“Faulkner: el furioso estruendo de un
estilo”(1).
Juan
Pawlow
Una voz porta otra. Mientras la
primera aún conserva la potencia, la otra parece confinada a un oscuro margen,
tal vez al olvido. Sin embargo hay algunas circunstancias.
Apenas momentos antes de que el
bosque de Birnam suba a Dunsinane, momentos antes del estruendo de la guerra,
se oyen gritos de mujeres.
Esos gritos tienen una virtud:
hacen recordar a Macbeth el sabor del miedo.
“¿Cual es la causa de esos
gritos?”
“La reina ha muerto.”
Entonces Macbeth exclama:
“Sombra ambulante es esta vida,
mísero actor que en el escenario se afana y pavonea un momento y al cabo, para
siempre, calla su voz. Relato de un idiota, lleno de ruido y furia, que nada
significa.”(2)
En estas circunstancias
encontramos aquella otra voz: “Relato de un idiota, lleno de ruido y furia, que
nada significa.”
Los días se arrastraron a paso
menudo, hubo mañanas y mañanas, años y años, cientos de ellos, se encadenaron
siglos y la voz permanecía agazapada, hasta que alguien llamado William
Faulkner se encontró con aquel ruido, aquella furia, y el relato del idiota. El
relato de quien no puede pronunciar palabra alguna entonces se vuelve actual: “The
sound and the fury”
W. Faulkner |
Extraña novela “El ruido y la
furia”, pero en rigor, toda buena novela es un objeto extraño, extranjero e
íntimo, tierra de conquista, territorio de creación, y lo es no sólo para el
lector sino también para su autor. Dice bien Juan José Saer acerca del lugar
del narrador:
“Ser narrador exige una enorme capacidad de
disponibilidad, de incertidumbre y de abandono... Todos los narradores viven en
la misma patria: la espesa selva virgen de lo real.”(3)
Juan J. Saer |
Novela radical “El ruido y la
furia”, en tanto nos introduce en una selva, espesa, virgen, real, tomando la
voz de alguien incapaz de proferir palabras. El relato del idiota, Benjy, Maury
de nacimiento, discurre en la primera de las cuatro secciones del libro, y sólo
entenderemos de qué se trata cuando otras voces tomen su lugar. Así lo explica
Faulkner:
“Y entonces conté la experiencia
de aquel día del subnormal, y era incomprensible, incluso yo mismo no podía
decir lo que estaba pasando, por tanto tuve que escribir otro capítulo.
Entonces decidí dejar que Quentin contara su versión de ese día, o esa
misma ocasión, y lo hizo. Después tenía que haber un contrapunto, que
iba a ser el otro hermano, Jasón. A estas alturas era completamente confuso.
Sabía que no estaba acabado en absoluto y entonces tenía que escribir otra
sección desde fuera con un extraño, que era el escritor, para contar lo que
había sucedido ese día específico.”(4)
Si la novela es un objeto
extraño, si incluso es por momentos incomprensible para su propio autor, es en
gran parte porque la voz del personaje se vuelve autónoma a las intenciones de
aquel.(5)
Hay una afirmación de Borges que
nos acercará a eso extraño que es el personaje:
“En mi corta experiencia de
narrador, he comprobado que saber cómo habla un personaje es saber quién es,
que descubrir una entonación, una voz, una sintaxis peculiar, es haber
descubierto un destino.”(6)
Jorge L. Bórges |
El saber que Borges delinea aquí
es el de la sorpresa y el descubrimiento. El encuentro del narrador con
pequeños restos: una entonación, una voz, una sintaxis peculiar.
Es conocida la imagen de Joyce
vagando por Dublín a la espera de un resto de palabra, de algún giro, una fugaz
imagen y así construye a sus personajes. Como lo dice Richard Ellman:
“Joyce había empezado a crear en Dubliners
y A Portrait un método sintético que consiste en construir el personaje
con detalles intrascendentes, minucias.”(7)
Richard Ellman |
Pequeñas cosas, pequeñeces
incluso, que sin embargo imponen una dirección a la obra que no puede ser
forzada sin traicionar el destino de aquella voz descubierta.
Volvemos a Saer:
“...el escritor escribe siempre desde un lugar, y al escribir, escribe al mismo
tiempo ese lugar... ...un lugar que está más bien dentro del sujeto, que se ha
vuelto paradigma del mundo y que impregna, voluntaria o involuntariamente, con
su sabor peculiar , lo escrito. Ese lugar se escribe, por así decir, a través
del escritor, modelando su lenguaje, sus imágenes, sus conceptos...”(8)
Si extremamos esta idea ,
parafraseándola, podemos afirmar que el personaje habla desde un
lugar de alguna manera excéntrico al del escritor mismo.
