“ El empleo de la teleología como hipótesis
heurística está expuesto a objeciones; en el caso singular uno nunca sabe si ha
dado en una «armonía» o una «disarmonía». Es como cuando uno introduce un clavo
en una pared: no sabe sí acertará en una juntura o dará sobre la piedra”.
Sigmund Freud,
“Contribuciones a un debate sobre el onanismo”
En
las conferencias que dictara en noviembre de 1976 en Vigo (España), Oscar
Masotta decía que la doctrina freudiana
enseña que “el cuerpo se erogeniza en un mal lugar... con quienes se aprende es con
quienes no podrá lo aprendido ser utilizado”. (1)
Tres años más
tarde, en un trabajo que continuaba esas lecciones, interrumpido por su muerte
y publicado poco después, analizando las teorizaciones de Michael Balint sobre
el amor primario y el amor genital, señalaba: “Balint, invierte la fórmula que
les sugerí a ustedes en mi primer viaje a Galicia: aquí el sujeto
aprendió el sexo en el buen lugar.” (2)
Aguda
puntualización que resalta los callejones sin salida, de una concepción que
promete una acabada satisfacción, recostándose en la supuesta síntesis de las
pulsiones parciales bajo la primacía de los órganos genitales, haciendo lugar a
la idea del amor como éxtasis y a una armónica relación entre las partes.
Frente a esa
creencia, que subvierte el proyecto freudiano, ese que formula el corte y la
desgarradura entre amor – sexo – erotismo, Masotta remata con una penetrante
afirmación sin desperdicio: “hay en Balint una erótica escondida”(3).
Pero ¿ qué es
una erótica?. Masotta articula allí con firmeza: “un saber de las
reglas que pueden conducir el cuerpo a una experiencia
del placer”, (3) saber que en Balint, ( y no sólo en él), se funde con
la idea de un amor pleno donde los sexos borran su diferencia complementándose.
Y concluye afirmando: “el psicoanálisis, contando desde el
Kamasutra o El jardín perfumado hasta las más delicadas preceptivas eróticas,
nada tiene que hacer con ningún Ars Amandi .” (3)
Dejando de
lado El arte de amar, esa obra cumbre de la literatura occidental en la cual
Ovidio instara a organizar y regir el amor por el arte, a la que hice
referencia en otro texto, quiero comentar
ahora brevemente los otros dos manuales mencionados: “Los Kamasutra”, y “El
jardín perfumado por la relajación del espíritu”.
“Los Kamasutra” (4), o según se lo vierte del
sánscrito, “Aforismos sobre el amor”, o “Tratado del amor”, son un retoño
famoso de aquél empeño del gran poeta latino, dados a luz tres siglos después, a miles de kilómetros y en una
cultura distinta por Mallanâga
Vâtsyâyana, quien a través de treinta y seis capítulos, sesenta y cuatro
apartados, siete partes y mil doscientas cincuenta estrofas, empleando
aforismos en prosa (sutra) construye una “tríada”, Dharma, Artha, Kama, (Lo
sagrado, Lo útil, El amor), que le da forma a un relajado tratado con
intenciones científicas y educativas, creado para enseñar a hombres y mujeres
el comportamiento a tener ante el deseo.
Con ese fin
pone por escrito, sin dejar detalles librados a la improvisación, una larga
serie que va de diferentes posturas amorosas (64 para ser precisos), besos,
abrazos y arañazos, con sus correspondientes gemidos, hasta normas para pedir
en matrimonio, el comportamiento de la viuda que se ha vuelto a casar o de la
esposa caída en desgracia, sin que falten los métodos para reconocer al hombre
desenamorado, descartar a un amante o sacarle dinero; y tomando la delantera
respecto de modernas prescripciones, da precisas recetas para estimular la
virilidad, engordar el pene, o despertar el deseo cuando se apaga...
Sin indicar
fechas, con datos biográficos distorsionados, desprovisto de referencias a la
procreación, en Los Kamasutra el amor es presentado como placer erótico alejado
de cualquier cándida turbación, y se dirige sin tapujos a varones y mujeres
invitándolos explícitamente a servirse de su lectura, e inflamarse de modo que
todo se haga por agrado y produzca plena satisfacción.
Con respecto a
“El jardín perfumado por la relajación del espíritu”, se trata de un texto
escrito en el año 925 de la hégira musulmana (1547 d. C.) y traducido al
francés en 1850. Redactada por el jeque Nefzaui, está dividida en veintiún
capítulos y contiene toda clase de consejos técnicos amorosos, remedios contra
la impotencia, la esterilidad, etc., no sin pasar por consejos para el coito
entre jorobados, o historias como la del bufón Bahlul y Hamduna, la mujer de un
visir, quien cuando su criada le reprocha haberse abandonado muchas veces al
bufón le contesta: “Toda vulva lleva inscrita en su abertura el nombre de aquél
que debe entrar en ella”, parafraseando las palabras de Mahoma, “Todo hombre lleva
inscrito su destino en la frente”.(5)
En un Occidente
inclinado a transitar y escrutar la erotología grecorromana, los catálogos
eróticos propuestos tanto por Los Kamasutra como El Jardín perfumado, no pueden
no parecer excesivos, extravagantes hasta lo inverosímil, y tal vez por ello
han pasado al lenguaje común como sinónimo de lujuria o pornografía. Para mi
gusto, acaso baste con considerarlos ciencias aplicadas del significante amo,
marbetes de la exigencia imperativa de darle cuerpo a un discurso sobre las
reglas del amor, métodos que para reproducirse le demandan al serhablante que
marque el paso, especialmente en el lecho.
Entre esos
dispositivos y el psicoanálisis, no hay
encuentro posible. Retomando a Masotta: “Este es uno de los puntos sobre los cuales
si uno se equivoca se equivoca sobre todo”, y no sin consecuencias.(3)
Para
señalar al menos una: si el objetivo de la cura fuese el ideal “genital love”,
sostenido en una representación del amor como armónica plenitud; si la salida
del análisis no fuera otra que una especie de “Juego de la Oca en el que la
última casilla tuviese el rostro de Eros” (6), como lee Masotta en esa erótica
escondida de Balint que figura el buen lugar, el psicoanálisis
permanecería demasiado cerca de esas técnicas que genitalizan el deseo
prescribiendo un saber sobre el placer, incompatible con la erección de un
terreno en el que lo singular haga lugar a alguna solución artesanal.
marzo 2008
Notas
(1)
Masotta Oscar, Lecciones de introducción al
psicoanálisis, Gedisa, 1979, Pág. 99
(2) Masotta Oscar,
El modelo pulsional, Ed. Altazor, 1980,
Pág. 90
(3) Idem, Pág. 93
(4) Alexandrian, Historia de la literatura erótica,
Planeta, 1990, Pág. 218, 219.
(5) Alexandrian, Historia de la literatura erótica,
Planeta, 1990, Pág. 217.
(6) Masotta Oscar, El modelo pulsional, Ed. Altazor, 1980,
Pág. 91. Ver también Sobre Michael Balint, o el juego de la oca, del amor y el
odio, por Eric Laurent, en Ornicar?, Ediciones Petrel.
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