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martes, 12 de mayo de 2015

Del lenguaje del cuerpo al cuerpo en el discurso. Diana Bueno



"Es la danza de los fantasmas... entre el Génesis y el Apocalipsis los fantasmas, a modo de significantes, danzan las metáforas en un tiempo condensado, en un más allá  pero en un más acá, en una simultaneidad interminable de esquemas e imágenes que corporifican el decir de un Otro".

Lic. Diana Bueno



Diana Bueno¿Qué es esta cosa "real" qué nos ubica entre otras cosas "reales" distintas de mí? Qué marca la distancia y la diferencia por las que un Yo surge como sujeto?

Hay una serie de elementos conformados como un "cuerpo", conjunto delineado, con límites precisos, precisos desde el elemento "carne", lo real del cuerpo, desde donde nada hay de diferente a otros cuerpos-animales que habitan el lugar físico.

Desde un estado de globalidad, nada diferente a otras totalidades qué transitan por allí, desde el movimiento, no demasiado diferente a otros movimientos, salvando las diferencias de los grados de evolución.

Dónde, pues, radica la relación y la diferencia? Quizás en la paradoja, como paradójica es la vida misma. En esto de que para que algo viva algo debe morir, en esto de que por la castración se accede a la autonomía, en esto de que para "ser" algo debe de "faltar". Quizás  sea porqué "uno no vive sino que es vivido" - al decir del psicoanalista silvestre G. Groddeck -, qué es como decir que el significante domina... el Otro del Inconsciente.

Cuerpo con posibilidades porqué se trata de una "singularidad", atravesada por significantes encadenados invisiblemente, polívocos, dominantes, metafóricos pero posibles de ser "vistos", escuchados, mirados desde otro lugar para ser ubicados, discursivamente, en otro lugar: el del sujeto.

Es donde la (aparente) totalidad fracasa por el imperio de un deseo singular que halla un lugar de inscripción en el orden discursivo.

La diferencia radica en que se trata de un cuerpo-hombre-sujeto. "Sujeto" de deseos con una posición inscripta por el deseo del Otro en la Cultura; sujeto barrado - entonces -, incompleto, castrado, con espacios abiertos (a)... sin modelos acabados pues se trata de "agujeros" relacionales.

"El Otro no es un estímulo ni un estimulante, sino la instancia que desde su mirada, organiza en el niño su autoimagen corporal y, desde su discurso, recorta, en el ojo, en la boca, en cada agujero del niño, la sombra de un objeto inexistente que, por ello, será  incesantemente buscado". (A. Jerusalinsky: "Psicoanálisis en los problemas del desarrollo infantil".)

Por tratarse de las "aberturas" relacionales es que no hay modelo acabado. Desde lo real-imaginario-simbólico, es en lo simbólico (abstracción singular, orden discursivo, lenguaje) donde se constituye el sujeto. Sujeto de Inconsciente.

"...espacio simbólico que no es constituido sino constituyente del sujeto y con él de su cuerpo y su movimiento. Es por esto que lo psico de la psicomotricidad no proviene más de la psicología sino del psicoanálisis".(Esteban Levin: "La clínica psicomotriz. El cuerpo en el lenguaje".)

Desde esta nueva perspectiva esclarecedora, precursada por el psicoanalista y psicomotricista Esteban Levin, es que la práctica psicomotriz perfila una nueva mirada. Pasando por dos posturas epistemológicas, a saber, una "reeducativa", que trata de relacionar y corresponder el paralelismo mente-cuerpo; una "terapéutica" que centra la mirada en la globalidad de lo instrumental, lo cognitivo y lo tónico-emocional como manera de significar lo postural, lo gestual, lo emocional, lo psíquico del cuerpo; se llega a una "clínica psicomotriz" que surge por el atravesamiento de la teoría psicoanalítica poniendo la mirada en un sujeto "deseante" con un cuerpo abierto, dividido, escindido en lo real, en lo imaginario, en lo simbólico (E. Levin).

La reeducación psicomotriz considera que, reparando las disfunciones motrices, mejoran "paralelamente" la inteligencia y el carácter del niño (no hay sujeto de deseos).

La terapia psicomotriz centra su mirada en la totalidad y globalidad del cuerpo, el movimiento y lo tónico-emocional, en el diálogo y el vínculo corporal entre la persona del terapeuta y la persona del paciente.

La clínica psicomotriz se detiene en la estructura de los trastornos psicomotrices, ocupándose del sujeto que encarna o es encarnado por el inconsciente, y no de la persona; de lo transferencial y no de la comunicación corporal; de lo simbólico y no de lo expresivo.

