(No incluido en las Obras Completas)
Publicado por Editorial Ariel, Barcelon, 1989
Preparativos
Después
de un examen detallado, intentaremos resumir los caracteres de las neurosis de
transferencia, las delimitaremos respecto de otras neurosis, expondremos
comparativamente sus distintos factores .
Los
factores son: la represión, la contrainvestidura, la formación substitutiva y
la formación de síntoma; sus relaciones con la función sexual, la regresión, la
predisposición a la neurosis .
Nos
limitaremos a los tres tipos de neurosis
de transferencia : histeria de angustia, histeria de conversión y neurosis obsesiva.
a)
La represión
Tiene
lugar en las tres neurosis de
transferencia en la frontera de los
sistemas preconsciente e inconsciente; consiste en una retirada u objeción de
la investidura preconsciente y es asegurada por un tipo de contrainvestidura.
En la neurosis obsesiva ésta se desplaza, en estadíos más tardíos, al límite
entre preconsciente y consciente.
Nos
daremos cuenta de que en el grupo siguiente
las neurosis narcisistas la
represión tiene otra tópica; se amplía entonces al concepto de escisión Spaltung .
El
punto de vista tópico no debe sobreestimarse en el sentido de suponer que todo
comercio entre ambos sistemas
preconsciente e inconsciente
quedaría interrumpido. Será, por tanto, más esencial todavía determinar
en qué elementos se introduce esta barrera.
El
éxito y la completud mantienen una dependencia mutua en la medida en que el
fracaso de la represión obliga a ulteriores esfuerzos. El éxito varía
en las tres neurosis y en estadíos singulares de las mismas.
El
éxito es mínimo en la histeria de angustia, donde se limita a que no se
constituya ninguna agencia representante preconsciente (y consciente). Más
tarde, se limita a que en lugar de la agencia representante escandalosa, se haga preconsciente y
consciente una representación substitutiva. Por último, en la formación de
fobia, el éxito alcanza su finalidad con la inhibición del afecto de displacer
por medio de una gran renuncia, de un exhaustivo intento de huida. El propósito
de la represión es siempre la evitación de un displacer. El destino de la agencia representante es solamente un
signo del proceso. El aparente desdoblamiento, descriptivo en vez de
sistemático, del proceso a rechazar en representación y afecto (agencia
representante y factor cuantitativo) resulta precisamente del hecho de que la
represión consiste en una objeción a la representación - palabra; es decir:
resulta del carácter tópico de la represión.
En
la neurosis obsesiva, el éxito de la
represión es de entrada completo, pero
no duradero. El proceso está aún menos concluido que en la histeria de angustia . A una
primera fase exitosa le suceden dos ulteriores, de las cuales la primera (la
represión secundaria: formación de la representación obsesiva, lucha contra la
representación obsesiva) se conforma, como en la histeria de angustia, con una
substitución de la agencia representante; mientras que la fase
ulterior (la represión terciaria) produce renuncias y limitaciones
como las que corresponderían a la fobia, pero que, a diferencia de lo que sucede
en esta, trabaja con medios lógicos.
En
cambio, el éxito de la histeria de conversión es completo desde el principio,
aunque se logra al precio de una fuerte formación substitutiva. Este proceso
del desarrollo particular de la represión es más completo.
b)
Contrainvestidura
En
la histeria de angustia, que es un mero intento de huida, la contrainvestidura falta al principio; se precipita luego, sobre
la representación substitutiva, especialmente en la tercera fase sobre el
entorno de la misma, para desde allí estar segura de domeñar el desprendimiento
de displacer, como alerta y atención. Representa la componente de la
investidura preconsciente, es decir, el esfuerzo que cuesta la neurosis.
En
la neurosis obsesiva, donde desde el principio se trata de la defensa de una
pulsión ambivalente, la contrainvestidura se encarga de la primera represión
exitosa; efectúa luego una formación reactiva gracias a la ambivalencia; da
lugar por fin, en una fase terciaria, a la atención. que distingue a la
representación obsesiva y se encarga del trabajo lógico. Por lo tanto, las
fases segunda y tercera son casi iguales
en la neurosis obsesiva y en la
histeria de angustia. La diferencia
está en la primera fase, donde la
contrainvestidura en la histeria de angustia no logra nada, mientras que en la
neurosis obsesiva lo logra todo.
La
contrainvestidura simple asegura para la represión la componente
correspondiente del preconsciente.
