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martes, 18 de agosto de 2015

Mentiras verdaderas. Montaje, puesta en escena, dirección. Rolando Ugena



             En “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad” (1908), Freud ubica junto a las fantasías delirantes de los paranoicos y las extrañas escenificaciones de la perversión, otras creaciones regularmente presentes en la neurosis. Dichas producciones, muchas veces con alto valor erótico, cultivadas con dedicación y casi siempre con vergüenza, “como si pertenecieran al más íntimo patrimonio de la personalidad”, son sin embargo fácilmente reconocibles incluso por la calle, puesto que quien va enfrascado en ellas, “se sonríe de manera repentina, como ausente; conversa consigo mismo o apresura su andar hasta correr casi, con lo cual marca el punto culminante de la situación ensoñada”.


          Sobre esas fantasías, de las cuáles parece lícito preguntarse de qué singular privacidad se trata, ya que por más que se las quiera mantener en el ámbito de lo privado, son detectables “por la calle”, Freud formula que las hay tanto inconcientes como concientes, siendo posible, en circunstancias propicias, capturar alguna de ellas con la conciencia, y agrega: “Una de mis pacientes, me refirió que cierta vez se encontró llorando por la calle y, meditando enseguida sobre el motivo, apresó la fantasía de que había entablado una relación tierna con un virtuoso pianista notorio en la ciudad (aunque no lo conocía personalmente), quien le había dado un hijo (ella no los tenía) y luego la abandonó a su suerte, dejándolos en la miseria a ella y al niño. En este pasaje de la novela le acudieron las lágrimas”.(1)

          La puntualización freudiana del relato de esa triste heroína como una novela, es una precisión tan deliciosa como interesante. Remite claro está, a “La novela familiar de los neuróticos”, sobre la cual se hallaba trabajando en ese entonces, y también, visiblemente a “El creador literario y su fantaseo”, con la diferencia que en lugar de escenificar alguna condición heroica propia de un personaje de Hollywood, lo que se representa son las borrascosas cumbres del malestar. Como le escribiría 30 años después a Romaind Rolland, “too good to be true”, demasiado bueno para ser verdad.(2)

          Nos encontramos obviamente, en el escenario de los sueños diurnos, del “teatro privado” de la señorita Anna O., aquella que en el primero de los historiales clínicos de “Estudios sobre la histeria(3), es presentada como una muchacha de desbordante actividad imaginativa que llevaba sin embargo “una vida en extremo monótona”, a la cual trataba de embellecer hilvanando sistemáticamente su soñar diurno y “mientras todos la creían presente, revivía en su espíritu unos cuentos: si la llamaban, estaba siempre alerta, de suerte que nadie sospechaba aquello”, incluso mientras cumplía intachablemente con los quehaceres hogareños. Pesadez afín a la que se esconde en gran número de actividades, que muchos “son capaces de realizar con espíritu a medias presente; en particular hombres que, por su gran vivacidad, se sienten martirizados en ocupaciones monótonas, simples, carentes de atractivos, y al comienzo se crean de una manera bien deliberada el entretenimiento de pensar en otra cosa”.

          Ese divertimento, esa farra, muestra palmaria de la división, ¿en qué guión apuntarlo sino en el de la función de consolación del fantasma?

          Ahora bien, ¿cómo entender esos libretos que ya como tragedia, ya como comedia se imponen, se cuelan?(4) ¿Se trata del fantasma o de la ficción? ¿Fantasma y ficción son lo mismo, se ubican en el mismo lugar, tienen la misma función respecto del deseo?

          Si bien puede considerarse al fantasma como sueño diurno, la práctica analítica muestra que su dimensión es variada y más amplia, y que en la pequeña historieta o drama que es representada cada vez, obedeciendo a las leyes de la lengua, se plantean cuestiones respecto del tiempo y de los lugares del sujeto, del objeto y del Otro.  

          Un lugar fijo, invariable, con una temporalidad carente de inscripción, comandada por la monótona estática del fantasma, (5) al mejor estilo de las tormentosas vicisitudes de las víctimas sadeanas, y propia de “la relación del sujeto con el significante”, como lo muestra la fórmula $<>a, escritura que propone al fantasma no como frase, sino como la relación del sujeto con un objeto, sin duda, especial.

