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miércoles, 19 de noviembre de 2014

La arquitectura barroca del dolor. Rolando Ugena



"...Si pudiera elegir un lugar para morir, querría

terminar mis día en Roma. Conozco todos los

rincones, todas las fuentes, todas las iglesias...

Estoy bajo el signo de Italia.”.....

Comunicación de J. Lacan a María Antonietta Macciocchi
Roma

           Comienzo por plantear una pregunta: ¿ cuál es el alcance, en el plano ético, de formular que “no hay goce más que del cuerpo”?, cómo lo señala Lacan en el seminario sobre la lógica del fantasma.(1)
Para tratar de ubicar hoy la cuestión, la vía del dolor tal vez resulte interesante si, como lo muestra la fisiología, el dolor es de un ciclo más largo que el placer, pero al igual que este tiene su fin: el desvanecimiento del sujeto. 
Max Schur, médico de Freud

El 19 de septiembre de 1939, Sigismund Schiomo Freud, para nosotros Sigmund, le escribía a un poeta amigo: “tengo más de 83 años, debiera haber muerto ya y sólo me queda seguir el consejo de su poema: Espera, espera”. Dos días más tarde, tomó la mano de su médico amigo Max Schur y le recordó: "Usted me prometió que no me abandonaría cuando llegara el momento. Ahora, esto es sólo una tortura, y ya no tiene sentido...Háblele de esto a Anna, y si ella piensa que es justo, terminemos"(2). Anna quiso postergar el fin pero Schur insistió, y ella aceptó su dictamen. El médico, le aplicó tres inyecciones de morfina y el 23 de septiembre, a las tres de la madrugada, luego de dos días de coma, se extinguió tranquilamente, después de más de treinta operaciones que se sucedieron en el curso de 15 años, por el cáncer que lo afectaba.
Dolor de la existencia cuando solo resta esa existencia misma, y el deseo no está más allí; agotamiento del cuerpo llevado al paroxismo de su esfuerzo y al exceso de sufrimiento que tiende a la desaparición del hambre de vivir; certeza absoluta de la crueldad e inutilidad de toda resistencia; rechazo a concluir indignamente, lejos de aquellos a quienes se amó; marca de la diferencia entre una ética estoica y otra asentada en el deseo. Conclusión sublime de una vida sublime, escribiría Zweig tiempo después, una muerte memorable en medio de la hecatombe de una época asesina. 
Deleuze

En el texto de Deleuze “El pliegue. Leibniz y el Barroco”, la cuestión del dolor y del cuerpo no están ausentes. Allí, este es presentado como aquello que resiste, tanto como lo hace la materia; una anatomía que no es sin placer, pero tampoco sin la aflicción ni la inquietud propia de lo animado, aguijón para el alma y exigencia necesaria de la misma mónada sufriente. Tiempo de extrema tensión en el que la materia real es puesta a prueba y prevalece el goce de un cuerpo que se gasta.
En la obra freudiana, la cuestión del dolor ocupó el primer plano ya en las publicaciones inaugurales; parálisis, anestesias y contracturas que muestran el padecimiento agalmático de la histeria, como se lee en el caso Elizabeth: “cuando en la señorita Von R. se pellizcaba u oprimía la piel y la musculatura hiperálgicas de la pierna, su rostro cobraba una peculiar expresión, más de placer que de dolor; lanzaba unos chillidos -yo no podía menos que pensar: como a raíz de unas voluptuosas cosquillas-, su rostro enrojecía, echaba la cabeza hacia atrás, cerraba los ojos, su tronco se arqueaba...”.(3)
Voluptuosas contorsiones barrocas que tal vez intentan a su manera, dar cuenta de una arquitectura simbólica de la anatomía que comienza a desafiar al saber científico de su época.
En el “Proyecto...”, el sistema detenta la más decidida inclinación a huir del dolor. Por él se pone en movimiento, para él no existe ningún impedimento de conducción, es el más imperioso de todos los procesos, que va por todos los caminos de descarga y deja como secuela facilitaciones duraderas que, “como traspasadas por el rayo”, cancelan por completo la resistencia.
Veinte años después, señalará que acerca del dolor es muy poco lo que sabemos, y que lo único seguro es que brota cuando un estímulo agujerea los dispositivos de protección y entonces actúa como un empuje pulsional continuado, frente al cual permanecen impotentes las acciones musculares. Es así que al final de Inhibición, síntoma y angustia, escribe: “A raíz del dolor corporal, se produce una investidura elevada que hay que calificar de narcisista en el lugar doliente del cuerpo, investidura que no cesa de aumentar y que, por así decirlo, tiende a vaciar el yo.” (4) Desvalimiento motor que encuentra su expresión en el desamparo psíquico, descalabro que sobrepasa hasta la capacidad de huir.
¿Y que dice sobre estas cuestiones Jacques-Marie Émile Lacan, ese hombre proveniente de la burguesía media francesa, que afectado de trastornos cerebrales y una afasia parcial se despidió un miércoles de septiembre, después de la extirpación de un retorcido tumor de colon?.
Enamorado tanto como Freud de la católica y barroca ciudad de Roma, en la cual pasaba horas contemplando la arquitectura de las iglesias y monumentos, plantea en el seminario sobre la ética que cuando la reacción motriz, de huida es imposible, y se abre un campo donde no existe para el ser la posibilidad de moverse, allí sobreviene el dolor. Es Daphne, que convirtiéndose en árbol nos sugiere la presencia de un dolor petrificado. Y agrega: “¿es que no hay en la arquitectura misma algo para nosotros como la presentificación del dolor?.”(5)
Daphne y Apolo