En
la histeria de conversión , el carácter
logrado lo hace posible el hecho de que desde el comienzo la contrainvestidura
busca una coincidencia con la investidura pulsional y llega a un compromiso con
ella; la determinación electiva recae en la agencia representante.
c)
Formación substitutiva y formación de síntoma
Corresponden
al retorno de lo reprimido, al fracaso de la represión. Por un tiempo hemos de
tomarlas por separado; más tarde confluirá
la formación substitutiva
con la formación de síntoma .
Esta
confluencia se da, en su forma más completa, en la histeria de conversión,
donde la substitución es igual al síntoma; no hay nada más que separar.
Igualmente,
en la histeria de angustia, la formación substitutiva posibilita a lo reprimido
el primer retorno.
En
la neurosis obsesiva la formación
substitutiva y la formación de síntoma
se separan nítidamente, pues la primera formación substitutiva de lo
reprimente es suministrada mediante la contrainvestidura; no se cuenta entre
los síntomas. En cambio los posteriores síntomas de la neurosis obsesiva suelen
ser de manera preponderante un retorno de lo reprimido, a la vez que la
participación en ellos de lo reprimente es menor.
La
formación de síntomas, de la cual parte nuestro estudio, coincide siempre con
el retorno de lo reprimido y acontece con ayuda de la regresión y de las fijaciones
predisponentes. Una ley general dice que la regresión retrocede hasta la
fijación y que desde allí se impone en retorno de lo reprimido.
d)
La relación con la función sexual
Para
ella sigue siendo válido que la moción pulsional reprimida es siempre una
moción libidinal y perteneciente a la vida sexual, mientras que la represión
parte del yo por distintos motivos, que se pueden resumir en un «no poder» (por
fuerza excesiva) o en un «no querer». Esto último remite a una incompatibilidad
con los ideales del yo o al temor a otro tipo de daño del yo. El «no poder»
también equivale a un daño.
Este
hecho fundamental se vuelve opaco por dos factores. En primer lugar, a menudo
se da la apariencia de que la represión estaría incitada por el conflicto entre
dos estímulos, ambos libidinales. Esto se resuelve por la consideración de que
uno de ellos es adecuado al yo; en el conflicto puede reclamar la ayuda de la
represión que se origina en el yo. En segundo lugar, se vuelve opaco por ser no
sólo tendencias libidinales sino también tendencias yoicas las que se
encuentran entre las reprimidas, como es especialmente claro y frecuente cuando
la neurosis ha tenido una presencia más duradera y un desarrollo mas avanzado.
Esto último sucede de tal manera que la moción libidinal reprimida intenta
imponerse mediante el rodeo por una tendencia yoica , de la que ha extraído una
componente a la cual transfiere energía; luego arrastra consigo a esa tendencia yoica a la represión. Esto puede ocurrir en gran
escala. Esto no cambia nada de la validez general de aquel enunciado que la moción reprimida es siempre
libidinosa. Es lógica la exigencia de que hayamos de extraer nuestra
comprensión a partir de los estados
iniciales de las neurosis.
En
la histeria y en la neurosis obsesiva es evidente que la represión se dirige
contra la función sexual en su forma definitiva, en la cual representa la
aspiración a la procreación. Una vez más, esto resulta más claro que en ningún
otro lugar en la histeria de conversión, porque no tiene complicación alguna;
en la neurosis obsesiva, en cambio, hay primero regresión. Sin embargo, no hay
que exagerar esta relación y no hay que admitir, llegado el caso, que la
represión sólo se haga eficaz en este estadío de la libido. Al contrario,
precisamente la neurosis obsesiva demuestra que la represión es un proceso
general no libidinalmente dependiente, porque en su caso va dirigida contra el
nivel previo. Lo mismo se muestra en el desarrollo: que la represión también es
exigida en contra de las mociones perversas. Hemos de preguntarnos por qué aquí
la represión tiene éxito, mientras que en otros casos no. Por su naturaleza
misma, las tendencias libidinales son muy susceptibles de substitución, de modo que, en caso de represión de las
tendencias normales, se refuerzan las perversas y viceversa. Con la función
sexual, la represión no tiene otra relación que la de ser exigida como defensa
contra ella, tal como sucede con la regresión y otros destinos de pulsión.
