Este trabajo
está basado en las “Lecciones preliminares de filosofía”, de Manuel García
Morente (1886-1942) texto publicado por primera vez en 1938 y que desde entonces
ha tenido numerosas reediciones.
Me parece interesante el modo en que con un lenguaje
ameno y riguroso, introduce el tema del pensamiento de René Descartes
(1596-1650), contraponiéndolo con el realismo de la tradición filosófica que lo
precedió, y ubicándolo en el origen de la ciencia moderna.
El hombre es realista
García Morente (en adelante G. M) señala que a las
preguntas fundamentales de la metafísica, ¿qué existe?, ¿quién existe?, la
propensión natural del hombre es contestar señalando hacia las substancias
individuales cuyo concepto constituye el universo.
Es la hipótesis
fundamental del realismo: existen las cosas, el mundo de las cosas y yo en
ellas. Las cosas son inteligibles, tienen en su propio ser la esencia, la cual
es accesible al pensamiento porque este coincide perfectamente con ella.
Para conocer nos formamos conceptos, nociones que
reproducen dicha esencia, y cuando tenemos formados conceptos, podemos formular
juicios de conocimiento en donde se diga: esto es eso.
Saber y verdad
realista
Para el realista, saber consiste en tener en la mente una
amplia colección de conceptos que le permiten ir por el mundo sin sorpresas;
cada vez que encuentre algo, tendrá en su mente el concepto correspondiente y si
encuentra algo que no conoce, formará el nuevo concepto que le corresponde y
aumentará su saber.
El conocimiento refleja en la mente la realidad, no
habiendo ninguna discrepancia sino perfecta adecuación entre ella y el
pensamiento de quien conoce.
Para el realista, la
verdad es esa adecuación entre pensamiento y cosa. A ella se llega mediante
el método de la dialéctica de los
conceptos, discusión entre conceptos mal formados y mejor formados que
intenta reproducir fielmente la articulación misma de la realidad; si fueron formados
correctamente reflejan la realidad perfectamente; de lo contrario deben ser corregidos.
(1)
Orígenes del
realismo
Indica G. M que el pensamiento realista arrancó con la
metafísica de Parménides, quien se encontró con el descubrimiento de los
pitagóricos y los geómetras, la razón y el pensamiento, y entusiasmado con tal
hallazgo le confirió íntegramente la misión de descubrir el ser, formulando la primera
tentativa de formación de conceptos capaces de reflejar la realidad.
Platón |
Su metafísica, que fue perfeccionada por Platón, encontró en Aristóteles el despliegue al máximo de sus posibilidades y la forma más perfecta en la historia, una individualización de los conceptos capaces de reproducir de manera exacta la realidad.
Aristóteles |
La crisis del realismo
Dado que el hombre es espontánea y naturalmente
aristotélico, no es extraño que la concepción metafísica aristotélica del mundo
haya ido arraigando cada vez más, hasta convertirse en una creencia que llega
al fondo mismo del intelecto. Esta certidumbre, que durante siglos sustentó la
filosofía, a partir del Siglo XV empezó a sufrir un menoscabo cada vez mayor y
sus cimientos fueron siendo minados principalmente por tres hechos históricos:
1)la destrucción de la
unidad religiosa, las guerras de religión y el advenimiento al mundo del
protestantismo que hicieron tambalear la creencia en la unidad o en la unicidad
de la verdad,
2)el cambio radical en
la imagen que se tenía de la realidad terrestre,
3)el nuevo sistema planetario que demuestran
Képler y Copérnico y cambia por completo la idea que los hombres tenían de los
astros y de su relación con la tierra.
Según G. M a partir de esos hechos, que son golpes
terribles a la ciencia de Aristóteles, cunde la duda, se discute, no se cree ya
en él. El saber humano entra en la crisis más profunda que ha conocido y de ella
nace una posición completamente nueva de la filosofía, mostrando que el
pensamiento humano, lejos de ser algo que subsiste siempre igual a sí mismo,
está radical y esencialmente condicionado por el tiempo y por la historia.
La pérdida de la
virginidad
Cuando a principios del siglo XVII el desconcierto
científico y filosófico hace preciso replantear los principales problemas de la
filosofía, las condiciones ya no son las mismas que veinte siglos atrás, cuando
nacía la filosofía con Parménides. La posición del problema, dice G. M es
completamente diferente. A diferencia de aquellos navegantes inocentes que no
habían sufrido todavía ningún desengaño, el nuevo navegante, Descartes, ha
perdido la virginidad, la inocencia. Tiene detrás de sí una experiencia previa,
la filosofía de Aristóteles que ha sido creída y es ahora fiasco. Y entonces
tiene que comenzar a filosofar, no con la alegría virginal de los inocentes
griegos, sino con la cautela y la prudencia del que ha presenciado un gran fracaso
de siglos.
