por esto que no puede de ninguna manera satisfacerse por esta búsqueda de la identidad perceptiva…
Esto nos da la tríada: consciente- inconsciente - preconsciente, en un orden ligeramente modificado de una cierta manera que justifica la fórmula que traté ya una vez de darles del inconsciente diciéndoles que estaba entre percepción y conciencia, como se dice, entre cuero y carne”,[12]  entre Wahrnehmung y Bewusstsein[13].
Varios años después, en Radio y Televisión (1970) Lacan volvió sobre el asunto: “Franqueado un lustro, alguien se abalanza a hacer del punto de almohadillado, que sin duda había él retenido,[14]el «anclaje» que hace el lenguaje en el inconsciente. El dicho inconsciente a su gusto, es decir lo más descaradamente opuesto de todo lo que había yo articulado de la metáfora y la metonimia, el dicho inconsciente que se apoya en lo grotesco figurativo del sombrero de Napoleón a encontrar en los dibujos de las hojas del árbol, y motivando su gusto en predicar el representante de lo representativo...La metáfora y la metonimia, sin requerir esta promoción de una figuratividad diarreica, procuraban el principio con el que engendraba yo el dinamismo del inconsciente.
…¿Es que no sería tal vez el corte interpretativo mismo, que, para el balbuceante fuera de juego, es problema por dar conciencia? Ella revelaría entonces la topología que la gobierna en un cross-cap, es decir en una cinta de Moebius. Puesto que solamente es de este corte que esta superficie, donde de cualquier punto, se tiene acceso a su revés, sin que deba pasarse de lado (de una sola cara entonces), se ve posteriormente provista de un recto y de un verso. La doble inscripción freudiana no pertenecería por consiguiente a ninguna barrera saussureana, sino a la práctica misma que plantea el problema, a saber el corte que el inconsciente al desistirse testimonia de que no consiste sino en él, es decir, que cuanto más interpretado es el discurso, más se confirma ser inconsciente. Hasta el punto de que sólo el psicoanálisis -a condición de interpretarlo- descubriría que hay un revés de discurso.
          Como explicita en La ciencia y la verdad, la solución al problema de la doble inscripción no “es de tipo gestaltista, ni debe buscarse en el plato donde la cabeza de Napoleón se inscribe en el árbol. Está simplemente en el hecho de que la inscripción no muerde el mismo lado del pergamino, viniendo de la plancha [15] de imprimir de la verdad o de la del saber. Que esas inscripciones se mezclen debía resolverse simplemente en la topología: una superficie en que el derecho y el revés están en estado de unirse por todas partes estaba al alcance de la mano”.
          Y en la primera clase del seminario De un discurso que no fuera del semblante [16] apunta:“…El discurso del amo, no es el revés del psicoanálisis. Es donde se encuentra la torsión propia, diría, de discurso del psicoanálisis, este discurso plantea la cuestión de un derecho y de un revés y ustedes ya saben la importancia del acento que se ha puesto en la teoría, desde que fue emitida por Freud, la importancia del acento puesto en la doble inscripción.
Ahora bien, se trataba de hacerles palpar, la posibilidad de una inscripción doble al derecho o al revés, sin que se haya franqueado un borde. Se trata de la estructura que desde hace mucho tiempo se conoce, de la cual no tuve más que hacer uso, llamada la banda de Moebius.  En estos lugares y con estos elementos, se designa que aquello que es, propiamente hablando discurso no podría de ninguna manera referirse a un sujeto aunque él lo determine. Sin duda ésta es la ambigüedad por lo cual introduje lo que pensaba que debía hacerse entender en el interior del discurso psicoanalítico.”
          Seguramente, no hay modo de seguir a Lacan sin pasar por sus significantes, pero pasar por sus significantes “comporta esa sensación de alienación que les incita a buscar, según la formulación de Freud, la pequeña diferencia[17]. Tal vez sea ese esfuerzo de “ir más lejos” que resaltábamos en el seminario de La identificación el que lleva a Laplanche a proponer, como lo hace en el apartado cuatro de su trabajo, que el inconsciente es la condición del lenguaje.
Lacan remarcó que no es lo mismo decir que el inconsciente es la condición del lenguaje que decir que el lenguaje es la condición del inconsciente: “Lo que yo digo es que el lenguaje es la condición del inconsciente…la persona que me traduce, por estar formada en ese estilo, por esa forma de una especie de imposición del discurso universitario, no puede hacer otra cosa, por más que ella crea comentarme, que invertir mi fórmula...darle un alcance…estrictamente contrario y a decir verdad incluso sin ninguna homología con lo que yo digo…”.[18]  
La tesis de la primacía del lenguaje, de que éste instituye al sujeto ya había sido formulada por Lacan mucho tiempo antes, en 1958. En ese momento proponía: “Nuestra   doctrina del significante es en primer lugar disciplina en la que se avezan aquellos a quienes formamos en los modos de efecto del significante en el advenimiento del significado, única vía para concebir que inscribiéndose en ella la interpretación pueda producir algo nuevo. Pues no se funda…sino en el hecho de que el inconsciente tiene la estructura radical del lenguaje…[19]


                     Rolando Ugena
Mayo 2013


[1] J. Lacan, “La ciencia y la verdad”, Escritos.
[2] En “El inconsciente freudiano y el psicoanálisis contemporáneo”, Editorial Nueva Visión, 1976
[3] Obra citada, página 24
[4] Idem, página 28
[5] Idem, página 32
[6] Idem.
[7] Idem, página 33
[8] Idem, página 33 Sobre este punto Pablo Grimoldi, con su atenta lectura, señala que lo que Laplanche aquí llama sistema, son sistemas de significación. Y justamente, cuando el sistema de significación cambia es que hay trabajo del inconsciente. Entonces lo que afirma Laplanche, es que en el discurso del incauto que está de picnic bajo una plácida arboleda, se le presenta la sorpresa del sombrero de Napoleón, de ahí en adelante, parafraseando a una sesión…asocie. Como si fuese una escritura bajo la escritura. Esto, sin duda, requiere prestar atención a la metáfora, como lo es la producción de un efecto de sentido inesperado. “La energía de catexia de un sistema dado sería comparable a la pregnancia de una buena forma” ¿No es acaso, la buena forma, un sistema de significación?
[9] J. Lacan, “Escritos 2”, Editorial Siglo XXI, 1980, página 365
[10] Idem, página 370 Grimoldi me ha hecho notar cómo se desliza allí, una crítica al método con que operan Laplanche y Leclaire sobre el texto de Freud. Por mi parte entiendo que el señalamiento de Lacan de que se “han limitado a la puesta a prueba de una pieza suelta”, indica el modo en que abordan la cuestión de la relación entre lenguaje e inconsciente y el tratamiento que realizan sobre la metáfora, en especial Laplanche, tomando enunciados de Lacan pero haciéndoles decir algo estrictamente contrario a lo que Lacan propone.
[11] J. Lacan, Seminario La identificación, clase 7, del 10-1-1962
[12] J. Lacan, Seminario La identificación, clase 7, del 10-1-1962
[13] Cf. J. Lacan, Seminario La ética del psicoanálisis, clases 4 y 5
[14] Obvia alusión a Jean Laplanche
[15] Aquí Lacan juega, en una ácida humorada con, la plancha y Laplanche
[16] J. J. Lacan, Seminario De un discurso que no fuera del semblante, clase del 13-1-1971
[17] J. Lacan, Seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, clase 17
[18] J. Lacan, Seminario El reverso del psicoanálisis, clase 5 del 14-1-1970
[19] J. Lacan, La dirección de la cura y los principios de su poder, Escritos