Hace algún
tiempo alguien del “ambiente psi”
apuntaba como al pasar en una conversación informal, “que hay pacientes a los
que uno quiere más que a otros”. Lo decía coloquialmente, y haciéndose eco de
lo que fue la postura predominante en la mayor parte del psicoanálisis en la
Argentina durante décadas. En el contexto que nos agrupaba ( un brindis de
final de año… copa de vino en mano) no pareció el mejor momento para iniciar un debate,
incluso porque lo que en esa aseveración se afirma es en alguna medida inexorablemente
cierto, en tanto que “los sentimientos son siempre recíprocos”.
A veces se “quiere” a los pacientes, en ocasiones se los quiere mucho,
demasiado; otras se los quiere menos, y en otras se los quiere... digamos, más
bien lejos.
Sí, a veces se quiere
tanto a los pacientes que se quiere incluso lo mejor para ellos, que se quiere
hasta su Bien. Pues bien, es siempre en nombre del Bien, que se hace lo peor.
Sobre esa ambición de hacer el bien de los pacientes, ya nos advertía Freud: “no es el mal sino el bien, el que engendra la culpabilidad”.
Pero jocosidades
parte, si no fue aquél el momento para esbozar una polémica, tampoco lo es hoy.
Mi intención es otra y se remite a tratar de ponderar: ¿ qué quiere el
neurótico?, ¿ qué busca?, ¿ cuál es el objeto de su demanda? y también, ¿ qué
es lo que no quiere ?, ¿sobre qué cuestiones no acaba de preguntarse, en el
mismo movimiento en el cual hace gala de su pasión por la ignorancia?.
Por supuesto, tratar de situar esos puntos implica
abordar el problema desde algún lugar teórico. Los invito entonces a que
hagamos un breve recorrido con el propósito de orientar, aunque sea escuetamente
la cuestión.
En el seminario
de La angustia, ese en el cual el concepto de objeto a tomó
cuerpo, Lacan formulaba lo siguiente: “El verdadero objeto que busca
el neurótico es una demanda que
quiere que se le demande. Quiere que le supliquen. Lo único que no quiere es
pagar el precio... no quiere dar nada...su dificultad es
del orden del recibir…si quisiera dar algo, todo marcharía”.
He allí lo que
el neurótico quiere: hacerse rogar, hacerse suplicar, hacerse demandar. Y
también lo que no quiere: pagar el precio por el acceso al deseo, sendero que
tiene nombre: pérdida de goce, ajuste a la castración.
Una manera de
volver a aludir a aquello que atraviesa la obra freudiana, que la neurosis, la
desarmonía, es la moneda con la cual el ser humano abona el malestar de la
cultura. Tener que pagar la castración, es el duro monto que el sujeto debe
pagar cada vez que se trata de su deseo.
En el seminario
citado, Lacan agregaba que si “hay algo
que se le debería enseñar al neurótico a dar, es eso que él no imagina, es nada, es precisamente su angustia... El
neurótico no dará su angustia.. de lo que se trata… que dé al menos su
equivalente... un poco de su síntoma...”
Que de un poco su síntoma, y lo haga además en
transferencia a partir de suponerle un sujeto al saber, puede ser incluso un
buen indicador, en tanto que lo que insiste encapsulado en el síntoma es un
saber no sabido acerca del sexo, cuestión acerca de la cual no cesa de
preguntarse, y por la que se presenta ante nosotros exigiendo que se le
hable, que se le den respuestas, como medio de atestiguar la existencia de la
relación sexual.
Un poco más
adelante Lacan añadía que el neurótico “Quiere que le pidan algo. Como no le piden... empieza a modular sus
propias demandas…”
“... en la medida en que se agotan, llegan hasta el fin, hasta el fondo, todas
las formas de la demanda hasta la demanda de cero, vemos aparecer en el fondo
la relación de castración.”
Me parece que un
modo posible de leer las referencias citadas, puede ser que con lo que nos
encontramos en la neurosis, es con el discurso de un pedigüeño. Esta figura no es gratuita. En “El
chiste y su relación con el inconsciente”, Freud nos lo hace presente de la
siguiente manera: “Un pedigüeño hace al rico barón un pedido de ayuda en
dinero para viajar a Ostende; aduce que los médicos le han recomendado baños de
mar para reponer su salud. «Bueno, le daré algo - dice el rico -; pero, ¿es
necesario que viaje justamente a Ostende, el más caro de los balnearios?». -
«Señor barón - lo corrige aquel -, en aras de mi salud nada me parece demasiado
caro»”,
idea correcta desde el punto de vista del rico, pero no desde el de un
pedigüeño.