En
la histeria de angustia, la relación con la pulsión sexual es menos precisa,
por razones que hemos mostrado al tratar de la angustia. Parece que la histeria
de angustia incluye aquellos casos en los cuales la exigencia de la pulsión
sexual es rechazada como un peligro por ser demasiado grande. No se trata de
ninguna condición especial derivada de la organización de la libido.
e)
Regresión
Es el factor y el destino pulsional más
interesante. Si partiésemos sólo de la histeria de angustia, no tendríamos
ningún motivo para adivinarla. Se podría decir que aquí no entra en
consideración, tal vez porque toda posterior histeria de angustia regresa tan
claramente a una histeria de angustia infantil (la ejemplar disposición a la
neurosis) y porque esta última aparece tan tempranamente en la vida. En cambio,
las otras dos neurosis de
transferencia son ejemplos perfectos de
regresión, aunque ésta desempeña en cada una de ellas un papel distinto en la
estructura de la neurosis.
En
la histeria de conversión se trata de una fuerte regresión del yo, de un retorno
a la fase en la que no hay división entre preconsciente e inconsciente, es
decir, no hay lenguaje ni censura. La regresión sirve, sin embargo, para la
formación de síntomas y para el retorno de lo reprimido. La moción pulsional,
no aceptada por el yo actual, recurre a otro anterior, desde el cual encuentra
una descarga, pero ciertamente de otro modo.
Ya
hemos hecho mención de que en ello se da virtualmente una especie de regresión
de la libido.
En
la neurosis obsesiva sucede algo distinto. La regresión es una regresión de
libido, no sirve al retorno de lo
reprimido sino a la represión. Se hace
posible por una fuerte fijación constitucional o una formación incompleta. En efecto, aquí el primer paso de
la defensa le corresponde a la regresión; se trata mas de regresión que de
inhibición del desarrollo; sólo entonces la organización regresiva y libidinal
sufre una típica represión, que, no obstante, permanece sin éxito. Una parte de
la regresión del yo se impone al yo desde la libido, o se da en el desarrollo
incompleto del yo que aquí está en conexión con la fase libidinal (Separación
de las ambivalencias.)
f) Predisposición a la neurosis
Detrás
de la regresión se ocultan los problemas de la fijación y de la predisposición.
Se puede decir, en general, que la regresión remite al pasado hasta un lugar de
fijación bien en el desarrollo del yo, bien en el desarrollo de la libido; ese
lugar representa la predisposición. Es éste, por tanto, el factor más
determinante, aquel que proporciona la decisión en la elección de la neurosis.
Merece, pues, la pena que nos detengamos en él.
La
fijación se produce por el hecho de que una fase del desarrollo estaba
demasiado marcada, o que tal vez duró demasiado tiempo como para hacer la
transición sin resto a la siguiente. Es mejor no exigir una idea más clara
acerca de cuáles sean las modificaciones en las que se conserva la fijación;
aunque sí podernos decir algo acerca de su origen. Existen las mismas
posibilidades de que esta fijación sea meramente congénita como de que se haya
producido por impresiones tempranas, como de que, finalmente, ambos factores
cooperen. Tanto más cuanto que se puede sostener que ambos factores son en el
fondo ubicuos, ya que, por un lado, todas las disposiciones están
constitucionalmente presentes en el niño y, por otro lado, las impresiones
eficaces se dan para muchos niños de la misma manera. Se trata, pues, del más o
del menos, y de una coincidencia eficaz. Puesto que nadie está inclinado a
negar los factores constitucionales, es tarea del psicoanálisis sostener
enérgicamente también la parte legítima de las adquisiciones de la temprana
infancia.
Por
cierto, que se reconoce más claramente en la neurosis obsesiva el momento
constitucional que en la histeria de conversión el accidental, esto hay que
admitirlo. La distribución en detalle es aún dudosa.
Allí
donde el factor constitucional de la fijación entra en consideración, no por
ello queda descartada la adquisición; ésta solamente retrocede a una
prehistoria aún más temprana, ya que con todo derecho se puede decir que las
disposiciones heredadas son restos de la adquisición de los antepasados. Con
ello tocamos el problema de la disposición filogenética detrás de la individual
o la ontogenética; no podemos ver contradicción alguna en que el individuo
añada a su disposición heredada sobre la base de vivencias anteriores a él , nuevas disposiciones a partir de sus
propias vivencias. ¿Por qué el proceso que crea una disposición sobre la base
de vivencias debería extinguirse precisamente en el individuo cuya neurosis
estamos investigando? O bien, ¿crearía este individuo una disposición para sus
descendientes sin poderla adquirir para sí? Más bien parece tratarse de una
complementación necesaria.
