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viernes, 5 de diciembre de 2014

Fernando Pessoa, Comunidad de poetas. Rolando Ugena



               Si después de yo morir quisieran escribir mi biografía  no hay nada más sencillo.  Tiene sólo dos fechas: la de mi nacimiento  y  la  de  mi  muerte.  Entre una y otra todos los días son míos.

Fernando Pessoa




          Los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía”, escribía Octavio Paz, respecto de Fernando Pessoa, y continuaba: “Pessoa, que dudó siempre de la realidad de este mundo, aprobaría sin vacilar que fuese directamente a sus poemas, olvidando los incidentes y los accidentes de su existencia terrestre. Nada en su vida es sorprendente -nada, excepto sus poemas... Su secreto, por lo demás, está escrito en su nombre: Pessoa quiere decir persona en portugués y viene de persona, máscara de los actores romanos. Máscara, personaje de ficción, ninguno: Pessoa. Su historia podría reducirse al tránsito entre la irrealidad de su vida cotidiana y la realidad sus ficciones. Estas ficciones son los poetas Alberto Caeiro, Alvaro de Campos, Ricardo Reis y, sobre todo, el mismo Fernando Pessoa. Así, no es inútil recordar los hechos más salientes de su vida, a condición de saber que se trata de las huellas de una sombra. El verdadero Pessoa es otro[1].

          Contemporáneo de J. Joyce, Pessoa nace en Lisboa, en 1888. A los 5 años, muere de tuberculosis su padre, funcionario público y crítico musical y un año después, su hermano de 11 meses. A los 7, su madre, mujer distinguida y políglota vuelve a casarse, con un cónsul portugués en Sudáfrica, a donde se mudan y tienen varios hijos. Fernando pasa infancia y juventud allí, recibiendo una educación inglesa. Una media hermana, lo recordará como un niño silencioso que casi no jugaba y ya escribía desde entonces. A los 17 años, regresa sólo a Lisboa. Dos años después, en 1907, muere su abuela Dionisia, con Mal de Alzheimer.   



          Solitario, retraído, forja su obra lentamente, al tiempo que para subsistir, soporta trabajar como traductor comercial en inglés y francés; condición: no cumplir horarios. Se lo ve salir al mediodía, ir a una taberna, beber y marcharse. Su imagen se repite hasta el infinito: traje oscuro, camisa blanca, corbata y sombrero gris.

          Entre 1912 y 1913 publica varios poemas; entra en relación con un grupo saudosista, pero lo abandona pronto y en 1915, funda con Mario de Sá-Carneiro y algunos otros, Orpheu, revista que inaugura los movimientos de vanguardia en Portugal, aunque por discrepancias internas no llega al tercer número. En 1918, publica gran cantidad de poemas en inglés. En 1920 muere su padrastro y su madre regresa a Lisboa; poco después interrumpe el noviazgo con Ophelia, único que se le conoce. 5 años más tarde fallece su madre.

          Lector empedernido, aborda tempranamente a Rosseau, Kant, Lombroso, Flaubert, Poe, Shakespeare, Mallarmé. Recomienda leer dos libros por día, uno de poesía o bellas letras y otro de ciencia o filosofía. Escribe de noche, preferentemente parado. Es una necesidad: todos los días un poema, un artículo, una reflexión.

          Su mayor flaqueza: no terminar nada de lo que empezaba: “Me quedo pasmado cuando termino algo. Me quedo pasmado y desolado. Mi instinto de perfección debería impedirme de acabar; debería inhibirme hasta de dar comienzo…”, escribe en el “Libro del desasosiego[2].

          Otro portugués, José Saramago, entusiasta admirador de su obra, escribe en “Cuadernos de Lanzarote”: “le decían que tenía un gran futuro por delante, pero él no debe de haberlo creído, tanto es así que decidió morir injustamente en la flor de la edad, a los cuarenta y siete años, imagínese. Un momento antes de finar pidió que le diesen las gafas: ‘Dame las gafas’, fueron sus formales y finales palabras. Hasta hoy nunca nadie se ha interesado por saber para qué las quiso, así se vienen ignorando o despreciando las últimas voluntades de los moribundos, pero parece bastante plausible que su intención fuese mirarse en un espejo para saber quién, finalmente, estaba allí. No le dio tiempo la parca. Además, no había ni espejo en el cuarto. Este Fernando Pessoa nunca llegó verdaderamente a tener la seguridad de quién era, pero a causa de esa duda nosotros vamos consiguiendo un poco más quiénes somos.”[3]



          El 30 de noviembre de 1935, muere de un cólico hepático a causa de la cirrosis. Deja un baúl colmado de papeles inéditos: cuadernos, poemas, textos en prosa, fragmentos, más de 25.000 páginas de originales. Como escribiera Antonio Tabuchi, un baúl lleno de gente.

