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viernes, 27 de febrero de 2015

Perversión, neurosis, interpretaciones de la Ley. Rolando Ugena



                                             Ley del embudo, ancho por una parte 
                                     y estrecho por otra, expresión con que se 
comenta la conducta de quien impone 
a los demás una norma que él mismo no guarda.

Diccionario María Moliner



Hecha  la ley, hecha la trampa 

                        Refrán popular



                                                                                                         Castrador: dícese de padres, madres y de esposas: 
también: “un librito de lo más castrador”

Adolfo Bioy Casares

Diccionario del argentino exquisito


Si esta reunión de hoy(*), fuese de gente del ámbito de la física, habría a priori pocas posibilidades de que alguien dudara acerca del modo en que la temática de la ley sería abordada. Probablemente ocurriría algo similar si los aquí presentes fueran economistas convocados a discutir la relación entre la oferta y la demanda, árbitros de fútbol debatiendo respecto de las reglas del juego y la aplicación de la ley de la ventaja, el offside, o legisladores abocados a proteger los derechos de los niños, las mujeres, etc.
Pero siendo esta la reunión que es, la de gente interesada en la especificidad del campo de la Salud Mental, con la temática que nos convoca, la relación del sujeto a la ley, la apremiante pregunta ¿De qué ley se trata?, impone con urgencia que se presenten razones, argumentos en la medida en que si se trata de la relación del sujeto con la ley en su conjunto, “el hombre está siempre en posición de no comprender nunca por completo la ley, porque ningún hombre puede dominar en su conjunto la ley del discurso[1]
En Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano, Lacan señalaba: “Ese goce cuya falta hace inconsistente al Otro, ¿es el mío? La experiencia prueba que ordinariamente me está prohibido, y…no únicamente…por un mal arreglo de la sociedad, sino, diría yo, por la culpa del Otro si existiese: como el Otro no existe, no me queda más remedio que…creer en aquello a lo que la experiencia nos arrastra a todos, y a Freud el primero: al pecado original…incluso si no tuviésemos la confesión de Freud tan expresa como desolada, quedaría el hecho de que el mito, el último que ha nacido en la historia, …no puede servir a nada más que el de la manzana maldita, con la salvedad, que no se inscribe en su activo de mito…
Pero lo que no es un mito, y lo que Freud formuló…tan pronto como el Edipo, es el complejo de castración. Encontramos en este complejo el resorte mayor de la subversión misma que intentamos articular… desconocido hasta Freud que lo introdujo… el complejo de castración no puede ya ser ignorado por ningún pensamiento sobre el sujeto.”[2]
¿Qué relación determinar entre castración y complejo de Edipo, ese que funciona como “complejo nuclear de la neurosis”?
No se trata  simplemente de distinguir entre ambos, discriminación que ya fue hecha por Freud, para quien de hecho el complejo de Edipo no alcanza su magnitud de concepto fundador hasta que lo articula con el complejo de castración, sino de dar cuenta de si la castración en el Edipo es el aspecto más radical de la castración.
Sin duda es conocido que en la filogénesis que construye Freud a partir de sus lecturas antropológicas, la ley resulta de la prohibición que, emanando del padre de la horda primitiva de Tótem y tabú, ese que amenaza a los hijos con la emasculación en el caso de que transgredieran la prohibición, se interioriza después del asesinato del padre en la instancia psíquica del Superyó, abriendo el acceso a la cultura.
El mito de la horda primitiva se encuentra entonces en el origen del mito edípico, lo enmarca siendo la prohibición la crea que el incesto.
La tesis de Lacan, en cambio, sostiene que la verdadera castración no es la amenaza supuesta en la prohibición, sino una función “esencialmente simbólica”, que “sólo se concibe desde la articulación significante[3]operación real introducida por la incidencia del significante, sea el que sea”[4], por la cual hay causa de deseo.
El mito que Freud elucubró, ese que debemos a su pluma, es el sueño de Freud [5], y en cuanto tal debe ser interpretado. Porque lo que no es un mito, es el complejo de castración.
Para decirlo con los términos del Seminario La ética del psicoanálisis, “en el fondo, es más cómodo padecer la interdicción que exponerse a la castración[6], un modo de indicar que quedarse en el conflicto con el padre parece menos tortuoso que encontrarse solo ante el enigma de la existencia.
Ante la penosa prueba de la ausencia de la Cosa y lo sombrío de la pulsión de muerte, el Edipo, que más que reprimido es represor instaura una encrucijada y ese señuelo del rival que constituye un refugio para velar, enmascarar la castración, incrementando el deseo incestuoso.
Porque no sólo es represora la interdicción paterna: también lo es el deseo edípico mismo.