Esa actitud que el lugar y el momento histórico imponen a
Descartes de no reincidir en los errores del pasado, imprime una dirección al
curso de su meditación, y un sello indeleble en el pensamiento moderno que es
todo lo que se quiera menos inocente y espontáneo. (2)
Descartes, y el pensamiento moderno simbolizado por él,
antes de acometer la pregunta de quién existe quieren asegurarse de que no se
van a equivocar. Resuelven primero
buscar la manera de no caer en el error, hacer una investigación previa, preliminar,
que consistirá en madurar un método que permita evitar el yerro.
El problema se plantea no como lo hizo Parménides, sino
en cómo descubrir la verdad. El pensamiento moderno, señala G. M debuta por una
epistemología, una teoría del conocimiento y no por la metafísica. Y lo que pasa
a ocupar el centro de la reflexión filosófica es el problema del método, de la
capacidad del pensamiento humano para descubrir la verdad, y las
características que debe tener un pensamiento para ser considerado verdadero.
El momento en que un pensamiento nace se comprende por lo
que lo antecedió, todo el pasado está volcado en él. Y los primeros albores del
pensamiento moderno son escritos sobre el método. Ya algunos ensayos de
filósofos anteriores a Descartes tomaron como principal objeto de meditación el
excogitar y la búsqueda de un método apropiado; por ejemplo, el inglés Bacón de
Verulam (*) que escribió el Novum Organum, un método para evitar los yerros y
descubrir la verdad.
Lo que comienza a interesar es descubrir una proposición que
sea verdadera, de la cual no se pueda dudar, que aquello que se afirma tenga
una solides tan grande, que no pueda ser puesto en duda.
La duda como
método
Así, buscando una verdad primera que no pueda ser puesta
en duda, preocupado en buscar la certidumbre, por un movimiento sutil Descartes
convierte la duda en método. ¿Cómo? Negativamente, aplicando la duda como una
criba, un filtro que coloca frente a toda proposición que se presenta con la
pretensión de ser verdadera.
Esa misma duda que mordió en el sistema aristotélico haciéndolo
inservible, es llevada a términos de exageración rigurosa y se convierte, pues,
en método.
El giro
cartesiano
Para G. M, con Descartes la filosofía moderna cambia por
completo el centro de gravedad, hace un cuarto de conversión hacia dentro y sitúa
el eje de la filosofía en los pensamientos y no en las cosas. A Descartes no le
interesa la cantidad de conocimiento, sino obtener aunque sea uno solo pero
indudable. Entonces a la pregunta ¿qué es lo que existe?, ¿quién existe?, no
contesta existen las cosas, sino que contesta existe el pensamiento, yo
pensando, yo y mis pensamientos. Lo único inmediato para mí, es el pensamiento.
Lo que puedo poner en duda es lo que no alcanzo más que
"mediante" el pensamiento, pero no puedo dudar de que tengo pensamientos.
Aún si hay un genio maligno dedicado a engañarme, si me engaña es que pienso;
puedo estar embaucado por él pero si
estoy engañado, los pensamientos falsos que ese genio ha metido en mí son
pensamientos, los tengo.
Un nuevo
problema
¿Y el mundo, las cosas, existen? Es dudoso. La realidad
del mundo exterior, que no presentaba complicaciones para el realismo se
convierte en un problema para el idealismo, que ha echado su ancla en el yo
pensante y no puede salir de él para llegar a la realidad de las cosas, sin
hacer un esfuerzo especial, con un modo metódico y cauteloso para construir esa
realidad. La cosa es grave, dice G. M, la
tesis del idealismo pone en un fuerte aprieto a la filosofía moderna: sacar del
“yo” las cosas.
Dicho de otra manera: en el realismo, la realidad de las
cosas es dada; en cambio el idealismo no tendrá más remedio que demostrarla,
deducirla, construirla. En un ejercicio desusado y extraordinario que exige una
actitud mental completamente distinta de la natural y espontánea, propone que
lo único de que estamos seguros que existe soy yo y mis pensamientos y es
dudoso qué más allá de mis pensamientos existan las cosas.
Esas condiciones que el idealismo impone son
extraordinariamente difíciles, pues aún suponiendo que consigue salir de la
prisión del yo y llegar a la realidad de las cosas, ésta será siempre una
realidad derivada, nunca una realidad primaria. Así, la filosofía, por
necesidad histórica y no por capricho, se vuelve de espaldas al sentido común, a
la propensión natural e invita a realizar un ejercicio de una extrema
dificultad, que consiste en pensar las cosas como derivadas del yo.