          A diferencia del autor anónimo, desconocido; del ortónimo, que firma con su nombre; del seudónimo, que utiliza un nombre que no es el propio para firmar un texto y escamotear su identidad, el dispositivo de trabajo de Fernando Pessoa es la heteronimia, procedimiento por medio del cual utiliza otro nombre, y lo dice. Drama en gente, lo denominó en su singular escritura, que escribe las obras completas no de un poeta sino de cuatro. Uno de sus biógrafos, Robert Bréchon[4], señaló que Pessoa no quiso “hacer de su existencia una obra de arte; ha preferido escenificarla en su obra, concebida como un vasto drama donde los heterónimos le dan la réplica y se replican, a su vez, mutuamente”.

          En una extraordinaria carta a Adolfo Casais Monteiro[5], fechada en Lisboa el 13 de enero de 1935, poco menos de un año antes de su muerte, narra como brotaron esos heterónimos. Comienza por lo que llama la parte psiquiátrica:“...El origen de mis heterónimos es el profundo rasgo de histeria que existe en mí. No sé si soy simplemente histérico o, más propiamente un histérico-neurasténico. Tiendo a esta segunda hipótesis, porque hay en mí fenómenos de abulia que la histeria, propiamente dicha, no encuadra en el registro de sus síntomas. Sea como fuere, el origen mental de mis heterónimos está en mi tendencia orgánica y constante a la despersonalización y la simulación. Estos fenómenos, afortunadamente para mí y para los demás, se han mentalizado en mí; no se manifiestan en mi vida práctica, exterior y de contacto con los demás; hacen explosión hacia dentro y los vivo yo a solas conmigo. Si yo fuese mujer -en la mujer los fenómenos histéricos rompen en ataques y cosas parecidas-, cada poema de Álvaro de Campos (lo más histéricamente histérico de mí) sería una alarma para el vecindario. Pero soy hombre, y en los hombres la histeria asume principalmente aspectos mentales; así, todo acaba en silencio y poesía.”

          En dicha carta, continúa relatando la historia de sus heterónimos: “...Desde niño tuve tendencia a crear en torno a mí un mundo ficticio, a rodearme de amigos y conocidos que nunca existieron. (No sé, bien entendido, si realmente no existieron o si soy yo el que no existo. En estas cosas, como en todas, no debemos ser dogmáticos).

...mi primer heterónimo o, mejor, mi primer conocido inexistente -un tal Chevalier de Pas de mis seis años, mediante el cual me escribía cartas suyas a mí mismo, y cuya figura, no enteramente vaga, aún conquista aquella parte de mi afectividad que confina con la saudade.... ¿Cosas que suceden a todos los niños? Sin duda -o tal vez-. Pero hasta tal punto las viví que las vivo todavía, puesto que las recuerdo de tal manera que es necesario un esfuerzo para hacerme saber que no fueron realidades.

... Se me ocurría una frase interesante absolutamente ajena... a quien soy, o a quien supongo que soy. La decía inmediatamente, espontáneamente, como si fuera de cierto amigo mío, cuyo nombre inventaba, cuya historia añadía y cuya figura -cara, estatura, vestimenta y gesto- inmediatamente veía delante de mí. Y así inventé y propagué varios amigos y conocidos que nunca existieron, pero que todavía hoy, casi a 30 años de distancia, oigo, siento, veo. Repito: oigo, siento, veo... Y tengo saudades de ellos”…

Esa es, en sus propios términos, “la historia de la madre que los dio a luz”. Respecto de sus heterónimos literarios, escribe:

“Alrededor de 1912...se me ocurrió escribir unos poemas de índole pagana. Esbocé unas cosas en verso irregular (no al estilo Álvaro de Campos, sino en un estilo de media regularidad), y abandoné el asunto. Se me esbozó, en una penumbra mal urdida, un vago retrato de la persona que estaba haciendo aquello. (Había nacido, sin que yo lo supiera, Ricardo Reis).

Año y medio, o dos años después, di un día en gastarle una broma[6] a Sá-Carneiro, inventar un poeta bucólico, de naturaleza complicada, y presentarlo bajo cualquier especie de realidad. Estuve unos días elaborando al poeta pero no conseguí nada. Un día en el que finalmente desistí -el 8 de marzo de 1914- me acerqué a una cómoda alta y cogiendo un papel empecé a escribir, de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí de corrido treinta y tantos poemas, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no conseguiré definir. Fue el día triunfal de mi vida y nunca podré tener otro así. Abrí con un título, El Guardador de Rebaños. Y lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, a quien di al momento el nombre de Alberto Caeiro. Discúlpeme lo absurdo de la frase: Apareció en mí mi maestro. Fue esa la sensación inmediata que tuve. Y tanto fue así que, una vez escritos estos treinta y tantos poemas, inmediatamente cogí otro papel y escribí también de corrido, los seis poemas que constituyen Lluvia Oblicua[7] de Fernando Pessoa. Inmediata y totalmente… Fue el regreso de Fernando Pessoa Alberto Caeiro a Fernando Pessoa él solo. O mejor, fue la reacción de Fernando Pessoa contra su inexistencia como Alberto Caeiro.

