"Es la danza de los fantasmas... entre el Génesis y el Apocalipsis
los fantasmas, a modo de significantes, danzan las metáforas en un tiempo
condensado, en un más allá pero en un más acá, en una simultaneidad
interminable de esquemas e imágenes que corporifican el decir de un Otro".
Lic. Diana Bueno
¿Qué es esta
cosa "real" qué nos ubica entre otras cosas "reales"
distintas de mí? Qué marca la distancia y la diferencia por las que un Yo surge
como sujeto?
Hay una serie
de elementos conformados como un "cuerpo", conjunto delineado, con
límites precisos, precisos desde el elemento "carne", lo real del
cuerpo, desde donde nada hay de diferente a otros cuerpos-animales que habitan
el lugar físico.
Desde un
estado de globalidad, nada diferente a otras totalidades qué transitan por
allí, desde el movimiento, no demasiado diferente a otros movimientos, salvando
las diferencias de los grados de evolución.
Dónde, pues,
radica la relación y la diferencia? Quizás en la paradoja, como paradójica es
la vida misma. En esto de que para que algo viva algo debe morir, en esto de
que por la castración se accede a la autonomía, en esto de que para
"ser" algo debe de "faltar". Quizás sea porqué
"uno no vive sino que es vivido" - al decir del psicoanalista silvestre
G. Groddeck -, qué es como decir que el significante domina... el Otro del
Inconsciente.
Cuerpo con
posibilidades porqué se trata de una "singularidad", atravesada por
significantes encadenados invisiblemente, polívocos, dominantes, metafóricos
pero posibles de ser "vistos", escuchados, mirados desde otro lugar
para ser ubicados, discursivamente, en otro lugar: el del sujeto.
Es donde la
(aparente) totalidad fracasa por el imperio de un deseo singular que halla un
lugar de inscripción en el orden discursivo.
La diferencia
radica en que se trata de un cuerpo-hombre-sujeto. "Sujeto" de deseos
con una posición inscripta por el deseo del Otro en la Cultura; sujeto barrado
- entonces -, incompleto, castrado, con espacios abiertos (a)... sin modelos
acabados pues se trata de "agujeros" relacionales.
"El Otro no es un estímulo ni un estimulante,
sino la instancia que desde su mirada, organiza en el niño su autoimagen
corporal y, desde su discurso, recorta, en el ojo, en la boca, en cada agujero
del niño, la sombra de un objeto inexistente que, por ello, será
incesantemente buscado". (A. Jerusalinsky: "Psicoanálisis en los
problemas del desarrollo infantil".)
Por tratarse
de las "aberturas" relacionales es que no hay modelo acabado. Desde
lo real-imaginario-simbólico, es en lo simbólico (abstracción singular, orden
discursivo, lenguaje) donde se constituye el sujeto. Sujeto de Inconsciente.
"...espacio simbólico que no es constituido
sino constituyente del sujeto y con él de su cuerpo y su movimiento. Es por
esto que lo psico de la psicomotricidad no proviene más de la psicología sino
del psicoanálisis".(Esteban Levin: "La clínica psicomotriz. El
cuerpo en el lenguaje".)
Desde esta
nueva perspectiva esclarecedora, precursada por el psicoanalista y
psicomotricista Esteban Levin, es que la práctica psicomotriz perfila una nueva
mirada. Pasando por dos posturas epistemológicas, a saber, una
"reeducativa", que trata de relacionar y corresponder el paralelismo
mente-cuerpo; una "terapéutica" que centra la mirada en la globalidad
de lo instrumental, lo cognitivo y lo tónico-emocional como manera de
significar lo postural, lo gestual, lo emocional, lo psíquico del cuerpo; se
llega a una "clínica psicomotriz" que surge por el atravesamiento de
la teoría psicoanalítica poniendo la mirada en un sujeto "deseante"
con un cuerpo abierto, dividido, escindido en lo real, en lo imaginario, en lo
simbólico (E. Levin).