Para G. M, frente a la actitud del realismo, el idealismo
constituye una actitud artificial,
adquirida, adoptada por una necesidad histórica. El idealismo, es una
rectificación de la actitud natural llevada
a cabo como consecuencia de la necesidad de reconstruir el edificio de la
metafísica que desde Aristóteles venía rigiendo, y que había quedado arruinado
en sus cimientos por los hechos históricos que destruyeron su base.
Pero no sólo está la contraposición entre natural y
artificial, la actitud del realista además es espontánea. No necesita un esfuerzo especial ni un acto deliberado
para adoptarla, todo el mundo es realista
sin querer. En cambio la actitud idealista es voluntaria: hay que querer tomarla. Si no se hacen esfuerzos para
adoptarla no sobreviene, debe ser fabricada por un esfuerzo de la voluntad.
Para ser idealista hay que querer serlo, ha habido
previamente que sentir la necesidad de superar aquella actitud natural y
espontánea que es el realismo.
La teoría del
juicio de Descartes
El carácter voluntario del pensamiento idealista se
expresa con claridad en la teoría cartesiana del juicio. Para Descartes el
juicio no es una operación exclusivamente intelectual que consista en afirmar o
en negar un predicado de un sujeto, sino que es una operación originada en la
voluntad; ésta es la que afirma o niega y el entendimiento se limita a
presentar ideas a la mente. Afirmar ideas
claras y distintas, negar las oscuras o confusas, tal es el juicio. Y esa
función de afirmar o de negar compete a la voluntad. En esta teoría queda
simbolizada la característica de todo el idealismo de ser una actitud contraria
de la actitud espontánea, de ser una actitud voluntaria.
Otro punto en el cual se oponen, es que el realismo es
una actitud que pude llamarse extravertida.
Consiste en abrirse, ir hacia las cosas, derramar sobre ellas la capacidad
perceptiva del espíritu para que la realidad del mundo penetre en nosotros en
forma de imágenes y conceptos. En cambio, el idealismo es una actitud intravertida que consiste en torcer la
dirección de la atención, y en vez de posarla sobre las cosas del mundo que nos
rodea, hacer un cuarto de conversión que como un “boomerang” recae sobre el
mismo yo.
Una actitud reflexiva que exige un esfuerzo contrario, y sólo
puede llevarse a cabo en forma deliberada.
Por último, también pueden contraponerse la actitud
realista y la actitud idealista en cuanto al conocimiento. En el realismo el conocimiento viene de las cosas hacia nosotros, hasta tal
punto que hubo filósofos antiguos (los epicúreos) que consideraban que de las
cosas salían pequeñas imágenes -ídolos,
como ellos llamaban- que venían a herir el sujeto. En cambio el idealismo
considera el conocimiento como una actividad que va del sujeto a las cosas, una actividad elaborativa de conceptos al
cabo de cuyo proceso surge la realidad de la cosa.
Para el realismo, la realidad de la cosa es lo primero y
el conocimiento viene después. Para el idealismo, la realidad de la cosa es el
último escalón de una actividad del sujeto pensante, que remata en la
construcción de la realidad misma de las cosas.
Haciendo ese esfuerzo necesario para adoptar esa actitud
idealista, que es artificial,
voluntaria, intravertida y que considera la realidad no como algo dado
sino como algo que hay que conquistar a fuerza de pensamiento, nos encontramos
con que aparece ante nuestra inspección intelectual un nuevo tipo de ser, el
que el idealismo ha descubierto: el ser del pensamiento puro.
El ser del
pensamiento puro
En la filosofía aristotélica, el conocimiento es una
relación mediata fundada en un intermediario entre la mente y las cosas:
"mediante" el concepto conocemos las cosas. Por eso ese conocimiento
era siempre discutible, ya que si la verdad del concepto consistía en ajustarse
a la cosa, siempre cabía discutir si el concepto se ajustaba o no a ella.
En cambio, el resultado de la marcha de la reflexión
cartesiana es el descubrimiento de lo inmediato. Descartes busca un
conocimiento que no ofrezca el flanco a la duda, un conocimiento que no sea
"por medio" del concepto, sino que consista en una posición tal que
entre el sujeto que conoce y lo conocido no se interponga nada. Ahora bien: ¿qué
cosa hay tal que no necesite un concepto entre el sujeto y la cosa? ¿Qué cosa
hay capaz de ser conocida con un conocimiento inmediato, que no consista en
interponer un concepto? Pues bien: lo
único capaz de llenar estas condiciones de inmediatez, es el pensamiento mismo.
