Ley del embudo,
ancho por una parte
y estrecho por otra, expresión con que se
comenta la conducta de quien impone
a los demás una norma que él mismo no guarda.
Diccionario María Moliner
Hecha la ley, hecha
la trampa
Refrán popular
Castrador: dícese de padres, madres y de esposas:
también: “un librito
de lo más castrador”
Adolfo Bioy Casares
Diccionario del argentino exquisito
Si esta reunión de hoy(*), fuese de gente
del ámbito de la física, habría a priori pocas posibilidades de que alguien
dudara acerca del modo en que la temática de la ley sería abordada. Probablemente
ocurriría algo similar si los aquí presentes fueran economistas convocados a
discutir la relación entre la oferta y la demanda, árbitros de fútbol
debatiendo respecto de las reglas del juego y la aplicación de la ley de la
ventaja, el offside, o legisladores abocados a proteger los derechos de los
niños, las mujeres, etc.
Pero siendo esta la reunión que es, la de
gente interesada
en la especificidad del campo de la
Salud Mental,
con la temática que nos convoca, la
relación del sujeto a la ley, la apremiante pregunta ¿De qué ley se trata?, impone
con urgencia que se presenten razones, argumentos en la medida en que si se
trata de la relación del sujeto con la ley en su conjunto, “el hombre está siempre en posición de no
comprender nunca por completo la ley, porque ningún hombre puede dominar en su
conjunto la ley del discurso” [1]
En Subversión del sujeto y dialéctica del deseo
en el inconsciente freudiano, Lacan señalaba: “Ese goce cuya falta hace inconsistente al Otro, ¿es el mío? La
experiencia prueba que ordinariamente me está prohibido, y…no únicamente…por un
mal arreglo de la sociedad, sino, diría yo, por la culpa del Otro si existiese:
como el Otro no existe, no me queda más remedio que…creer en aquello a lo que
la experiencia nos arrastra a todos, y a Freud el primero: al pecado original…incluso
si no tuviésemos la confesión de Freud tan expresa como desolada, quedaría el
hecho de que el mito, el último que ha nacido en la historia, …no puede servir
a nada más que el de la manzana maldita, con la salvedad, que no se inscribe en
su activo de mito…
Pero
lo que no es un mito, y lo que Freud formuló…tan pronto como el Edipo, es el
complejo de castración. Encontramos en este complejo el resorte mayor de la
subversión misma que intentamos articular… desconocido hasta Freud que lo
introdujo… el complejo de castración no puede ya ser ignorado por ningún
pensamiento sobre el sujeto.”[2]
¿Qué relación determinar entre castración
y complejo de Edipo, ese que funciona como “complejo nuclear de la neurosis”?
No se trata simplemente de distinguir entre ambos, discriminación
que ya fue hecha por Freud, para quien de hecho el complejo de Edipo no alcanza
su magnitud de concepto fundador hasta que lo articula con el complejo de
castración, sino de dar cuenta de si la castración en el Edipo es el aspecto
más radical de la castración.
Sin duda es conocido que en la
filogénesis que construye Freud a partir de sus lecturas antropológicas, la ley
resulta de la prohibición que, emanando del padre de la horda primitiva de
Tótem y tabú, ese que amenaza a los hijos con la emasculación en el caso de que
transgredieran la prohibición, se interioriza después del asesinato del padre
en la instancia psíquica del Superyó, abriendo el acceso a la cultura.
El mito de la horda primitiva se
encuentra entonces en el origen del mito edípico, lo enmarca siendo la
prohibición la crea que el incesto.
La tesis de Lacan, en cambio, sostiene que
la verdadera castración no es la amenaza supuesta en la prohibición, sino una
función “esencialmente simbólica”, que “sólo se concibe desde la articulación
significante”[3]
“operación real introducida por la
incidencia del significante, sea el que sea”[4],
por la cual hay causa de deseo.
El mito que Freud elucubró, ese que debemos a su pluma, es el
sueño de Freud [5],
y en cuanto tal debe ser interpretado. Porque
lo que no es un mito, es el complejo de castración.
Para decirlo con los términos del
Seminario La ética del psicoanálisis, “en
el fondo, es más cómodo padecer la
interdicción que exponerse a la castración” [6], un
modo de indicar que quedarse en el conflicto con el padre parece menos tortuoso
que encontrarse solo ante el enigma de la existencia.
Ante la penosa prueba de la ausencia de la Cosa y lo sombrío de la
pulsión de muerte, el Edipo, que más que reprimido es represor instaura una encrucijada
y ese señuelo del rival que constituye un refugio para velar, enmascarar la
castración, incrementando el deseo incestuoso.
Porque no sólo es represora la
interdicción paterna: también lo es el deseo edípico mismo.
En lo que puede calificarse como una “interpretación neurótica de la castración”[7], suele
presentarse al goce como prohibido, y no como imposible. El Edipo le da sostén
al mito de que hay un objeto del deseo y se aviene a sustentar la ilusión de
que un goce absoluto no es imposible, sino que está prohibido.
Ahora bien, ¿la Ley es la prohibición? ¿
la prohibición es sólo una forma de la Ley?
Se suele considerar que toda ley tiene
dos aspectos: uno que coarta, frena, y otro que permite, posibilita. ¿Qué es,
entonces, la prohibición con respecto a la ley? En la neurosis ¿cómo es
caracterizada?
