Al contribuir al 50º aniversario del Hospital
Henri-Rousselle, por el favor que los míos y yo allí recibimos en un trabajo
del cual indicaré lo que sabía hacer, es decir, pasar la presentación, rindo
homenaje al doctor Daumézon, que me lo permitió.
Lo que sigue nada prejuzga, según mi costumbre,
del interés que le prestará su destino:1 mi decir en Sainte-Anne fue vacuola,
igual que en Henri-Rousselle y, ¿se imaginan?, desde hace casi el mismo tiempo,
guardando en cualquier caso el valor de esa carta que digo llega siempre donde
debe.
Parto de migajas, ciertamente no filosóficas,
puesto que son el relieve de mi seminario de este año (en París I).
Allí, en dos oportunidades, inscribí en la
pizarra (de una tercera en Milán donde, itinerante, las había convertido en
pancarta para un flash sobre "el discurso psicoanalítico") estas dos
frases:
Que se diga queda olvidado tras lo que se dice
en lo que se escucha.
Este enunciado que parece de aserción por
producirse en una forma universal, es de hecho modal, existencial como tal: el
subjuntivo con que se modula su sujeto lo testimonia.
Si el bienvenido que de mi auditorio me responde
lo bastante como para que el término seminario no sea demasiado indigno de lo
que traigo de palabra, no me hubiese desviado de estas frases, hubiera querido
demostrar, por su relación de significación, el sentido que toman con el
discurso psicoanalítico. La oposición que evoco aquí habrá de ser acentuada más
adelante.
Recuerdo que con la lógica este discurso toca a
lo real, al encontrarlo como imposible, por lo cual es el discurso que la lleva
a su última potencia: ciencia, he dicho, de lo real. Que aquí me perdonen los
que, por ser los interesados, no lo saben. Aun me anduviese yo con miramientos,
los acontecimientos se lo enseñarían muy pronto.
La significación, por ser gramatical, rubrica
primero que la segunda frase se refiere a la primera, al convertirla en su
sujeto bajo la forma de un particular. Dice: este enunciado, y luego lo
califica con el asertivo de postularse como verdadero, lo cual confirma porque
tiene la forma de la proposición llamada universal en lógica: en todo caso
queda el decir olvidado tras lo dicho.
Pero de antítesis, esto es, en el mismo plano,
en un segundo tiempo, denuncia su semblante:2 al afirmarlo por el hecho de que
su sujeto es modal, y al probarlo porque éste se modula gramaticalmente como:
que se diga. Cosa que ella convoca no tanto a la memoria sino, como se dice: a
la existencia.
La primera frase no pertenece pues a ese plano
tético de verdad que el primer tiempo de la segunda asegura, como de costumbre,
mediante tautologías (aquí dos). Se evoca que su enunciación es momento de
existencia, que situada con el discurso, "ex-siste" a la verdad.
Reconozcamos aquí la vía por donde adviene lo necesario:
en buena lógica, se entiende, la que ordena sus modos de proceder desde donde
accede, o sea, ese imposible, módico sin duda aunque por ello incómodo, de que
para que un dicho sea verdadero todavía hace falta que se diga, que decir haya.
Con lo cual la gramática mide ya fuerza y
debilidad de las lógicas que se aislan de ella, para, con su subjuntivo,
escindirlas, e indica que concentra su poder, por desbrozarlas a todas
Pues, insisto en ello una vez más, "no hay
metalenguaje" tal que alguna de las lógicas, por armarse de la
proposición, lo pueda usar de báculo (que cada una se quede con su
imbecilidad),3 y si alguien cree poder encontrarlo en mi referencia, más
arriba, al discurso, lo refuto porque la frase que parece ahí ser el objeto de
la segunda, no por ello se aplica menos significativamente a ésta.
Pues esta segunda, que se la diga queda olvidado
tras de lo que se dice. Y ello, de modo tanto más impresionante que es
asertiva, sin remisión, hasta el punto de ser tautológica en las pruebas que
ofrece -al denunciar en la primera su semblante, postula su propio decir como
inexistente, ya que al cuestionar a ésta como dicho de verdad, a la existencia
hace responder de su decir, y no porque haga existir este decir, ya que sólo lo
denomina, sino porque le niega la verdad- sin decir.
Si se extiende este proceso, nace la fórmula,
mía, de que no hay universal que no tenga que contenerse con una existencia que
lo niega. Así, el estereotipo de que todo hombre es mortal no se enuncia desde
ninguna parte. La lógica que le pone fecha, no es sino la de una filosofía que
simula esa nulibiquidad, ese hacer de coartada para lo que denomino discurso
del amo.
Ahora bien, no de este solo discurso, sino del
lugar donde toman turno otros (otros discursos), el que designo como el del
semblante, toma un decir su sentido.
Este lugar no es para todos, pero les ex-siste,
y de allí se homologa (se hombreloga) que todos son mortales. Sólo pueden serlo
todos, puesto que a la muerte se les delega de este lugar, y es bien necesario que
sean todos pues ahí se vela por la maravilla del bien de todos. Y
particularmente cuando lo que ahí vela pone semblante de significante amo o de
saber. De allí el sonsonete de la lógica filosófica.
No hay pues universal que no se reduzca a lo
posible. Aun la muerte, ya que ésa es la punta con la que ella se articula. Por
universal que se la postule, nunca deja de ser más que posible. Que la ley se
aligere por afirmarse como formulada desde ninguna parte, es decir, con ser sin
razón, confirma aun más de dónde sale su decir.
Antes de devolver al análisis el mérito de esta
apercepción, saldemos cuentas con nuestras frases señalando que el "en lo
que se escucha" de la primera, empalma asimismo con la existencia del
"queda olvidado" que destaca la segunda y con el "lo que se
dice" que ella misma denuncia como cubriendo ese resto.4
Con lo cual acoto, de paso, el defecto del
intento "transformacional" por hacer lógica recurriendo a una
estructura profunda supuestamente arborescente.
Y vuelvo al sentido a fin de recordar el
esfuerzo que necesita la filosofía-la última en salvar su honor por estar al
día y haber llegado a la página que el analista hace ausente- para percibir
aquello que, del analista, es recurso cada día: que nada esconde tanto como lo
que revela, que la verdad, Aletheia = Verborgenheit.
De modo que no reniego de la fraternidad de este
decir, puesto que lo repito sólo a partir de una práctica que, al situarse
desde otro discurso, lo vuelve incuestionable.
Para los que me escuchan . . . o peor,5 este
ejercicio no hubiese hecho más que confirmar la lógica con la que se articulan
en el análisis castración y Edipo.
Freud nos encamina a que el ausentido (ab-sens)
designa el sexo: en el bulto de este sentido ausexo (ab-sexe) se explaya una
topología donde la palabra es lo tajante.
Partiendo de la locución: "eso ni que
decir", se ve que sin decir no andan muchas cosas, casi ninguna, y tampoco
la cosa freudiana tal como la situé de ser lo dicho de la verdad.
No andar sin... es hacer pareja o, como se dice,
que "las cosas no andan solas".
Es así como lo dicho no anda sin decir. Pero si
lo dicho se postula siempre como verdad, así sea sin pasar nunca de un
mediodicho (tal me expreso yo), el decir sólo se acopla allí por ex-sistir, o
sea, por no ser de la dimensión, de la dichomansión 6 de la verdad.
Es fácil hacer sentir esto en el discurso de la
matemática donde constantemente el dicho se renueva por tomar su sujeto de un
decir antes que de realidad alguna, así tenga que a ese decir sumarle la
continuación propiamente lógica que implica como dicho.
No se necesita el decir de Cantor para palpar
esto. Comienza con Euclides.
Si recurrí este año al primero, o sea, a la
teoría de los conjuntos, fue para traer la maravillosa florescencia que por
aislar en lógica lo incompleto de lo inconsistente, lo indemostrable de lo
refutable, y hasta por anexarle lo indecidible al no lograr excluirse de la
demostrabilidad, nos pone tanto contra el muro de lo imposible como para que
brote el "no es eso", que es el vagido que clama por lo real.
Dije discurso de la matemática. No lenguaje de
la misma. Téngase en cuenta para el momento de retornar al inconsciente,
estructurado como un lenguaje, he dicho desde siempre. Pues en el análisis es
donde se ordena en discurso.
Queda por recalcar que el matemático tiene con
su lenguaje los mismos tropiezos que nosotros con el inconsciente, para
traducirlo de ese pensamiento que no se sabe de qué habla, y aun para
asegurarlo como verdadero (Russell).
Por ser el lenguaje más propicio para el discurso
científico, la matemática es la ciencia sin conciencia que convierte en promesa
nuestro buen Rabelais, aquella ante la que el filósofo* sólo puede quedar
obtuso: esto alegraba a la gaya ciencia que presumía por ello la ruina del
alma. Por supuesto, le sobrevive la neurosis.
Señalado esto, el decir se demuestra, y por
escapar de lo dicho. Entonces, este privilegio sólo lo asegura al formularse en
"decir que no", cuando al ir al sentido, es el "contiene"
lo que se capta, no la contradicción-la respuesta, no la reasunción como
negación-, el rechazo, no la corrección.
Responder así suspende lo que el dicho tiene de
verdadero.
Lo cual se aclara con la luz rasante que el
discurso analítico aporta a los otros, al revelar los lugares modales con que
se cumple su ronda.
Voy a metaforizar ahora, con el incesto, la
relación que la verdad mantiene con lo real. El decir viene de donde él la
ordena.
¿Pero no puede haber también decir directo?
Decir lo que hay, es cosa que no les dice nada,
queridos amiguitos de la sala de guardia, llamada así sin duda porque se guarda
bien de contrariar el patronazgo al que aspira (sea cual fuere).
Decir lo que hay, durante mucho tiempo era algo
que encumbraba a un hombre hasta esa profesión que ya sólo les obsesiona por su
vacío: el médico, que en todas las épocas y por toda la superficie terráquea,
sobre lo que hay. se Pronuncia. Pero es también por lo siguiente: que lo que
hay sólo tiene interés por tener que ser conjurado.
La historia ha reducido esta función sacramental
hasta tal punto, que comprendo vuestro malestar. Ni siquiera les cabe, la época
no está para eso, fungir de filósofos, última muda en la que, haciendo de
lacayos de emperadores y príncipes, los médicos encontraron su supervivencia
(léase a Fernel).
Sepan no obstante, aunque el análisis sea de una
sigla diferente -y pese a ello les atrae, lo cual es comprensible-de qué doy
testimonio primero.
Lo digo, por estar demostrado sin excepción
respecto de los que llamé mis "dandies": no hay la más pequeña vía de
acceso a Freud que no esté recusada-y sin remisión en este caso-por la elección
de tal o cual analista.
Es que no hay formación del analista concebible
fuera del mantenimiento de este decir, y que Freud, por no haber forjado, con
el discurso del analista, el lazo que atase a las sociedades de (
psicoanálisis, las situó desde otros discursos que necesariamente tachan su
decir.
Cosa que todos mis escritos demuestran.
El decir de Freud se infiere de la lógica que
toma en su fuente el dicho del inconsciente. En tanto que Freud descubrió ese
dicho, ex-siste.
Restituir este decir es necesario para que el
discurso se constituya del análisis (a lo cual contribuyo), y a partir de la
experiencia donde resulta que existe.
No se puede, este decir, traducirlo en términos
de verdad ya que de la verdad sólo hay mediodicho, bien cortado, pero el que
haya ese mediodicho tajante (se conjuga hacia arriba: tú meditas, yo
malmedigo)7 sólo recibe su sentido de ese decir.
Este decir no es libre, sino que se produce por
relevar a otros que provienen dé otros discursos. Por cerrarse en el análisis
(cf. mi Radiofonía, el número justamente anterior de este aperiódico),8 su
ronda sitúa los lugares con que se cerca este decir.
Lo cercan como real, es decir, con lo imposible,
el cual se anuncia:
No hay relación sexual.
Esto supone que relación, ratio, proporción
"en general", no hay sino enunciada, y que lo real de ello sólo se
asegura confirmándose con el límite que se demuestra de las consecuencias
lógicas del enunciado.
Aquí límite inmediato, de que "no hay"
nada que hacer para hacer una proporción con un enunciado.
De esto, ninguna consecuencia lógica, lo que no
es negable, aunque ninguna negación basta para sostenerlo: solamente el decir
que: nohay.
Negó/nohay no conlleva en español la misma
homofonía que nya/nia (negación y pretérito de negar) en francés. Así, nia
(negó) basta para, con el pasado que significa, de cualquier presente cuya
existencia allí se connote marcar que nya (no hay) huella.9
Pero ¿de qué se trata? De la relación del hombre
y de la mujer en tanto precisamente fuesen apropiados, por habitar el lenguaje,
para hacer enunciado de esta relación.
¿Es la ausencia de esta relación lo que lo exila
en estábitat?10 ¿Es por abitarlo que esta relación sólo puede quedar en
entre-dicho?
No se trata de la pregunta: más bien de la
respuesta, y la respuesta que la sustenta --por ser lo que la estimula a
repetirse- es lo real.
Admitámoslo: donde es-ahí. Nada se gana con
remontarse al diluvio cuando éste ya se narra por retribuir la relación de la
mujer con la gloria.
Ilustremos sin embargo esta función de la
respuesta con un apólogo, logo acosado de aúllos por el psicólogo quien lo
suministra, ya que el alma es aúllo, y aun con la (a) minúscula, a(huyo).
Desgraciadamente, el psicólogo, por no fundar su
sector más que en la teología, quiere que lo psíquico sea normal, y por ello
elabora lo que lo suprime.
El Innenwelt y el Umwelt en especial, cuando
sería mejor que se ocupara del hombre-vuelta o del hombre-voltio que hace el
laberinto de donde el hombre no sale.