Recuerda G. M que todo pensamiento, todo acto intelectual
consiste en la aprehensión de un objeto, en enderezar la atención hacia algo (3) En
todo pensamiento hay el pensamiento como acto y el objeto como contenido de ese
acto, el pensamiento que piensa y lo pensado en el pensamiento.(4)
Esa distinción conduce a la reflexión de que el objeto
del pensamiento, lo pensado es con respecto al sujeto, mediato. Se necesita el intermedio del acto de pensar para entrar en
contacto con él. En cambio el pensamiento de lo pensado es inmediato, no necesita de intermedio alguno para inscribir en el
sujeto la más inmediata presencia. Cuando yo pienso algo, eso en que pienso
está más lejos de mí. Mi pensamiento de ese algo, en cambio, es lo que esta tan
cerca de mí que soy yo mismo pensando, por eso lo llamamos inmediato. La
inmediatez hace que el pensamiento que yo pienso sea mi propio yo en el acto de
pensar. Por eso la identidad entre el pensamiento y yo es el primer resultado a
que se llega cuando, en el afán de obtener algo indubitable, se abandonan los
objetos que son dudosos, puesto que son mediatos, y se fija la atención sobre
los pensamientos que son indudables, precisamente porque son inmediatos, porque
son mi propio yo pensando.
Si todo pensamiento lo es de una cosa, puede siempre
dudarse de que la cosa sea como el pensamiento la piensa. Pero si se retrae el
interés y la mirada no a la relación entre el pensamiento y la cosa, sino a la
relación entre el pensamiento y el sujeto, si se toma el pensamiento mismo como
objeto, entonces aquí ya no puede morder la duda.(5)
La duda puede instalarse en el problema de si el
pensamiento coincide con la cosa, pero no tiene lugar posible en el pensamiento
mismo; si sueño que estoy metido en una barca y remando en un río, mi sueño
podrá ser falso y no estar realmente en ninguna barca ni en ningún río, sino
metido en mi cama; pero lo que no es falso, es que estoy soñando eso. Si
entonces digo: estoy soñando esto, no me he equivocado no puedo dudar de que lo
estoy pensando. El pensamiento mismo es indubitable, en el pensamiento mismo la
duda no tiene sentido.
Esa identidad del pensamiento que es inmediato y el yo mismo,
es lo que para G. M Descartes descubre y lo que constituye para él la base, el
fundamento mismo de toda la filosofía (6). Aplicando la duda a todo
cuanto se presenta, resume esta aplicación metódica de la duda en los términos
de apartar de sí como dudosos todos los objetos, y no considerar como
indudables más que los pensamientos. ¿Y por qué considera indudables los
pensamientos? Porque los pensamientos están tan inmediatamente próximos a mí,
que se confunden con mi yo mismo. Esa inmediatez es la que los hace indudables
y es al propio tiempo la que los hace fundirse todos ellos en la unidad del yo.
(7)
Existen los pensamientos, contesta Descartes a la
pregunta metafísica, pero como los pensamientos no son otra cosa que yo
pensando, como ser pensante "Je suis
une chose qui pense", yo soy una cosa que piensa (8). He
aquí la nueva existencia, sobre la cual hace presa la actitud idealista, que descubre
como primera realidad, como ente que existe primeramente, el yo pensando.
El ser de la cosa
Al decir Descartes que los pensamientos no son otra cosa que
yo pensando y que yo existo como pensante -"je suis une chose qui pense"- lo que hace es reintroducir en
la nueva realidad descubierta, en la realidad pensamiento, el concepto de cosa.
Considera que el pensamiento es una cosa, que yo soy una cosa que piensa e
incluso no siente el menor reparo en decir
"je suis une substance pensente",
yo soy una substancia pensante.
En esas palabras "cosa que piensa",
"substancia pensante", desconoce un residuo del realismo, el cual
considera todo ser bajo la especie de la cosa, de la substancia, como si no pudiera haber otro ser que el de
la substancia. En el "cogito" cartesiano ha quedado subrepticiamente
introducida la noción de cosa, que queda
incrustada en este nuevo objeto que es el pensamiento.
Pero aparte de esta noción de cosa "en sí"
olvidada en el seno mismo del yo pensante, las adquisiciones logradas por el
idealismo representan una concepción del ser totalmente distinta de la
concepción del realismo. Para éste el ser de las cosas "es" un ser inteligible antes e independientemente
de todo pensamiento, está ahí, existe en sí mismo, independientemente de mí
pero que en todo momento puedo llegar a conocer; dicho de otro modo, la cosa
existente en sí y por sí.
La concepción del ser del idealismo es radicalmente
distinta; porque aun conservando la noción de cosa, si se repara en qué es esta
cosa pensante, el yo pensante, nos encontramos con que no puede decirse que sea
inteligible, cómo decimos en las cosas en el realismo, sino que es inteligente. El yo pensante no es algo
que entre a ser contenido de conciencia, sino que es conciencia continente.
Si el ser de los realistas es un ser inteligible, el de los idealistas, el pensamiento puro, es un ser inteligente. El acento, el subrayado ha
cambiado de sitio, y en vez de recaer sobre el objeto recae ahora sobre el acto
pensante por medio del cuál se capta el objeto.