En lo que puede calificarse como una “interpretación neurótica de la castración[7], suele presentarse al goce como prohibido, y no como imposible. El Edipo le da sostén al mito de que hay un objeto del deseo y se aviene a sustentar la ilusión de que un goce absoluto no es imposible, sino que está prohibido.
Ahora bien, ¿la Ley es la prohibición? ¿ la prohibición es sólo una forma de la Ley?
Se suele considerar que toda ley tiene dos aspectos: uno que coarta, frena, y otro que permite, posibilita. ¿Qué es, entonces, la prohibición con respecto a la ley? En la neurosis ¿cómo es caracterizada?
Para la neurosis, la interdicción tiene la forma de la ley que limita, reprime; movimiento por el cual vuelve deseable, precisamente, aquello que prohíbe. “A lo que hay que atenerse, es a que el goce está prohibido a quien habla como tal, o también que no puede decirse sino entre líneas para quien quiera que sea sujeto de la Ley, puesto que la Ley se funda en esa prohibición misma”,[8] pero lo que está reprimido, (no prohibido), es la castración.
La dificultad proviene, me parece, de que el deseo prohibido es la forma que adopta el deseo en el Edipo: se desea a la madre para entrar en rivalidad imaginaria con el padre. El resultado es el odio, la certeza de la “maldad del otro",  que disimula, maquilla la muerte y la castración.
Parece necesario entonces distinguir la prohibición de la ley del deseo y de la castración; corresponde al complejo de Edipo y a sus formaciones neuróticas, las que remiten al incesto. Los grandes mitos freudianos, el del Edipo y el de Tótem y tabú remiten a la neurosis; histérica para uno, obsesiva para el otro, son productos neuróticos para los cuales bastaría…con la muerte del padre.
Pero “bien sabemos los analistas que si Dios no existe, entonces ya nada está permitido. Los neuróticos nos lo demuestran todos los días”.[9]
Si la prohibición es la interpretación neurótica de la ley que reprime la castración, “la ley que significa gozar es su interpretación perversa”.[10] Siendo ambas tentativas de recusar la castración, la perversión convierte a la ley en “ley del goce”, ya no por vía de la represión sino a través de la renegación.  
Según propone Lacan en el Seminario Aún y en “Kant con Sade”, es ley que exhorta a un goce sexual absoluto por todos los medios, particularmente la violencia. Prescribe la no-castración e incita a ir más allá de todo límite del placer,  lo cual supone la sumisión al Otro, hacerse instrumento de su goce y también su crueldad.
 A diferencia de la neurosis que prefiere imponerse prohibiciones, la perversión se caracteriza por un montaje inmutable, se consagra al fantasma y vive en ese mito según el cual, de todo se ha de poder hacer un goce absoluto, especialmente de que alguien se regodee en el dolor de existir.   
La potencia de lo imaginario encubriendo la presencia de la muerte se muestra en todo su esplendor: "Nada obliga a nadie a gozar, salvo el Superyó. El Superyó es el imperativo del goce".[11]
 Pero ¿ qué sucede en la experiencia analítica? En ella, nos topamos con la roca dura de una ley no natural, que no es mera regla de juego, sino un mandato deducido del significante, ley de la castración que como tal ordena desear.
Esa ley tiene dos planos: uno que contra la pulsión y el placer permite la "erección" de un significante, el falo y el establecimiento del deseo; y otro, que trae aparejado un sufrimiento fundamental, anunciando la afánisis del deseo y la presencia de la pulsión de muerte.
Un precepto que no es el de la plenitud ideal, que marca el goce absoluto como imposible y que para decirlo en términos de Freud, interrumpe el principio de placer  e introduce el principio de realidad.
   Volviendo a “Subversión del sujeto…”, respecto del deseo el psicoanálisis nos demuestra que no está sometido únicamente a lo contingente, sino que “exige el concurso de elementos estructurales…cuya incidencia inarmónica, inesperada, difícil de reducir, parece dejar a la experiencia un residuo que pudo arrancar a Freud la confesión de que la sexualidad debía de llevar el rastro de alguna rajadura poco natural.
Haríamos mal en creer que el mito freudiano del Edipo dé el golpe de gracia sobre este punto a la teología…Y convendría más bien leer en él lo que en sus coordenadas Freud impone a nuestra reflexión; pues regresan a la cuestión de donde él mismo partió: ¿qué es un Padre?
-Es el Padre muerto, responde Freud”.[12]
Lacan lo escuchó, y lo prosiguió bajo el capítulo de Nombre-del-Padre. “ El Edipo sin embargo no podría conservar indefinidamente el estrellato en unas formas de sociedad donde se pierde cada vez más el sentido de la tragedia”.

La ética del psicoanálisis, que se opone tanto a la prohibición neurótica como a una "ley de goce", orienta hacia un duelo de todo "goce puro". El mito edípico, que atribuye al Padre la exigencia de la castración, no es más que una consecuencia de la sumisión del ser humano al significante


(*) La reunión a la cual hago referencia, es la VIII Jornada de Salud Mental, de Merlo (Bs.As), realizada en noviembre de 2013, que giró en torno a la cuestión de la Ley.