Aparecido Caeiro, traté al punto, de descubrirle -instintiva e inconscientemente- unos discípulos. Arranqué de su falso paganismo el Reis latente, le descubrí el nombre y se lo ajusté a él mismo, porque entonces ya lo veía. De repente, y en derivación opuesta a la de Reis, me surgió impetuosamente un nuevo individuo. De golpe y a máquina de escribir, sin interrupción ni enmienda, surgió la Oda Triunfal de Álvaro de Campos -la Oda con ese nombre y el hombre con el nombre que tiene.

Creé, entonces, una coterie[8] inexistente. Fijé todo ello en moldes de realidad. Gradué las influencias, conocí las amistades, escuché, dentro de mí, las discusiones y las divergencias de criterios; en todo esto me parece que fui yo, creador de todo, lo menos que allí hubo. Parece que todo ocurrió independientemente de mí. Y parece que todavía sucede así. Si algún día puedo publicar la discusión estética entre Reis y Campos, verá cómo son diferentes y cómo nada tengo que ver en el asunto.

Cuando llegó el momento de la publicación de Orpheu, fue necesario, encontrar algo para completar el número de páginas. Sugerí entonces a Sá-Carneiro que yo hiciese un poema «antiguo» de Campos,  de cómo Campos habría sido antes de conocer a Caeiro y caer bajo su influencia. Y así hice el Opiario, en el que intenté dar todas las tendencias latentes de Campos, según después habían de revelarse, pero todavía sin ningún punto de contacto con su maestro Caeiro. Fue, de los poemas que he escrito, el que  me ha dado más que hacer, por el doble poder de despersonalización que tuve que desarrollar...”

Y por si quedaran dudas acerca de con quién estaba “lidiando”, da a Casáis Monteiro, algunas indicaciones más:

“... Veo delante de mí, en el espacio incoloro pero real del sueño, las caras y gestos de Caeiro, Reis y Campos. Construí sus edades y vidas. Reis nació en 1887 (no recuerdo el día ni el mes, pero los tengo en algún sitio) en Oporto, es médico y está ahora en Brasil. Caeiro nació en 1889 y murió en 1915; nació en Lisboa, pero vivió casi toda su vida en el campo. No tuvo profesión, ni casi ninguna educación. Campos nació en Tavira, el día 15 de octubre de 1890 (a la 1.30 de la tarde, me dice Ferreira Gomes; y es verdad, pues he hecho el horóscopo con esta hora). Este, es ingeniero naval (por Glasgow), pero ahora está aquí, en Lisboa, inactivo. Caeiro era de estatura media y, aunque frágil realmente (murió tuberculoso), no parecía tan frágil como era. Reis es un poco más bajo, más fuerte, más seco. Campos es alto (1,75 m de estatura, 2 cm. más que yo), delgado y un poco tendente a encorvarse. Cara afeitada todos -Caeiro rubio sin color, ojos azules; Reis de un vago moreno mate; Campos entre blanco y moreno, tipo vagamente de judío portugués, el cabello liso y normalmente peinado al lado, usa monóculo. Caeiro, tuvo sólo instrucción primaria; murieron pronto su padre y su madre y se quedó en la casa viviendo de rentas. Vivía con una vieja tía abuela. Reis, educado en un colegio de jesuitas, vive Brasil desde 1919, pues se desterró espontáneamente por ser monárquico. Es un latinista por educación ajena y semihelenista por educación propia. Campos tuvo una educación normal de instituto; luego fue mandado a Escocia a estudiar ingeniería, primero mecánica y después naval. En unas vacaciones hizo un viaje al Oriente, de donde resultó el Opiário. Le enseñó latín un tío de la Beira que era cura.

¿Cómo escribo en nombre de estos tres?...Caeiro por pura e inesperada inspiración, sin saber o ni siquiera calcular que iba a escribir. Reis, luego de una deliberación abstracta que súbitamente se concreta en una oda. Campos, cuando siento un súbito impulso para escribir y no sé qué. (Mi semiheterónimo Bernardo_Soares, que se parece en muchas cosas a Campos, aparece siempre que estoy cansado o soñoliento, de modo que tengo un poco suspensas las cualidades de raciocinio y de inhibición; esa prosa es un constante devaneo. Es un semiheterónimo porque, no siendo su personalidad la mía no es diferente de la mía, sino una simple mutilación de ella. Soy yo menos el raciocinio y la afectividad. La prosa, salvo lo que el raciocinio da de tenue a la mía, es igual a esta, y el portugués perfectamente igual; mientras que Caeiro escribía mal el portugués, Campos razonablemente, pero con lapsus como decir «yo propio» en lugar de «yo mismo», etc.; Reis mejor que yo, pero con un purismo que considero exagerado. Lo difícil para mí es escribir la prosa de Reis o de Campos. La simulación es más fácil en verso, incluso porque es más espontánea...”