La reeducación
psicomotriz considera que, reparando las disfunciones motrices, mejoran
"paralelamente" la inteligencia y el carácter del niño (no hay sujeto
de deseos).
La terapia
psicomotriz centra su mirada en la totalidad y globalidad del cuerpo, el
movimiento y lo tónico-emocional, en el diálogo y el vínculo corporal entre la
persona del terapeuta y la persona del paciente.
La clínica
psicomotriz se detiene en la estructura de los trastornos psicomotrices,
ocupándose del sujeto que encarna o es encarnado por el inconsciente, y no de
la persona; de lo transferencial y no de la comunicación corporal; de lo
simbólico y no de lo expresivo.
La clínica
psicomotriz prepara la "mirada" y la "escucha" desde lo
simbólico transferencial en el juego de los significantes encadenados, donde
los cuerpos son atravesados por montajes de escenas cargadas de significancia.
Aquí aparece el "deseo singular" de ese niño que juega en la acción
lo que vive, lo que lo perturba y lo obstruye. Es aquí donde el cuerpo del
psicomotricista, en su versión simbólica, está como soporte de un acto
motor y como lugar de transferencia del "decir" de un niño que
"sufre" por demasiada presencia o por demasiada ausencia del deseo de
un Otro-madre que le abrió surco. Se trata de cuerpos de significancia porqué
pueden ser metaforizados por el lenguaje como estructuras de significantes que
habitan en las formaciones del Inconsciente.
La clínica
psicomotriz busca lo singular de un cuerpo con carencias, con una falta por la
cual es posible el deseo, y así sucesivamente... en una combinación
significante. La "operación clínica”, a saber: toque, mirada, escucha,
lectura, observación, intervención, interpretación, corporificación, "...son efecto de esta red transferencial, que
se transforma en uno de los ejes centrales del tratamiento, ya que el cuerpo
adquiere su consistencia en relación con lo simbólico, con la Ley (la
prohibición), que introduce la castración en el cuerpo, y con ella, la hiancia
por donde emerge el deseo" (E. Levin, "La Clínica
Psicomotriz").
Desde la falla
que me acontece tratar‚ de esbozar un intento, intento abierto y comprometido
para mí, ya que se trata de un niño con síntoma psicosomático y psicomotriz que
me fuera derivado luego de pasar por la admisión del Equipo de Niños del
Hospital de Morón, al cual pertenezco. El Equipo consideró la posibilidad de
que Pablo, de 5 años de edad, fuera tratado desde una mirada
"psico-corporal" por las características de su sintomatología.
El pedido de
los padres fue expresado en términos de "...es un chico torpe, que no
coordina bien, es tímido y, como Ud. ve, tirando a la obesidad".
La madre
agrega: "es muy parecido a mí, muy sensible, todo lo de afuera le afecta y
no sabe reaccionar ni defenderse; si alguien no le da bolilla, se queda como
rogando y llora; y para colmo no sabe moverse". El padre dice: "yo le
digo que sea más fuerte, que se ponga más, pero se enoja conmigo y amenaza con
escupirme; para colmo el otro (hijo) es todo lo contrario, es flaquito y muy
chico; se parece más a mí".
Al
preguntarles qué buscaban al iniciar un tratamiento, ambos coincidieron en que
"sufra menos, y que como lo corporal no lo acompañaba, ver qué se podía
hacer".
En la historia
evolutiva de Pablo no hay antecedentes neurológicos. La madre agrega: "yo
engendré‚ a Pablo con mucha tristeza, por los problemas familiares; mi madre postrada
y nosotros recién casados. Creo que Pablo sufrió psicológicamente y moralmente;
se esconde detrás de los muebles para comer; no quiere salir". La madre
relata, a su vez, que ella se halla en tratamiento psicoanalítico con un
terapeuta de adultos del hospital desde hace un mes. Necesita contar que había
llegado a darse cuenta de que la relación con su propia madre no había sido
buena para ella. Su madre permanecía casi siempre enferma físicamente y la
había mantenido siempre "atada" a ella por la enfermedad; había
sufrido mucho la ansiedad que le producía el estar siempre atenta a ella y
sujeta a sus manipuleos que la ponían en contra del padre; la manejaba con el
"peligro de su muerte". Ella debía "aquietarse",
inmovilizarse, a fin de no desilusionar a su madre en un "imperativo de
amor" casi constante (culpa y reparación). Su padre hacía esfuerzos para
comprender a esta mujer que no le daba un lugar y que impedía la buena relación
con ella (No Ley).