La pareja estímulo-respuesta confiesa al fin sus
invenciones. Llamar respuesta a lo que permite al individuo mantenerse en vida
es excelente pero el que la cosa termine pronto y mal, abre la pregunta que se
resuelve en que la vida reproduce al individuo, y por tanto reproduce asimismo
la pregunta o, como se dice en este caso, se repite, que es lo mismo que decir
que ella revienta.
Es precisamente lo que se descubre del
inconsciente, el cual entonces resulta ser respuesta, pero por ser ella quien
estimula.
Con lo cual también, aunque le pese, el
psicólogo regresa al hombre-vuelta de la repetición, ésa que sabemos que se
produce desde el inconsciente.
La vida sin duda reproduce, Dios sabe qué y por
qué. Pero la respuesta sólo se hace pregunta donde no hay relación que sustente
la reproducción de la vida.
A no ser que el inconsciente formule:
"¿Cómo se reproduce el hombre?", que es lo que hace en este caso.
-"Reproduciendo la pregunta", es la
respuesta. O "para hacerte hablar", dicho-de-otro-modo que tiene el
inconsciente, por ex-sistir.
A partir de ahí tenemos que obtener dos
universales, dos todos bastante consistentes para poder separar en
hablantes-quienes, por serlo, se creen seres-, dos mitades que no se enreden
demasiado en la coiteración cuando a ella lleguen.
Mitad (moitié) dice en francés que se trata de
un asunto de yo (moi), y la mitad de pollo que abría mi primer libro de lectura
me desbrozó también el camino hacia la división del sujeto.
El cuerpo de los hablantes está sujeto a
dividirse de sus órganos, lo bastante para tener que encontrarles una función.
Se precisan a veces eras: por un prepucio que adquiere uso con la circuncisión,
véase el apéndice esperarlo por siglos enteros, de la cirugía.
Así, del discurso psicoanalítico, un órgano se
hace el significante. Aquel del que puede decirse que se aísla en la realidad
corporal como carnada, por funcionar allí (la función se la delega un
discurso):
a) como fanera gracias a su aspecto de
aditamento móvil que se acentúa por su erectibilidad;
b) para ser anzuelo, donde este último acento
contribuye en las diversas pescas que hacen discurso de las voracidades con que
se tapona la inexistencia de la relación sexual.
Se reconoce ciertamente, aun en este modo de
evacuación, el órgano que por estar, digamos, "en el activo" del
macho, hace a éste, en el dicho de la copulación, merecer el activo del verbo.
Es el mismo a quien sus diversos nombres, en la lengua que uso, muy
sintomáticamente feminizan.
Es preciso, sin embargo, no equivocarse: en
cuanto a la función que le viene del discurso, pasó al significante. Un
significante puede servir para muchas cosas, igual que un órgano, pero no son
las mismas. En la castración, por ejemplo, si presta sus servicios, no tiene
(afortunadamente, en general) las mismas consecuencias que si se tratase del
órgano. Para la función de carnada, si es el órgano el que se ofrece como
anzuelo a las voracidades que situábamos antes, digamos: de origyn el
significante en cambio es el pez que devora lo que precisan los discursos para
sustentarse.
Este órgano que pasó al significante, horada el
lugar desde donde cobra efecto para el hablante, sigámoslo en eso de que se
piensa: ser, la inexistencia de la relación sexual.
El estado actual de los discursos que se
alimentan de estos seres, se sitúa desde este hecho de la inexistencia, desde
este imposible, no imposible de decir, sino que, ceñido por todos los dichos,
prueba ser lo real.
El decir de Freud así establecido se justifica
por sus dichos primero, con los cuales se prueba, lo que he dicho -se confirma
por haberse delatado en el estancamiento de la experiencia analítica, que
denuncio-, y podría desarrollarse con el resurgimiento del discurso analítico,
a lo cual me dedico, ya que, aunque sin recursos, es de mi incumbencia.**
En medio de la confusión en que el organismo
parásito que Freud injertó en su decir, hace él mismo injerto de sus dichos, no
es poca cosa dar-pie con bola, ni dar el lector con un sentido.
El enredo es insuperable por lo que se prende a
él de la castración, de los desfiladeros por donde el amor cultiva el incesto,
de la función del padre, del mito en que el Edipo se redobla con la comedia del
Padre-Orang-te, del perorante Padre-Után.
Se sabe que me esmeré durante diez años por
hacer jardín a la francesa de esas vías a las que Freud supo adherirse en su
diseño, el primero, cuando sin embargo desde siempre lo que ellas tienen de
torcido era discernible para cualquiera que hubiese querido sacar en claro lo
que suple a la relación sexual.
Aún era necesario que surgiese a la luz la
distinción de lo simbólico, lo imaginario y lo real: esto para que la
identificación a la mitad hombre y a la mitad mujer, donde acabo de evocar que
el asunto del yo domina, no fuese con su relación confundida.
Basta que el asunto de yo así como el asunto de
falo hasta donde tuvieron a bien seguirme hace un instante, se articulen en el
lenguaje, para que se conviertan en asunto de sujeto y dejen de ser de la sola
incumbencia de lo imaginario. Piénsese que ya desde el año 56 todo esto hubiese
podido darse por sabido, de consentirlo el discurso analítico.
Pues en la "Cuestión Previa" de mis
Escritos, que debía leerse como la respuesta dada por lo percibido en las
psicosis, introduzco el Nombre-del-Padre, y con los campos (de los cuales hay
grafo en ese Escrito), que permiten ordenar la psicosis misma, se puede
calibrar su potencia.
No hay nada excesivo, en vista de lo que nos da
la experiencia, en poner bajo el acápite del ser o tener el falo (cf. mi
Bedeutung de los Escritos) la función que suple a la relación sexual.
De allí una inscripción posible (en la
significación donde la posible es fundante, leibniziana) de esta función como
fi_may_de_x a lo cual los seres van a responder por su modo de hacer allí
argumento. Esta articulación de la función como proposición es de Frege.
Pertenece sólo al orden del complemento que
ofrezco más arriba a toda posición del universal en cuanto tal, el que sea
preciso que en un punto del discurso una existencia, como se dice, tache de
falsa a la función fálica, para que establecerla sea "posible", que
es lo poco de lo que puede pretender a la existencia.
Precisamente a esta lógica se resume todo lo
tocante al complejo de Edipo.
Todo puede mantenerse si se desarrolla en torno
a lo que yo expongo de la correlación lógica de dos fórmulas que, al
inscribirse matemáticamente para_todo_x fi_may_de_x, y existe_x fi_may_de_x se
enuncian:
la primera, para todo x se cumple fi_may_de_x lo
cual puede traducirse con una y que denota valor de verdad. Esto traducido al
discurso analítico, cuya práctica es dar sentido, "quiere decir" que
todo sujeto en cuanto tal, ya que es eso lo que está en juego en este discurso,
se inscribe en la función fálica para obviar la ausencia de relación sexual (la
práctica de dar sentido es justamente la de referirse a esta ausencia, este
ausentido);
la segunda, se da excepcionalmente el caso,
familiar en matemática (el argumento x = 0 en la función exponencial 1/x), el
caso en que existe una x para la cual fi_may_de_x la función, no se cumple, es
decir, que al no funcionar queda excluida de hecho.
Precisamente, allí conjugo el todos de la
universal, modificado, más de lo que uno imagina, en el paratodo del cuantor,
con el existe un que lo cuántico le aparea, siendo patente su diferencia con lo
que implica la proposición que Aristóteles dice ser particular. Los conjugo
porque el existe un en cuestión, al hacer de límite al paratodo, es lo que lo
afirma o lo confirma (cosa que un dicho ya objeta al contradictorio de
Aristóteles).
Ello se debe a que el discurso analítico versa
sobre el sujeto que, como efecto de significación, es respuesta de lo real.
Esto lo articulaba yo, desde el 11 de abril del 56, y está recogido en texto,
con una cita del significante asemántico, para gente a quien hubiese podido
interesarle por sentirse llamada a una función de deyecto.
Desbroce, ciertamente, que no es para cualquiera
que, por montarse en el discurso universitario, lo desvía hacia ese moqueo
hermenéutico, y aun semiologizante, del que me imagino responsable, rezumante
por todos lados como está ahora, a falta de una deontología que el análisis no
les ha fijado aún.
Que yo enuncie la existencia de un sujeto
postulándola en un decir que no a la función proposicional fi_may_de_x implica
que se inscriba con un cuantor del cual esta función queda cercenada porque no
tendría en ese punto ningún valor que pueda acotarse como de verdad, lo que
quiere decir de error tampoco, y lo falso sólo habrá de entenderse falsus como
de lo caído, en lo que ya he hecho hincapié.
En lógica clásica, piénsese, lo falso se percibe
sólo por ser de la verdad el revés: él la designa también.
Es pues correcto escribir como lo hago: existe_x
. fi_may_de_x El uno que existe, es el sujeto supuesto porque la función fálica
falta allí. No es más, respecto de la relación sexual, que un modo de acceso
sin esperanza, pues el síncope de la función que sólo se mantiene allí por ser
semblante, por allí sembrarse,11 diría yo, no basta ni para inaugurar esta
relación, pero es en cambio necesario para completar la consistencia del
suplemento que hace de ella, y esto por fijar el límite donde este semblante no
es más que decencia, des-sentido (dé-sens).
Sólo opera entonces el equívoco significante, o
sea, la astucia con la cual la ausencia, el ausentido de la relación se tapona
hasta el punto de suspensión de la función.
El des-sentido, precisamente, por cargarlo a la
cuenta de la castración, lo denotaba yo de lo simbólico desde el 56 (al inicio
de los cursos: relación de objeto, estructuras freudianas: existe una reseña),
distinguiéndolo por tanto de la frustración, imaginaria, de la privación, real.
El sujeto se hallaba ahí ya supuesto, con sólo
aprehenderlo del contexto que Schreber, a través de Freud, me había
suministrado mediante la consumación de su psicosis.
Ahí, el Nombre-del-Padre, al hacer lugar de su
playa, demuestra ser el responsable según la tradición.
Lo real de esta playa, al naufragar allí el
semblante, "realiza" sin duda la relación a la que suple el
semblante, pero no más de lo que el fantasma sustenta nuestra realidad, lo que
no es poco, puesto que es todo, aparte de los cinco sentidos, si es que quieren
creerme.
La castración hace de relevo de hecho, como
vínculo con el padre, para lo que en cada discurso se connota de virilidad. Hay
pues dos dimensiones (dichomansiones) del paratodohombre, la del discurso con
el cual se paratodea y la de los lugares donde eso se thombrea, eso es hombre
(ça se thomme).12
El discurso psicoanalítico se inspira en el
decir de Freud por proceder de la segunda primero, y de una decencia
establecida por abandonar ésos -con quien la herencia biológica es generosa en
cuanto al semblante. El azar que parece no poder reducirse así tan pronto en
esta repartición se formula con la sex ratio de la especie, estable, al
parecer, sin que pueda saberse por qué: ésos -valen por una mitad, ¡en mala
hora, macho de mí!13
Los lugares de este thombreo se disciernen por
darle sentido al semblante, -con él, a la verdad de que no hay relación,-a un
goce que la suple,-y hasta al producto de su complejo, al efecto llamado
(gracias a mí) plus de gozar.
Sin duda el privilegio de estas avenidas
elegantes podría ser una ganancia que se repartiese en dividendos más razonados
que ese juego de cara o sello (dosificación de la sex ratio), si no fuese
porque la otra dimensión con la que este menoscabo que es el thombreo se
paratodea demuestra que ello agravaría el caso.
El semblante, por fortuna para una mitad,
resulta ser en efecto de un orden estrictamente inverso a la implicación que la
ofrece al oficio de un discurso.
Me ceñiré a demostrarlo con lo que sufre el
órgano mismo.
No sólo porque su thombreo sea un menoscabo a
priori por hacer de sujeto en el decir de los padres, pues para la hija puede
ser peor.
Antes bien, mientras más ensartado por el a
posteriori de los discursos que le esperan, más asuntos tendrá el órgano que
cargar.
Se le imputa ser emotivo... ¡Ah! por qué no
haberlo adiestrado mejor, quiero decir educado. Para eso, por más que se
corra...
Se ve claro en el Satiricón que darle órdenes y
hasta implorarle, vigilarlo desde temprana edad, someterlo a estudio in vitro,
nada cambia en sus humores, los que equivocadamente se cargan a cuenta de su
naturaleza, cuando por el contrario, sólo porque no le gusta lo que le obligan
a decir se tranca.
Mejor sería, para amansarlo, tener esa topología
de la que dependen sus virtudes, por ser la que dije a quien quisiese
escucharme mientras se urdía la trama destinada a acallarme (año 61-62 sobre la
identificación). La dibujé con un cross-cap, o mitra como también se llama...
Que los obispos la usen de sombrero, no sorprende.
Debe decirse que no hay nada que hacer si de un
corte circular -¿de qué? ¿qué es? ni siquiera superficie, por nada de espacio
separar-, no se sabe empero cómo se deshace.
Se trata de un asunto de estructura, o sea de lo
que no se aprende de la práctica, lo cual explica para los que lo saben que
sólo se haya sabido hace poco. Sí, pero ¿cómo? -Precisamente como eso:
perocómo.
La bastardía del órgano-dinamismo estalla
justamente por el sesgo de esta función, más que por otra cosa. ¿Acaso se cree
que el Eterno femenino atrae hacia arriba por el órgano mismo, y que funciona
mejor (o peor) porque el meollo lo libera de significar?
Digo esto por los buenos tiempos pasados de una
sala de guardia que dentro de todo esto se deja despistar, lo que delata que su
reputación de jodedero sólo proviene de las canciones que en ella se aúllan.