Por eso es que lo que para el realismo no presentaba
conflicto, se convierte en problema para el idealismo. Porque si lo único que
indubitablemente existe es el yo pensante, y éste no puede funcionar si no
piensa algo, lo pensado por el yo ¿existe o no? ¿es meramente un término
interno del pensamiento, o señala una existencia en sí misma exterior y más allá
del pensamiento?
Res extensa
La idea de la extensión, es indubitable: es mi
conciencia, es yo mismo pensando. Pero la extensión pensada en esa idea, ¿existe
o no existe? ¿Cómo resuelve Descartes el problema, cómo extrae del yo puro el
mundo de las cosas reales, los objetos del pensamiento?
El punto de partida es una existencia, mi yo; de eso es
de lo único que estamos seguros. Pero ¿cómo ahora con mis pensamientos puedo
transitar de mi existencia y la de mis pensamientos a otras existencias?, ¿cómo
puedo pasar a ellas?
Lo primero que hace Descartes es distinguir entre los
pensamientos dividiéndolos en dos grupos:
aquellos que al examinarlos aparecen como pensamientos embrollados, confusos, en
los que sus partes internas no están claramente definidas ni están bien separados
de otros pensamientos. Y aquellos que en cambio son claros y distintos, en los
que lo pensado es perfectamente discernible de cualquier otro pensamiento,
perfectamente dividido sus elementos, en los que puedo posar la atención sin
confusión.(9)
Advierte Descartes que existe una enormidad de razones
para dudar de los pensamientos confusos y oscuros, pero no ocurre así con las ideas
claras y distintas.
El mundo sensible se compone de pensamientos oscuros y
confusos, que dan cuerpo y margen a la duda. Pero a esos pensamientos, puedo
analizarlos, descomponerlos en sus elementos. Puedo, por ejemplo, del sol
quitar el calor, la luz, el peso, el movimiento, y me quedaré con una forma esférica.
Entonces el pensamiento geométrico de la esfera es un pensamiento claro y
distinto. ¿Puedo dudar de que la esfera exista? ¿Puedo dudar de que el hecho
pensado objeto geométrico de la esfera es un objeto real? En estos pensamientos
claros y distintos la duda es difícil, pero sin embargo hay que llevar a ellos
también la duda, porque aunque claros y distintos, son pensamientos y lo único
indudable que hay en ellos es el acto de pensar.(10)
Lo único cierto y seguro cuando pienso la esfera, es mi
pensar la esfera. Pero ¿y la esfera misma, pensada por mí, el objeto contenido
del pensamiento? ¿Existe o no existe? En el pensamiento mismo no hay la menor
garantía de su realidad, de su existencia. En un pensamiento claro y distinto hay
una porción de proporciones a creer en la realidad del objeto, pero en el
pensamiento mismo no existe ninguna nota que equivalga a la más mínima garantía
de que el objeto exista, además de estar contenido en el pensamiento (11).
Señala G. M que Descartes expresa eso de una manera muy
particular; como es un filósofo que gusta de expresarse en términos accesibles
a todo el mundo, hablar como decían los franceses de su época "le langage des honnetes gens", el
lenguaje de las personas bien educadas, evita en lo posible lo que él llama
términos de la escuela; y para dar a entender que en ningún pensamiento por claro
y distinto que sea hay la más mínima garantía de la existencia de su objeto, hace
un rodeo extraño. Es la hipótesis de que algún geniecillo maligno y
todopoderoso se empeña en engañarme; pone en mi mente pensamientos de una
claridad, sencillez y evidencia indubitable, y sin embargo esos pensamientos,
quizá sean falsos porque ese geniecillo todopoderoso, maligno y burlón se dé el
gusto de poner en mi mente pensamientos evidentes que sin embargo son mentirosos.
Según G. M, con esa manera de hablar lo que quiere decir
Descartes es que un pensamiento no contiene nunca, en su estructura como pensamiento
ninguna garantía de que el objeto pensado corresponda a una realidad fuera del
pensamiento. (12)
La existencia de
Dios
Si la filosofía de Descartas no pudiera salir de allí, encallaría
en lo que se llama "solipsismo": existo yo y mis pensamientos. Pero
Descartes descubre entre los pensamientos claros y distintos, un pensamiento
que se distingue de todos los otros porque tiene en sí mismo la garantía de que
el objeto pensado existe fuera del pensamiento, contiene esa garantía de
existencia de su objeto (13).
Ese pensamiento es la idea de Dios, y Descartes plantea tres demostraciones de la existencia de Dios.