          Días después, el 20 de enero, luego de recibir respuesta a esa carta, escribe: “...Lo que soy esencialmente -detrás de las máscaras involuntarias del poeta, e1 raciocinador y lo demás que haya -es dramaturgo. El fenómeno de mi despersonalización instintiva....conduce naturalmente a esa definición. Siendo así, no evoluciono. VIAJO. (Por un lapsus en la tecla de las mayúsculas, esta palabra me ha salido sin querer en letra grande. Está bien y así lo dejo.) Voy mudando de personalidad, voy (aquí es donde puede haber evolución) enriqueciéndome en capacidad para crear personalidades nuevas, nuevas maneras de fingir que comprendo el mundo, o mejor, de fingir que es posible comprenderlo. Por eso he considerado mi camino comparable no a una evolución, sino a un viaje: no he subido de una planta a otra; he seguido en la llanura, de un lugar a otro...”

          No sólo asigna a cada uno una firma y una vida propia, sino que los inviste con características poéticas diferentes y fuerte coherencia literaria. Así escribe Ricardo Reis:

Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río.

Sosegadamente miremos su curso y aprendamos

que la vida pasa, y no tenemos las manos enlazadas.

(Enlacemos las manos).



 Luego pensemos, niños adultos, que la vida

pasa y no queda, nada deja y nunca vuelve;

va hacia un mar que está lejos, cerca ya del Hado,

más lejos que los dioses.




Soltémonos las manos, pues no vale la pena cansarnos.

Gocemos o no gocemos, pasamos como el río.

Más vale saber pasar silenciosamente

y sin grandes desasosiegos.




Sin amores, ni odios, ni pasiones que alzan la voz,

ni envidias dan harto movimiento a los ojos,

ni cuidados, pues si los tuviese el río igual correría

y siempre iría a dar al mar.




Amémonos tranquilamente, pensando que podríamos,

si quisiéramos, cambiar besos y abrazos y caricias,

pero que más vale estar sentados uno junto a otro

oyendo correr el río y viéndolo.




Recojamos flores, tómalas tú y póntelas en el regazo,

y que su perfume suavice el momento -

este momento en que sosegadamente en nada creemos,

paganos inocentes de la decadencia.




Al menos, si yo fuese sombra antes, te acordarás de mí

sin que el recuerdo te arda o te hiera o te perturbe,

pues nunca enlazamos las manos, ni nos besamos

ni fuimos más de lo que son los niños.



Y si antes que yo llevaras el óbolo al barquero sombrío,

nada tendré que sufrir al acordarme de ti.

Me serás suave a la memoria recordándote así -a orillas del río,

pagana triste con flores en el regazo.[9]



          Ese es el tono sosegado, la suave música de la poesía de Reis; su modo de respuesta al fluir del tiempo, a la fugacidad de la vida.

          En un marcado contraste con Reis, Campos se distingue por la tonalidad violenta de su producción poética. Para él, el tiempo fluye con la sonoridad y la velocidad de la máquina.  Así escribe Álvaro de Campos:



A la dolorosa luz de las grandes lámparas eléctricas

 de la fábrica tengo fiebre y escribo.

Escribo haciendo rechinar los dientes, fiera ante la belleza de esto,

ante la belleza de esto que desconocían totalmente los antiguos.

¡Oh ruedas, oh engranajes, r-r-r-r-r-r eterno!

¡Fuerte espasmo retenido de la maquinaria enfurecida!

¡Enfurecida fuera y dentro de mí, a través de todos mis nervios disecados,

a través de todas las papilas de aquello con lo que siento!

Tengo los labios secos, oh grandes ruidos modernos,

de oíros de demasiado cerca, y me arde la cabeza de quereros cantar

con un exceso de expresión de todas mis sensaciones,

¡con un exceso contemporáneo de vosotras, máquinas!

...

¡ Ah, poder expresarme todo como se expresa un motor!

¡Ser completo como una máquina!

¡Ir por la vida triunfante como un automóvil último modelo!

¡Poder dejarme penetrar al menos físicamente por todo esto,

desgarrarme todo, abrirme completamente, volverme poroso

a todos los perfumes de aceites y calores de carbón

de esta flora estupenda, negra, artificial e insaciable!

...

Podría morir triturado por un motor

con el sentimiento de entrega deliciosa de una mujer poseída.

¡Arrojadme a los altos hornos! ¡Ponedme bajo los trenes!

¡Apaleadme a bordo de los barcos!

¡Masoquismo a través de la maquinaria!

¡Sadismo de no sé qué moderno y yo y barullo!



¡Oh hierro, oh acero, oh aluminio, oh chapas de hierro ondulado!

¡Oh muelles, oh puertos, oh trenes, oh grúas, Oh remolcadores!

...

¡Ea! ¡Ea! ¡Ea!¡Ea electricidad, nervio enfermo de la Materia!

¡Ea telégrafo, simpatía metálica del inconsciente!

¡Ea túneles, ea canales, Panamá, Kiel, Suez! ¡Ea todo el pasado en el presente!

¡Ea todo el futuro ya en nosotros! ¡Ea!¡Ea! ¡Ea! ¡Ea!