Ficción y canto de la palabra y del lenguaje,
sin embargo, ¿no hubiesen podido, esos muchachos y muchachas, permitirse contra
los Padresamos de los cuales, hay que decirlo, tenían el sello, los doscientos
pasos que había que hacer para ir a donde yo hablé durante diez años? Pero de
aquellos para quienes yo estaba en entredicho, ni uno solo lo hizo.
Después de todo ¿quién sabe? la necedad tiene
sus caminos que son impenetrables. Y si el psicoanálisis la propaga, se me ha
escuchado, precisamente en Henri-Rousselle, profesar que ello redunda más para
bien que para mal.
Concluyamos que hay trabacuenta en alguna parte.
El Edipo es lo que yo digo, no lo que se cree.
Con un deslizamiento que Freud no supo evitar
por implicar -en la universalidad de los cruces en la especie donde eso habla,
o sea, en el mantenimiento, fecundo al parecer, de la sex ratio (mitad-mitad)
en los que hacen mayoría, con la mezcla de sus sangres-, la significancia que
descubría en el órgano, universal en quienes son sus portadores.
Es curioso que el reconocimiento, tan
fuertemente acentuado por Freud, de la bisexualidad de los órganos somáticos
(cuando por otra parte desconocía la sexualidad cromosómica), no lo haya
llevado a la función de cobertura del falo en lo que al germen se refiere.
Pero su todothombría delata su verdad en el mito
que crea en Tótem y tabú, menos seguro que el de la Biblia pese a que lleva su
sello, para dar cuenta de las vías retorcidas por donde procede, ahí donde eso
habla, el acto sexual.
Acaso presumimos que de todothombre, si queda
huella biológica, es porque no hay sino de raza con que thombrearse y nada con
que paratodearse.
Me explico: la raza de que hablo no es la que
una antropología sustenta por decirse física, la que Hegel muy bien señaló por
el cráneo y que lo merece todavía por encontrar en él, mucho después de Lavater
y Gall, lo más grueso de sus medidas.
Pues, como se vio en el intento grotesco de
fundar con ello un Reich llamado tercero, con eso no se constituye ninguna raza
(y ese mismo racismo en los hechos tampoco).
Esta se constituye por el modo en que se
transmiten según el orden de un discurso los puestos simbólicos, los puestos
con que se perpetúa la raza de los amos y no menos la de los esclavos, de los
pedantes igualmente, a los que les hace falta para responder por ellos los
pederastas (pédants-pédés), de los machacones, agregaría yo, a quien no pueden
faltar los machacados.
Prescindo pues con toda facilidad del tiempo de
cervidumbre, de los bárbaros expulsados de donde los griegos se sitúan, de la
etnografía de los primitivos y del recurso a las estructuras elementales, para
afirmar lo que sucede con el racismo de los discursos en acción.
Me gustaría más apoyarme en el hecho de que en
cuanto a las razas, lo más seguro que poseemos se debe al horticultor, y hasta
a los animales de nuestra domesticidad, efectos de arte, y por tanto de
discurso: las razas de hombre son cosa que se mantiene con el mismo principio
que las de perro y de caballo.
Esto antes de señalar que el discurso analítico
lo paratodea a contrapelo, lo cual es concebible si resulta que cierra con su
lazo lo real.
Porque es aquel en que el analista debe ser
primero el analizado, si, como se sabe, es éste el orden con que se traza su
carrera. El analizante, aunque sólo a mí debe esta designación (pero ¿qué
asonada iguala el éxito de esta activación?), el analizante es ese cuyo
cervicio (oh sala de guardia), el cuello que se doblega, tenía que enderezarse.
Hasta ahora, sin más, hemos seguido a Freud en
lo que de la función sexual se enuncia con un paratodo, pero igualmente
quedándonos con una mitad, de las dos que discierne, en cuanto a él. del mismo
rasero por arrojar las mismas dichomansiones.
Este traslado al otro demuestra bien el
ausentido de la relación sexual. Pero es más bien, este ausentido, forzarlo.
Es de hecho el escándalo del discurso
psicoanalítico, y ya dice bastante de cómo están las cosas en la Sociedad que lo sustenta,
que este escándalo sólo se traduzca porque lo ahogan a la luz del día, si cabe
decir.
A tal punto que es mover una montaña aludir a
este debate difunto de los años treinta, y no porque al pensamiento del Maestro
no se hayan enfrentado Karen Horney, Helen Deutsch, incluso Ernest Jones, otros
también.
Pero la tapa que se le ha puesto encima desde
entonces, desde la muerte de Freud, como basta para que no se escape ni un
poquito de humo, dice mucho acerca de la contención a la cual Freud, en su
pesimismo, se remitió deliberadamente para perder, queriéndolo salvar, su
discurso.
Indiquemos solamente que las mujeres aquí
nombradas apelaron -es su inclinación en este discurso-del inconsciente a la
voz del cuerpo, como si precisamente no fuese del inconsciente de donde el
cuerpo cobra voz. Es curioso comprobar, intacta en el discurso analítico, la
desmesura que hay entre la autoridad con que las mujeres causan efectos y lo
ligero de las soluciones con que este efecto se produce.
Me conmueven las flores, más aun por ser de
retórica, con las que Karen, Helena -cuál no importa, lo olvido ahora, ya que
no me gusta volver a abrir mis seminarios-, con las que Horney o la Deutsch adornan el
encantador dedal que les sirve de reserva de agua en el corsage tal como se
lleva al dating, esto es a aquello de lo cual parece que una relación se
espera, aunque sólo fuese de su dicho.
En cuanto a Jones, la entrada de cervicio (cf.
la última línea antes del último intervalo) que toma al calificar a la mujer de
deuterofalicidad, sic, esto es, al decir exactamente lo contrario de Freud, a
saber, que ellas nada tienen que ver con el falo, al mismo tiempo que parece
decir la misma cosa, a saber, que ellas pasan por la castración, es sin duda la
obra maestra que permitió a Freud reconocer que, respecto a la cervilidad que
se espera de un biógrafo, ése era su hombre.
Agrego que la sutileza lógica no excluye la
debilidad mental que, como lo demuestra una mujer de mi escuela, proviene más
bien del decir parental que de una obtusión nata. A partir de esto era Jones el
mejor de los goym, ya que con los judíos Freud no estaba seguro de nada.
Pero me extravió volviendo a la época en que
esto, lo machaqué, ¿lo machaqué para quién?
El no hay relación sexual no implica que no haya
relación con el sexo. Es precisamente lo que la castración demuestra, pero no
más: a saber, que esta relación con el sexo no sea distinta en cada mitad, por
el hecho mismo de que las reparta.
Subrayo. No dije: que las reparta por
repartirles el órgano, velo donde se extraviaron Karen, Helen, Dios las tenga
en su gloria si aún no es así. Pues lo importante no es que parta de las
titilaciones que los meninos sienten en la mitad de su cuerpo que hay que
devolver a su yo-alto,14 sino que esa mitad haga allí entrada de emperadora
para sólo reaparecer como significante amo o meser de este asunto de relación
con el sexo. Y esto lisa y llanamente (aquí en efecto Freud tiene razón)
respecto a la función fálica, ya que por proceder justamente como suplemento de
una fanera única, es como esta función se organiza, encuentra el organon que
aquí reviso.
Lo hago porque a diferencia de él-en el caso de
las mujeres nada lo guiaba, y es justamente lo que le permitió avanzar tanto
escuchando a las histéricas que "hacen de hombre"-, a diferencia de
él, repito, no obligaré a las mujeres a medir en la horma de la castración la
vaina encantadora que ellas no elevan al significante, aun si el calzador, por
el otro lado, no sólo al significante, sino también al pie ayuda.
A hacer de calzado, por cierto, de tal pie, las
mujeres (y que entre ellas se me perdone esta generalidad que pronto repudio,
pero los hombres al respecto son duros de oreja), las mujeres, digo, se dedican
a veces a fondo. De ello se sigue entonces que el calzador sea recomendable,
pero debe preverse que ellas puedan prescindir de él, no solamente en el MLF
que es de actualidad, sino porque no hay relación sexual, de lo que lo actual
no es más que testimonio, aunque, me temo, momentáneo.
A ese paso, la elucubración freudiana del
complejo de Edipo, en la que la mujer es en él pez en el agua, por ser la
castración en ella inicial (Freud dixit), contrasta dolorosamente con el
estrago que en la mujer, en la mayoría, es la relación con la madre, de la cual
parece esperar en tanto mujer más subsistencia que del padre, lo que no pega
con su ser segundo en este estrago.
Aquí muestro mis cartas al postular el modo
cuántico bajo el cual la otra mitad, mitad del sujeto, se produce a partir de
una función por satisfacerla, o sea, por completarla con su argumento.
De dos modos depende que el sujeto se proponga
aquí ser dicho mujer. Son éstos: no_existe_x . no_fi_de_x y no_todo_x
.fi_may_de_x.
Su inscripción no es usual en matemática. Negar,
como lo marca la barra del cuantor, negar que existeun no se hace, y menos aun
cuando paratodo se paranotoda.
Es ahí, sin embargo, donde se da el sentido del
decir, porque al allí conjugarse el nohay-negó15 que susurra de los sexos en
compañía suple el que entre ellos relación no haya.
Lo que debe tomarse no en el sentido que, al
reducir nuestros cuantores a su lectura según Aristóteles, igualaría el
noexisteuno al ningunes de su universal negativa, haría volver el Tmepagnes, el
notodo (que supo sin embargo formular), a dar fe de la existencia de un sujeto
diciendo que no a la función fálica, lo que es suponerlo por la llamada
contrariedad de dos particulares.
No es éste el sentido del decir, que se inscribe
con estos cuantores. Es: que por introducirse como mitad que decir de las
mujeres, el sujeto se determina porque, no habiendo suspensión de la función
fálica, todo puede decirse de ella, aun lo proveniente de la sinrazón. Pero es
un todo fuera de universo, que se lee de inmediato en el segundo cuantor como
notodo.
El sujeto, en la mitad donde se determina a
partir de los cuantores negados, porque nada existente hace límite a la
función, nada puede asegurarse de un universo. Así al fundarse con esta mitad,
"ellas" notodas son, y en consecuencia y por ello mismo, ninguna
tampoco es toda.
Podría aquí, con desarrollar la inscripción, que
hice mediante una función hiperbólica, de la psicosis de Schreber, demostrar en
ella lo que tiene de sardónico el efecto incita-a-la-mujer que se especifica en
el primer cuantor: habiendo precisado que es por la irrupción de Un-padre como
sin razón, que se precipita aquí el efecto experimentado como forzamiento, en
el campo de un Otro que ha de pensarse como lo más ajeno a todo sentido.
Pero llevar a su potencia de extrema lógica la
función, desorientaría. Ya pude medir el esfuerzo que la buena voluntad hizo de
aplicarla a Hölderlin: sin éxito.
¿Acaso no es mucho más cómodo, y aun promesa de
delicias, acreditar al otro cuantor el singular de un "confín",
porque obliga la potencia lógica del notodo a habitarse con el receso del goce
que la feminidad sustrae, y aun cuando viene a conjugarse con lo que hace
thombre...
Pues este "confín", por enunciarse
aquí de lógica, es realmente el mismo con que se ampara Ovidio al figurarlo
como Tiresias en el mito. Decir que una mujer no es toda, es lo que el mito nos
indica por ser ella la única cuyo goce sobrepasa al que surge del coito.
Por eso mismo, quiere ser reconocida como la
única por la otra parte: harto ahí lo saben.
Pero es también donde se capta lo que hay allí
que aprender, a saber, que así se la satisficiera en la exigencia del amor, el
goce que se tiene de una mujer la divide convirtiendo su soledad en su pareja,
mientras que la unión queda en el umbral.
Pues cómo puede servirle mejor el hombre a la
mujer de la que quiere gozar, si no es devolviéndole ese goce suyo que no la
hace toda suya: por en ella re-suscitarlo.
Lo que llaman el sexo (y aun el segundo, cuando
es una necia) es propiamente, por fundarse en notoda, el Eteron que no puede
saciarse de universo.
Llamemos heterosexual, por definición, a lo que
gusta de las mujeres, cualquiera sea su propio sexo. Así será más claro.
Dije: gustar de, no: estar prometido a ellas por
una relación que no hay. Hasta es lo que implica lo insaciable del amor, que se
explica con esta premisa.
Que haya sido necesario el discurso analítico
para que esto llegue a decirse, muestra claramente que no en todo discurso
viene un decir a ex-sistir Pues la cuestión fue durante siglos machacada en
términos de intuición del sujeto, el cual era muy capaz de verlo, y aun
refocilarse con ello, sin que nunca se tomara en serio.
Debe darse inicio a la lógica del Eteros, siendo
notable que es donde desemboca el Parménides a partir de la incompatibilidad
del Uno con el Ser. Pero ¿cómo comentar ese texto ante setecientas personas?
Queda la cantera- siempre abierta al equívoco
del significante: el Eteros, por declinarse en Etera, se eteriza, y hasta se
hetairiza...
El apoyo del dos que hacer con ellos (du deux à
faire d'eux) que parece ofrecernos ese notodo, se presta a ilusión, pero la
repetición que en suma es el transfinito, muestra que se trata de un
inaccesible, a partir de lo cual, ya asegurado lo enumerable, se asegura
también la reducción.
Aquí semeja el semblante, se siembra su
semejante, cuyo equívoco sólo yo he intentado desanudar, por haberlo
escudriñado con el homosexuado,16 esto es, con lo que hasta ahora se llamaba el
hombre en forma abreviada, que es el prototipo del semejante (cf. mi estadio
del espejo).
El Eteros, observen, es quien, por sembrarse en
él de discordia, erige al hombre en su estatuto que es el de homosexual. No por
mis oficios, subrayo, sino por los de Freud, quien le devuelve este apéndice, y
con todas sus letras.