Aún
no podemos valorar hasta qué punto la disposición filogenética puede contribuir
a la comprensión de la neurosis. Para ello se requeriría también que la
consideración fuese más allá del estrecho ámbito de las neurosis de
transferencia. En todo caso, el más importante de los caracteres distintivos de
las neurosis de transferencia no ha podido ser tomado en consideración en esta
sinopsis porque, al ser común a todas ellas, no llama la atención y sólo lo
haría por contraste al considerar también las neurosis narcisísticas. En esta
ampliación del horizonte la relación entre el yo y el objeto se pondría en
primer plano, y el distintivo común resultaría ser el aferrarse al objeto. Aquí
están permitidos algunos preparativos.
Espero
que el lector, que hasta aquí ha notado en lo aburrido de muchos párrafos hasta
qué punto todo se construye sobre una cuidada y trabajosa observación, será
paciente si también alguna vez la crítica retrocede ante la fantasía, y si
exponemos cosas no confirmadas sólo porque son estimulantes y abren puntos de
vista más amplios.
Es
legítimo suponer, además, que también las neurosis deben dar fe de la historia
evolutiva anímica del ser humano. Ahora bien, en el ensayo ”Formulaciones sobre los dos principios del acaecer
psíquico» (1911b) creo haber demostrado que a las tendencias sexuales del ser
humano les podemos atribuir otro desarrollo que a las tendencias yoicas. La
razón es esencialmente que las primeras pueden, durante un cierto tiempo,
satisfacerse autoeróticamente, mientras que las tendencias yoicas, desde el
principio necesitan un objeto y por tanto la realidad.
Cuál
sea el desarrollo de la vida sexual humana, es algo que a grandes rasgos
creemos haber aprendido (Tres ensayos de teoría sexual 1905d ). El del yo humano, esto es, el de las
funciones autoconservadoras y de las formaciones derivadas de ellas, es más
difícil de hacer transparente. Sólo conozco el único intento de Ferenczi, quien
aprovecha las experiencias psicoanalíticas con este fin. Nuestra tarea sería
evidentemente mucho más fácil si, a la hora de comprender las neurosis, la
historia evolutiva del yo nos fuese dada desde alguna otra fuente, en lugar de
tener que proceder ahora en dirección inversa. En este punto llegamos a tener
la impresión de que la historia evolutiva de la libido repite un fragmento
mucho más antiguo del desarrollo
filogenético que el desarrollo
del yo; acaso la primera repite las condiciones de la clase de los vertebrados,
mientras que el segundo dependería de la historia de la especie humana. Ahora
bien, existe una serie con la que se
pueden relacionar diversas ideas que van muy lejos. Esta serie se produce
cuando ordenamos las neurosis psíquicas (no solamente las neurosis de
transferencia) según el momento en que suelen aparecer en la vida individual.
Entonces, la histeria de angustia, que casi no tiene condiciones previas, es la
más temprana; a ella le sigue la histeria de conversión (desde aproximadamente
el cuarto año); aun algo más tarde, en la prepubertad (9-10 años), se presenta
en los niños la neurosis obsesiva. Las neurosis narcisistas están ausentes en
la infancia. Entre ellas, la demencia precoz en su forma clásica es una
enfermedad de los años de pubertad, la paranoia es más cercana a los años de
madurez, y la melancolía - manía también al mismo lapso, aunque aparte de esto
es indeterminable.
La
serie es por tanto: histeria de angustia - histeria de conversión - neurosis
obsesiva - demencia precoz - paranoia - melancolía - manía.
Las
disposiciones de fijación de estas afecciones también parecen constituir una
serie, pero de sentido inverso, especialmente cuando consideramos las
disposiciones libidinales. Resultaría, por tanto, que cuanto más tarde se
presenta la neurosis, tanto más temprana es la fase libidinal a la que debe
regresar. Esto vale sin embargo, sólo a grandes rasgos.
Indudablemente
la histeria de conversión se dirige contra el primado de los genitales, la
neurosis obsesiva contra la fase previa sádica, el conjunto de las tres
neurosis de transferencia contra el desarrollo libidinal realizado. Las
neurosis narcisistas en cambio se remontan a fases anteriores al encuentro de
objetos; la demencia precoz regresa hasta el autoerotismo, la paranoia hasta la
elección narcisista y homosexual de objeto y en la melancolía subyace la identificación
narcisista con el objeto. Las diferencias se hallan en el hecho de que la
demencia indudablemente se presenta más tempranamente que la paranoia, aunque
su disposición libidinal se remonte más atrás, y en el hecho de que la
melancolía - manía no permite una localización segura en la sucesión temporal.
Así, no se puede sostener que la serie temporal de las psiconeurosis, de cuya
existencia no cabe dudar, sólo esté determinada por el desarrollo de la libido.