A pesar de
esto, ella y su padre se comunicaban "como a escondidas",
encontrándose ella en la situación de tener que "complacer" a ambos
por separado, mediando en un conflicto que no entendía. Su padre no tenía
"peso" en su madre, esta lo agredía y la buscaba a ella como aliada;
decía que ambas eran "amigas", pero ella no podía disentir (Gran
poder). Ante la impotencia de apartarse, se paralizaba y comía; de allí su
propia gordura y las dificultades para moverse bien; tenía la sensación de ser
torpe y pesada (Imagen inconsciente del cuerpo).
Podía ver cómo
se encadenaban las historias. Una madre primera (abuela de Pablo) que,
entrampada en el goce autoerótico de la enfermedad, había luchado por mantener
con su hija un vínculo casi en lo imaginario del cuerpo pues se la debía
atender en lo orgánico, en lo corporal y en lo afectivo. El "pacto de no
agresión" hacia ella, había llevado a la madre de Pablo a una autoagresión
corporal: mitigó la angustia comiendo y volviéndose torpe.
Visión
especular? Inscripción en un discurso materno de exigente presencia? Imposibilidad
de ser "agujereada"? Esto me hacía pensar en la dialéctica
"presencia-ausencia", casi inexistente aquí donde se jugaba el deseo
de este Otro (madre). Qué no permitía que su hija se diferenciara, porqué
tampoco permitía la inclusión del padre en su discurso. No corte, no Ley, no
castración, no deseo. Asocio‚ esto con lo que sucede en las psicosis y en los
autismos .
El padre
cuenta que su suegra no lo quería; un dato era el color de la piel (ella rubia,
él morocho). "Además, no la podía dejar, por eso al principio vivíamos
todos juntos pero era un calvario; yo digo que Pablo sufrió eso desde el
embarazo porqué ella (su mujer) no sabía qué hacer. Gracias a Dios pudimos
irnos".
Como una
consecuencia natural del relato de los padres, se desprendió la relación y el
entramado de las historias, los juegos de identificación y el móvil de la
demanda de tratamiento. Había una serie encadenada de hechos reales y
significantes que estos padres fueron comprendiendo con facilidad. Al
preguntarles cómo había sido que habían sentido la necesidad de rever esto,
Adela (la madre de Pablo) dijo que "ella quería desatarse de ese peso que,
temía, llevara también Pablo". "El (su marido) la ayudaba mucho pues
la comprendía".
Creí ver que,
así como Adela había hecho lugar a su padre, había podido hacer lugar a su
marido. Quizás como una formación reactiva a lo actuado por su madre... pero
desconocía desde que lugar. La enfatizada "igualdad" entre ella y
Pablo era una señal de alarma. Quizás se tratara de un deseo transferido.
Esto me resultaba importante en función del "corte" entre ella y
Pablo.
PRIMERA SESION
CON PABLO
Pablo asistió
con su guardapolvo de Jardín de Infantes. No quiso sacárselo como tampoco
quería quitarse la mochilita de encima. A la manera tradicional, se sentó
frente al escritorio y guardó silencio. Observo que Pablo es más o menos como
lo había descripto, pero no me pareció del tipo "obeso", si bien era
gordito. Sus movimientos eran pesados, un tanto rígidos, su mirar temeroso y
tímido, como esperando una advertencia, un reto o un castigo. Le pregunté si sabía a qué había venido. Luego
de un silencio, dijo que "para no caerse más al correr". Le pregunté‚
si quería saber quién era yo. Tras otro silencio, respondió que "su
mamá le había dicho que lo iba a ayudar".