Sin embargo, sólo se siembra así de un decir por
estar ya bien avanzado. Lo que primero llama la atención es hasta qué punto el
homodicho pudo arreglárselas con todo lo que le viniese del inconsciente, hasta
el momento en que, al decirlo "estructurado como un lenguaje", di a
pensar que de tanto hablar, era poco lo dicho: que eso habla y habla, pero que
eso es todo lo que sabe causar.17 Tan poco me comprendieron, mejor así, que
puedo contar con que un día me lo van a objetar.
En suma, uno flota del islote falo,
atrincherándose ahí con lo que de él se trincha.
Así la historia se hace de maniobras navales
donde los barcos danzan su ballet con un número limitado de figuras.
Es interesante que haya mujeres que no desdeñen
entrar en su ronda: y hasta es por eso que la danza es un arte que flora cuando
los discursos se mantienen en su lugar, y en ella abren el paso quienes tienen
con qué, para el significante congruente.
Pero cuando el notoda llega a decir que no se
reconoce en ellas qué otra cosa dice si no lo que se encuentra en lo que
aporté, esto es:
el cuadrípodo de la verdad y del semblante, del
goce y de lo que de un plus de-, se esquiva al desmentir que se defiende de él,
y el bípodo cuyo intervalo muestra el ausentido
de la relación,
luego el trípode que se restituye con la entrada
del falo sublime que guía al hombre hacia su verdadero lecho, por su rumbo
haber perdido.
"Me has satisfecho thombrecito. Te diste
cuenta, era lo que hacía falta. Anda, atolondradichos no sobran, para que te
vuelva uno después del mediodicho. Gracias a la mano que te responderá con que
Antígona la llames, la misma que puede desgarrarte porque esfinjo mi notoda,
sabrás incluso, atardeciendo, equipararte a Tiresias y como él, por haber hecho
de Otro, adivinar lo que te dije".
Esto es superyomitad que no se superyomedia tan
fácilmente como la conciencia universal.
Sus dichos no pueden completarse, refutarse,
inconsistirse, indemostrarse, indecidirse sino a partir de lo que ex-siste de
las vías de su decir.
¿De qué otra fuente que la de este Otro, el Otro
de mi grafo y significado con S de A tachado: notoda, de dónde más podrá el
analista sacar peros que ponerle a lo que bulle de los ardides lógicos cuya
relación al sexo se extravía, por querer que sus caminos lleven a la otra
mitad?
Que aquí una mujer no sirva al hombre más que
para dejar de amar a otra; que él retenga contra ella el que no lo consiga,
cuando es precisamente porque lo logra que ella lo falla,
-que, torpe, el mismo imagine que por tener dos,
la vuelve toda,
-que la mujer en el pueblo sea la doña, que en
otros lados el hombre quiera que ella nada sepa:
¿desde dónde podrá el analista orientarse entre
estas gentilezas -hay otras- a no ser desde la lógica que en ellas se delata y
en la que pretendo adiestrarlo?
Me complació destacar que Aristóteles se doblega
a ella, proporcionándonos, curiosamente, los términos que yo retomo de otro
devaneo amoroso. ¿Pero acaso no hubiese sido interesante que encarrilase su
Mundo con el notodo negándole lo universal? Con ello, la existencia ya no se
marchitaba por la particularidad, y para Alejandro, su amo, hubiera podido ser
buena la advertencia: si el notodo que ex-siste se escabulle mediante un
ausentido como-ni(ng)uno con que negar el universo, hubiese sido el primero en
reírse, con.o le corresponde, de su designio de "impeorar" el
universo.
Allí es precisamente donde nitanloco, el
filósofo, toca tanto mejor la tonada del mediodicho cuanto que puede hacerlo
con buena conciencia. Se le suministra el sustento para que diga la verdad,
como el bufón, sabe que es perfectamente factible, con tal de que no suture
(Sutor...)18 por encima de su zapatitud.
Ahora viene un poco de topología.
Consideremos un toro (una superficie en forma de
"anillo"). Salta a la vista que al apretarlo entre dos dedos a todo
lo largo a partir de un punto al que se regresa, quedando al final abajo el
dedo que primero estaba arriba, es decir, operando media vuelta de torsión
durante la realización de la vuelta completa del toro, se obtiene una banda de
Moebius: con tal de considerar que la superficie así prensada confunde las dos
láminas producidas de la superficie inicial. Resulta que su evidencia se
homologa por su vaciamiento.19
Cabe demostrarlo de modo menos grosero.
Procedamos a un corte siguiendo el borde de la banda obtenida (se sabe que es
único). Es fácil ver que cada lámina, ahora separada de la que la duplica, se
continúa, sin embargo, precisamente en ésta. Así, el borde de una lámina en un
punto es el borde de la otra lámina cuando una vuelta lo ha llevado a un punto
conjugado por ser del mismo "través", y cuando con una vuelta adicional
vuelve a su punto de partida, ha dejado de lado, por haber hecho un doble lazo
repartido sobre dos láminas, otro doble lazo que constituye un segundo borde.
La banda obtenida tiene pues dos bordes, lo que basta para asegurarle un
derecho y un revés.
Su relación con la banda de Moebius que figuraba
antes de que en ella hiciéramos corte, es... que el corte la haya producido.
En eso consiste el juego de manos: con volver a
coser el mismo corte no se reproducirá la banda de Moebius puesto que sólo se la
"fingía" mediante un toro aplanado, pero con un deslizamiento de las
dos láminas una sobre otra (y también en los dos sentidos), al enfrentarse
consigo mismo el doble lazo de uno de los bordes, su costura constituye la
banda de Moebius "verdadera".
Donde la banda obtenida del toro revela ser la
banda de Moebius bipartita-con un corte no de doble vuelta, sino que se cierra
con una sola (hagámoslo por la mediana para aprehenderla... imaginariamente) .
Pero a la vez se evidencia que la banda de
Moebius no es otra cosa más que ese corte, el mismo por el cual de su
superficie desaparece.
Y la razón es que al proceder a unir consigo,
tras el deslizamiento de una lámina sobre la otra de la banda bipartita, el
doble lazo de uno de los bordes de esta misma banda, cosíamos a todo lo largo
del reverso de esta banda su anverso.
Donde se palpa que no es del través ideal con
que una banda se tuerce media vuelta, como la banda de Moebius ha de ser
imaginada; es a todo lo largo como hace que su anverso y su reverso no sean más
que uno. No hay ningún punto suyo donde uno y otro no se unan. Y la banda de
Moebius no es otra cosa sino el corte de una sola vuelta, cualquiera (aunque
puesta en imagen a partir de la impensable "mediana"), que la
estructura con una serie de líneas sin puntos.
Esto se confirma imaginando al corte
reduplicarse (por estar "más cercano" a su borde): este corte dará
una banda de Moebius, verdaderamente mediana ésta, que, achatada, quedará
haciendo cadena con la Moebius
bipartita que sería aplicable sobre un toro (por constar de dos rollos de un
mismo sentido y uno de sentido contrario o, de modo equivalente: por obtenerse
de ella tres rollos de un mismo sentido): se ve así que el ausentido que
resulta del corte simple hace la ausencia de la banda de Moebius. De ahí que
este corte = la banda de Moebius.
Con todo, el corte no tiene esta equivalencia
sino por bipartir una superficie que el otro borde limita: con una doble vuelta
precisamente, o sea, con lo que hace a la banda de Moebius. La banda de Moebius
es pues aquello que al operar sobre la banda de Moebius, la hace volver a la
superficie tórica.
El agujero del otro borde puede sin embargo
suplementarse de otro modo, a saber, con una superficie que, por tener de borde
el doble lazo, lo llena; con otra banda de Moebius, obviamente, y esto da la
botella de Klein.
Aún hay otra solución: tomar este borde del
recorte en arandela que al desenrollarlo éste despliega sobre la esfera. Por
hacer en ella círculo, puede reducirse a un punto: punto fuera de línea que,
por suplementar la línea sin puntos, configura lo que en topología se designa
como cross-cap.
Es la aesfera, léase bien: a-esfera. El plano
proyectivo, también llamado de Desargues, plano que reduce su horizonte a un
punto, y cuyo descubrimiento se precisa con que este punto sea tal que toda
línea trazada, de llegar a él, sólo lo transpone pasando del anverso del plano
a su reverso.
Este punto, asimismo, se despliega con la línea
inasible con la que se dibuja en la figuración del cross-cap la travesía necesaria
de la banda de Moebius por la arandela con que acabamos de suplementarla por
apoyarse sobre su borde.
Lo notable de esta secuencia es que la aesfera,
por comenzar en el toro (se presenta de primera mano) sólo alcanza la evidencia
de su aesfericidad suplementándose con un corte esférico.
Este desarrollo debe tomarse como la referencia
-expresa, quiero decir ya articulada- de mi discurso adonde ha llegado:
contribuyendo al discurso analítico.
Referencia que no es para nada metafórica.
Diría: se trata de la urdimbre, de la urdimbre de este discurso, si eso no
fuera precisamente caer en la metáfora.
Para decirlo, caí; ya está hecho, no por el uso
del término repudiado al instante, sino por haber hecho-imagen, para hacerme
entender por a quienes me dirijo, a todo lo largo de mi exposición topológica.
Sépase que podía hacerse con una pura álgebra
literal, recurriendo a los vectores con que por lo general se desarrolla de
cabo a rabo esta topología.
La topología, ¿no es ese noespacio adonde nos
lleva el discurso matemático y que requiere revisión de la estética de Kant?
No hay otra urdimbre que darle sino ese lenguaje
de puro matema, y por ello entiendo lo único que puede enseñarse: y esto sin
recurrir a ninguna experiencia, que por estar siempre fundada, pese a todo, en
un discurso, permite las locuciones que sólo apuntan en última instancia a,
este discurso, establecerlo.
¿Qué me autoriza en mi caso a referirme a este
puro matema?
Acoto primero que si excluyo de él la metáfora,
admito que puede ser enriquecido y que como tal sólo sea, por este camino,
recreación, esto es, aquello con lo cual se han abierto, de hecho, toda índole
de campos matemáticos nuevos. Me mantengo, entonces, en el orden por mí aislado
de lo simbólico, al inscribir en él lo tocante al inconsciente, para tomar allí
referencia de mi presente discurso.
Contesto, entonces, a mi pregunta: que primero
hay que tener la idea, la cual se toma de mi experiencia, de que cualquier cosa
no puede ser dicha. Y hay que decirlo.
Vale decir que primero hace falta decir.
El "significado" del decir sólo es,
como pienso haberlo hecho sentir desde un comienzo con mis frases, ex-sistencia
al dicho (aquí al dicho de que no todo puede decirse). O sea: que no es el
sujeto, el cual es efecto de dicho.
En nuestras aesferas, el corte, corte cerrado,
es el dicho. El, hace sujeto: así ciña lo que fuere...
Señaladamente, como lo figura la conminación de
Popilio de que se le responda con un sí o un no, señaladamente, digo, si lo que
ciñe el corte es el concepto, con que se define el ser mismo: con un círculo
alrededor, recortándose de una topología esférica, la que sostiene lo
universal, el en cuanto-al-todo: topología del universo.
Lo malo es que el ser no tiene por sí mismo
ningún sentido. Desde luego, allí donde está, es el significante-amo, como lo
demuestra el discurso filosófico que, por mantenerse a su servicio, puede ser
brillante, esto es: ser bello, pero en cuanto al sentido lo reduce al
significante me-ser. Meser sujeto20 que lo redobla al infinito en el espejo.
Evocaré aquí la sobrevivencia magistral, tan
sensible cuando abraza los hechos "modernos", la sobrevivencia de
este discurso, el de Aristóteles y Santo Tomás, en la pluma de Etienne Gilson,
la cual no es ya más que regodeo: me es "plus-de-gozar".
Es también que le doy sentido con otros
discursos, el autor también como acaba de decirlo. Explicaré esto, lo que
produce el sentido, un poco más adelante.
El ser se produce pues
"señaladamente". Pero nuestra aesfera en todos sus avatares atestigua
que si lo dicho se concluye de un corte que se cierra, hay ciertos cortes
cerrados que no hacen de esta aesfera dos partes: dos partes que puedan
denotarse con el sí y el no en cuanto a lo que hay ("del ser") de una
de ellas.
Lo importante es que sean estos otros cortes los
que tengan efecto de subversión topológica. Pero ¿qué decir del cambio que
acarrean?
Podemos denominarlo topológicamente: cilindro,
banda, banda de Moebius. Pero encontrar lo que hay de ello en el discurso
analítico, sólo puede hacerse interrogando en éste la relación del decir con lo
dicho.
Digo que un decir se especifica en él con la
demanda cuyo estatuto lógico es del orden de lo modal, y que la gramática lo
certifica.
Otro decir, para mí, es allí privilegiado: la
interpretación, que no es modal, ella, sino apofántica. Añado que en el
registro de la lógica de Aristóteles es particular, porque concierne al sujeto
de los dichos particulares, los cuales notodos (asociación libre) son dichos
modales (la demanda entre otros).
La interpretación, como lo formulé en su tiempo,
atañe a la causa del deseo, causa que ella revela, y de la demanda que con su
modal arropa el conjunto de los dichos.
Quienquiera que me siga en mi discurso sabe bien
que encarno esta causa con el objeto (a), y este objeto, lo reconoce (por haberlo
yo enunciado tiempo ha, diez años, en el seminario del 61-62 sobre la
identificación, donde introduje esta topología), ya lo ha, afirmo, reconocido
en lo que designo aquí con la arandela adicional con que se cierra la banda de
Moebius, cuando se configura con ella el cross-cap.