Para la neurosis, la interdicción tiene
la forma de la ley que limita, reprime; movimiento por el cual vuelve deseable,
precisamente, aquello que prohíbe. “A lo
que hay que atenerse, es a que el goce está prohibido a quien habla como tal, o
también que no puede decirse sino entre líneas para quien quiera que sea sujeto
de la Ley, puesto que la Ley se funda en esa prohibición misma”,[8] pero
lo que está reprimido, (no prohibido), es la castración.
La dificultad proviene, me parece, de que
el deseo prohibido es la forma que adopta el deseo en el Edipo: se desea a la
madre para entrar en rivalidad imaginaria con el padre. El resultado es el odio,
la certeza de la “maldad del otro", que disimula, maquilla la muerte y la
castración.
Parece necesario entonces distinguir la
prohibición de la ley del deseo y de la castración; corresponde al complejo de
Edipo y a sus formaciones neuróticas, las que remiten al incesto. Los grandes
mitos freudianos, el del Edipo y el de Tótem y tabú remiten a la neurosis; histérica
para uno, obsesiva para el otro, son productos neuróticos para los cuales bastaría…con
la muerte del padre.
Pero “bien
sabemos los analistas que si Dios no existe, entonces ya nada está permitido.
Los neuróticos nos lo demuestran todos los días”.[9]
Si la prohibición es la interpretación
neurótica de la ley que reprime la castración, “la ley que significa gozar es su interpretación perversa”.[10] Siendo
ambas tentativas de recusar la castración, la perversión convierte a la ley en
“ley del goce”, ya no por vía de la represión sino a través de la renegación.
Según propone Lacan en el Seminario Aún y
en “Kant con Sade”, es ley que exhorta a un goce sexual absoluto por todos los
medios, particularmente la violencia. Prescribe la no-castración e incita a ir
más allá de todo límite del placer, lo
cual supone la sumisión al Otro, hacerse instrumento de su goce y también su
crueldad.
A
diferencia de la neurosis que prefiere imponerse prohibiciones, la perversión se
caracteriza por un montaje inmutable, se consagra al fantasma y vive en ese
mito según el cual, de todo se ha de poder hacer un goce absoluto, especialmente
de que alguien se regodee en el dolor de existir.
La potencia de lo imaginario encubriendo
la presencia de la muerte se muestra en todo su esplendor: "Nada obliga a nadie a gozar, salvo el Superyó. El Superyó es el
imperativo del goce".[11]
Pero ¿ qué sucede en la experiencia
analítica? En ella, nos topamos con la roca dura de una ley no natural, que no
es mera regla de juego, sino un mandato deducido del significante, ley de la
castración que como tal ordena desear.
Esa ley tiene dos planos: uno que contra
la pulsión y el placer permite la "erección" de un significante, el
falo y el establecimiento del deseo; y otro, que trae aparejado un sufrimiento
fundamental, anunciando la afánisis del deseo y la presencia de la pulsión de
muerte.
Un precepto que no es el de la plenitud
ideal, que marca el goce absoluto como imposible y que para decirlo en términos
de Freud, interrumpe el principio de placer
e introduce el principio de realidad.
Volviendo a “Subversión del sujeto…”, respecto del deseo el psicoanálisis nos
demuestra que no está sometido únicamente a lo contingente, sino que “exige el concurso de elementos estructurales…cuya
incidencia inarmónica, inesperada, difícil de reducir, parece dejar a la
experiencia un residuo que pudo arrancar a Freud la confesión de que la
sexualidad debía de llevar el rastro de alguna rajadura poco natural.
Haríamos
mal en creer que el mito freudiano del Edipo dé el golpe de gracia sobre este
punto a la teología…Y convendría más bien leer en él lo que en sus coordenadas
Freud impone a nuestra reflexión; pues regresan a la cuestión de donde él mismo
partió: ¿qué es un Padre?
-Es
el Padre muerto, responde Freud”.[12]
Lacan lo escuchó, y lo prosiguió bajo el
capítulo de Nombre-del-Padre. “ El Edipo
sin embargo no podría conservar indefinidamente el estrellato en unas formas de
sociedad donde se pierde cada vez más el sentido de la tragedia”.
La ética del psicoanálisis, que se opone tanto a la prohibición neurótica como a una "ley de goce", orienta hacia un duelo de todo "goce puro". El mito edípico, que atribuye al Padre la exigencia de la castración, no es más que una consecuencia de la sumisión del ser humano al significante
La ética del psicoanálisis, que se opone tanto a la prohibición neurótica como a una "ley de goce", orienta hacia un duelo de todo "goce puro". El mito edípico, que atribuye al Padre la exigencia de la castración, no es más que una consecuencia de la sumisión del ser humano al significante
[1] J. Lacan, El seminario,
Libro 2, clase del 16-2-1955
[2] J. Lacan, Subversión del sujeto y dialéctica
del deseo en el inconsciente freudiano, Escritos, página 331/2
[3] Idem, página 132
[4] Idem, página 136
[5] J. Lacan, Seminario XVII, El reverso del
psicoanálisis, página 136
[6] J. Lacan, Seminario VII, La ética del
psicoanálisis, página 365
[7] Alain Juranville, Lacan y la filosofía, página
162
[8] J. Lacan, Subversión del sujeto y dialéctica
del deseo en el inconsciente freudiano, página 333
[9] J. Lacan, El seminario,
Libro 2, clase del 16-2-1955
[10] Alain Juranville, Lacan y la filosofía, página
169
[11] J. Lacan, El seminario, Libro XX, clase del 21-11-1972
[12] J. Lacan, “Subversión del deseo…”, página 324