¡Frutos de hierro y útil del árbol-fábrica cosmopolita!

¡Ea! ¡Ea! ¡Ea, ea-ho-o-o!



Ya ni sé que existo por dentro. Giro, ruedo, me instrumento.

Me enganchan en todos los trenes. Me izan en todos los muelles.

Giro en las hélices de todos los barcos.

¡Ea! ¡Ea-ho ea!¡Ea! ¡Soy el calor mecánico de la electricidad!



¡Ea! ¡Y los rieles y las salas de máquinas de toda Europa!

¡Ea y hurra por mi-todo y por todo, máquinas en marcha, ea!



¡Saltar con todo por encima de todo! ¡Hupa-la!

¡Hupa-la, hupa-la, hupa-la-la, hup-la!

¡Hey-la! ¡Hey-hop! Huo-o-o-o-o! ¡Z-z-z-z-z-z-z-z-z-z-z-z!

¡Ah, no ser yo toda la gente y todas partes![10]


          Es que para Campos:
          El binomio de Newton es tan bello como la Venus de Milo.
          Lo que hay es poca gente que se dé cuenta de ello.

          óóóóó.......óóóóóó.......óóóóóó      

          (El viento, afuera.)”

          Pero ya fue dicho: “el maestro” de todos ellos es Alberto Caeiro.  Esta es su poesía:



Yo nunca cuidé rebaños,

pero es como si los cuidase.
Mi alma es como un pastor,
conoce el viento y el sol
y de la mano de las estaciones
acompaña y va mirando.
Toda la paz de la Naturaleza sin gente
viene a sentarse a mi lado.
Pero yo me pongo triste como una puesta de Sol
para nuestra imaginación,
cuando al fondo de la llanura refresca
y se siente que ha entrado la noche
como una mariposa por la ventana.
...

Yo no tengo filosofía: tengo sentidos…
Si hablo de la Naturaleza no es porque sepa lo que es,
sino porque la amo, y la amo por eso,
porque quien ama nunca sabe lo que ama,
ni sabe por qué ama, ni qué es amar…
...

Desde mi aldea veo cuanto desde la tierra se puede ver del universo…
Por eso mi aldea es tan grande como cualquiera otra tierra,
porque yo soy del tamaño de lo que veo
y no del tamaño de mi altura…


Hay suficiente metafísica en no pensar en nada.

¿Qué pienso yo del Mundo? ¡Qué se yo qué pienso del mundo!

Pensaría en eso si me enfermara.

¿Qué idea tengo de las cosas?¿Qué opinión tengo de las causas y los efectos?

¿Qué he meditado sobre Dios y el alma y sobre la creación del Mundo?

No sé. Para mí pensar en eso es cerrar los ojos y no pensar.

 Es correr las cortinas de mi ventana (pero no tiene cortinas).



¿El misterio de las cosas? ¡Qué se yo qué es el misterio!

El único misterio es que haya quien piense en el misterio.

El que está al sol y cierra los ojos empieza a no saber qué es el Sol

y a pensar en muchas cosas llenas de calor.

Pero abre los ojos y ve el Sol, y ya no puede pensar en nada,

pues vale más la luz del Sol que los pensamientos

de todos los filósofos y todos los poemas.

La luz del sol no sabe lo que hace y por eso es común y es buena.



¿Metafísica? ¿Qué metafísica tienen esos árboles?

La de ser verdes y frondosos y tener ramas

y la de dar fruto en su hora, lo que no nos hace pensar

a nosotros, que no sabemos notarlos.

¿Pero qué mejor metafísica que la suya,

que es no saber para qué viven ni saber que no lo saben?



"Constitución íntima de las cosas..." "Sentido íntimo del Universo..."

Es todo falso, no quiere decir nada.

Es increíble que se pueda pensar en cosas de ésas.

Es como pensar en razones y fines

cuando está rayando la mañana, y por los lados de los árboles

un vago oro lustroso viene perdiendo oscuridad.

Pensar en el sentido íntimo de las cosas

es añadido, como pensar en la salud

o llevar un vaso de agua a la fuente.

El único sentido íntimo de las cosas

es que no tienen sentido íntimo alguno.



No creo en Dios porque nunca lo vi.

Si él quisiera que creyese en él,

sin duda vendría a hablar conmigo

y entraría por mi puerta diciéndome: ¡Aquí estoy!



(Tal vez esto le suene ridículo

a quien, como no sabe lo que es mirar las cosas,

no comprende al que habla

con el modo de hablar que enseña a reparar en ellas).



Pero si Dios es las flores y los árboles

y los montes y el sol y la luz de la luna,

entonces creo en él, entonces creo en él a toda hora,

y mi vida es toda una oración y una misa

y una comunión con los ojos y por los oídos.



Pero si Dios es los árboles y las flores

y los montes y la luz de la luna y el sol,

¿para qué lo llamo Dios?