Cuando Borges afirma: “Cervantes
conocía bien a Don Quijote y podía creer en él.”(9)
Podemos conjeturar que esa creencia es el respeto del narrador por la
diferencia entre la voz del personaje y la suya, es aceptar que esa voz que se
encontró tiene su propio lugar de enunciación. Un pequeño resto como una
entonación oída al pasar de alguna manera exterior al escritor y que sin
embargo determina su proceder narrativo.
Ese pequeño resto impone el
procedimiento narrativo en tanto una vez que se produce su descubrimiento, el
autor no es libre de hacer lo que se le plazca con él. Si esa voz conlleva un
destino, lo es porque implica que más allá de las posibilidades que abre,
delinea lo imposible.(10)
Querría afirmarlo de una vez: ese
instante de encuentro, ese descubrimiento, es el estilo.
No creo demasiada fructífera la
idea cotidiana de concebir al estilo como: “la manera personal de escribir que
caracteriza a un escritor”.
El estilo del escritor fuerza
sus maneras, porque si no las forzara esa escritura se tornaría estéril, se
extinguiría, apagándose como un eco entre los ecos. Así tomado, el estilo, es
la marca que, cada vez, inventa sus formas, y no la manera con la que el
escritor tramita lo que encuentra conduciéndolo a moldes ya establecidos.
¿Qué encuentra Faulkner en
Macbeth, qué descubre?
Se podría decir que muy poco: la
débil voz de un personaje y el título de su novela: “The sound and the fury”.
Comencemos por esto último.
Se habrá notado que he estado
siguiendo una traducción que no es la literal y tradicionalmente establecida:
“El sonido y la furia”. En esta decisión sigo a Guillermo Whitelow, traductor
de la versión bilingüe de Macbeth con la que trabajé y también la de Ana Antón-
Pacheco que traduce a Faulkner. Ambos vuelcan sound como ruido.
Ana Antón-Pacheco argumenta:
“ ‘Sonido’ me parece un término demasiado
inocuo para expresar la desesperación de Macbeth ante la catástrofe a que ha
dado lugar su ambición y ante la ambigüedad de la vida “signifying nothing”,
mientras que ‘ruido’ es mucho más fuerte, más enérgico, sobre todo si se tiene
en cuenta que, sobre el escenario, el fragor de la batalla se hace notar
constantemente...”(11)
A su vez podemos agregar nosotros
que en el uso castellano sonido evoca algo más armónico, más musical. La voz
“son”, incluso, es un término de la música trovadoresca. “Ruido”, en cambio, es
el rugido del león, el estruendo.
Con esto volvemos a Benjy. ¿Por
qué es tan eficaz que Faulkner haya tomado para iniciar la novela “el relato de
un idiota”? ¿En qué consiste esa voz?
La voz de Benjy está armada en
varias dimensiones:
- La representación. La
dificultad en la lectura de esta primera sección de la novela es la escasa
posibilidad de representación acerca de lo que acontece. Los pensamientos de
Benjy saltan de un lado a otro, se suceden distintos personajes, se superponen
distintos momentos de la vida de Benjy, incluso se remonta al momento en que se
le cambia de nombre (como al Benjamín bíblico) al descubrirse que es un débil
mental; una dificultad adicional entonces: Maury es Benjy, cuando aún no era un
resto del ideal de su madre.
- La sintaxis.
Si las formas retóricas y los modos sintácticos son bien distintos cuando en
las siguientes secciones del libro toman la voz Quentin y Jason, con Benjy nos
encontramos nuevamente con un problema. Por un lado se encadenan retazos de
diálogos en los que se reproducen las voces de otros personajes, hay allí una
sintaxis en juego de la cual Benjy sería testigo. Por otro lado, ¿cuál sería la
sintaxis de su voz? Adjudicadas a Benjy aparecen frases que por la complejidad
de su estructura no pueden atribuirse genuinamente a Benjy, sino a la necesidad
del narrador: “Ahora yo estaba llorando...” “No lo vi llegar. Vino por detrás
de nosotros.” “Quentin se peleó conmigo y yo lloré.”.