La clínica psicomotriz prepara la "mirada" y la "escucha" desde lo simbólico transferencial en el juego de los significantes encadenados, donde los cuerpos son atravesados por montajes de escenas cargadas de significancia. Aquí aparece el "deseo singular" de ese niño que juega en la acción lo que vive, lo que lo perturba y lo obstruye. Es aquí donde el cuerpo del psicomotricista, en su versión simbólica, está  como soporte de un acto motor y como lugar de transferencia del "decir" de un niño que "sufre" por demasiada presencia o por demasiada ausencia del deseo de un Otro-madre que le abrió surco. Se trata de cuerpos de significancia porqué pueden ser metaforizados por el lenguaje como estructuras de significantes que habitan en las formaciones del Inconsciente.

La clínica psicomotriz busca lo singular de un cuerpo con carencias, con una falta por la cual es posible el deseo, y así sucesivamente... en una combinación significante. La "operación clínica”, a saber: toque, mirada, escucha, lectura, observación, intervención, interpretación, corporificación, "...son efecto de esta red transferencial, que se transforma en uno de los ejes centrales del tratamiento, ya que el cuerpo adquiere su consistencia en relación con lo simbólico, con la Ley (la prohibición), que introduce la castración en el cuerpo, y con ella, la hiancia por donde emerge el deseo" (E. Levin, "La Clínica Psicomotriz").

Desde la falla que me acontece tratar‚ de esbozar un intento, intento abierto y comprometido para mí, ya que se trata de un niño con síntoma psicosomático y psicomotriz que me fuera derivado luego de pasar por la admisión del Equipo de Niños del Hospital de Morón, al cual pertenezco. El Equipo consideró la posibilidad de que Pablo, de 5 años de edad, fuera tratado desde una mirada "psico-corporal" por las características de su sintomatología.

El pedido de los padres fue expresado en términos de "...es un chico torpe, que no coordina bien, es tímido y, como Ud. ve, tirando a la obesidad".

La madre agrega: "es muy parecido a mí, muy sensible, todo lo de afuera le afecta y no sabe reaccionar ni defenderse; si alguien no le da bolilla, se queda como rogando y llora; y para colmo no sabe moverse". El padre dice: "yo le digo que sea más fuerte, que se ponga más, pero se enoja conmigo y amenaza con escupirme; para colmo el otro (hijo) es todo lo contrario, es flaquito y muy chico; se parece más a mí".

Al preguntarles qué buscaban al iniciar un tratamiento, ambos coincidieron en que "sufra menos, y que como lo corporal no lo acompañaba, ver qué se podía hacer".

En la historia evolutiva de Pablo no hay antecedentes neurológicos. La madre agrega: "yo engendré‚ a Pablo con mucha tristeza, por los problemas familiares; mi madre postrada y nosotros recién casados. Creo que Pablo sufrió psicológicamente y moralmente; se esconde detrás de los muebles para comer; no quiere salir". La madre relata, a su vez, que ella se halla en tratamiento psicoanalítico con un terapeuta de adultos del hospital desde hace un mes. Necesita contar que había llegado a darse cuenta de que la relación con su propia madre no había sido buena para ella. Su madre permanecía casi siempre enferma físicamente y la había mantenido siempre "atada" a ella por la enfermedad; había sufrido mucho la ansiedad que le producía el estar siempre atenta a ella y sujeta a sus manipuleos que la ponían en contra del padre; la manejaba con el "peligro de su muerte". Ella debía "aquietarse", inmovilizarse, a fin de no desilusionar a su madre en un "imperativo de amor" casi constante (culpa y reparación). Su padre hacía esfuerzos para comprender a esta mujer que no le daba un lugar y que impedía la buena relación con ella (No Ley).

A pesar de esto, ella y su padre se comunicaban "como a escondidas", encontrándose ella en la situación de tener que "complacer" a ambos por separado, mediando en un conflicto que no entendía. Su padre no tenía "peso" en su madre, esta lo agredía y la buscaba a ella como aliada; decía que ambas eran "amigas", pero ella no podía disentir (Gran poder). Ante la impotencia de apartarse, se paralizaba y comía; de allí su propia gordura y las dificultades para moverse bien; tenía la sensación de ser torpe y pesada (Imagen inconsciente del cuerpo).