La topología esférica de este objeto llamado (a)
es lo que se proyecta sobre el otro compuesto, heterogéneo, que el cross-cap
constituye.
"Imaginemos" aún según lo que se
configura gráficamente de manera usual, esta otra parte. ¿Qué vemos de ella? Su
abultamiento.
Nada más natural para que se tome por esférica.
Por más que se reduzca la torsión de una media vuelta, no deja por ello de ser
una banda de Moebius, esto es, la valorización de la aesfera del notodo: es lo
que sustenta lo imposible del universo, o sea, tomando nuestra fórmula, lo que
allí encuentra lo real.
El universo no está en ningún otro lado más que
en la causa del deseo, lo universal tampoco. De ahí procede la exclusión de lo
real...
... de ese real: que no hay relación sexual, y
ello debido al hecho de que un animal tiene estábitat que es el lenguaje, que
elabitarlo es asimismo lo que para su cuerpo hace de órgano; órgano que, por
así ex-sistirle, lo determina con su función, y ello antes de que la encuentre.
Por eso incluso es reducido a encontrar que su cuerpo no deja de tener otros
órganos, y que la función de cada uno se le vuelve problema; con lo que el
dicho esquizofrénico se especifica por quedar atrapado sin el auxilio de ningún
discurso establecido.
Mi tarea es desbrozar el estatuto de un
discurso, donde sitúo que hay... discurso: y lo sitúo con el vínculo social a
lo cual se someten los cuerpos que, este discurso, loabitan.
Lo mío parece una empresa desesperada (lo es por
el hecho mismo, en ello reside lo desesperado) porque es imposible que los
psicoanalistas formen grupo.
No obstante, el discurso psicoanalítico (es mi
desbroce) puede precisamente fundar un vínculo social limpio de toda necesidad
de grupo.
Como saben que no me ando con miramientos cuando
se trata de resaltar una apreciación que, pese a merecer un acceso más
estricto, debe prescindir de él, diré que sopeso el efecto de grupo según lo
que añade de obscenidad imaginaria al efecto de discurso.
Este decir poco asombro causará, espero, puesto
que es históricamente cierto que la entrada en juego del discurso analítico
abrió las vías a las prácticas llamadas de grupo y que estas prácticas sólo
promueven un efecto, valga la palabra, purificado del propio discurso que las
permitió.
En esto, ninguna objeción a la práctica llamada
de grupo, con tal de que esté bien indicada (no es mucho decir).
La presente observación respecto a lo imposible
del grupo psicoanalítico es a la vez lo que en él funda, como siempre, lo real.
Lo real es esa obscenidad misma: así entonces de ella "vive" (entre
comillas) como grupo.
Esta vida de grupo es lo que preserva la
institución llamada internacional, y lo que intento proscribir de mi Escuela,
contra las reconvenciones que recibo- de algunas personas con dones para proferirlas.
Lo importante no es eso, ni tampoco el que sea
difícil para quien se instala dentro de un mismo discurso vivir de otra manera
que no sea en grupo; lo importante es lo que ahí se convoca, a saber: el
baluarte del grupo, la posición del analista tal como queda definida por su
discurso mismo.
El objeto (a), en cuanto a la aversión que lo
enfrenta al semblante donde lo sitúa el análisis, ¿podría sustentarse con otro
consuelo que no sea el del grupo?
Ya he perdido bastante gente: sin amargarme, y
siempre dispuesto a que otros me enmienden la plana.
No voy a vencer yo, sino el discurso al cual
sirvo. Ahora voy a decir por qué.
Hemos llegado al reino del discurso científico y
lo voy a hacer sentir. Lo voy a hacer sentir desde el lugar donde se confirma
mi crítica anterior, del universal de que "el hombre es mortal".
Su traducción al discurso científico es el
seguro de vida. La muerte, según el decir científico, es asunto de cálculo de
probabilidades. Es lo que ella tiene de verdadero en este discurso.
Hay sin embargo, en nuestra época, gente que
rehúsa afiliarse a un seguro de vida. Es porque quieren de la muerte una verdad
distinta, ya asegurada por otros discursos. El del amo por ejemplo que, si nos
guiamos por Hegel, se funda en la muerte considerada como riesgo; el del
universitario, que se regodea en la memoria eterna del saber.
Por ser sumamente cuestionables, estas verdades,
así como estos discursos, han sido cuestionados. Ha salido a la luz otro
discurso, el de Freud, según el cual la muerte, es el amor.
Esto no quiere decir que el amor no esté
sometido también al cálculo de probabilidades, que no le concede más que la
ínfima oportunidad que supo realizar el poema de Dante. Lo que quiere decir es
que no hay seguro de amor, ya que sería también un seguro de odio.
El amor-odio es aquello cuya ambivalencia es lo
único que, con razón, un psicoanalista, aun no lacaniano, reconoce, o sea, la
faz única de la banda de Moebius; con la consecuencia, ligada a lo cómico que
le es propio, de que en su "vida" de grupo, sólo nombra el odio.
Reengancho con lo de antes: el incentivo del
seguro de amor se reduce en la medida en que sólo produce pérdidas; como le
pasó a Dante, quien en los círculos de su infierno omite el conjungo sin fin.
Entonces sobra ya el comentario en la imaginería
de este decir que es mi topología. Un analista verdadero sólo se avendría a
hacer que este decir ocupase el lugar de lo real, a falta de otro mejor.
En efecto, el lugar del decir es el análogo en
el discurso matemático de ese real que otros discursos cercan con el imposible
de sus dichos.
Esta dichomansión de un imposible que
incidentalmente llega a abarcar el impasse propiamente lógico, en otro lado se
llama estructura.
La estructura es lo real que sale a relucir en
el lenguaje. Y por supuesto no tiene relación alguna con la "buena
forma".
La relación del lenguaje como órgano con el ser
que habla es metáfora. El lenguaje es además estábitat del cual debe suponerse,
porque el habitante hace en él de parásito, que le asesta el golpe de un real.
Es evidente que al "expresarme así",
que es como traduciría lo que acabo de decir, estoy cayendo en una
"concepción del mundo", es decir en el desecho de todo discurso.
De esto, precisamente, podría salvarse el
analista porque su discurso mismo lo desecha, al iluminarlo como desperdicio
del lenguaje.
Por ello parto de un hilo, ideológico pues no me
queda otro camino, con el que tejo la experiencia instituida por Freud. ¿En
nombre de qué desecharlo, cuando ese hilo proviene de la trama que mejor ha
resistido la prueba de mantener reunidas las ideologías de una época que es la
mía? ¿En nombre del goce? Pero si es precisamente lo propio de este hilo salir
ileso del goce: esto hasta es el principio del discurso psicoanalítico, tal
como, él mismo, se articula.
Lo que digo vale por el lugar donde pongo el
discurso de que se prevalece el análisis, entre todos los demás discursos que
se reparten la experiencia de esta época. El sentido, si es que hay alguno por
hallar, ¿podrá venir de una época distinta? Hago el intento; siempre en vano.
No sin razón el análisis se funda en el supuesto
sujeto de saber: sí, el análisis, por cierto, supone que éste cuestiona el
saber, por eso es mejor que sepa lo suyo.
Admiro en cuanto a esto el aire picado que
adopta la confusión, porque yo la elimino.
Queda que la ciencia ha arrancado, claramente
por el hecho de abandonar la suposición, a la que en este caso cabe llamar
natural, porque implica que las conexiones del cuerpo con la
"naturaleza" lo son, -lo cual, por fraguarse, acarrea una idea de lo
real que yo diría gustoso ser verdadera. Desafortunadamente no es la palabra
que a lo real convenga. Sería preferible poder demostrar que es falsa, si por
ello se entendiese: caída (falsa), o sea, que se escurre de entre los brazos
del discurso que la ciñe.
Si mi decir se impone, no, como suele decirse,
con un modelo, sino con el propósito de articular topológicamente el discurso
mismo, de la defección en el universo procede, con la condición de que tampoco
él pretenda suplirla.
"Realizando" de esto la
"topología", no salgo del fantasma ni siquiera para dar cuenta de él
-pero la recojo, esta topología, en flor de la matemática-, es decir que por
inscribirse en ésta con un discurso, el más vaciado de sentido que exista, por
prescindir de toda metáfora, por ser metonímicamente de ausentido, confirmo que
con el discurso con que se funda la realidad del fantasma se encuentra inscrito
lo que de esta realidad hay de real.
¿Por qué no puede ser este real el número, y
crudamente después de todo, ese número que el lenguaje transmite tan bien? Pero
no es tan sencillo, y en este caso cabe decirlo (siempre me apresuro en
conjurar estos casos diciendo que es el caso en que cabe decirlo),
Pues lo que se profiere con el decir de Cantor
es que la serie de los números no representa otra cosa en el transfinito más
que la inaccesibilidad que comienza con el dos, por lo cual, de ellos se
constituye lo enumerable infinitamente.
Entonces se hace necesaria una topología ya que
lo real no le viene sino del discurso del análisis, para confirmar este
discurso, y ya que por la hiancia que abre este discurso al volver a cerrarse
más allá de los otros discursos, este real llega a ex-sistir.
Es lo que voy a hacer que ahora palpen.
Mi topología no está hecha de una sustancia que sitúe
más allá de lo real aquello con que se motiva una práctica. No es teoría.
Pero tiene que dar cuenta de que, cortes del
discurso, los hay tales que modifican la estructura a la que éste se acoge
originalmente.
Es una pura escapatoria exteriorizar este real
con estándares, estándares llamados de vida, considerados primigenios para los
sujetos en su existencia, por sólo hablar para expresar sus sentimientos sobre
las cosas, ya que la pedantería de la palabra "afecto" nada cambia.
¿Cómo incide esta secundariedad sobre lo
primigenio que ahí sustituye a la lógica del inconsciente?
¿Intervendrá en ello la sabiduría? Los
estándares a los que se recurre precisamente lo contradicen.
Pero por argumentar desde esta banalidad, se
pasa ya a la teología del ser, a la realidad psíquica, es decir a lo que sólo
se avala analíticamente con el fantasma.
Sin duda, el análisis mismo da cuenta de esta
celada y deslizamiento, pero ¿no es ésta lo bastante burda como para delatarse
a sí misma en cualquier parte donde un discurso sobre lo que hay se exime de la
responsabilidad de producirla?
Porque, hay que decirlo, el inconsciente es un
hecho en tanto encuentra su soporte en el discurso mismo que lo establece, y,
si los analistas son capaces de desechar su carga, es por alejar de sí la
promesa de desecho que allí los llama, y ello en la medida en que su voz haya
tenido un efecto.
Siéntase esto en el lavado de manos con que
apartan de sí la llamada transferencia, al rechazar lo sorprendente del acceso
al amor que ésta ofrece.
Al prescindir en su discurso, según los
lineamientos de la ciencia, de todo savoir-faire en cuanto a los cuerpos, pero
en aras de un discurso otro, el análisis -por evocar una sexualidad de
metáfora, metonímica a pedir de boca por sus accesos más comunes, aquellos
llamados pregenitales, léase extra- se configura por revelar la torsión del
conocimiento.
¿Quedaría fuera de lugar dar el paso de lo real
que da cuenta de ella traduciéndolo por una ausencia perfectamente situable, la
de la "relación" sexual en cualquier matematización?
En esto los matemas con que se formula en
impasses lo matematizable, definido éste como lo que de real se enseña, son
susceptibles de coordinarse con esta ausencia tomada de lo real.
Recurrir al notodos. al almenosuno, hombruno,21
o sea, a los impasses de la lógica, es, por mostrar por dónde se sale de las
ficciones de la Mundanidad
hacer fixión 22 distinta de lo real: esto es, con lo imposible que lo mira fijo
desde la estructura del lenguaje. Es también trazar la vía por la que se encuentra
en cada discurso lo real con que se envuelve, y despachar los mitos con los que
de ordinario se suple.
Pero proferir por eso que faltó lo real de que
nada es todo, cuya incidencia respecto a la verdad conduciría derechito a un
aforismo más escabroso; o, tomando otro sesgo con respecto a ella, declarar que
lo real requiere verificaciones sin objeto, no es más que dar un nuevo envión a
la tontería de adornarse con el noúmeno: esto es, que el ser escapa al
pensamiento... Nada llega a meter en cintura a este ser que por poco dafnizo, y
aun laurifico en ese "noúmeno", del cual es mejor decir que para que
se sostenga, tiene que haber varias capas...
Mi preocupación es que los aforismos, que por lo
demás me contento en presentar en botón, hagan reflores de las cunetas de la
metafísica (pues el noúmeno es el floreo, la subsistencia fútil...). Apuesto a
que vendrán a ser unos plus-de-nonsense, más divertidos, para decirlo, que lo
que nos trae locos...
...¿hasta dónde? deberé sobresaltarme, jurar que
yo no lo vi de inmediato mientras que ustedes, ya ... esas verdades primeras,
pero si son el texto mismo con que se formulan los síntomas de las grandes
neurosis, de las dos que, si ha de tomarse en serio lo normal, nos dicen que es
más bien norma macho.23
Esto nos vuelve a poner los pies en el suelo,
quizá no el mismo, pero puede que también sea el válido, aquel en que el
discurso analítico se anda menos con pies de plomo.
Echemos a andar aquí el asunto del sentido antes
prometido en su diferencia respecto de la significación.
Nos permite engancharlo lo enorme de la
condensación entre "lo que piensa" en nuestra época con los pies que
acabo de mencionar y la topología inepta a que Kant dio cuerpo desde su propio
estamento, el del burgués que no puede imaginar más que trascendencia, la
estética como la dialéctica.