En el mismo artículo, más adelante aparece: «Un
pobre se granjea 25 florines de un conocido suyo de buen pasar, tras
protestarle largo tiempo su miseria. Ese mismo día el benefactor lo encuentra
en el restaurante ante una fuente de salmón con mayonesa. Le reprocha:
"¿Cómo? Usted consigue mi dinero y luego pide salmón con mayonesa. ¿Para
eso ha usado mi dinero?". Y el inculpado responde: "No lo comprendo a
usted; cuando no tengo dinero, no puedo comer salmón con mayonesa; cuando tengo
dinero, no me está permitido comer salmón con mayonesa. Y entonces, ¿cuándo
comería yo salmón con mayonesa?".
Para Lacan, el
tema de la demanda es fundamental respecto del chiste. En el seminario de “Las
formaciones del inconsciente” lo presentaba en los siguientes términos: “Constantemente vemos pedigüeños a quienes
se les conceden cosas. O bien se les concede algo que no piden, o bien, una vez
obtenido lo que piden, le dan un uso distinto, o bien se comportan con respecto
a quien se lo ha concedido con una insolencia muy particular, reproducción en
la relación del demandante con el solicitado de aquella bendita dimensión de la
ingratitud, sin la cual, sería verdaderamente insoportable acceder a cualquier
demanda… el mecanismo normal de la demanda concedida es provocar demandas
constantemente renovadas” …
“cuando el que pide puede pensar que el
Otro ha accedido verdaderamente a una de sus demandas, ya no hay límite – es
normal que le encomiende todas sus necesidades… pero por otra parte, por
experiencia, el pedigüeño no suele presentar así su demanda, al desnudo. La
demanda no tiene nada de confiada. El sujeto sabe demasiado bien a qué se
enfrenta en el ánimo del Otro, y por eso disfraza su demanda… sobre todo tendrá
en cuenta, en la formulación de su demanda, el sistema del Otro… su deseo
quedará capturado y organizado… en el sistema del significante tal como está
instaurado o instituido en el Otro”.
Aquella
solicitud a la cual accede lo lleva a renovar la demanda, incluso a disfrazarla
de necesidad si es preciso, porque el pedigüeño sabe demasiado bien con qué
tiene que vérselas y es desde el sistema
del Otro desde donde la formulará;
tendrá en cuenta en la formulación de su demanda, lo que es el sistema
del Otro y desde allí la propondrá.
Es que en el
registro imaginario, quien demanda, manda. Hace su presentación incluso como
esclavo, pero manda. Esta es por ejemplo, la posición de otro pedigüeño, Alcibíades,
en El banquete en relación a Sócrates: “cuando escuchaba a Pericles y
a otros buenos oradores... ni se turbaba mi alma, ni se irritaba ante la idea
de que me encontraba en situación de esclavitud... sólo ante este hombre he
experimentado algo... el sentir vergüenza ante alguien...Huyo, pues, de él,
como un esclavo fugitivo...”.
Posición de esclavo de Alcibíades, desde la cual demanda ¿qué?. Signos. Los signos
del amor.
Es que la
demanda, por su condición misma, y en tanto opuesta al orden de la necesidad,
puede ser exótica, exorbitante, florida, inmoderada.
- “ Voy a conseguir
un cerdo y voy a hacer que el cerdo te la meta... quiero que el cerdo te vomite
en la cara, y quiero que te tragues ese vómito. Vas a hacer eso por mí?.... Y
quiero que el cerdo se muera, mientras lo estás fornicando...luego tienes que
ponerte detrás, y quiero que huelas los pedos moribundos del cerdo. ¿Vas a
hacer eso por mí?...”
Esto es lo que
el personaje encarnado por Marlon Brando en la película de Bernardo Bertolucci
“Último tango en París”, le pedía que hiciera al personaje interpretado por María
Schneider, luego de haberle hecho cortar las uñas para penetrarlo analmente.