Esto me
remitió a mi lugar de sujeto-supuesto-saber, y a sentir la necesidad de contar
con una supervisión específica. Para decirlo en términos más vulgares: sentí
dudas y cuestionamientos de no saber si sabría lo que debía saber... tarea
imposible de armar previamente, claro. Sabía que quería adentrarme en lo
simbólico desde un real y que, paradójicamente, debía "suspender" lo
que "sabía". Pero continuaba la necesidad de supervisión específica,
pues ahora se trataba de poner el cuerpo, un cuerpo fallado, agujereado, como
para que Pablo surgiera como sujeto de deseos y hallara el lugar del placer.
Estaba
dispuesta, no obstante. Pablo pidió una hoja diciendo que iba a dibujar. Hizo
una casa y fue relatando: "una ventana y una manijita para abrir la puerta,
la chimenea y el humo; vive esta persona... no sé, no me acuerdo. Quién es?
Mauro, de 8 años. Debe estar jugando a las carreras, a quién gana o quién
pierde; lo atrapaban, el otro chico. Después jugaron a las escondidas y después
a treparse a los árboles, el chico se trepaba en el árbol y Mauro
no, porque tenía miedo de caerse; es miedoso porque no sabe treparse, no sabe
con qué, con una soga ni un hilo no se le ocurre porque se corta, solamente se
trepa a paredes; en las paredes, no tiene miedo, en los árboles, sí.
Ahora se va a trepar con hilo y otro día más con soga. Viven los dos juntos; a
la noche cocinan solos, comen; no duermen, a la noche juegan; su mamá y
su papá murieron, están en el cielo con Dios. Tampoco duermen la siesta,
nunca duermen, no tienen sueño nunca. Hacen una cama en el patio, una fogata y
duermen, pero no duermen más. La madre y el padre le dijeron que cuando ellos
están en el cielo, duerman, pero no les hacen caso. Una sola noche van a
dormir; ésta, pero otra no; se quedan jugando. Salen de la casa y se van a
pasear afuera, no están adentro, salen de la reja y se van a la casa de la
abuela, la despiertan y la abuela se enoja. Vienen más chicos a esa casa. El
cumpleaños lo hacen los chicos con piñata y una barbaridad de globos
desinflados".
El relato
estaba impregnado de símbolos que oscilaban entre la vida y la muerte, la
movilidad y la inmovilidad, los límites, los continentes y los contenidos.
Tenía la sensación de que su decir se escapaba del cuerpo así como lo contenía.
Comenté‚ este caso en el curso de Clínica Psicomotriz, y fue cuando el profesor
Levin me dijo algo así como "si me animaba a salir del escritorio y poner
el cuerpo", que tomé la decisión de intentarlo; esperaba poder ser un
instrumento, desde lo transferencial, para que Pablo pudiera jugar sus
"personajes".
SEGUNDA SESION
Pablo trajo la
soga. El escritorio estaba a un costado, contra la pared. Se había quitado el
guardapolvo y la mochila. Le pregunté que íbamos a hacer con la soga. Sin
hablar, tomándose el tiempo necesario, la colocó en el suelo en semicírculo
uniendo los extremos de la misma con las patas del escritorio. Se introdujo
adentro y me invitó a que lo siguiera, se sentó y me senté‚ con las piernas
cruzadas y sus manos entrelazadas, permanecimos
dentro de ese espacio cerrado; se miró las manos y por momentos me miró.
Nada más. Dos palabras cruzaron mi mente, me atravesaron: inmediatez y
adicción, como decir simbiosis, placenta, imaginario, globalidad, fusión,
apego, negación de la articulación de la palabra, oralidad (a-dicción).