[1] J. Lacan, El seminario, Libro 2, clase del 16-2-1955
[2] J. Lacan, Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano, Escritos, página 331/2
[3] Idem, página 132
[4] Idem, página 136
[5] J. Lacan, Seminario XVII, El reverso del psicoanálisis, página 136
[6] J. Lacan, Seminario VII, La ética del psicoanálisis, página 365
[7] Alain Juranville, Lacan y la filosofía, página 162
[8] J. Lacan, Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano, página 333
[9] J. Lacan, El seminario, Libro 2, clase del 16-2-1955
[10] Alain Juranville, Lacan y la filosofía, página 169
[11] J. Lacan, El seminario, Libro XX, clase del 21-11-1972
[12] J. Lacan, “Subversión del deseo…”, página 324

domingo, 22 de febrero de 2015

Reportaje a Roberto Harari



En el número 14 de Acheronta, de diciembre de 2001 (del cual hemos transitado ya otras entrevistas como la de Guy Le Gaufey, Germán García) Gerardo Herreros realizó un interesante reportaje al psicoanalista argentino Roberto Harari, lamentablemente fallecido en 2009.
Roberto Harari
Allí, se fueron planteando diversos asuntos atinentes a la praxis psicoanalítica como la problemática de la formación de los analistas, la cuestión de las instituciones analíticas  y el pase, entre otras. Acerca de las instituciones, por ejemplo, Harari comentaba que “es el funcionamiento el que va dictando la normativa, y siempre hay un real que se escapa a las previsiones imaginariamente simbólicas respecto de las reglamentaciones” que una institución puede darse.
Con el humor ácido bastante frecuente en él, Harari se despachaba crítico con respecto al pase: “Yo no sé, si alguien pasa, que pasó. Yo creo que se generó un cierto achanchamiento. No sé si un pase al poder - es una lectura interesante de mi amigo Nasio - pero agregále también esta otra: como un quedantismo…”
A continuación también abordó la cuestión de la autorización del analista “de acuerdo a la famosa frase de Lacan (el psicoanalista sólo se autoriza a partir de él mismo) …ese tipo de salidas de Lacan que yo llamo de barricadas, donde gatilla, repentinamente, una contraseña semántica, un aforismo de esos que impactan, que uno no se los olvida mas, y que después uno repite como lorito - porque tiene un efecto de trauma, y el trauma, uno lo tiene que repetir …7 años después Lacan tuvo que decir "y por algunos otros". Es un agregado, son dos tiempos. Ese agregado es, creo, porque captó los efectos devastadores de esa primera propuesta de barricada. Entonces este "algunos otros" no es cualquier "otros". Ni dice "todos" los otros, ni dice todos los analistas. Son algunos, que son los de la institución donde el analista da sus pruebas. Estoy absolutamente de acuerdo en que tienen que ser las instituciones….”
      Su clínica no estuvo ausente de la conversación, y señalaba lo siguiente respecto de las llamadas intervenciones en lo real, en acto “que a veces llevan a la presunción que se trata de liquidar a la palabra porque con la palabra siempre estamos con la mentira. Habría como un supuesto real puro que se transmitiría a partir de hacer cosas. Con lo cual estamos en los límites del psicodrama psicoanalítico: hacer cosas para desubicar al analizante…Creo que es un modo de estar patrocinando actings out y pasajes al acto...Yo tiendo a trabajar con sesiones breves, que en general no duran mas de 20 o 25 minutos, pero que dan ocasión a que ahí suceda algo… Hay un cierto feeling, en el momento en que uno ve que pasa algo, algo toca algún real, y se plantea un corte…”.
...el otro punto que me parece no pertinente es la cuestión de la sala de espera…yo no cito pacientes a la misma hora, no hago que coincidan, se molesten mutuamente, etc…
Y también agregaba: “…dicen "que importa si alguien cuenta o no un sueño, si lo que te va a decir en un sueño te lo va a decir de otro modo, por lo tanto no importa eso". Claro, si lo tomamos como una especie de inconsciente expresivo, ya está. Pero si lo tomamos por el lado de la implicación subjetiva, hay muchos analizantes que, por ejemplo, me dicen "yo no sueño nunca", y ni siquiera les importa, y con el trabajo analítico vienen y dicen "no sabe lo que soñé, me quedé impactado, no llegaba la hora de venir y contárselo". Y empieza a soñar y a hacer un análisis de los sueños sin que nadie se lo pidiese. Ahí está el punto. No es que alguien le dijo que tiene que soñar. Es un efecto del análisis. Y entonces, dejan de venir a relatar sus crónicas diarias para venir a analizar sus sueños. Y ahí estamos en otro tiempo del análisis..”.
Para leer el texto completo del reportaje www.acheronta.org/reportajes/harari.htm