En la medida en que esto sea cierto, se subrayaría más bien la relación inversa
entre ellos. También es un hecho conocido que con el avance de la edad, la
histeria o la neurosis obsesiva pueden convertirse en demencia, pero que nunca
sucede lo contrario.
Ahora
bien, podemos construir otra, serie, filogenética, que realmente es paralela a
la sucesión temporal de las neurosis. Sólo que para ello es preciso empezar
desde muy lejos y tolerar algún que otro elemento hipotético intermedio.
El
doctor Wittels fue el primero en formular la idea de que la existencia del
animal humano primitivo habría transcurrido en un medio inmensamente rico,
satisfactorio para todas las necesidades
y cuya resonancia hemos conservado en el mito del paraíso original. En
ese medio podría haber superado la periodicidad de la libido que aún es propia
de los mamíferos. Ferenczi, en el trabajo que ya hemos citado, muy rico en
reflexiones, expresó luego la idea de que el posterior desarrollo de ese ser
humano primitivo se produjo bajo la influencia de los destinos geológicos de la
tierra y que de manera especial las necesidades vitales de las épocas glaciales le trajo el estímulo
para su desarrollo cultural. Pues generalmente se admite que en la época
glacial la especie humana ya existía y que sufrió su influencia.
Si
tomamos la idea de Ferenczi, se nos ofrece la tentación de reconocer en las
distintas predisposiciones -a la histeria de angustia, a la histeria de
conversión y a la neurosis obsesiva- regresiones a fases que antiguamente hubo
de sufrir toda la especie humana, desde el principio hasta el final de la época
glacial; de este modo, los seres humanos eran entonces tal como hoy lo es, por
sus disposiciones congénitas y por una adquisición nueva, solamente una parte
de la humanidad. Naturalmente, las imágenes no pueden coincidir del todo,
porque la neurosis contiene más de lo que comporta la regresión. La neurosis es
también una expresión de la resistencia contra esta regresión; es un compromiso
entre lo arcaico antiguo y la exigencia de lo culturalmente nuevo. Esta diferencia
tendrá que ser especialmente marcada en la neurosis obsesiva, que está, como
ninguna otra, bajo el signo de la contradicción interna. Pero la neurosis debe,
en la medida en que lo reprimido ha vencido en ella, volver a traer la imagen
arcaica.
1)
Lo primero que podríamos dar por sentado sería que la humanidad, bajo la
influencia de las privaciones que la irrupción de la época glacial le impuso,
se volvió en general angustiada. El mundo exterior, que hasta entonces había
sido predominantemente amable y que habría ofrecido todas las satisfacciones,
se convirtió en una acumulación de peligros amenazantes. Se daban así todos los
motivos para la angustia real ante todo lo nuevo. La libido sexual no perdió
ciertamente sus objetos en un principio, puesto que son humanos, pero se puede
pensar que, amenazado en su existencia, el yo se distanció hasta cierto punto
de la investidura objetal, conservó la libido en el yo, y transformó así en
angustia real lo que anteriormente había sido libido objetal. Ahora bien, en la
angustia infantil vemos todavía que el niño, en caso de insatisfacción,
transforma la libido objetal en angustia real ante lo extraño, pero también que
generalmente tiende a sentir angustia ante todo lo nuevo. Hemos tenido una
larga discusión acerca de si la angustia real o la angustia de añoranza es lo más primario, si el niño transforma su
libido en angustia real porque la considera demasiado grande y peligrosa, para
llegar así en general a la representación del peligro, o si no es que cede más
bien a una capacidad general de angustia con la cual aprende también a temer a
su libido insatisfecha. Nos inclinaríamos más a suponer lo primero, a anteponer
la angustia de añoranza; pero para ello echamos en falta una predisposición
especial. Teníamos que explicarlo como una tendencia infantil. general. La
consideración filogenética parece mediar ahora en la disputa en favor de la
angustia real y nos hace suponer que una parte de los niños traen consigo la
capacidad de angustia del comienzo de las eras glaciales, y que merced a ellas
son inducidos ahora a tratar la libido insatisfecha, como un peligro externo.
El relativo exceso de libido tendría su origen, sin embargo, en la misma
disposición y haría posible una nueva adquisición de la capacidad de angustia
ya existente. De cualquier modo, la discusión acerca de la histeria de angustia
daría un resultado favorable a la preponderancia de la predisposición
filogenética sobre todos los demás factores.