Esta condensación, en efecto, debemos decirla
para que se entienda "en sentido analítico", según la fórmula
acreditada. ¿Cuál es este sentido?, si precisamente los elementos que en él se
condensan, se califican unívocamente de una imbecilidad semejante, y aun son
capaces de ufanarse de ella por los lados de "lo que piensa",
mientras la máscara de Kant en cambio parece de palo ante el insulto, cuando se
reflexiona junto a Swedenborg: dicho de otra manera, ¿hay un sentido de la
imbecilidad?
En ello se palpa que el sentido nunca se produce
más que por la traducción de un discurso a otro.
Provistos como estamos de esta lucecita, titila
la antinomia que se produce de sentido a significación: que llegue a surgir un
tenue sentido a ras de las llamadas "críticas" de la razón pura y del
juicio (de la razón práctica dije el suyo retozón poniéndolo en el camino de
Sade, no más divertido éste, pero lógico); en cuanto despunta su sentido, los
dichos de Kant dejan de tener significación.
La significación no les viene pues sino del
momento en que Uno tenían sentido, ni siquiera sentido común.
Se nos aclaran así las tinieblas que nos dejan a
tientas. No falta sentido en los vaticinios llamados presocráticos: imposible
decir cuál, pero esorprende.24 Y que Freud se relamiera con ellos -no con los
mejores por cierto pues eran de Empédocles, pero no importa, él si tenía
sentido de la orientación-nos basta para ver que la interpretación es sentido y
va contra la significación. Oracular, cosa que no es de extrañar por lo que
sabemos ligar de oral a la voz, del desplazamiento sexual.
Miseria de los historiadores: no poder leer más
que el sentido allí donde no tienen otro principio sino confiarse en los
documentos de la significación. Así, también ellos llegan a la trascendencia,
la del materialismo, por ejemplo, que "histórico", lo es por
desgracia hasta el punto de acabar siéndolo irremediablemente.
Felizmente, está allí el análisis para aupar a
la historieta: pero, sólo lo logra por lo que está preso en su discurso, y por
eso en -su discurso de hecho, nos deja plantados para lo que no es de nuestro
tiempo; sin así cambiar nada de lo que la honestidad obliga al historiador a
reconocer en cuanto tiene que situar el más mínimo esorprende. Que esté a cargo
de la ciencia del tropiezo, es precisamente lo embarazoso de su aporte a la
ciencia.
Importa pues a muchos, ¿a éstos como a muchos
más?, que la imposibilidad de decir verdad de lo real se motive en un matema
(saben cómo lo defino), un matema con el cual se sitúa la relación del decir al
dicho.
El matema se profiere del único real reconocido
primero en el lenguaje: a saber, el número. Aunque la historia de la matemática
demuestra (viene al caso decirlo) que puede extenderse a la intuición, a condición
de castrar lo más posible en este término su uso metafórico.
Hay pues un campo del cual lo que más llama la
atención es que su desarrollo, a diferencia de los términos con que se absorbe,
no procede por generalización sino por reacomodo topológico, por una
retroacción sobre el comienzo tal que borra su historia. Ninguna experiencia
resuelve su embarazo con mayor seguridad. De ahí su atractivo para el
pensamiento: que allí encuentra el nonsense propio del ser, esto es, del deseo
de una palabra sin allende.
Pero nada invoca al ser que no dependa de
nuestra benevolencia, cuando lo enunciamos así.
Muy distinto al hecho de lo indecidible, para
tomar el ejemplo de agudeza que recomienda al matema: está en juego lo real del
decir del número, cuando de ese decir se demuestra que no es verificable, en el
grado segundo de que ni siquiera se le puede asegurar, como se hace con otros
ya dignos de retenernos, con una demostración de la indemostrabilidad de las
premisas mismas que supone: entendamos bien, con una contradicción a suponerlo
demostrable.
No puede negarse que haya allí progreso respecto
a lo que el Menón aún pregunta sobre lo enseñable. Ciertamente no cabria decir
que entre los dos hay un mundo: pues el asunto es que en ese lugar cabe lo
real, y el mundo no es más que su caída irrisoria.
Con todo, es el progreso lo que hay que
restringir allí, pues no pierde de vista el lamento25 que de regreso le
responde, al saber que la opinión verdadera a que da sentido Platón en el
Menón, ya no tiene para nosotros más que ausentido de significación, cosa que
se confirma refiriéndola a la de nuestros bienpensantes.
¿La hubiese sustentado un matema, que nuestra
topología ofrece? Vamos a intentarla.
Ello nos lleva a la sorpresa de que evitáramos
apoyar con la imagen nuestra banda de Moebius, pues tal imaginación vuelve vana
toda consideración que hubiera requerido un dicho otro por hallarse articulado
a ella: mi lector sólo llegaba a ser otro porque el decir sobrepasase al dicho,
decir que ha de aprehenderse del ex-sistir al dicho, con lo cual lo real me le
ex-sist(ía) sin que alguien, por verificable, pudiera hacerlo pasar a matema.
La opinión verdadera, ¿es la verdad en lo real en tanto es él quien tacha su
decir?
Voy a probarlo con volver a decir.
Línea sin puntos, dije del corte, en tanto es,
él, la banda de Moebius porque uno de sus bordes, después de la vuelta con que
se cierra, se continúa en el otro borde.
Pero ello sólo puede producirse de una
superficie ya picada por un punto que dije fuera de línea por especificarse con
un doble lazo, aunque desplegable éste sobre una esfera: de suerte que se
recorta con una esfera, pero con su doble lazada hace de la esfera una aesfera
o cross-cap.
Sin embargo, lo que el punto pasa al cross-cap
por prestarse a la esfera, es que un corte que vuelve moebiano en la superficie
que determina al hacerla posible, la devuelve, esta superficie, al modo
esférico: pues, al serle equivalente el corte, "se proyecta allí", he
dicho, aquello con que se suplementaba en cross-cap.
Pero como de esta superficie, para que permita
este corte, puede decirse que está hecha de líneas sin puntos por donde en
todas partes su anverso se cose con su reverso, en todas partes el punto
adicional, al poder esfericizarse, puede ser fijado en un cross-cap.
Pero esta fixión debe ser escogida como único
punto fuera de línea, para que un corte, con darle una vuelta, una sola, tenga
el efecto de resolverla en un punto esféricamente desplegable.
Luego, el punto es la opinión que puede ser
dicha verdadera porque el decir que le da la vuelta la verifica en efecto, pero
sólo por ser el decir lo que la modifica al introducir la doxa como real.
Así, un decir como el mío, por ex-sistir al
dicho permite su matema, pero no hace para mí matema y se postula así como no
enseñable antes que su decir se haya producido. Como enseñable sólo después de
haberlo yo matematizado según los criterios menónicos que, sin embargo, no me
lo habían certificado.
Lo no enseñable, lo hice matema con asegurarlo
de la fixión de la opinión verdadera, fixión escrito con x, pero no menos
venero de equívoco.
Así, un objeto tan fácil de fabricar como la
banda de Moebius en tanto que se imagina, pone al alcance de todas las manos lo
que es inimaginable en cuanto su decir al olvidarse, hace al dicho soportarse.
De dónde procedió mi fixión de este punto doxa
que no dije, no lo sé, y no puedo, como tampoco Freud, dar cuenta "de lo
que enseño", a no ser que le siga la pista a sus efectos en el discurso
analítico, efecto de su matematización que no viene de una máquina, pero que
resulta tener algo de aparato, una vez que la ha producido.
Es notable que Cicerón supiera ya emplear este
término: "Ad usum autem orationis, incredibile est, nisi diligenter
attenderis, quanta opera machinata natura sit" (Cicerón, De natura deorum,
59, 149), pero más aun que yo lo haya puesto de epígrafe a los tanteos de mi
decir desde el 11 de abril de 1956.
La topología no está "mandada a hacer para
orientarnos" en la estructura. Ella es la estructura: como retroacción del
orden de la cadena en que consiste el lenguaje.
La estructura, es lo aesférico entrañado en la
articulación lenguajera en tanto que un efecto de sujeto se capta en ella.
Está claro que, en cuanto a la significación,
ese "se capta" de la subfrase, seudomodal, se pesca del objeto mismo
que como verbo envuelve en su sujeto gramatical, y-que hay falso efecto de
sentido, resonancia del imaginario inducido de la topología, según que el
efecto de sujeto haga remolino de aesfera o lo subjetivo de este efecto se
"refleje".
Aquí hay que distinguir la ambigüedad que se
inscribe con la significación, o sea, con el lazo del corte, y la sugerencia de
agujero, es decir, de estructura, que con esta ambigüedad fabrica un
sentido.***
Así, el corte, el corte instaurado desde la
topología (al hacerlo en ella, con todo derecho, cerrado, y que se sepa de una
vez por todas, en mi uso al menos) es el dicho del lenguaje, pero por no
olvidar ya su decir.
Existen, desde luego, los dichos que son el
objeto de la lógica predicativa y cuya suposición universalizadora incumbe sólo
a la esfera, esto es: que precisamente la estructura no encuentra en ella sino
un suplemento que es el de la ficción de lo verdadero.
Podría decirse que la esfera? es lo que
prescinde de topología. El corte, es cierto, recorta en ella (al cerrarse) el
concepto en que descansa la feria del lenguaje, el principio del intercambio,
del valor, de la concesión universal. (Digamos que no más que
"materia" para la dialéctica, asunto de discurso del amo.) Es muy
difícil sostener esta dichomansión pura, pues por estar en todas partes, pura
no lo es nunca, aunque lo importante es que ella no es la estructura. Es la
ficción de superficie con que se viste la estructura.
Que el sentido le sea ajeno, que "el hombre
es bueno", y lo mismo el dicho contrario, no quiera decir estrictamente
nada que tenga sentido, cabe con razón asombrarse de que nadie haya hecho con
esta observación (cuya evidencia, una vez más, remite al ser como vaciamiento),
referencia estructural. ¿Correremos el riesgo de decir que el corte a- fin de
cuentas no ex-siste a la esfera? -Por la razón de que nada lo obliga a
cerrarse, ya que de quedar abierto produce en ella el mismo efecto, calificable
de agujero, pero porque aquí este término no puede ser tomado en la acepción
imaginaria de ruptura de superficie: evidente, claro, pero por reducir lo que
puede ceñir al vacío de un posible cualquiera cuya substancia sólo es correlato
(composible sí o no: desenlace del predicado en lo proposicional con todos los
pasos en falso con que nos divertimos).
Sin la homosexualidad griega, y luego árabe, y
el relevo de la eucaristía, todo ello hubiese precisado de Otro recurso mucho
antes. Pero se entiende que en aquellas grandes épocas que acabamos de evocar,
sólo la religión después de todo, por constituir la opinión verdadera, la orthé
doxa pudo dar a este matema los fondos con que de hecho estaba ya investido.
Siempre quedará algo por más que se crea lo contrario, y por eso nada
prevalecerá contra la Iglesia
hasta el fin de los tiempos. Los estudios bíblicos nunca han salvado a nadie de
ella.
Sólo aquellos para quienes tal tapón no tiene el
menor interés, los teólogos, por ejemplo, trabajarán en la estructura... si se
lo pide el cuerpo, pero cuidado con las náuseas.
La topología enseña el vínculo necesario que se
establece del corte al número de vueltas requeridas para que se obtenga una
modificación de la estructura o de la aesfera, único acceso concebible a lo
real, y concebible de lo imposible en tanto lo demuestra.
Así, la vuelta única que en la aesfera hace
colgajo esféricamente estable por introducir el efecto del suplemento que toma
del punto fuera de línea, la orthé doxa. Duplicar el cierre de esta vuelta
obtiene algo muy distinto: caída de la causa del deseo de donde se produce la
banda moebiana del sujeto, demostrando la caída que él no es más que
ex-sistencia al corte de doble lazo de que resulta.
Esta ex-sistencia es decir y lo prueba por
quedar el sujeto a merced de su dicho si se repite, o sea: como la banda
moebiana por allí encontrar su fading (desvanecimiento).
Punto nodal (viene al pelo), vuelta con que se
hace el agujero, pero sólo en el "sentido" que dé la vuelta, el
agujero se imagina, o se maquina, como quieran.
La imaginación del agujero tiene, ciertamente,
consecuencias: ¿es acaso necesario evocar su función "pulsional" o, a
decir mejor, lo que de ella deriva (Trieb)? La conquista del análisis es
haberla convertido en matema, mientras que otrora la mística daba testimonio de
su prueba haciendo de ella lo indecible. Pero quedarse en este agujero
reproduce la fascinación con la que el discurso universal mantiene su.
privilegio, más aun le hace cobrar cuerpo, por el discurso analítico.
Nada se hará nunca a la imagen. El semejante
suspeorará26 incluso de lo que allí se siembra.
El agujero no se motiva en el guiño, ni en el
síncope mnésico, ni en el grito. Acercársele uno al darse cuenta de que en
francés le mot, la palabra, se presta al mutis (con lo cual se juega entre
silencio y movimiento), no es lo indicado allí desde donde la topología se
instaura.
Un toro no tiene agujero, central o circular,
más que para quien lo mira como objeto, no para quien es su sujeto, o sea, de
un corte que no implica ningún agujero, pero que lo obliga a un número preciso
de vueltas a decir para que el otro se haga (se haga si hay demanda porque, en
fin, mejor toro tuerto que través entuerto), se haga, como prudentemente nos
contentamos con imaginar, banda de Moebius, o contrabanda si prefieren la
palabra. Un toro, como lo demostré hace diez años a gente con ganas de
empantanarme en su contrabando, es la estructura de la neurosis en tanto que el
deseo puede, por la re-petición indefinidamente enumerable de la demanda,
cerrarse en dos vueltas. Al menos, con esta condición se decide la contrabanda
del sujeto: en el decir que se llama interpretación.
Quisiera solamente sellar la suerte de la suerte
de incitación que puede imponer nuestra topología estructural.