La primera consiste en inspeccionar la idea misma de
Dios. Si lo hacemos encontramos la idea de un ser infinito, perfecto,
omnisciente, todopoderoso. Esa idea, ese objeto que todavía no sabemos si
existe o no, pero que está contenido dentro de mi pensamiento, ¿cómo podríamos
nosotros haberla formado? ¿De dónde podríamos nosotros haber sacado esa idea?
No de nosotros, porque lo mentado en esa idea es tan superior a todo cuanto
somos, está tan por encima de las posibilidades de invención que pueda haber en
nuestro pensar en general, que no es posible que no responda a una realidad
fuera de ella.
La segunda prueba es una transposición de la que dio Aristóteles:
yo existo, tal es la primera verdad que he descubierto al apartar la vista de
los objetos y concentrarla sobre los pensamientos. Pero yo que existo tengo una
existencia cuyo fundamento no percibo; existo con una existencia contingente.
No vale que diga que debo la existencia a mis padres, que en el pasado y en el
futuro mi existencia permanece, porque no hay ningún motivo por el cual en mi
existencia se dé la prolongación de ella dentro de un momento o el haber existido
un momento antes. Mi existencia es contingente, no es necesaria y si es
contingente necesita un fundamento. Y por lejos que vaya a tomar este
fundamento, remontándome a otro y a otro y a otro, tendré que acabar siempre
por admitir un ser, una existencia que sea el fundamento de la mía. (14)
La tercera prueba de la existencia de Dios es el famoso
argumento ontológico al cual Descartes da una importancia especial, dedicándole
casi una meditación entera. Este argumento consiste en señalar la
característica de la idea de Dios como una idea singularísima, única, en la
cual el pensamiento de Dios contiene también su existencia. El pensamiento de
ese objeto es el pensamiento de un objeto en cuyas notas características, en
cuyo objeto pensado está también la existencia.
G. M dice: Voy a formularles a ustedes el argumento
ontológico de una manera no cartesiana, que no responde al espíritu de
Descartes pero que nos ayudará a entenderlo. Yo tengo la idea de un ser
perfecto, ese ser existe. Demostración: un ser perfecto tiene todas las
perfecciones, la existencia es una perfección, luego el ser perfecto tiene
existencia.
Descartes no lo formula en esa forma silogística, sino en
esta otra: en el pensamiento de la esencia del ser perfecto, está contenida
necesariamente la existencia como una de las notas que al mismo tiempo resulta
ser nota del contenido del pensamiento y de la realidad objetiva del
pensamiento. Descartes considera la idea de Dios como la única de las ideas que
en sí misma lleva la garantía de su realidad exterior y de todos los argumentos
de que se vale este último es el único en el cual cree profundamente.
Una broma
metafísica
Demostrada la existencia de Dios, cae de su base el
escrúpulo que él llama en broma metafísico, del genio maligno. Ya no hay
posibilidad de suponer que un geniecillo todopoderoso, maléfico y burlón se
entretenga en engañarme, puesto que ahora sé que Dios existe, es infinitamente
perfecto y no me engaña. Permite que me equivoque, que tenga ideas confusas y
oscuras, por lo cual debo mantener mi voluntad firme para no arriesgarme a
afirmar esas ideas. Si lo hago no me equivocaré jamás, la existencia de Dios es
una garantía de que el mundo, los objetos pensados por ideas claras y distintas
tienen realidad.
Dice G. M: Descartes ha logrado sacar del yo el mundo.
Pero un mundo que no se parece nada a lo que solemos llamar como tal, porque ha
sido elaborado quitándole las irregularidades, los colores, las complicaciones.
Un mundo de substancialidad geométrica, de puntos, líneas, ángulos, triángulos,
octaedros, esferas que están en movimiento; es "l'extension", "l'étendue", la extensión de
distancias.
Así, el sistema de Descartes está montado sobre tres
substancias: el yo pensante o pensamiento; la extensión y Dios. Dios substancia
creadora, y las otras dos substancias creadas.
De ese mundo de pura substancialidad geométrica, de ese
pensamiento cartesiano parte el mundo de la fisicomatemática, y ciencia
moderna. La concepción de Descartes que consiste en reducir lo confuso y oscuro
a claro y distinto es la idea que consiste en eliminar del universo la cualidad
y no dejar estar más que la cantidad. Y esa cantidad, sometida a medición y a
ley, tratada matemáticamente por los recursos que la geometría analítica
primero, luego el cálculo diferencial integral, más tarde modernamente el
cálculo de vectores y toda la fisicomatemática proporcionan, sometida a esas
elaboraciones, produce hoy día un mundo científico que es tan extraño al mundo
de nuestra intuición sensible, como ese que proponía Descartes.