2)
Con el avance de los tiempos duros y por la amenaza contra su existencia, para
los hombres primitivos tenía que producirse un conflicto entre la
autoconservación y el deseo de
procreación, tal y como se suele expresar en la mayoría de los casos típicos de
histeria. No habría suficiente alimento para permitir una proliferación de las
hordas humanas, y las fuerzas individuales no bastaban para mantener con vida a
tantos desamparados. La matanza de los recién nacidos halló seguramente una
resistencia en el amor, especialmente el de las madres narcisistas. La
restricción de la procreación llegó a ser, por tanto, un deber social. Las
satisfacciones perversas, que no llevan al engendramiento de hijos, escaparon a
esta prohibición, con lo que se promovió una cierta regresión a la fase
libidinal anterior a la primacía de los genitales. Las limitaciones, la
abstinencia, tenían que afectar más duramente a la mujer que al hombre, más
despreocupado por las consecuencias de la práctica sexual. Toda esta situación
corresponde manifiestamente a las condiciones de la histeria de conversión. De
la sintomatología de la misma concluimos que el ser humano aún carecía de
lenguaje cuando, por la necesidad vital
no dominada, se impuso la prohibición de la procreación, esto es, cuando
aún no se había tampoco construido el sistema preconsciente sobre su
inconsciente. A la histeria de conversión regresa, por tanto, aquel que,
teniendo predisposición a ella, especialmente la mujer, se halla bajo la
influencia de prohibiciones que pretenden excluir la función genital, a la vez
que impresiones tempranas fuertemente excitantes impulsan hacia la actividad genital.
3)
La evolución ulterior es fácil de construir. Concernía especialmente al hombre.
Después de aprender a economizar la libido y después de rebajar la actividad
sexual por regresión a una fase anterior, el uso de la inteligencia ganaba para
él un papel principal. Aprendió a investigar, a comprender algo el mundo hostil
y a asegurarse por medio de inventos un primer dominio sobre el mundo. Se
desenvolvió bajo el signo de la energía, desarrolló los comienzos del lenguaje
y hubo de dar a las nuevas adquisiciones una gran importancia. El lenguaje era
magia para él, sus pensamientos le parecían omnipotentes, comprendía el mundo
de acuerdo con su yo. Ésta es la época de la visión del mundo animista con su
técnica mágica. Como compensación a su capacidad para procurar a otros tantos
desamparados la seguridad de la vida, se arrogó una ilimitada dominación sobre
ellos; representó en su persona los dos primeros postulados: que él mismo era
invulnerable y que no se le podía disputar la libre disposición sobre las
mujeres. Hacia el final de este período, el género humano estaba escindido en
distintas hordas que un hombre fuerte, sabio y brutal dominaba como padre. Es
posible que la naturaleza egoísta, celosa e irrespetuosa que, de acuerdo con
consideraciones etnopsicológicas, atribuimos al padre primitivo de la horda
humana, no hubiese existido desde el principio, sino que se hubiese formado en
el transcurso de las graves épocas glaciales como resultado de la adaptación a
la necesidad.
Pues
bien, los caracteres de esta fase de la humanidad los repite ahora la neurosis
obsesiva; una parte de ellos de una manera negativa, ya que las formaciones
reactivas de la neurosis corresponden también en parte a la
resistencia contra este retorno. La sobrevaloración del pensamiento, la enorme
energía que retorna en la obsesión , la omnipotencia de los pensamientos, la
tendencia a leyes inquebrantables son rasgos inalterados. Pero en contra de los
impulsos brutales que quieren sustituir la vida amorosa, se alza la resistencia
de posteriores desarrollos, la cual, desde el conflicto libidinal, finalmente
paraliza la energía vital del individuo y sólo deja subsistir, como obsesión ,
los impulsos desplazados a asuntos irrelevantes. Así, este tipo humano, el más
valioso para el desarrollo cultural, se extingue por las exigencias de la vida
amorosa en su retorno, como el grandioso tipo del padre primitivo mismo que,
aunque posteriormente retornó como divinidad, en la realidad se ha extinguido
por las condiciones familiares que él mismo se creó.
4)
Hasta aquí llegaríamos en el cumplimiento de un programa previsto por Ferenczi,
consistente en «poner en consecuencia los tipos regresivos neuróticos con las
etapas de la historia de la especie humana», tal vez sin desencaminarnos por
especulaciones demasiado atrevidas. Para las manifestaciones de las neurosis
narcisísticas, ulteriores y más tardías, nos faltaría, sin embargo, toda
conexión si no viniera en nuestra ayuda la suposición de que la disposición a
ellas sería adquirida por una segunda generación, cuyo desarrollo conduce a una
nueva fase de la cultura humana.