Asocié‚ luego
esta escena con el relato de la madre; ambos parecían "sufrir" el
mismo dolor de no poder apropiarse del deseo de moverse, como si no pudieran
libidinizar a la pulsión motriz para que de muerte pasara a vida, y de ser
objeto pasara a ser sujeto de placer. Recordé‚ al mencionado "objeto
a" de Lacan, el de la "mirada" (importante en la clínica
psicomotriz). La mirada de Pablo me había parecido temerosa e imposibilitada.
Los ojos se habían perdido tras esa mirada. Me pregunté‚ luego por qué‚ el
cuerpo llegaba a exagerar las formas, los volúmenes, las dimensiones, el peso;
y reducía al mínimo las posibilidades espaciales de movimientos, como si se
tratara de "ocupar más en bloque sin poder estar, como si el cuerpo real
aplastara". ¿O era el discurso de un Otro que perpetuaba el síntoma
psicomotriz para su goce, perdiendo la posibilidad del "corte"?.
Tenía la
sensación de estar en un magma interior pero con bordes. Resolví operar: separé
un tanto una punta de la soga del escritorio, instalándose una abertura.
Calladamente, Pablo deslizó una mano por allí y dijo: "vamos a saltar con
la soga". Me indicó que tomase un extremo de la soga y la enganchara en
alguna parte del escritorio (apretada en un cajón) mientras él trataba de atar
el otro extremo en el respaldo de una silla. Estaba a una altura de 15 cm. del
piso, pero Pablo la bajó casi al ras y me propuso ponernos de un lado y
saltarla con ambos pies. Saltamos de un lado al otro varias veces; él iba
variando las distancias, más cerca, más lejos (me preguntaba en que eslabón de
la cadena significante se hallaba este despliegue motriz-psico de Pablo).
Creí notar dos
acciones privilegiadas por él por el placer que le causaban: pasar la soga - la
línea divisoria - un eje - un límite, de ida un punto y de retorno a él, pero
no siempre el mismo; y al sentir el apoyo fuerte, como seguro, de ambos pies al
caer y permanecer en ese punto, un instante.
¿En qué
posición transferencial había sido tomada por Pablo? pues él deseaba que lo
siguiera, o lo acompañara, buscando disfrutar conmigo sus conquistas. Más
allá de tener la claridad deseada, decidí seguir prestando mi cuerpo que,
sentía, no era el real, pues se perdía en la búsqueda del movimiento placentero
para Pablo, gesticulaba y se reía.
Acto seguido,
le propuse elevar un tanto, y aceptó. Volvió a saltarla, pero ahora en diagonal
y "casi" con ambos pies pero en una sucesión inmediata de uno y otro.
Luego, él propuso soltar el extremo de la silla y jugar a girarla en redondo,
entre la soga a girar y una pared quedaba un espacio reducido, que Pablo
utilizó para "pasar" de ida y de vuelta, tratando que la soga no
tocara el cuerpo y que, por tanto, no se detuviera.
Para lograrlo,
le era preciso "achicarse", contener la respiración y calcular la
movida. Parecía que ponía los límites de su cuerpo que más allá del
esquema tomaba la significancia de la imagen pues había otro decir en esto;
disfrutaba de los logros. Como si este juego del más allá - más acá ,
más cerca - más lejos, hacia la derecha - hacia la izquierda, simbolizaran la
búsqueda de otra posición en cuanto a él y en cuanto a la mirada del otro.
Luego analicé
que la soga no había sido usada ni para atar ni para anudar ni para hacerla un
bollo; en todo momento había servido de límite. Me pregunté‚ si la soga, como
generadora de límites y de cortes, no aludiría al buscado orden de la ley, a la
necesidad de discriminar(se) y diferenciar(se) en su Yo y en sus lugares
simbólicos (en relación con la familia). En todo momento la usó para recortar
situaciones. Le comenté‚ a la madre acerca de esto de las
"conquistas" de Pablo, de sus deseos de disfrutar del movimiento y de
su búsqueda de nuevos lugares.