Lo llamo flores y árboles, y montes y sol y luz de la luna;

porque si él se hizo, para que yo lo viese,

sol y luz de luna y flores y árboles y montes,

si se me aparece como árboles y montes

y sol y luz de luna y flores,

es que quiere que lo conozca

como árboles y montes y flores y luz de luna y sol.



Y por eso le obedezco,

(¿y qué se yo de Dios que Dios no sepa de sí mismo?),

le obedezco viviendo espontáneamente, como quien abre los ojos y ve,

y lo llamo luz de luna y sol y árboles y flores y montes,

y lo amo sin pensar en él, y lo pienso viendo y oyendo,

y voy con él a todas horas.[11]

         

          Las cosas, para Caeiro, son más sencillas de lo que parece. El viento es sólo el viento, un árbol es un árbol y nada más allá de un árbol, y en la luna en el cielo no ve otra cosa que la luna en el cielo. Su poesía es una crítica poderosa de la idealización, una metafísica del no pensamiento y un poema es lo que jamás debe ser interpretado.

          A Bernardo Soares, su semiheterónimo, le adjudica el “Libro del desasosiego”. Este, más que un libro es una especie de narración doble, en la cual Pessoa inventa un personaje de ficción, Soares y deposita en él la misión de escribir la delicada ficción de un diario, de una autobiografía. Una autobiografía sin hechos, de un personaje inexistente, que parece un ensombrecido reflejo de su creador.

          Soares, es un hombre que está junto a una ventana de la empresa textil de la cual es empleado contable; solitario tras los cristales, espiando una vida externa y real pero ajena a él. Carente de partida de nacimiento, a diferencia de los demás heterónimos que gozaron de una biografía, escribe:

          “Me gusta decir. O mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tangibles, sirenas visibles, sensualidades corpóreas...Y así, muchas veces, escribo sin querer pensar, en un devaneo externo, dejando que las palabras me hagan fiestas, criatura niña en la falda de ellas...No lloro por nada que la vida brinde o deje de brindar. Hay sin embargo páginas de prosa que supieron hacerme llorar...

          Mi patria es la lengua portuguesa... Pero odio, con odio verdadero, con el único odio que siento, no a quien escribe mal portugués,  no a quien no conoce la sintaxis, no a quien escribe en ortografía simplificada, sino la página mal escrita, y la odio como si fuese alguien, odio la sintaxis equivocada como se odia a quien maltrata a la gente, odio la ortografía sin y griega, como el escupitajo directo que me asquea independientemente de quién lo haya escupido.

          Sí, porque la ortografía también es algo humano. La palabra se completa al ser vista y oída. Y la gala de la transliteración grecorromana me la viste con su verdadero manto real, mediante el cual es señora y reina.[12]

          Es que a Soares, la metafísica siempre le pareció una forma prolongada de locura latente. Por eso: “A falta de saber, escribo;       Los Dioses son una función del estilo”.

          En el “Libro...”, el tema más presente es el tedio, el hastío. Soares, para quien “poseer es perder”, encarna la melancolía, plantea una estética del desaliento: “Ya que no podemos extraer belleza de la vida, busquemos al menos extraer belleza del hecho de no poder extraer belleza de la vida....”.

          El desasosiego es una manifestación del “mal de viver”, mal de vivir, la desazón, la falta de tranquilidad y quietud, que Soares profundiza hasta la extenuación. “He creado en mí, varias personalidades. Creo personalidades constantemente. Cada sueño mío es inmediatamente, en el momento de aparecer soñado, encarnado en otra persona, que pasa a soñarlo, y yo no.

          Para crear, me he destruido: tanto me he exteriorizado dentro de mí, que dentro de mí no existo sino exteriormente. Soy la escena viva por la que pasan varios actores representando varias piezas.”

          Él, no sueña porque no duerme; “desduerme”, para usar una palabra suya. El “Libro...” es la “poética del insomnio”[13], la vida como imposibilidad de descansar.

          Los nombrados Caeiro, Reis, de Campos, y Soares, son los principales heterónimos, pero no los únicos: Alexander Search, que escribía en inglés, pedía los libros de las bibliotecas y tenía un hermano, Charles James; Jean Seul, Barón de Teive, periodista satírico francés, aristócrata venido a menos que no siempre lo saludaba; Mr. Cross, infatigable participante en concursos de crucigramas de revistas inglesas para salir de pobre; Vicente Guedes, archivista, que se le asemeja tanto que cuando lo encuentra, en una fonda de barrio, hasta siente piedad por sí mismo.

          También Robert Annon; David Merrick; Torquato Mendes Fonseca da Cunha Rey que, antes de morir, le encarga a Pantaleao, otro heterónimo, que publique un texto de su autoría; María José, voz femenina que se destacó entre sus creaciones; F. Antunes, psicólogo; Frederick Wyatt y sus hermanos Walter y Alfred (este último con residencia en París); Botelho; Quaresma y otro destacado: Antonio Mora, filósofo, que escribió el artículo “Alberto Caeiro y la renovación del paganismo[14] y asumió el papel de loco de un manicomio, haciendo lugar a un tema que está muy presente en su obra y que Pessoa vivía con profunda intensidad, tal vez por el temor de padecer demencia senil como su abuela Dionisia, o la enfermedad de su madre, trombosis cerebral, lo cual lo llevó a trazar un árbol genealógico de su familia para rastrear su herencia mórbida.