Esta
segunda generación se inicia con los hijos a los cuales el padre primitivo no
deja libertad. Hemos establecido en otro lugar (Tótem y tabú 1912-1913)
que éste los expulsa cuando han alcanzado la etapa de la pubertad. Las
experiencias psicoanalíticas nos advierten, no obstante, que hay que poner una
solución distinta y más cruel en su lugar, concretamente que los priva de su
virilidad, de modo que luego pueden permanecer en la horda como peones
inofensivos. El efecto de la castración en aquel tiempo arcaico lo podemos
imaginar, sin duda, como una extinción de la libido y una detención del
desarrollo individual. La demencia precoz, especialmente como hebefrenia,
parece repetir un estado así, ella que conduce al abandono de todo objeto de
amor, a la involución de todas las sublimaciones y a la regresión al
autoerotismo. El joven individuo se comporta como si hubiese sufrido la
castración; incluso auto castraciones reales no son raras en esta afección. Por
lo demás, las características más notables de la enfermedad, como las
alteraciones del lenguaje y las crisis alucinatorias, no se pueden incluir en
este cuadro filogenético, porque corresponden a los intentos de curación, a los
múltiples esfuerzos para recuperar el objeto; estas características, en el
cuadro de la enfermedad, son casi más llamativas temporalmente que los
fenómenos de involución.
Con
la suposición de que los hijos han sufrido un trato así se relaciona una
cuestión a la que de paso hay que responder: ¿De dónde les viene a los padres
primitivos la sucesión y su sustitución, si se deshacen de esta manera de sus
hijos? Atkinson (1903) ya señaló el camino al subrayar que sólo los
hijos mayores tenían que temer la plena persecución del padre, y que en cambio
el menor - pensándolo esquemáticamente- gracias a los ruegos de la madre, pero
sobre todo a consecuencia del envejecimiento del padre y de su necesidad de asistencia,
tenía la perspectiva de escapar a ese destino y convertirse en sucesor del
padre. Esta preferencia por el más joven fue eliminada radicalmente en la
siguiente formación social y substituida por el privilegio del hijo mayor. Sin
embargo, en el mito y en la leyenda, esa preferencia se ha conservado de manera
muy reconocible.
5)
La siguiente transformación sólo podía consistir en que los hijos amenazados se
sustrajeran a la castración mediante la huida y que aprendieran, aliándose
entre ellos, a asumir la lucha por la vida. Esta convivencia tenía que producir
los sentimientos sociales y podía estar basada en la insatisfacción sexual
homosexual. Es muy posible que en la transmisión hereditaria del estado de esta
fase se pueda ver la disposición hereditaria a la homosexualidad tan largamente
buscada. Surgidos aquí de la homosexualidad, por sublimación, los sentimientos
sociales se tornaron empero una adquisición duradera de la humanidad y la base
de toda sociedad posterior. Visiblemente, la paranoia reproduce el estado de
esta fase; más correctamente, la paranoia se defiende contra el retorno de esta
misma fase, en la cual no faltan las alianzas secretas y donde el perseguidor
desempeña un papel imponente. La paranoia trata de rechazar la homosexualidad
que había estado en la base de la organización fraterna y debe por esto
expulsar al afectado de la comunidad y destruir sus sublimaciones sociales.
6)
La integración de la melancolía - manía en este contexto parece topar con la
dificultad de que no se puede indicar con seguridad un tiempo normal para la
aparición individual de esta dolencia neurótica. Sin embargo, es seguro que
pertenece antes a la edad de la madurez que a la infancia. Si nos fijamos en la
característica alternancia entre depresión y euforia, es difícil no recordar la
tan parecida sucesión de triunfo y duelo que constituye una componente regular
de las festividades religiosas: duelo por la muerte del dios, triunfal alegría
por su resurrección. Esta ceremonia religiosa, sin embargo - tal como lo hemos
colegido de las indicaciones de la etnopsicología -, sólo en dirección inversa
repite el comportamiento del clan fraterno después de haber vencido y matado al
padre primitivo: triunfo por su muerte y luego duelo por ella, porque, no
obstante, todos lo habían venerado como modelo. Así, este gran acontecimiento
de la historia de la humanidad, que puso fin a la horda primitiva y que la
substituyó por la organización triunfante de los hermanos, daría la
predisposición para la peculiar sucesión de estados de ánimo que reconocemos
como especial afección narcisística, junto con las parafrenias. El duelo por el
padre primitivo surge de la identificación con él, y ya hemos demostrado que
esta identificación es la condición del mecanismo melancólico.