Considera la arquitectura barroca, con sus siluetas torturadas organizadas alrededor de un vacío, como el intento para hacer de la arquitectura misma un esfuerzo hacia el placer, que petrifican de horror y trasforman en piedra a quien la contempla, o culminan en el consuelo y la erección pétrea del que mira.
           Trece años después, en el seminario Aún, acepta bastante gustosamente ser encasquetado del lado del barroco, al cual nomina como una historieta que se presenta como la empresa de salvar a Dios,  y cuya doctrina no habla sino de la encarnación de ese Dios en un cuerpo, lo que supone que la pasión sufrida por la persona de Cristo haya sido el goce de otra.
Arte cristiano en el cual se patentiza la exaltación de la obscenidad; exhibición de cuerpos que evocan el goce de la manera más desnuda, en la que todo da a verse, todo... menos la copulación. Y agrega que su testimonio es el de alguien que acaba de volver de una orgía de museos y de iglesias en Italia, en las cuales cuanto cuelga, brota, chorrea del cielo y de las paredes, es un río de representaciones de mártires, de testigos de un sufrimiento más o menos puro, de contorsiones barrocas que incitan al voyeurismo, como sadianas pirámides humanas.
Función del dolor, que en el seminario sobre la identificación, siguiendo a Freud y su “Introducción al narcisismo”, “no es señal de daño sino fenómeno de autoerotismo, ya que un dolor borra a otro, no se sufre en el presente de dos dolores a la vez: uno toma el primer plano, hace olvidar al otro como si el investimento libidinal, incluso sobre el propio cuerpo, se mostrase sometido allí a la misma ley de parcialidad, que motiva  la  relación al mundo de los objetos del deseo”. (6)
           Para ir terminando, volvamos a la cuestión del inicio: “Decir que no hay goce más que del cuerpo nos rehusa los goces eternos, y nos enfrenta a tomar lo que pasa en nuestra vida de todos los días en serio, si se trata del goce, de mirarlo a la cara y de no expulsarlo a los pasado mañana que cantan”.(7) Este es el principio esencial de enorme alcance ético, que responde a la exigencia de verdad del pensamiento freudiano que Lacan plantea en la lógica del fantasma.
Puesto que no se trata de hacer aquí filosofía ninguna, sino de plantear una posición frente a lo que es el dolor de existir, en una urbe que por vivir anestesiada parece no reconocer que si la vida no tiene gusto es puro dolor, puro sufrimiento.
En destacar ese punto, en haber formulado de un modo decididamente inédito las cuestiones relativas al dolor humano, radica tal vez uno de los méritos mayores del psicoanálisis.

Notas bibliográficas
(1)  La lógica del fantasma, J. Lacan, 31 de mayo de 1967
(2)  Diccionario de Psicoanálisis, Elisabeth Roudinesco y Marcel Plon
(3)  Estudios sobre la histeria, S. Freud
(4)  Inhibición, síntoma y angustia, S. Freud
(5)  La ética del psicoanálisis, J. Lacan
(6)  La identificación, J. Lacan, 28 de febrero de 1962
(7)  La lógica del fantasma, J. Lacan, 31 de mayo de 1967

Trabajo presentado en Cuestiones del psicoanálisis, en el marco de un grupo de lectura coordinado por Jorgelina Estelrich, "Deleuze. El pliegue: Leibniz y el barroco", año 2005

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