Podía ver cómo se encadenaban las historias. Una madre primera (abuela de Pablo) que, entrampada en el goce autoerótico de la enfermedad, había luchado por mantener con su hija un vínculo casi en lo imaginario del cuerpo pues se la debía atender en lo orgánico, en lo corporal y en lo afectivo. El "pacto de no agresión" hacia ella, había llevado a la madre de Pablo a una autoagresión corporal: mitigó la angustia comiendo y volviéndose torpe.

Visión especular? Inscripción en un discurso materno de exigente presencia? Imposibilidad de ser "agujereada"? Esto me hacía pensar en la dialéctica "presencia-ausencia", casi inexistente aquí donde se jugaba el deseo de este Otro (madre). Qué no permitía que su hija se diferenciara, porqué tampoco permitía la inclusión del padre en su discurso. No corte, no Ley, no castración, no deseo. Asocio‚ esto con lo que sucede en las psicosis y en los autismos .

El padre cuenta que su suegra no lo quería; un dato era el color de la piel (ella rubia, él morocho). "Además, no la podía dejar, por eso al principio vivíamos todos juntos pero era un calvario; yo digo que Pablo sufrió eso desde el embarazo porqué ella (su mujer) no sabía qué hacer. Gracias a Dios pudimos irnos".

Como una consecuencia natural del relato de los padres, se desprendió la relación y el entramado de las historias, los juegos de identificación y el móvil de la demanda de tratamiento. Había una serie encadenada de hechos reales y significantes que estos padres fueron comprendiendo con facilidad. Al preguntarles cómo había sido que habían sentido la necesidad de rever esto, Adela (la madre de Pablo) dijo que "ella quería desatarse de ese peso que, temía, llevara también Pablo". "El (su marido) la ayudaba mucho pues la comprendía".

Creí ver que, así como Adela había hecho lugar a su padre, había podido hacer lugar a su marido. Quizás como una formación reactiva a lo actuado por su madre... pero desconocía desde que lugar. La enfatizada "igualdad" entre ella y Pablo era una señal de alarma. Quizás  se tratara de un deseo transferido. Esto me resultaba importante en función del "corte" entre ella y Pablo.



PRIMERA SESION CON PABLO

Pablo asistió con su guardapolvo de Jardín de Infantes. No quiso sacárselo como tampoco quería quitarse la mochilita de encima. A la manera tradicional, se sentó frente al escritorio y guardó silencio. Observo que Pablo es más o menos como lo había descripto, pero no me pareció del tipo "obeso", si bien era gordito. Sus movimientos eran pesados, un tanto rígidos, su mirar temeroso y tímido, como esperando una advertencia, un reto o un castigo. Le  pregunté si sabía a qué había venido. Luego de un silencio, dijo que "para no caerse más al correr". Le pregunté‚ si quería saber quién era yo. Tras otro silencio, respondió que "su mamá  le había dicho que lo iba a ayudar".

Esto me remitió a mi lugar de sujeto-supuesto-saber, y a sentir la necesidad de contar con una supervisión específica. Para decirlo en términos más vulgares: sentí dudas y cuestionamientos de no saber si sabría lo que debía saber... tarea imposible de armar previamente, claro. Sabía que quería adentrarme en lo simbólico desde un real y que, paradójicamente, debía "suspender" lo que "sabía". Pero continuaba la necesidad de supervisión específica, pues ahora se trataba de poner el cuerpo, un cuerpo fallado, agujereado, como para que Pablo surgiera como sujeto de deseos y hallara el lugar del placer.

Estaba dispuesta, no obstante. Pablo pidió una hoja diciendo que iba a dibujar. Hizo una casa y fue relatando: "una ventana y una manijita para abrir la puerta, la chimenea y el humo; vive esta persona... no sé, no me acuerdo. Quién es? Mauro, de 8 años. Debe estar jugando a las carreras, a quién gana o quién pierde; lo atrapaban, el otro chico. Después jugaron a las escondidas y después a treparse a los  árboles, el chico se trepaba en el  árbol y Mauro no, porque tenía miedo de caerse; es miedoso porque no sabe treparse, no sabe con qué, con una soga ni un hilo no se le ocurre porque se corta, solamente se trepa a paredes; en las paredes, no tiene miedo, en los  árboles, sí. Ahora se va a trepar con hilo y otro día más con soga. Viven los dos juntos; a la noche cocinan solos, comen; no duermen, a la noche juegan; su mamá  y su papá  murieron, están en el cielo con Dios. Tampoco duermen la siesta, nunca duermen, no tienen sueño nunca. Hacen una cama en el patio, una fogata y duermen, pero no duermen más. La madre y el padre le dijeron que cuando ellos están en el cielo, duerman, pero no les hacen caso. Una sola noche van a dormir; ésta, pero otra no; se quedan jugando. Salen de la casa y se van a pasear afuera, no están adentro, salen de la reja y se van a la casa de la abuela, la despiertan y la abuela se enoja. Vienen más chicos a esa casa. El cumpleaños lo hacen los chicos con piñata y una barbaridad de globos desinflados".