- Residuos. Esta dimensión es la más huidiza y
a su vez la más constante. A mi juicio es el Benjy más puro. La presencia de
Benjy se torna un ruido casi constante. En realidad Faulkner no lo describe
nunca como ruidoso, pero de forma permanente hay referencias a los ruidos que
produce. Llora, gime, se babea, berrea. Tanto en su sección, como en las otras,
se manda a los negros que lo cuidan a que lo hagan callar, que lo saquen fuera
de la casa. “Cállate”, “Cállese”, son palabras que inundan el relato. “Calla
esa boca”. “No puedo llevarlo a casa si berrea de esa manera.” “¿Es qué usted
no se va a callar nunca?” “Cállese”. “¿Qué pasa Benjy?” , “Calla, Benjy” ,
“Cállate” “¿Por qué no lo encierran?” “No va a conseguir nada con tanto gemir y
berrear.”
Decía más
arriba que tal vez se pueda pensar que Faulkner toma de Macbeth sólo un título
y la idea de un idiota que relata; y tal vez sea sólo eso: pequeñeces, pero entendiendo que el ruido, la
furia, y el relato del idiota, son las marcas que insisten de punta a punta en
toda la novela: en el estrépito de la caída en desgracia de los Compson,
prestigiosa familia sureña, en el ruido de lo insoportable de la vida sumergida
en la nada que se encamina día tras día hacia la muerte, en el suicidio, en la
estafa, en embarazos, en casamientos, en los pequeños actos cotidianos, en los
días que se arrastran menudos.
Por supuesto
que esto no se agota en Benjy, no es sólo el sin sentido de la vida relatada
por un idiota, o mejor: ¿Quién es el idiota? Hay otras voces, otros personajes:
El sin sentido
de una vida que se ahoga en un suicidio, como en el caso de Quentin. Relato
atiborrado de una moral arrasada por la escoria de viejos emblemas; restos de
voces, de ideales caídos por la guerra civil y los tiempos, que lo arrojan
fuera de la escena del nuevo mundo.
¿Y la idiotez no es la de Jason? Hombre
pragmático, tan actual, que no duda en ofrecer la castración de Benjy luego de
un episodio apenas confuso, para después llamarlo crudamente: “el Gran Capón de
los Estados Unidos”. Relato lleno de lugares comunes, de errática sintaxis, la
voz de un miserable estafador familiar cuya maldad confina con la idiotez.
Para finalizar,
el ruido y la furia de un estilo:
“Entonces Ben
volvió a gemir, con prolongada desesperación. No era nada. Solamente un ruido.
Podría haber sido que mediante una conjunción planetaria todo el tiempo y la
injusticia y el dolor se hicieran oír por un instante.”[12]
Faulkner puro.
[1] Ensayo presentado en la Jornada “Psicoanálisis y escritura”,
Facultad de Psicología de la UBA, mayo de 2003.
[2] “Macbeth” p. 191. William Shakespeare. Colección
Obras Maestras. Fondo Nacional de las Artes. Editorial Sudamericana. 1970.
[3] “La selva espesa de lo real” en “El
concepto de ficción” p. 271. Juan José Saer. Editorial Ariel. 1997.
[4] “Lion in the Garden: Interviews with W.
Faulkner” Citado en “El ruido y la furia” p.37 William Faulkner. Ediciones
Cátedra 1998. Subrayados míos.
[5] Los subrayados de la frase de Faulkner
apuntan a esa extrañeza.
[6] “La poesía gauchesca” en “Discusión” Obras
completas, p. 181. Jorge Luis
Borges. Emecé editores, 1989.
[7]
“James Joyce” Richard Ellmann p. 398 Editorial Anagrama, 1991.
[8] “Literatura y crisis argentina”. en “El
concepto de ficción” p. 105. Juan José Saer. Editorial Ariel. 1997
[9] “Nathaniel Hawthorne” en “Otras
Inquisiciones” Obras completas, p. 675. Jorge Luís Borges. Emecé editores,
1989.
[10] Tiempo después de haber leído este trabajo
en la Jornada, acallados los ecos de la misma, o sea: ya los días se habían
arrastrado menudos, vuelvo a tomar el número 6 de la revista Paradoxa en donde Sergio Cueto, en el trabajo
“La música, la prosa, la sintaxis.” cita a Girri. Cita por un lado olvidada por
mí, aunque reconozco los signos –asteriscos- con los que señalo algo que
encuentro importante en un texto. Lo que había “olvidado” - lo que había
marcado- dice así: “Uno no ha de guiarse por lo que quisiera hacer, sino por
las exigencias de eso mismo que está haciendo, de lo que necesita ser
escrito.”
[11] Carta de Ana Antón-Pacheco.“El ruido y la
furia” p.57. William Faulkner. Ediciones Cátedra 1998.
[12]
Op. Cit. P.308