Resumiendo,
podemos decir: las predisposiciones para las tres neurosis de transferencia
fueron adquiridas en la lucha por remediar la necesidad vital de las eras
glaciales; después de eso, las fijaciones que subyacen a las neurosis
narcisistas se derivan de la presión ejercida por el padre, quien tras el final
de la era glacial asume y sigue desempeñando por así decirlo el papel de
aquella necesidad frente a la segunda generación. Tal como la primera lucha
lleva al nivel cultural patriarcal, la segunda lleva al social, pero de ambas
luchas resultan las fijaciones que en su retorno tras de milenios se convierten
en la predisposición de los dos grupos de neurosis. También, en este sentido,
la neurosis es pues una adquisición cultural.
La
cuestión de si el paralelismo aquí esbozado es algo más que una comparación
lúdica, o en qué medida puede iluminar los enigmas aún no resueltos de la
neurosis, es algo que puede dejarse como tarea oportuna para ulteriores
análisis y para la clarificación mediante nuevas experiencias.
Ahora
ha llegado el momento de pensar en
una serie de objeciones que nos
advierten que no debemos sobreestimar las deducciones que hemos alcanzado a
elaborar.
De
entrada, a cualquiera se le impondrá que la segunda serie de predisposiciones,
la de la segunda generación, sólo la pudieron adquirir los hombres (en cuanto
hijos), mientras que la demencia precoz, la paranoia y la melancolía las
producen igualmente las mujeres. Las mujeres en los tiempos arcaicos vivían
bajo condiciones aún más distintas que hoy. Además, estas disposiciones
comportan una dificultad de la cual las de
la primera serie están libres:
parecen haber sido adquiridas bajo unas condiciones que excluyen la herencia.
Es evidente que los hijos castrados e intimidados no llegan a la reproducción,
o sea, que no pueden dar continuidad a su disposición (demencia precoz). Pero
el estado psíquico de los hijos expulsados y unidos en la homosexualidad
tampoco puede influir en la generación siguiente, puesto que se extinguen como
ramas laterales infértiles de la familia mientras aún no han triunfado sobre el
padre. Mas si lo logran, ese triunfo es entonces la vivencia de una sola
generación, por lo cual debe desestimarse la necesaria reproducción ilimitada
de esta vivencia.
Como
puede pensarse, no hay que ser tímido, en áreas tan oscuras, a la hora de
hallar respuestas. Pues esta dificultad coincide en el fondo con otra planteada
anteriormente: ¿cómo se reprodujo el padre brutal de la era glacial, puesto que
no era inmortal como su copia divina? De nuevo se ofrece como solución el hijo
menor que más tarde se vuelve padre y que, si bien él mismo no está castrado,
conoce, sin embargo, el destino de sus hermanos mayores y lo teme para sí; ese
hijo menor habrá tenido probablemente la tentación, como los más afortunados
entre ellos, de huir y de renunciar a la mujer. Así quedaría siempre, junto a
los hombres excluidos como infértiles, una cadena de otros hombres que
experimentan en su persona los destinos del género masculino y que como
disposiciones los pueden transmitir por herencia. El punto de vista esencial se
mantiene: para el hijo menor la necesidad vital de los tiempos la reemplaza la
presión del padre. El triunfo sobre el padre tiene que haber sido planeado y
fantaseado a través de incontables generaciones antes de lograr realizarlo.
La
extensión a la mujer de las disposiciones producidas por la presión del padre
parece presentar dificultades todavía mayores. Los destinos de la mujer en esos
tiempos arcaicos se nos ocultan en una especial oscuridad. Así podrían entrar
en consideración condiciones de vida que no hemos reconocido. La más grave
dificultad nos la resuelve, sin embargo, la observación de que no debemos
olvidar la bisexualidad del ser humano. Así puede la mujer adoptar las
disposiciones adquiridas por el hombre y hacerlas aparecer ella en sí misma.
Tengamos
claro, no obstante, que con estas soluciones, en el fondo, no hemos logrado
otra cosa que sustraer nuestras fantasías científicas al reproche de que sean
absurdas. En conjunto conservan su valor como sanas desilusiones, si es que tal
vez hemos estado en vías de situar las disposiciones filogenéticas por encima
de todo lo demás. Si las constituciones arcaicas retornan en los individuos
nuevos y los empujan a la neurosis por medio del conflicto con las exigencias
del presente, ello no sucede en una proporción que pueda fijarse como ley.
Queda
espacio para adquisiciones nuevas y para influencias que no conocemos. En
conjunto no estamos al final, sino al principio de una comprensión del factor
filogenético.
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