El relato estaba impregnado de símbolos que oscilaban entre la vida y la muerte, la movilidad y la inmovilidad, los límites, los continentes y los contenidos. Tenía la sensación de que su decir se escapaba del cuerpo así como lo contenía. Comenté‚ este caso en el curso de Clínica Psicomotriz, y fue cuando el profesor Levin me dijo algo así como "si me animaba a salir del escritorio y poner el cuerpo", que tomé la decisión de intentarlo; esperaba poder ser un instrumento, desde lo transferencial, para que Pablo pudiera jugar sus "personajes".



SEGUNDA SESION



Pablo trajo la soga. El escritorio estaba a un costado, contra la pared. Se había quitado el guardapolvo y la mochila. Le pregunté que íbamos a hacer con la soga. Sin hablar, tomándose el tiempo necesario, la colocó en el suelo en semicírculo uniendo los extremos de la misma con las patas del escritorio. Se introdujo adentro y me invitó a que lo siguiera, se sentó y me senté‚ con las piernas cruzadas y sus manos entrelazadas, permanecimos  dentro de ese espacio cerrado; se miró las manos y por momentos me miró. Nada más. Dos palabras cruzaron mi mente, me atravesaron: inmediatez y adicción, como decir simbiosis, placenta, imaginario, globalidad, fusión, apego, negación de la articulación de la palabra, oralidad (a-dicción).

Asocié‚ luego esta escena con el relato de la madre; ambos parecían "sufrir" el mismo dolor de no poder apropiarse del deseo de moverse, como si no pudieran libidinizar a la pulsión motriz para que de muerte pasara a vida, y de ser objeto pasara a ser sujeto de placer. Recordé‚ al mencionado "objeto a" de Lacan, el de la "mirada" (importante en la clínica psicomotriz). La mirada de Pablo me había parecido temerosa e imposibilitada. Los ojos se habían perdido tras esa mirada. Me pregunté‚ luego por qué‚ el cuerpo llegaba a exagerar las formas, los volúmenes, las dimensiones, el peso; y reducía al mínimo las posibilidades espaciales de movimientos, como si se tratara de "ocupar más en bloque sin poder estar, como si el cuerpo real aplastara". ¿O era el discurso de un Otro que perpetuaba el síntoma psicomotriz para su goce, perdiendo la posibilidad del "corte"?.

Tenía la sensación de estar en un magma interior pero con bordes. Resolví operar: separé un tanto una punta de la soga del escritorio, instalándose una abertura. Calladamente, Pablo deslizó una mano por allí y dijo: "vamos a saltar con la soga". Me indicó que tomase un extremo de la soga y la enganchara en alguna parte del escritorio (apretada en un cajón) mientras él trataba de atar el otro extremo en el respaldo de una silla. Estaba a una altura de 15 cm. del piso, pero Pablo la bajó casi al ras y me propuso ponernos de un lado y saltarla con ambos pies. Saltamos de un lado al otro varias veces; él iba variando las distancias, más cerca, más lejos (me preguntaba en que eslabón de la cadena significante se hallaba este despliegue motriz-psico de Pablo).

Creí notar dos acciones privilegiadas por él por el placer que le causaban: pasar la soga - la línea divisoria - un eje - un límite, de ida un punto y de retorno a él, pero no siempre el mismo; y al sentir el apoyo fuerte, como seguro, de ambos pies al caer y permanecer en ese punto, un instante.

¿En qué posición transferencial había sido tomada por Pablo? pues él deseaba que lo siguiera, o lo acompañara, buscando disfrutar conmigo sus conquistas. Más allá  de tener la claridad deseada, decidí seguir prestando mi cuerpo que, sentía, no era el real, pues se perdía en la búsqueda del movimiento placentero para Pablo, gesticulaba y se reía.