        Allí, desconociendo de qué manera el fantasma sustenta la totalidad de su mundo, y torna más o menos atractiva su realidad, el sujeto se consagra a los quehaceres del yo y a las ilusiones neuróticas. No apareciendo como falso sino como núcleo de la existencia, empuja a actuar en una escena, en la cual como señala Lacan en “La dirección de la cura...”(6), él es el tramoyista, o incluso el director de escena; donde el semejante está implicado (porque la puesta en escena reclama espectadores), pero en la que el sujeto, en cierto modo, se posiciona en todos los lugares, encontrándose a un mismo tiempo como actor y como espectador, como ojo que mira, y como mirada que goza de la escena.

     
   Se exhibe así el papel doble que el fantasma cumple respecto del deseo: sostenerlo, procurarle sus objetos, pero también hacer de telón, pantalla que vela el encuentro con lo real. Con los términos de Lacan del Seminario XI, “El plano del fantasma funciona en relación con lo real. Lo real da soporte al fantasma, el fantasma protege a lo real(7), real que, señala luego, “va del trauma al fantasma – en tanto el fantasma nunca es sino la pantalla que disimula algo totalmente primero, determinante en la función de la  repetición - ”(8).

          Es que si bien lo sostiene y alimenta con sus objetos, no es lo que lo mantiene; de no mediar la castración, con la morriña por el objeto y el goce perdidos que implica, no habrá fantasma  y el deseo será pulsión.

        Respecto de la ficción, si bien en psicoanálisis nos ocupamos de la dimensión ficticia, ésta, como tal, no es algo que nos sea enteramente propio y pertenece, más bien al campo del mito, la leyenda y la novela.

       Es una invención, una mentira verdadera; quien la enuncia, no ignora la irrealidad de su ficción, pero desea que sea verdad para aquél a quien se dirige.

         Además, siendo propia de un sujeto, también puede serlo de un grupo, porque las ficciones, a diferencia del fantasma, pueden compartirse, enlazándose con los fantasmas individuales.

       Pueden también variar siempre que sea necesario, para mostrar esa verdad que solo logra aparecer como novela, escena, película. De algún modo, la ficción viene sola, y el analista se confrontará con ella inevitablemente. Porque la ficción está al servicio del fantasma(9) y cualquier acontecimiento, por aciago que resulte, será susceptible de una reconstrucción, alrededor de la cual habitarán un fantasma y una posición subjetiva.

          Construcción que no es sin consecuencias para la posición del analista en la transferencia, si más que transitar la vía de descubrir LA VERDAD, lo pone en la senda de reconducir un error que no es sino  producto del engaño del deseo. Con la dificultad de que no se trata de poner en contradicción la ficción con lo que sería la verdad, porque esta está en la mentira, y con ella tendremos que trabajar.

       Fantasma y ficción nos llevan así, de la mano, a la dimensión ética del psicoanálisis.  

     Invertir la ficción para descubrir el fantasma,(10) es un acto que está a cargo del analista. Su posición ética le impide afirmar que la ficción es falsa. Es verdadera. Pero a pesar de serlo, su posición lo llevará a no creérsela. 




[1] S. Freud, “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”, Obras Completas, Amorrortu, Tomo 9.

[2] S. Freud, “Carta a Romain Rolland (Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis)”, Amorrortu, Tomo 22.

[3] S. Freud, “Estudios sobre la histeria”, Amorrortu, Tomo 2

[4] La expresión es de J. Breuer, quien firma la Parte Teórica, de los “Estudios sobre la histeria”.

[5] J. Lacan, “Kant con Sade, Escritos.

[6] J. Lacan, “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos.

[7] J. Lacan, “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, seminario del 29-1-1964, Ed. Paidós

[8] Idem, seminario del 12-2-1964

[9] La expresión es de Gérard Pommier, Transferencia y estructuras clínicas, seminario del 6-9-1991


[10] Idem, seminario del 8-11-1991