      En portugués, francés e inglés, escribió entre 1907 y 1915, observaciones dignas de un psiquiatra de la época,  textos que fueron recopilados con el título, “Escritos sobre génio e loucura”.

          Pero ese discurso clínico psiquiátrico desembocó en la creación poética y dio frutos.          

          Así, en 1934, escribe Campos en “Esta vieja angustia”:

Esta vieja angustia,
Esta angustia que hace siglos traigo en mí,
desbordó la vasija,
en lágrimas, en grandes imaginaciones,
en sueños al estilo de una pesadilla sin terror,
en grandes emociones súbitas sin sentido alguno.
Desbordó.



¡Mal sé como conducirme en la vida
con este malestar haciéndome prenses en el alma!
¡Si al menos me enloqueciese de verdad!
Pero no: es este estar entre,
esta casi,
este poder ser que...,
Esto.

Un interno en un manicomio es, cuando menos, alguien,
yo soy un internado en un manicomio sin manicomio.
Estoy loco del frío, estoy lúcido y loco,

estoy ajeno a todo e igual a todos:
estoy durmiendo despierto con sueños que son locura

porque no son sueños estoy así...

¡Pobre casa vieja de mi infancia perdida!

¡Quién te diría que yo me desacojería tanto!

¿Qué ha sido de tu niño? Enloqueció.

¿Qué ha sido de quien dormía tranquilo bajo tu techo provinciano?

Enloqueció.


¿Qué ha sido de quien fui? Enloqueció. Hoy es quien yo soy.

¡Si al menos yo tuviese una religión cualquiera!

Por ejemplo, hacia aquel manipanso[15]

que había en casa, allá en ella, traído de África.

Era feísimo, era grotesco,

mas había en él la divinidad de todo aquello en que se cree.

Si yo pudiese creer en un manipanso cualquiera ―

Júpiter, Jehová, la Humanidad ― Cualquiera serviría,

¿Pues qué es todo sino lo que pensamos de todo?

¡Estalla, corazón de vidrio pintado!

         

          Una suerte de poeta del intervalo, de lo que no es ni ser ni no ser. Además, si bien Pessoa no promovió cambios radicales en la lengua, sí la adaptó a sus necesidades de expresión y no al revés, permitiéndose algunas licencias moderadas. En el “Libro...”, escribe:

          “Supongamos que tengo ante mí una muchacha de modales masculinos. Un ente humano vulgar dirá de ella: "Esa muchacha parece un varón". Otro ente humano vulgar, ya más cercano a la conciencia de que hablar equivale a decir, dirá de ella: "Esa muchacha es un varón". Otro aun, igualmente consciente de los deberes de la expresión, pero más animado por el afecto a la concisión, que es la lujuria del pensamiento, dirá de ella: "Ese varón". Yo diré: "Esa varón", violando la más elemental de las reglas de la gramática, que exige que haya concordancia de género y número, entre la voz sustantiva y la adjetiva. Y habré dicho bien; habré hablado en absoluto, fotográficamente, más allá de lo vulgar, de la norma y de la cotidianidad. No habré hablado: habré dicho”.

          También es autor de algunos neologismos, como puede leerse en el “Libro...”:

          “En prosa es más difícil otrarse que en verso”;

          “Estoy cayendo, desde la trampa de allí arriba, por todo el espacio infinito, en una caída sin dirección, infinítupla y vacía”;

         “La Plaza de la Figueira, bostezando venderes de varios colores, me cubre desparroquiándose el horizonte de vendedor ambulante”. (Verbo que no existe en portugués);

         “Hasta las ganas de dormir, que recuerdan al pensamiento, desaparté, por parecer un esfuerzo el mero bostezo de tenerlas”;

          “Más allá de esto, presiento los amores, las intimidades (secrecias), el alma”;   “Vago, y hojeo en mí, sin leerlo, un libro intersperso, de imágenes rápidas...” (traducido como disperso en el interior)

          “¡Si nuestra vida fuese un eterno estar a la ventana, si así nos quedásemos, como humo parado, siempre, teniendo siempre al mismo instante de crepúsculo doloriendo la curva de los montes! ¡Si nos quedásemos, así, más allá de siempre!”;

      “Más vale supremamente no hacer que hacer inútilmente, fragmentariamente, imbastantemente, como la innumerable superflua mayoría inane de los hombres...”.

           Pero, ¿ y Fernando Pessoa el mismo ?; él, que construyó toda esa serie de sujetos con estilos tan definidos, ¿tiene su estilo? .

          Así escribe en Lluvia Oblicua:


....



...Se ilumina la iglesia lluvia adentro de este día

y cada vela que se enciende es más lluvia golpeando en el vitral.