Acto seguido, le propuse elevar un tanto, y aceptó. Volvió a saltarla, pero ahora en diagonal y "casi" con ambos pies pero en una sucesión inmediata de uno y otro. Luego, él propuso soltar el extremo de la silla y jugar a girarla en redondo, entre la soga a girar y una pared quedaba un espacio reducido, que Pablo utilizó para "pasar" de ida y de vuelta, tratando que la soga no tocara el cuerpo y que, por tanto, no se detuviera.

Para lograrlo, le era preciso "achicarse", contener la respiración y calcular la movida. Parecía que ponía los límites de su cuerpo que más allá  del esquema tomaba la significancia de la imagen pues había otro decir en esto; disfrutaba de los logros. Como si este juego del más allá - más acá , más cerca - más lejos, hacia la derecha - hacia la izquierda, simbolizaran la búsqueda de otra posición en cuanto a él y en cuanto a la mirada del otro.

Luego analicé que la soga no había sido usada ni para atar ni para anudar ni para hacerla un bollo; en todo momento había servido de límite. Me pregunté‚ si la soga, como generadora de límites y de cortes, no aludiría al buscado orden de la ley, a la necesidad de discriminar(se) y diferenciar(se) en su Yo y en sus lugares simbólicos (en relación con la familia). En todo momento la usó para recortar situaciones. Le comenté‚ a la madre acerca de esto de las "conquistas" de Pablo, de sus deseos de disfrutar del movimiento y de su búsqueda de nuevos lugares.



TERCERA SESION



La madre de Pablo me informó que durante la semana había salido mucho a jugar al jardín, que se había caído pero no había llorado, que quería salir a la vereda a jugar pero que a ella le daba miedo. Le pregunté‚ si le parecía que traspasaría el cordón de la vereda y se iría a la calle; no lo sabía entonces. Pablo trajo otra soga de color verde y de fibra de nylon. Me dijo: "otra soga". Pensé, me dio un extremo y tomé el otro. Pensé y me pidió que la bajara para hacer viborita entre los dos. Los movimientos eran fuertes, se reía y no hablaba. Al principio repetíamos los mismos movimientos, como en espejo. Sin hablar, motivé‚ un cambio moviendo hacia arriba; me miró y exclamó un "­eeh...!", y la movió más alto; luego más bajo, y él, mucho más amplio. Surgió un juego matizado con expresiones verbales. Se me ocurrió que a diferencia de una a-dicción (dependencia, estereotipia, goce narcisístico, autoerotismo), esta alternancia se asemejaba más a un di-(a)- logo, ya que  entre uno y otro quedaba un lugar para la iniciativa y la sorpresa de cada uno, para el deseo; como si en medio de la presencia-ausencia hubiérase instalado un espacio de falta que cada uno podía jugar/simbolizar como quisiera; no había certeza sino duda y movimiento.

Era como si la mano, el brazo, el cuerpo como generadores de movimiento, se hubieran perdido como ejecutores del gesto rígido; había otro decir en la escena creada, como si fuera un "me desprendo". El lugar transferencial fue ganado por los contenidos simbólicos - significantes de los juegos. Mi presencia, sentía, era la encarnada por su demanda corporal-significante.



CUARTA SESION



La madre comentó que en el Jardín jugaba más con los chicos, a pesar de que se quejaba de que lo cargaban por su gordura y torpeza, pero que ahora se traía cosas de los chicos diciendo que se las habían regalado. Quizás una manera compulsiva de querer el afecto de los demás? Como intentos de aproximación. Hablé sobre esto con la madre y le pregunté‚ acerca del padre. Al parecer había un acercamiento entre ambos. Pablo no deseó entrar al consultorio habitual. Vio unas colchonetas en la sala (grande) del Centro de E. Temprana contiguo al consultorio y me pidió ir allí. Comenzó a apilar las seis colchonetas medianas diciendo que saltaría desde allí con mi ayuda, sosteniéndolo de una mano. Se trepaba solo, con esfuerzo, buscaba el equilibrio y pidiendo mi mano, saltaba al piso, causándole mucha risa. Su rostro se distendía y su postura cobraba más capacidad de acomodamiento; le gustaba el ruido de los pies al caer. Se trataba de la función estructurante del placer?

Recordando, era como si estos movimientos (praxis) fluyeran desde un aparato biomecánico disponible, aunque con síntomas defensivos (operador motriz), existiendo un deseo y la representación de lo que había que hacer (operador psíquico), y su realización, como función que le generaba placer (operador psicomotriz). Toque, mirada y movimientos se conjugaban para darle otra posición en el discurso. Como si este conjunto de acciones se transformaran en un acto para él. "Pegar el salto" era algo más que saltar, si bien yo trataba de que pudiera registrar el logro desde mi Acompañamiento motriz. Recordé esto de que a la clínica psicomotriz le interesaba el significante más la significación, la articulación en otro lugar: el placer en el movimiento (y no en el goce autoerótico) en el orden de la "relación al Otro".