He dicho de la demanda que es numerable en sus
vueltas. Está claro que si el agujero no es de imaginar, la vuelta sólo
ex-siste por el número con que se inscribe en el corte del que no cuenta sino
el cierre
Insisto: la vuelta en sí no se puede contar;
repetitiva, no cierra nada, no está ni dicha ni por decir, es decir, ninguna
proposición. Con lo cual sería demasiado decir que no depende de una lógica,
que queda por hacer a partir de la modal.
Pero si como lo asegura nuestra figuración
primera del corte con que del toro se hace la banda de Moebius, con una demanda
basta, pero que puede re-pedirse por ser enumerable, es como decir que sólo se
aparea a la doble vuelta con que se funda la banda por postularse de lo
transfinito (cantoriano).
De todos modos, sólo podría la banda
constituirse si las vueltas de la demanda son de número impar.
Lo transfinito sigue siendo exigible porque
nada, hemos dicho, se cuenta allí si el corte no se cierra, y al dicho
transfinito, tal Dios mismo, quien sabemos se congratula de ello, se lo conmina
a ser impar.
Esto agrega una dichomansión a la topología de
nuestra práctica del decir.
¿No entra ella en el concepto de la repetición
ya que no se la deja abandonada a sí misma sino que está condicionada por esta
práctica, como lo hicimos también notar del inconsciente?
Es sorprendente -aunque déjà-vu para lo que
digo, recuérdese- que el orden (entendamos: el ordinal) cuyo camino
efectivamente desbrocé en mi definición de la repetición y a partir de la
práctica, ha pasado, en su necesidad, por completo desapercibido para mi
audiencia.
Marco aquí la referencia para una reanudación
futura.
Digamos, empero, el final del análisis del toro
neurótico.
El objeto (a), por caer del agujero de la banda,
se proyecta après-coup en lo que llamaremos, por abuso imaginario, el agujero
central del toro, o sea, en torno a lo cual el transfinito impar de la demanda
se resuelve con la doble vuelta de la interpretación.
De esto recibe el psicoanalista su función por
situarlo con su semblante.
El analizante sólo termina si hace del objeto
(a) el representante de la representación de su analista. Entonces, en tanto
dure su duelo del objeto (a) al que por fin lo ha reducido, el psicoanalista
persiste en causar su deseo: más bien maníaco-depresivamente.
Es el estado de exultación que Balint, pese a
abordarlo por donde no es, describe muy bien: más de un "éxito terapéutico"
encuentra allí su razón, y sustancial eventualmente. Luego, el duelo se
consuma.
Queda lo estable del aplastamiento del falo,
esto es, de la banda, donde el análisis encuentra su final, el que le asegura a
su supuesto sujeto el saber:
... que, estando en entredicho el diálogo de uno
a otro sexo porque un discurso, sea cual fuere, se funda por excluir lo que el
lenguaje entraña de imposible, a saber, la relación sexual, de ello resulta
para el diálogo en el seno de cada (sexo) algún inconveniente.
... que nada cabría decirse
"seriamente" (o sea, para formar de serie límite) sino tomando
sentido del orden cómico; al cual no hay sublime (Dante aquí otra vez) que no
le haga su reverencia.
... y, luego, que el insulto, si resulta por el
epos ser del diálogo tanto la primera como la última palabra (veaseaomero), así
como el juicio, hasta el "final", sigue siendo fantasma, y para
decirlo todo, no llega a lo real sino perdiendo toda significación.
Con todo esto sabrá hacerse una conducta. Más de
una, las hay a montones, conviene a las tres dichomansiones de lo imposible:
tal como se despliegan en el sexo, en el sentido y en la significación.
Si es sensible a lo bello, a lo cual nada lo
obliga, lo situará con el entre-dos-muertes, y si alguna de estas verdades le
parest que deba darse a entender, sólo se fiará del mediodecir de la vuelta
simple.
Estos beneficios, aunque se apoyen en un
segundo-decir, no por olvidarlo, dejan de quedar establecidos por él.
Ahí está el filo de nuestra enunciación de
partida. El dicho primero, idealmente de primera intención, del analizante,
sólo tiene sus efectos de estructura al "paraser" el decir, dicho de
otra manera, que la interpretación haga paraser.
¿En qué consiste el paraser? En que produce los
cortes"verdaderos" a entender estrictamente de los cortes cerrados a
lo cual la topología no permite al punto-fuera-de-línea reducirse ni, es lo
mismo, sólo hacer agujero imaginable.
De este paraser, no tengo que exponer el
estatuto sino con mi propio recorrido, habiéndome ya eximido de connotar su
emergencia en el punto, anterior, en que la permití.
Paraser en este recorrido sería por lo mismo
penetrarlo, pen-serlo, y aun casi hasta es demasiado.
Este decir que convoco a la ex-sistencia, este
decir que no hay que olvidar, del dicho primario, con él puede el psicoanálisis
pretender cerrarse.
Si el inconsciente está estructurado como un
lenguaje, no dije: por. La audiencia, si con ello debe entenderse algo así como
una acústica mental, la audiencia que entonces tenía era mala, pues los psicoanalistas
no la tienen mejor que los demás. A falta de un señalamiento suficiente de esta
escogencia (evidentemente, ninguna de estas pullas los herían, por dejarlos
pat(er)difusos, sin más, por cierto), me fue preciso, ante la audiencia
universitaria, ella que en este campo no puede más que equivocarse, poner a la
vista circunstancias que me impidieran asestar los golpes sobre mis propios
alumnos, para explicar que haya dejado pasar una extravagancia tal como hacer
del inconsciente "la condición del lenguaje", cuando manifiestamente
del inconsciente doy cuenta por el lenguaje: el lenguaje, hice entonces que se
transcribiera en el texto revisado de una tesis, es la condición del
inconsciente.
Nada sirve de nada, cuando uno está preso entre
ciertas encrucijadas mentales, puesto que ahora me veo forzado a recordar la
función, especificada en lógica, del artículo que carga a lo real de lo único
el efecto de una definición: un artículo, "parte del discurso", esto
es, gramatical, utilizando esta función en la lengua que empleo, para en ella
ser definido definido.
El lenguaje sólo puede designar la estructura
con la cual hay efectos de lenguajes, que por ser varios abren el uso del uno
entre otros que da a mi como su preciso alcance, el del como un lenguaje, por
el cual, precisamente, diverge del inconsciente el sentido común. Los lenguajes
caen bajo la acción del notodos de la forma más cierta, ya que no otro es en
ellos el sentido de la estructura, y que por ello compete a mi recreación
topológica de hoy.
Así, la referencia con la cual sitúo el
inconsciente es precisamente la que escapa a la lingüística, porque como
ciencia nada tiene que hacer con el paraser, como tampoco nos lleva al noúmeno.
Pero de que nos lleva nos lleva, y Dios sabe a dónde, aunque de seguro no al
inconsciente, quien por tomarla en la estructura la desorienta en cuanto a lo
real con que se motiva el lenguaje: ya que el lenguaje, es eso mismo, esa
deriva.
El psicoanálisis sólo accede a él por la entrada
en juego de Otra dichomansión, que se abre porque el adalid (del juego)
"pone semblante" de ser el efecto de lenguaje principal, el objeto
con que se (a)nima el corte que así permite: el objeto (a), para llamarlo con
la sigla que le asigno.
Esto, el analista lo paga con tener que
representar la caída de un discurso, luego de haber permitido al sentido
abrazarse en torno a la caída a que se aboca.
Cosa que denuncia la decepción que causo a
muchos lingüistas, sin salida posible para ellos, aunque yo sea el del
(des)enredo.
En efecto, ¿quién puede dejar de ver, leyendo lo
que escribo, o aun oyéndomelo decir en claro, que el analista, desde Freud,
está muy adelantado en este asunto respecto al lingüista, a Saussure, por
ejemplo, que se queda en el acceso estoico, el mismo que el de San Agustín? (Cf.,
entre otros, el De magistro, cuyo límite indiqué lo suficiente, fechando en él
mi apoyo: la distinción signans-signatum).
Muy adelantado, y dije por qué: la condensación
y el desplazamiento anteceden al descubrimiento, con ayuda de Jakobson, del
efecto de sentido de la metáfora y la metonimia.
Por poco que el análisis se sustente con la
oportunidad que le ofrezco, conservará el adelanto; y lo conservará con todas
las reanudaciones que el porvenir quiera añadir a mi palabra.
Porque la lingüística, en cambio, nada desbroza
para el análisis, y aun el apoyo que tomé de Jakobson, a diferencia de lo que
se produce para borrar la historia en la matemática, no es del orden del
après-coup, sino del contragolpe; en beneficio, y para decir-segundo, de la
lingüística.
El decir del análisis, en tanto es eficaz,
realiza lo apofántico, que con su sola ex-sistencia se distingue de la
proposición. Es como pone en su lugar a la función proposicional en tanto que,
pienso haberlo mostrado, nos ofrece el único apoyo que supla el ausentido de la
relación sexual. En ella este decir se renombra, por el embarazo que delatan
campos tan desperdigados como el oráculo y el fue -de-discurso de la psicosis,
con tomar prestado de ellos el término de interpretación.
Es el decir al que vuelven a asirse, por fijar
su deseo, los cortes que sólo por ser demandas se sostienen como no-cerrados.
Demandas que, por aparear lo imposible a lo contingente, lo posible a lo
necesario, amonestan por sus pretensiones a la sedicente lógica modal.
Este decir no procede más que del hecho de que
el inconsciente, por estar "estructurado como un lenguaje", esto es,
lalengua que habita, está sujeto al equivoco con que cada una se distingue. Una
lengua entre otras no es otra cosa sino la integral de los equívocos que de su
historia persisten en ella, Es la veta en la que lo real, el único para el
discurso analítico que motiva su desenlace, lo real de que no hay relación
sexual, ha dejado su sedimento en el curso de los siglos. Esto, en la especie
que este real introduce al uno, o sea, a lo único del cuerpo que de él cobra
órgano, y que por ello hace órganos descuartizados de una disyunción por donde
sin duda otros reales se ponen a su alcance, pero no sin que la vía cuádruple
de estos accesos se infinitice para que se produzca el "número real".
El lenguaje, pues, en tanto esta especie tiene
en él su lugar, no hace allí efecto de otra cosa más que de la estructura con
que se motiva esta incidencia de lo real.
Todo lo que de él parest semblante de
comunicación es siempre sueño, lapsus o joke.
Luego, nada que hacer con lo que se imagina y se
confirma en muchos puntos de un lenguaje animal.
Lo real allí no ha de apartarse de una
comunicación unívoca respecto a la cual los animales, que nos dan el modelo,
nos harían sus delfines: una función de código se ejerce en ella mediante la
cual se da la neguentropía de resultados de observación. Más aun, se organizan
ahí conductas vitales con símbolos del todo semejantes a los nuestros (erección
de un objeto al rango de significante del amo en el orden del vuelo de
migración, simbolismo del pavoneo amoroso o de combate, señales de trabajo,
marcas de territorio), con la salvedad de que estos símbolos nunca son
equívocos.
Estos equívocos con que se inscriben los ribetes
de una enunciación, se concentran en tres puntos nodales donde se observará no
sólo la presencia de lo impar (antes juzgada indispensable), sino también que
como ninguno se impone de primero, el orden con que vamos a exponerlos se
mantiene en ellos y con un doble lazo antes que con una sola vuelta.
Comienzo con la homofonía, de la que depende la
ortografía. Que en la lengua mía, como hace rato jugué con ella, haya equívoco
entre dos y dellos, guarda huella del juego del alma por el cual hacer de ellos
dos-juntos encuentra su límite en "hacer dos" de ellos.
Otros hay en este texto, del paraser al
sembrante.
Mantengo que aquí todas las jugadas están
permitidas por la sencilla razón de que, por estar cualquiera a su alcance sin
poder en ellas reconocerse, ellas nos juegan. A no ser que los poetas las
vuelvan cálculo y el psicoanalista las emplee donde conviene.
Donde conviene para su fin: o sea, para, de su
decir que rescinde su sujeto, reeditar la aplicación que se representa en el
toro, el toro en que consiste el deseo propio a la insistencia de su demanda.
Si un bulto imaginario puede aquí ayudar a la
transfinitización fálica, recordemos, empero, que el corte no deja de funcionar
aun trasladado al chiffonné que glorifiqué en su tiempo en el dibujo girafoide
de Juanito.
Pues la gramática secunda aquí a la
interpretación. A lo cual, en este caso como en otros, Freud no se priva de
recurrir. No insisto sobre lo que subrayo de esta práctica confesada en hartos
ejemplos.
Sólo destaco que tal cosa se la imputan
púdicamente los analistas a Freud como desliz hacia el adoctrinamiento. En
fechas (cf. la del Hombre de las Ratas) en que no tiene otro trasmundo que
proponerles más que el sistema psi acosado por "incitaciones
internas".
Así, los analistas que se aferran al parapeto de
la "psicología general", no son siquiera capaces de leer, en esos
casos deslumbrantes, que Freud hace que los sujetos "repasen su
lección" en su gramática.
Con la salvedad de que nos repite que, con el
dicho de cada uno de ellos, debemos estar dispuestos a revisar "las partes
del discurso" que creímos poder retener de los anteriores.
Claro que esto los lingüistas se lo proponen
como ideal, pero si la lengua inglesa parest propicia a Chomsky, he marcado que
mi primera frase tacha de falso, con un equívoco, su árbol transformacional.
"No te lo hago decir", ¿no es la
intervención interpretativa mínima? Pero su sentido no es lo que importa en la
fórmula que permite lalengua que aquí empleo, importa que la amorfología de un
lenguaje abra el equivoco entre "Lo dices tú" y "Eso corre a
cargo mío, tanto menos cuanto que, cosa semejante, no te la he hecho decir por
nadie".