TERCERA SESION
La madre de
Pablo me informó que durante la semana había salido mucho a jugar al jardín,
que se había caído pero no había llorado, que quería salir a la vereda a jugar
pero que a ella le daba miedo. Le pregunté‚ si le parecía que traspasaría el
cordón de la vereda y se iría a la calle; no lo sabía entonces. Pablo trajo
otra soga de color verde y de fibra de nylon. Me dijo: "otra soga".
Pensé, me dio un extremo y tomé el otro. Pensé y me pidió que la bajara para
hacer viborita entre los dos. Los movimientos eran fuertes, se reía y no
hablaba. Al principio repetíamos los mismos movimientos, como en espejo. Sin
hablar, motivé‚ un cambio moviendo hacia arriba; me miró y exclamó un
"eeh...!", y la movió más alto; luego más bajo, y él, mucho más
amplio. Surgió un juego matizado con expresiones verbales. Se me ocurrió que a
diferencia de una a-dicción (dependencia, estereotipia, goce narcisístico,
autoerotismo), esta alternancia se asemejaba más a un di-(a)- logo, ya que entre uno y otro quedaba un lugar para la
iniciativa y la sorpresa de cada uno, para el deseo; como si en medio de la
presencia-ausencia hubiérase instalado un espacio de falta que cada uno podía
jugar/simbolizar como quisiera; no había certeza sino duda y movimiento.
Era como si la
mano, el brazo, el cuerpo como generadores de movimiento, se hubieran perdido
como ejecutores del gesto rígido; había otro decir en la escena creada, como si
fuera un "me desprendo". El lugar transferencial fue ganado por los
contenidos simbólicos - significantes de los juegos. Mi presencia, sentía, era
la encarnada por su demanda corporal-significante.
CUARTA SESION
La madre
comentó que en el Jardín jugaba más con los chicos, a pesar de que se quejaba
de que lo cargaban por su gordura y torpeza, pero que ahora se traía cosas de
los chicos diciendo que se las habían regalado. Quizás una manera compulsiva de
querer el afecto de los demás? Como intentos de aproximación. Hablé sobre esto
con la madre y le pregunté‚ acerca del padre. Al parecer había un acercamiento
entre ambos. Pablo no deseó entrar al consultorio habitual. Vio unas
colchonetas en la sala (grande) del Centro de E. Temprana contiguo al
consultorio y me pidió ir allí. Comenzó a apilar las seis colchonetas medianas
diciendo que saltaría desde allí con mi ayuda, sosteniéndolo de una mano. Se
trepaba solo, con esfuerzo, buscaba el equilibrio y pidiendo mi mano, saltaba
al piso, causándole mucha risa. Su rostro se distendía y su postura cobraba más
capacidad de acomodamiento; le gustaba el ruido de los pies al caer. Se trataba
de la función estructurante del placer?
Recordando,
era como si estos movimientos (praxis) fluyeran desde un aparato biomecánico
disponible, aunque con síntomas defensivos (operador motriz), existiendo un
deseo y la representación de lo que había que hacer (operador psíquico), y su
realización, como función que le generaba placer (operador psicomotriz). Toque,
mirada y movimientos se conjugaban para darle otra posición en el discurso.
Como si este conjunto de acciones se transformaran en un acto para él.
"Pegar el salto" era algo más que saltar, si bien yo trataba de que
pudiera registrar el logro desde mi Acompañamiento motriz. Recordé esto de que
a la clínica psicomotriz le interesaba el significante más la significación, la
articulación en otro lugar: el placer en el movimiento (y no en el goce autoerótico)
en el orden de la "relación al Otro".
Acto seguido,
Pablo quitó tres colchonetas de la pila y las distribuyó paradas de canto,
alrededor de la pila restante; dijo: "esto es un castillo grande".