Extrae del yo un mundo de puntos y figuras geométricas, que
es el que hallaremos si consultamos cualquier libro de física contemporáneo, en
el cual veremos qué realidades nos presenta: una relación compuesta de
ecuaciones diferenciales, integrales, de protones, de electrones, de "quantas"
de energía; realidad que Descartes inauguró en el pensamiento científico y filosófico
de la cultura moderna.
Mecánica de la
vida
Descartes, con una cohesión sistemática que no deja la
menor falla en la aplicación de sus principios, se topa con el problema de la
vida y lo resuelve mecanizándola. Para Descartes los animales, los seres
vivientes, son puros mecanismos y nada más que mecanismos.
¿Y el alma? El hombre es mecanismo en todo lo que no es
pensamiento puro, como cualquier animal, pero tiene además pensamiento.
Descartes reduce a pensamiento todas las vivencias de la psicología, sentimientos,
pasiones, emociones, toda la vida sentimental, todo lo que hay en nuestra alma
que no sea puro pensar, es para Descartes también Pensar, pero pensar confuso,
oscuro. En su teoría de las pasiones, propone al hombre que estudie eso que se llaman
pasiones, emociones y verá como se reducen a ideas confusas y oscuras; luego que
haya visto eso desaparecerá la pasión y podrá el hombre vivir sin pasiones que
estorban y molestan en la vida.
Así se establece el predominio absoluto del intelecto, de
la razón. La filosofía cartesiana inaugura una era de intelectualismo, de
racionalismo, que se lanzará sobre todos los problemas del mundo, de la ciencia
y de la vida hasta que aparezca en el horizonte de la cultura moderna el
problema de la historia, el cual ni el intelectualismo ni el racionalismo
podrán resolver.
Porque el idealismo es un producto de la historia, que
empieza en un determinado momento de ella con Descartes y termina en nuestros
días, al ser un producto de la historia no puede explicarla.
Señala G. M que la duda cartesiana puede hacer mella
sobre los objetos del pensamiento, pero una vez detenida antes de llegar a ellos,
en el pensamiento de esos objetos, concentrada en el acto mismo de pensar, la
duda ya no puede hacer mella en esta nueva realidad, y tiene que rendirse. Entonces
lo inmediato del pensamiento aparece como lo existente en sí. Pero como entre
el pensamiento y el yo no hay, para Descartes ningún intersticio diferencial,
la actitud idealista ha de comenzar necesariamente por la afirmación de la
existencia del yo pensante. (15)
¿Cuál es la consecuencia de esta insólita actitud, de
este retorcimiento del pensar sobre sí mismo, de este estilo que no sin razón
se ha comparado con el barroco en las artes? La consecuencia es que los objetos
del pensamiento se convierten en problema.
Finalmente, todas ese conjunto de reflexiones, ¿qué
impresión nos produce sino la de que ahí se esconden cuestiones de lógica y de
psicología? Se trata unas veces del pensamiento como vivencia del yo, del yo
como el que vive los pensamientos, es decir psicología pura. Otras veces se
trata del objeto pensado por el pensamiento y de si ese objeto pensado por el
pensamiento existe o no; de si el pensamiento que lo piensa es verdadero o no;
de si ese pensamiento, considerado esta vez no como vivencia del yo sino como
enunciación de algo, es un pensamiento que se refiere a un objeto real o no. En
este segundo caso son cuestiones de lógica y de ontología las que están
fundidas en esas reflexiones.
Por consiguiente, tendremos que decir que la postura idealista
implica necesariamente que la filosofía se inicia por una reflexión lógica y
psicológica acerca de los pensamientos y de sus objetos. Esto es, por una teoría
del conocimiento. Ésta, podrá ser más preponderantemente psicológica o más marcadamente
lógica, se fijará quizá preferentemente en los pensamientos como vivencias del
yo, o en los pensamientos como enunciados del objeto. Pero en todo caso siempre
el idealismo antepondrá a toda otra cuestión ulterior, una teoría del
conocimiento.
Y, en efecto, históricamente es así. Las primeras
meditaciones de Descartes, las que anteceden a la demostración de la existencia
de Dios, son ya una teoría del conocimiento. Son la exposición en términos más
bien populares y accesibles, de otras reflexiones mucho más ampliamente
expuestas en las Reglas para la dirección del espíritu -obra de su juventud que
no fue publicada hasta después de su muerte- en las que es evidente que en el
propio Descartes el problema metafísico no es abordado sino después de una
preparación más o menos minuciosa del problema de teoría del conocimiento, o,
como suele decirse, epistemológico.
Después de Descartes los filósofos que le siguieron sintieron
con una claridad total y completa esa necesidad inherente al idealismo de
explicarse primero acerca del conocimiento, de sus orígenes, de sus límites, de
sus posibilidades. Pero esa, en todo caso, es otra navegación.
diciembre 2013
Notas de lectura
(*) Bacon, es mencionado tanto por Freud como por Lacan. Freud en su trabajo sobre Leonardo Da Vinci, y Lacan en el seminario XI, clase del 3-6-1964.