Acto seguido, Pablo quitó tres colchonetas de la pila y las distribuyó paradas de canto, alrededor de la pila restante; dijo: "esto es un castillo grande". Tomó dos varillas de madera roja y las colocó paradas en punta sobre una colchoneta; al lado, un tubo diciendo que era la chimenea -"acá hay un semáforo, acá  hay un camino... ahora la voy a usar; hay robots malos y buenos, a los malos los desapareció y quedaron los buenos". Intervine: "¿desaparecieron los malos?". Dijo: "Sí, y si vuelven los mato, me defiendo".

Hice de robot y caminé‚ por allí. Hizo de robot y me dijo: "vos sos el malo, te mato". Caí al suelo. Con una madera, me pegó tiros. Jugamos así, hasta que decidió cortar el juego y dijo: "cuando en la escuela los chicos me pegan, me defiendo pero sin armas. Quiero quedarme más tiempo".



CONCLUSION



En este primer intento de acercarme a la práctica de la clínica psicomotriz, con las incertidumbres y dudas del caso y la creciente conciencia de contar con supervisión acorde, pude vislumbrar el valor del síntoma psicomotriz y/o psicosomático como lenguaje.

Comprendí que mi cuerpo, escapado de lo real e inscripto en el lenguaje, había sido un instrumento con el que Pablo metaforizó (en el juego, en lo simbólico) un decir singular que viene enraizado en otro discurso, en su historia de ambivalencias (amor-odio), de rigideces y torpezas (robots), de idealizaciones (los malos desaparecen), y de la necesidad y el deseo de operar estos significantes en su propia construcción.

Lo que la mirada pone en escena, desde la clínica psicomotriz (a diferencia de la mirada psicoanalítica), es el cuerpo del psicomotricista como elemento significante, como el Otro de la transferencia que halla en el "toque" - en el no toque, en la mirada, en un decir o en un no decir del terapeuta (sujeto supuesto saber), una nueva posición en la estructura simbólica (del lenguaje); donde lo "visto" es "dado a ver" a Otro significante. Aquí el "toque" y la "mirada", más la "escucha". Más allá  de los órganos, los significantes. En psicoanálisis, el síntoma no está  "a la vista". En la clínica psicomotriz, el órgano debe perderse para dar lugar a la función significante. "Para que el órgano ojo mire tiene que perderse en la mirada del Otro; para que el órgano oído escuche debe perderse en la melodía de la madre" (E.Levin). El cuerpo-órgano debe perderse para que represente al aparato psíquico.

A cada órgano corresponde una función y una pulsión:

pecho  -- boca -- pulsión oral.

voz    -- oído -- pulsión invocante.

mirada -- ojo  -- pulsión escópica.

heces  -- ano  -- pulsión anal.

cuerpo -- gestos, orificios, agujeros, formas, etc. – pulsión motriz: causa el deseo de moverse. Por esto es necesario un decir del Otro por fuera del propio cuerpo.

Decía Freud en "Introducción al Narcisismo", que el "dolor" abole al mundo y que reduce al Yo el perímetro del cuerpo que duele, no pudiendo desvanecerse en lo simbólico; como si el sujeto se viera conminado a implicarse en lo real de un órgano que lo representa para "otro" en la cadena familiar de los cuerpos. Así surge el síntoma psicomotriz en su paradoja: metafórico y real, dirigido a alguien y enquistado en el goce propio; lo que conduce a la paradoja del rol del psicomotricista que debe ocuparse del síntoma como si el cuerpo no estuviera (porque el síntoma es lenguaje). Se rescata el "nombre"; un cuerpo huraño, sin reflejo pero no sin nombre. "No hay desarrollo, entonces, sino encuentro o fatal desencuentro del cuerpo con su nombre" (C.Granieri).

De allí el valor de lo inconsciente orgánico, porque esto se juega en el cuerpo pulsional habitado de inconsciente, donde la ausencia, la falta, la caída genera el deseo, las ganas de; y su realización psicomotriz.



Trabajo presentado ante la Cátedra "Clínica Psicomotriz", perteneciente al Departamento de Extensión Universitaria de la Facultad de Psicología de la U.B.A.