Tomó dos varillas de madera roja y las colocó paradas en punta sobre una
colchoneta; al lado, un tubo diciendo que era la chimenea -"acá hay
un semáforo, acá hay un camino... ahora la voy a usar; hay robots malos y
buenos, a los malos los desapareció y quedaron los buenos". Intervine: "¿desaparecieron
los malos?". Dijo: "Sí, y si vuelven los mato, me defiendo".
Hice de robot
y caminé‚ por allí. Hizo de robot y me dijo: "vos sos el malo, te
mato". Caí al suelo. Con una madera, me pegó tiros. Jugamos así, hasta que
decidió cortar el juego y dijo: "cuando en la escuela los chicos me pegan,
me defiendo pero sin armas. Quiero quedarme más tiempo".
CONCLUSION
En este primer
intento de acercarme a la práctica de la clínica psicomotriz, con las
incertidumbres y dudas del caso y la creciente conciencia de contar con supervisión
acorde, pude vislumbrar el valor del síntoma psicomotriz y/o psicosomático como
lenguaje.
Comprendí que
mi cuerpo, escapado de lo real e inscripto en el lenguaje, había sido un
instrumento con el que Pablo metaforizó (en el juego, en lo simbólico) un decir
singular que viene enraizado en otro discurso, en su historia de ambivalencias
(amor-odio), de rigideces y torpezas (robots), de idealizaciones (los malos
desaparecen), y de la necesidad y el deseo de operar estos significantes en su
propia construcción.
Lo que la
mirada pone en escena, desde la clínica psicomotriz (a diferencia de la mirada
psicoanalítica), es el cuerpo del psicomotricista como elemento significante,
como el Otro de la transferencia que halla en el "toque" - en el no
toque, en la mirada, en un decir o en un no decir del terapeuta (sujeto
supuesto saber), una nueva posición en la estructura simbólica (del lenguaje);
donde lo "visto" es "dado a ver" a Otro significante. Aquí
el "toque" y la "mirada", más la "escucha". Más
allá de los órganos, los significantes. En psicoanálisis, el síntoma no
está "a la vista". En la clínica psicomotriz, el órgano debe
perderse para dar lugar a la función significante. "Para que el órgano ojo
mire tiene que perderse en la mirada del Otro; para que el órgano oído escuche
debe perderse en la melodía de la madre" (E.Levin). El cuerpo-órgano debe
perderse para que represente al aparato psíquico.
A cada órgano corresponde una
función y una pulsión:
pecho -- boca -- pulsión oral.
voz -- oído -- pulsión invocante.
mirada -- ojo -- pulsión escópica.
heces -- ano
-- pulsión anal.
cuerpo -- gestos, orificios,
agujeros, formas, etc. – pulsión motriz: causa el deseo de moverse. Por esto es
necesario un decir del Otro por fuera del propio cuerpo.
Decía Freud en
"Introducción al Narcisismo", que el "dolor" abole al mundo
y que reduce al Yo el perímetro del cuerpo que duele, no pudiendo desvanecerse
en lo simbólico; como si el sujeto se viera conminado a implicarse en lo real
de un órgano que lo representa para "otro" en la cadena familiar de
los cuerpos. Así surge el síntoma psicomotriz en su paradoja: metafórico y
real, dirigido a alguien y enquistado en el goce propio; lo que conduce a la
paradoja del rol del psicomotricista que debe ocuparse del síntoma como si el
cuerpo no estuviera (porque el síntoma es lenguaje). Se rescata el
"nombre"; un cuerpo huraño, sin reflejo pero no sin nombre. "No hay desarrollo, entonces, sino encuentro
o fatal desencuentro del cuerpo con su nombre" (C.Granieri).
De allí el valor
de lo inconsciente orgánico, porque esto se juega en el cuerpo pulsional
habitado de inconsciente, donde la ausencia, la falta, la caída genera el
deseo, las ganas de; y su realización psicomotriz.
Trabajo
presentado ante la Cátedra "Clínica Psicomotriz", perteneciente al
Departamento de Extensión Universitaria de la Facultad de Psicología de la
U.B.A.