Me alegra oír la lluvia porque es que el templo está encendido

y los vitrales vistos de fuera son el sonido de la lluvia oída por dentro.

El brillo del altar mayor es que yo casi no pueda ver los montes

a través de la lluvia que es oro tan solemne en el paño del altar.

Suena el canto del coro, latín y viento me sacuden los vitrales

y en el chirrido del agua se oye el hecho de que hay coro.




La misa es un automóvil que pasa

por los fieles hincados en que hoy es día triste...

Súbito viento sacude en esplendor más grande

la fiesta de la catedral y el ruido de la lluvia absorbe todo

hasta que sólo se oye la voz del padre agua perdiéndose a lo lejos

con el son de ruedas del automóvil.

Y se apagan las luces de la iglesia en la lluvia que cesa..[16].



          Sin embargo, es posiblemente en “Autopsicografía”, donde pulsa y se asoma de modo más penetrante, el estilo Pessoa:



El poeta es un fingidor.

Finge tan completamente

Que llega a fingir que es dolor

El dolor que en verdad siente.



Y los que leen lo que escribe

Del dolor leído sienten

No los dos dolores que él tuvo

Sino el que ellos no tienen.



Y así en los raíles gira

Divirtiendo a la razón

Ese trencito de cuerda

    Que se llama corazón. [17]



          Difícil de impugnar: para Pessoa, es más accesible otrarse en verso. Y por el carril del heterónimo, más aún. Para poder escribir poesía, al sentir dolor, se le torna  imperioso fingir sentir dolor. ¿Por qué? Porque tiene que llevarlo a cabo desde el lugar del Otro, para no quedar en una trivial catarsis (imaginaria), y así hacer poesía.

          Fingidor en castellano; fingi/dor, en portugués (dor es dolor). Juego de palabras que señala a quien además de ser un fingidor, fingió dolor. Si de la creación artística de un poeta se trata, tiene que ubicarse “fora de sua pessoa”, fuera de su persona, para fingir que es dolor, el dolor que de veras siente.

    Finalmente, Fernando Pessoa el mismo:                                   

                                                                   

Esto



Dicen que finjo o miento
todo lo que escribo. No.
Yo simplemente siento
con la imaginación.
No uso el corazón.

Todo lo que sueño o vivo,
lo que me falla o termina,
es como una terraza
sobre otra cosa aún.
Esa cosa es la que es bella.

Por eso escribo en medio
de lo que no está cerca,
libre de mi titubeo,
serio de lo que no es.
¿Sentir? ¡Sienta quien lee!



 [1] Octavio Paz, “Fernando Pessoa. El desconocido de sí mismo”, en Los signos en rotación, Ed. C. L., Barcelona, España, 1971.

[2] Fernando Pessoa, “Libro del desasosiego”, Editorial Seix Barral, Barcelona, España, 1984.

[3] José Saramago, “Cuadernos de Lanzarote”, Alfaguara, 1998.

[4] Robert Bréchon, “Extraño extranjero. Una biografía de Fernando Pessoa”, Alianza, Madrid, 1999.

[5] Adolfo Casais Monteiro, poeta y crítico portugués vinculado a la revista Presenca, publicó esta carta en junio de 1937, n* 49 de esa revista.

[6]Que el poeta del desasosiego, como algunos lo han nombrado, estaba lejos de carecer de humor, se lee también en el comienzo de la carta mencionada:“…Nunca me propuse ser Maestro o Jefe; Maestro, porque no sé enseñar, ni se si tendría qué enseñar; Jefe, porque ni sé freír huevos”,  juego de palabras entre “Chef”  de cocina y “Chefe”, jefe.

[7] Se publicó en Orpheu n.° 2, Lisboa 1915.

[8] Coterie: pandilla, camarilla.

[9] Fernando Pessoa, “Poemas”, Fragmento de: Odas de Ricardo Reis, Editorial Losada, 1997.

[10] Fernando Pessoa, “Poemas”, Fragmento de: Odas de Álvaro de Campos, Editorial Losada, 1997

[11] Fernando Pessoa, “Poemas”, Alberto Caeiro, El guardador de rebaños, Editorial Losada, 1997.

[12] Fernando Pessoa, “El libro del desasosiego”, Editorial Seix Barral, Barcelona, España, 1984.

[13] La expresión es de Eduardo Prado Coelho, en el Congreso sobre Pessoa, París, 1986.

[14] Este texto, como también “Notas para la memoria de mi maestro Caeiro”, de Álvaro de Campos y tantos otros, exponen la manera en que los heterónimos se leen, discuten, se critican unos a otros, dando forma a esta tan singular Comunidad de Poetas.

[15] Manipanso, aunque lo parezca no es un neologismo, sino una palabra de raíz africana, que designa a un ídolo o fetiche.

[16] Fernando Pessoa, “Poemas”, Fragmento de: Lluvia oblicua, Editorial Losada, 1997


[17] Fernando Pessoa, “Poemas”, Autopsicografía, Editorial Losada, 1997.