El texto, leído atentamente por Pablo Grimoldi, mereció de su parte los comentarios que aquí se transcriben.
(1)
Esto se liga plenamente con la concepción realista del lenguaje…de hecho
podemos cambiar la palabra pensamiento por lenguaje en la dialéctica que
instala el realismo cuando dice “La verdad es esa adecuación entre pensamiento
y cosa”. Desde la posición realista del lenguaje, la palabra y la cosa se adecúan…pero,
y por sobre todo, la cosa causa a la palabra. Esto es uno de los términos que
debatirán con los nominalistas: ¿la palabra es causada por la cosa –realismo- o
la palabra nombra tan solo a la cosa, aplicándole una convención: el lenguaje
–nominalismo-? Todavía no había llegado Saussure.
(2)
Esto último está muy bueno…nosotros podríamos extender el asunto y
preguntarnos… ¿por qué el pensamiento moderno no es inocente y espontáneo?...acerco
una tentativa de hipótesis: tal vez porque tiene encima la marca del fracaso.
(3)
¿Cómo pensar esto en relación al significante? ¿Qué pasa si decimos que el
significante pretende, insiste en aprehender un objeto? Yo creo que esto es
correcto…si pensamos que el objeto pasa a ser el significado…y, diría Lacan…se
desliza eternamente.
(4) ¿No
es con Descartes en el punto culminante de su meditación en dónde esto queda
desbaratado?; es decir que Descartes toca el punto en donde lo único que tiene
entre sus manos es el acto de pensar y no, lo pensado).
(5)
Aquí entiendo que no hay ni sujeto ni yo, ni objeto alguno…tan sólo
pensamiento, es decir, lenguaje
(6) Veamos
que el yo como objeto puede, y según el método debe, quedar desechado por la
duda, “sólo pienso, o mejor dicho, eso piensa” y “eso” no puedo afirmar qué es
porque ya nuevamente entraría en el campo de lo dudado. Bueno…Freud en el
análisis de la joven homosexual también se entera de que el inconsciente
miente…pero de lo que no duda es que el inconsciente habla…bajo la forma de la
mentira pero habla. Lacan lee esto en el seminario 11. A su vez, nosotros
también establecemos una diferencia entre el trabajo del inconsciente que
produce sus formaciones; y no confundimos al inconsciente con el síntoma o el
sueño. Con Freud tenemos la diferencia entre el inconsciente como trabajo, en
donde aparecen las virtudes lenguajeras de ese inconsciente y “el oscuro Ello”.
(7)
Justamente, los pensamientos son sólo pensamientos, ya no hay ningún “mí”. Yo creo que esto puede ser afirmado porque no
se concibe que los pensamientos puedan existir sin un yo o sin un sujeto. La causa
de los pensamientos no está en el yo o en el individuo en el momento más álgido
de la meditación Cartesiana. Aquí la “unidad del yo” es insostenible. Nada
permite afirmarla, Descartes la saca de la galera. Descartes no se da cuenta
que a partir de su método, el yo o el sujeto quedan pendiente del
pensamiento-lenguaje. Justamente de un pensamiento sin pensador, dependiendo
del lenguaje sin individuo. Yo creo que Descartes tocó ese punto y, ante
semejante evanescencia de su ser, lo resolvió “sintomáticamente” con el Yo).
(8) Yo
puedo pensar que soy una cosa que piensa pero eso no implica que “yo sea esa
cosa” porque pensar que soy no quiere decir que yo efectivamente sea.
Simplemente lo pienso.
(9)
Este rasgo metódico está muy bueno para los alumnos…y para nosotros también,
para encontrar sus límites)
(10)
Claro, porque yo puedo soñar la esfera y en el sueño no existe como objeto real
(11) Y
entonces… ¿por qué no hace lo mismo con el yo o la conciencia?
(12) Y
otra vez va el cántaro a la fuente ¡!! ¿Con esto se puede constituir al Yo? ¡!!
(13) El
pensamiento es él, el sí mismo, aunque Descartes, justo aquí vira hacia el
discurso de la ciencia, habiendo también separado al yo del pensamiento
(14)
Estas prueba es fácilmente rebatible y tiene en sí misma, así enunciada como
está, la respuesta misma…lo que tocó es la falta de fundamento…para enseguida
precipitarse en Dios como causa, puso un significado en dónde no lo había: “Mi
existencia es contingente, no es necesaria y si es contingente necesita un
fundamento”.
(15)
Hay una diferencia, hay un intersticio entre el yo y el lenguaje…a no ser que,
arbitrariamente los consideremos homólogos, ¿cuál es la diferencia entre el yo
y el lenguaje?
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