Número tres, ahora: es la lógica, sin la cual la
interpretación sería imbécil, siendo por supuesto los primeros en utilizarla
los que, para del inconsciente trascendentalizar la existencia, se arman de las
palabras de Freud de que es insensible a la contradicción.
Sin duda no se han enterado aún de que mas de
una lógica se ha preciado de prohibirse este fundamento, y no queda por ello
menos "formalizada", vale decir propia para el matema.
¿Quién reprocharía a Freud tal efecto de
oscurantismo y los nubarrones de tinieblas que de inmediato, de Jung a Abraham,
se acumularon para responderle? -No seré yo, desde luego, que también tengo
algunas responsabilidades a este respecto (desde mi reverso).
Recordaré tan sólo que ninguna elaboración
lógica, desde antes de Sócrates y de otras tradiciones que la nuestra, procedió
nunca de otra cosa que de un núcleo de paradojas; para utilizar el término
admisible por todos con que designamos los equívocos que se sitúan a partir de
este punto, que, por llegar aquí de tercero, es lo mismo primero o segundo.
¿A quién dejé de hacer sentir que el baño de
juventud con el cual el matema llamado lógico ha encontrado para nosotros su asidero
y su vigor, son esas paradojas no sólo refrescadas por ser promovidas a nuevos
términos por un Russell, sino aun inéditas cuando provienen del decir de
Cantor?
¿Me pondré a hablar de la "pulsión
genital" como del catálogo de las pulsiones pregenitales en tanto no se
contienen a sí mismas, sino que tienen su causa en otra parte, esto es, en el
Otro al que la "genitalidad" sólo tiene acceso si él se
"tacha" por tenerla a su merced en la división que se efectúa por su
paso al significante mayor, el falo?
Y en cuanto a lo transfinito de la demanda, o
sea, la repetición, ¿tendré que recalcar que no tiene otro horizonte más que
dar cuerpo a que el dos no sea menos que ella inaccesible por sólo partir del
uno que no fuese el del conjunto vacío?
Quiero aquí marcar que esto es mera
recolección-sin cesar alimentada con el testimonio que me dan, claro, aquellos
de quien abro los oídos- recolección de lo que cada cual puede, tanto como yo y
ellos, obtener de los labios mismos de los analizantes siempre que uno se haya
autorizado a ocupar el lugar del analista.
Que, al cabo, la práctica me haya permitido
hacer con ello dichos y redichos, edictos, desdichos, es en verdad el sello con
que cada hombre se busca el lugar que merece en discursos distintos del que
propongo.
Por hacerse en ellos guiadores de raza (los que
trazan la guía) a quienes se confían guiados, pedantes... (ver lo anterior).
Al contrario, en el acceso al lugar de donde se
profiere lo que enuncio, la condición estimada por origen primera es la de ser
el analizado, o sea, lo que resulta del analizante.
Pero siempre hace falta que vuelva a empezar el
proceso, para mantenerme en el filo de lo que me autoriza.
Con lo cual se precisa que mi discurso está,
respecto a los demás, cuesta arriba, he dicho ya, y se confirma mi exigencia
del doble lazo para que el conjunto se cierre.
Esto en torno a un agujero del real ese del cual
se anuncia aquello que a posteriori, ninguna pluma deja de testimoniar: no hay
relación sexual.
Así se explica el mediodecir que al fin llevamos
a cabo, el de que la mujer desde siempre sería verdad de engaño. Quiera el
cielo al fin quebrado por la vía que os abrimos láctea, que algunas por ser
notodas para el hombredicho hagan llegar el (eng)año de lo real. No tiene por
qué ser más desagradable que antes.
No será un progreso, ya que no lo hay que de
regreso no se lamente, lamente por una pérdida. Pero que uno ría, la lengua que
sirvo reharía el joke de Demócrito sobre el meden: extrayéndolo por caída del
me de la negación del rien (nada) que parece llamarlo, como nuestra banda lo
hace por sí misma en su auxilio.
Demócrito en efecto nos regaló el atomos, del
real radical, al elidir su "no", me pero en su subjuntividad, o sea,
ese modal cuya demanda vuelve a hacer consideración. Gracias a lo cual el den
fue justamente el pasajero clandestino cuyo clam hace ahora nuestro destino
No más materialista en eso que cualquiera que
fuese sensato, yo o Marx, por ejemplo. En cuanto a Freud, no lo juraría: quién
sabe el grano de palabras encantadas de Moravia27 que ha podido germinar en su
alma de un país en que caminaba la
Cábala.
Toda materia requiere de mucho esprit, que
además sea de su cosecha, pues si no ¿de dónde le vendría? Fue lo que Freud
sintió, pero no sin el lamento que mencioné hace poco.
No detesto pues en absoluto ciertos síntomas,
ligados a lo intolerable de la verdad freudiana.
La confirman, y aun creyendo recibir su fuerza
de mí. Para retomar una ironía de Poincaré sobre Cantor, mi discurso no es
estéril, genera la antinomia, mejor aún: muestra poder sostenerse aun de la
psicosis.
Más afortunado que Freud, quien para abordar su
estructura tuvo que recurrir a ese desecho que son las memorias de un difunto,
mi Schreber nace de una reanudación de mi palabra (y esta vez es hasta
bipresidente, águila de dos cabezas).
Mala lectura de mi discurso, sin duda, es buena:
ocurre con todas: con el uso. Basta que un analizante llegue por eso muy
animado a su sesión, para que empalme directamente con su materia edípica; como
me lo informan de todas partes.
Obviamente, mi discurso no siempre tiene
rechazos tan acertados. Para tomarlo por el ángulo de la “influencia" tan
preciada por las tesis universitarias, parece poder ir muy lejos, en particular
respecto a un remolino de semantofilia del cual se lo estima precedente,
entonces con una fuerte prioridad esto lo centraría con la palabra-gaveta28
...Se palabra-gaveta sin fin desde hace un tiempo y, por desgracia, en eso me
deben montones.
No me consuelo ni me desconsuelo. Es menos
deshonroso para el discurso analítico que lo produce la formación de las
sociedades con ese nombre. Allí, es tradicional que el fariseísmo dé el tono, y
los ataques recientes contra los sobresaltos de la juventud, no hacen más que
conformarse a ello.
Denuncio que de todo se valen los analistas de
esa afiliación para escabullirse de un desafío del cual afirmo que reciben su
existencia: pues es un hecho de estructura que los determina.
El desafío, lo denoto con la- abyección. Es
sabido que el término de absoluto ha obsesionado al saber y al
poder-irrisoriamente, hay que decirlo-: allí al parecer estaba la esperanza,
que los santos en otro lado representan. Pero hay que desengañarse. El analista
abandona el juego.
En cuanto al amor que el surrealismo quisiera
que las palabras hiciesen, ¿habrá que decir que eso se queda así? Es extraño
que el encubrimiento que el análisis demuestra, no haya hecho manar venero de
semblante.
Para terminar según el consejo de Fenouillard29
respecto al límite, saludo a Henri-Rousselle de quien, por tomar aquí ocasión,
no olvido que me da lugar para, este juego del dicho al decir, darle
demostración clínica. ¿Dónde mejor he hecho sentir que con lo imposible de
decir se mide lo real-en la práctica?
y a la cosa pongo fecha en:
BELOEIL, el 14 de julio de 1972
Beloeil, donde cabe pensar que Carlos I, aunque
no de mi linaje, me ha hecho falta, pero no, sépase, Coco, de ojos lindos,
beloeil, porque vive en la posada de al lado, esto es, la guacamaya tricolor
que sin tener que explorar su sexo, tuve que clasificar como hétero, -porque se
lo dice ser hablante.--
NOTAS
1 Adresse en francés significa a la vez aquel a
quien uno se dirige y dirección, destino postal. [T.]
2 Lacan emplea aquí semblant en el sentido de
apparence (apariencia), término desgastado por su uso filosófico. Traducirnos
semblante ateniéndonos a su vieja acepción castiza, derivada del verbo semblar,
que significa parecer. Consúltese el Diccionario de autoridades, 1737, Edición
Facsímil, Madrid, Gredos, 1979. [T.]
3 Lacan juega con el sentido etimológico de
imbécil: débil, que necesita báculo o muleta para sostenerse. [T.]
4 Juego fundado en la homonimia: reste oublié,
queda olvidado, y ce reste, ese resto. [T.]
5 Ou pire...: título del seminario de Lacan del
año lectivo 1971-72- [T.]
6 Dit-mension: juego homofónico y ortográfico
entre dimension (dimensión) y dit-mansion (dicho-mansión)- [T.]
* El filósofo se inscribe (en el sentido en que
se dice de una circunferencia) en el discurso del amo. Hace en él de bufón. Eso
no quiere decir que sea tonto; es hasta más que utilizable. Lean a Shakespeare.
Tampoco es eso decir, téngase en cuenta, que
sepa lo que dice. El bufón de corte tiene un papel: el de ser quien hace las
veces de la verdad. Puede hacerlo expresándose como un lenguaje, igual que el
inconsciente. Que por ello esté, él, en la inconsciencia es secundario, lo
importante es que alguien haga las veces. Así Hegel, aunque habla tan
exactamente del lenguaje matemático como Bertrand Russell, no deja de fallar el
tiro: pasa que Bertrand Russell está en el discurso de la ciencia.
Kojève, a quien considero mi maestro, por
haberme iniciado en Hegel, tenía la misma parcialidad respecto de la
matemática, pero es preciso decir que había llegado al tiempo de Russell, y que
sólo filosofaba en virtud del discurso universitario bajo el cual se había
cobijado, pero sabiendo perfectamente que su saber no funcionaba en él más que
como semblante y tratándolo como tal: lo mostró en todas las formas habidas y
por haber, entregando sus notas a quien podía sacarles beneficio y postumando
su irrisión de toda la aventura.
Este desprecio, tan suyo, se sostenía en su
discurso de partida que fue también a donde volvió: el alto funcionario sabe
tratar a los bufones tan bien como a los demás, o sean como sujetos que son del
soberano.
7 Juego homofónico y ortográfico entre midit
(mediodicho), que es conjugado como verbo: tu médites (meditas) y je médis,
donde juega con la homofonía con médire (mal decir, hablar mal). [T.]
8 Scilicet, No. 2/3, Paris, Editions du Seuil.
[T.]
9 Juego homofónico y ortográfico entre n'y a, no
hay (escrito en una sola palabra: nya) y nia, negó. [T.]
10 Reproducimos en castellano las condensaciones
de escritura que hace Lacan, en este caso la de "este hábitat". [T.]
** Aquí se detiene lo que aparece a la vez en el
memorial de Henri-Rousselle.
11 Lacan juega con la homofonía entre sembler
(semblar, semejar) y s'embler, que condensa dos acepciones: sembrarse y
atrincherarse. [T.]
12 Thomme: condensación de homme (hombre) con
tomer, del griego temno, que significa cortar, tal como está presente en
castellano en la palabra tomo, por ejemplo, o en anatomía. [T.]
13 Lacan escribe desgracia, en mala hora
(malheur), del siguiente modo: mâle heur, macho de mí. [T.]
14 En francés moi-haut, literalmente yo-alto,
sigue el juego con moi, yo, que forma parte de moitié, mitad. [T.]
15 Véase la nota 9. [T.]
16 Lacan escribe hommosexuel en lugar de
homosexuel. Traducimos homosexual, destacando el primer componente (homo), que
en este caso remite al latín homo-hominis y no al griego homo, que denota
igualdad. En francés la doble m indica claramente homme, hombre. [T.]
17 Juego con el doble sentido de causer en
francés, charlar y causar. [T.]
18 Sutor, ne supra crepidam: zapatero, no
apuntes más alto que el calzado. [T.]
19 Juego con las sílabas iniciales en común
entre évidence, evidencia, y évidement, vaciamiento [T.]
20 Alusión a la fábula de La Fontaine Le corbeau et
le renard.[T.]
21 Juego homofónico y ortográfico entre au moins
un, al menos uno, y hommoinzun, hombruno. [T.]
22 Condensación de fiction, ficción, y fixer,
fijar. [T.]
23 En lugar de normale, normal, Lacan escribe
norme mâle, norma macho. [T.]
24 Çasysent, escritura unificada de ça s'y sent,
que es homófona con saissisant, sorprendente, atrapante, cautivante. [T.]
25 Lacan juega con progrès, progreso, y regret,
lamento, palabra ésta que coloca donde podría haber ubicado regreso, retroceso,
que no existe como término que pueda jugar aquí. [T.]
*** Espero que aquí se vea que la imputación de
estructuralismo, entendida como comprensión del mundo, una más en el guignol
con que nos representan la "historia literaria" (pues de eso se
trata), a pesar del bulto de publicidad que me aportó, y bajo la forma más
placentera puesto que estaba embarcado con la mejor compañía, acaso no es lo
que más me satisface.
Y cada vez menos, diría, en la medida en que se
impone una acepción cuya vulgata podría enunciarse diciendo que las carreteras
se explican por conducir de una señal de guía Michelin a otra: "Y es por eso
que su mapa está mudo".
26 S'oupirer, juego homofónico y ortográfico
entre ou pire, o peor, y soupirer, suspirar, condensándose ambos vocablos. [T.]
27 Lacan juega con la homofonía de mots ravies,
palabras encantadas, y Moravie, Moravia. [T.]
28 Palabra-gaveta, término popularizado a partir
de Lewis Carroll. [T.]
29 Fenouillard, personaje de "La familia
Fenouillard", historieta de fines de siglo pasado, muy popular en Francia,
escrita por Armand Colin. El consejo al que alude Lacan es el siguiente: "Quand
la borne est franchie il n'est plus de limites!" ¡Cuando se ha pasado la
raya ya no hay límites!" [T.]
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