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lunes, 17 de noviembre de 2014

De una erótica escondida. R. Ugena

  “ El empleo de la teleología como hipótesis heurística está expuesto a objeciones; en el caso singular uno nunca sabe si ha dado en una «armonía» o una «disarmonía». Es como cuando uno introduce un clavo en una pared: no sabe sí acertará en una juntura o dará sobre la piedra”.
Sigmund Freud,
                                                           “Contribuciones a un debate sobre el onanismo”


          En las conferencias que dictara en noviembre de 1976 en Vigo (España), Oscar Masotta  decía que la doctrina freudiana enseña que “el cuerpo se erogeniza en un mal lugar... con quienes se aprende es con quienes no podrá lo aprendido ser utilizado”. (1)
Tres años más tarde, en un trabajo que continuaba esas lecciones, interrumpido por su muerte y publicado poco después, analizando las teorizaciones de Michael Balint sobre el amor primario y el amor genital, señalaba: “Balint, invierte la fórmula que les sugerí a ustedes en mi primer viaje a Galicia: aquí el sujeto aprendió el sexo en el buen lugar.” (2)
Aguda puntualización que resalta los callejones sin salida, de una concepción que promete una acabada satisfacción, recostándose en la supuesta síntesis de las pulsiones parciales bajo la primacía de los órganos genitales, haciendo lugar a la idea del amor como éxtasis y a una armónica relación entre las partes.
Frente a esa creencia, que subvierte el proyecto freudiano, ese que formula el corte y la desgarradura entre amor – sexo – erotismo, Masotta remata con una penetrante afirmación sin desperdicio: “hay en Balint una erótica escondida”(3).
Pero ¿ qué es una erótica?. Masotta articula allí con firmeza: “un saber de las reglas que pueden conducir el cuerpo a una experiencia del placer”, (3) saber que en Balint, ( y no sólo en él), se funde con la idea de un amor pleno donde los sexos borran su diferencia complementándose. Y concluye afirmando: “el psicoanálisis, contando desde el Kamasutra o El jardín perfumado hasta las más delicadas preceptivas eróticas, nada tiene que hacer con ningún Ars Amandi .” (3)
Dejando de lado El arte de amar, esa obra cumbre de la literatura occidental en la cual Ovidio instara a organizar y regir el amor por el arte, a la que hice referencia en otro texto, quiero comentar ahora brevemente los otros dos manuales mencionados: “Los Kamasutra”, y “El jardín perfumado por la relajación del espíritu”. 
“Los Kamasutra” (4), o según se lo vierte del sánscrito, “Aforismos sobre el amor”, o “Tratado del amor”, son un retoño famoso de aquél empeño del gran poeta latino, dados a luz tres siglos después, a miles de kilómetros y en una cultura distinta por Mallanâga Vâtsyâyana, quien a través de treinta y seis capítulos, sesenta y cuatro apartados, siete partes y mil doscientas cincuenta estrofas, empleando aforismos en prosa (sutra) construye una “tríada”, Dharma, Artha, Kama, (Lo sagrado, Lo útil, El amor), que le da forma a un relajado tratado con intenciones científicas y educativas, creado para enseñar a hombres y mujeres el comportamiento a tener ante el deseo.
Con ese fin pone por escrito, sin dejar detalles librados a la improvisación, una larga serie que va de diferentes posturas amorosas (64 para ser precisos), besos, abrazos y arañazos, con sus correspondientes gemidos, hasta normas para pedir en matrimonio, el comportamiento de la viuda que se ha vuelto a casar o de la esposa caída en desgracia, sin que falten los métodos para reconocer al hombre desenamorado, descartar a un amante o sacarle dinero; y tomando la delantera respecto de modernas prescripciones, da precisas recetas para estimular la virilidad, engordar el pene, o despertar el deseo cuando se apaga...
Sin indicar fechas, con datos biográficos distorsionados, desprovisto de referencias a la procreación, en Los Kamasutra el amor es presentado como placer erótico alejado de cualquier cándida turbación, y se dirige sin tapujos a varones y mujeres invitándolos explícitamente a servirse de su lectura, e inflamarse de modo que todo se haga por agrado y produzca plena satisfacción.
Con respecto a “El jardín perfumado por la relajación del espíritu”, se trata de un texto escrito en el año 925 de la hégira musulmana (1547 d. C.) y traducido al francés en 1850. Redactada por el jeque Nefzaui, está dividida en veintiún capítulos y contiene toda clase de consejos técnicos amorosos, remedios contra la impotencia, la esterilidad, etc., no sin pasar por consejos para el coito entre jorobados, o historias como la del bufón Bahlul y Hamduna, la mujer de un visir, quien cuando su criada le reprocha haberse abandonado muchas veces al bufón le contesta: “Toda vulva lleva inscrita en su abertura el nombre de aquél que debe entrar en ella”, parafraseando las palabras de Mahoma, “Todo hombre lleva inscrito su destino en la frente”.(5)
          En un Occidente inclinado a transitar y escrutar la erotología grecorromana, los catálogos eróticos propuestos tanto por Los Kamasutra como El Jardín perfumado, no pueden no parecer excesivos, extravagantes hasta lo inverosímil, y tal vez por ello han pasado al lenguaje común como sinónimo de lujuria o pornografía. Para mi gusto, acaso baste con considerarlos ciencias aplicadas del significante amo, marbetes de la exigencia imperativa de darle cuerpo a un discurso sobre las reglas del amor, métodos que para reproducirse le demandan al serhablante que marque el paso, especialmente en el lecho.
           Entre esos dispositivos y el psicoanálisis, no hay encuentro posible. Retomando a Masotta:  Este es uno de los puntos sobre los cuales si uno se equivoca se equivoca sobre todo”, y no sin consecuencias.(3)
           Para señalar al menos una: si el objetivo de la cura fuese el ideal “genital love”, sostenido en una representación del amor como armónica plenitud; si la salida del análisis no fuera otra que una especie de “Juego de la Oca en el que la última casilla tuviese el rostro de Eros” (6), como lee Masotta en esa erótica escondida de Balint que figura el buen  lugar, el psicoanálisis permanecería demasiado cerca de esas técnicas que genitalizan el deseo prescribiendo un saber sobre el placer, incompatible con la erección de un terreno en el que lo singular haga lugar a alguna solución artesanal.
marzo 2008

Notas

(1)   Masotta Oscar, Lecciones de introducción al psicoanálisis, Gedisa, 1979, Pág. 99
(2)   Masotta Oscar, El modelo pulsional, Ed. Altazor, 1980, Pág. 90
(3)   Idem, Pág. 93
(4)   Alexandrian, Historia de la literatura erótica, Planeta, 1990,  Pág. 218, 219.
(5)   Alexandrian, Historia de la literatura erótica, Planeta, 1990,  Pág. 217.
(6)   Masotta Oscar, El modelo pulsional, Ed. Altazor, 1980, Pág. 91. Ver también Sobre Michael Balint, o el juego de la oca, del amor y el odio, por Eric Laurent, en Ornicar?, Ediciones Petrel.
   

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