Quiero que te hagas coger por un cerdo ! Quiero que te hagas cagar por un cerdo
! Vas a hacer eso por mí ? Quiero que hagas eso por mí !, demanda de manera bestial
ese pedigüeño, poco antes de morir asesinado “como un cerdo”.
Signos de amor
que también pide el niño. El angelito pide, y a veces con suma insistencia: “¡¿Qué
es lo que quiere ?!, ¡¿Qué es lo que quiere de mí?!, es lo que viene a preguntar la madre de Nicolás, un niño de 9 años.
“Salimos de casa para la escuela y empieza, compráme, ma!, compráme caramelos,
gaseosa, compráme, compráme. El otro día, - agrega esta mujer, llorando -,
cuando íbamos, yo no tenía plata y se enojó, y empezó a patearme, a
pellizcarme, me mordió, me insultaba, gorda asquerosa me decía...Ya no sé que
hacer. Pide, y pide, y pide, le doy todo y pide, pide”.
Del lado de esa
mujer seguramente llevará su tiempo alcanzar, si tenemos suerte, el punto en el
cual pueda calcular que es en cuanto más intenta contentarlo que el más y más
le reclama; que cuanto más aspira ella a satisfacer la necesidad articulada en
la demanda, dándole lo que le exige, más lo empuja a renovarla y a pedir otra
cosa, y otra cosa, y otra, incluso pasando por el odio (el gorda asquerosa
con que la nombra es una cuestión de peso para ella, que está en tratamiento
por obesidad hace un buen tiempo) o el ataque de rabia, llegando hasta
la zona donde lo que se revela es el desconocimiento de que era lo que
se pedía. Ella “le da todo”, se da toda,
y él le “demanda la luna”
Del lado de ese niño habrá también que hacer objeción
a su juego, cuando introduciendo en la sesión por ejemplo una típica escena de
comprador – vendedor, quiera llevarse la mercadería sin pagar, pagando de
menos, o pretenda seguir “jugando un
ratito más, dale, otro ratito más, dale”.
Porque toda
demanda es incondicional, “y el odio paga al amor, pero … es la ignorancia la
que no se perdona”.
La pretendida satisfacción de la necesidad aparece allí entonces, como “el
engaño contra el que se estrella la demanda de amor”.
Que el neurótico
quiere hacerse suplicar y no quiere pagar por ello, es algo que incluso puede
leerse en el discurso filosófico. Hace muchos años, el filósofo Protágoras le
enseñaba a un alumno. El discípulo no podía pagarle y prometió que lo haría
cuando ganase su primer juicio. Pero pasó el tiempo, no pagaba y Protágoras lo
demandó. Frente a los jueces el filósofo dijo que si su alumno lograba
demostrar que no tenía ninguna deuda con él, entonces ganaría su primer juicio
y debería pagarle. Y si no lo podía demostrar, pues sería condenado a pagar lo
que debía. El discípulo respondió: Si
los jueces me absuelven no te pagaría nada porque no sería deudor, y si me
condenan, perdería mi primer juicio y no debería pagarte. Los estudiosos de la
filosofía pueden detenerse en el estudio de
la paradoja. Para el discurso analítico, difícilmente queden dudas: el
pedigüeño pensionado no quería pagar.
Discurso del
pedigüeño entonces, que para concluir hoy, podemos también ubicar en el
seminario sobre “El Yo en la teoría de Freud”. Allí podemos leer: “Consideren el más estúpido de los cuentos, el del señor que está en la
panadería y pretende no tener que pagar nada. Primero tiende la mano y pide un
pastel, devuelve este pastel y pide un vaso de licor, lo bebe, y cuando le
dicen que pague el vaso de licor, responde: He dado a cambio un pastel. —Pero
el pastel tampoco lo ha pagado—. Pero no lo comí”,
responde el pedigüeño, que siempre quiere pagar el vaso de licor con un
pastel que no pagó.
J. Lacan,
Seminario XX, Aún, clase 1, 21 de Noviembre de 1972, Paidós, página 12
J. Lacan, Radiofonía y televisión,
Editorial Anagrama, página 134
J. Lacan, Seminario II, El Yo en
la teoría de Freud, Clase 18 del 19 de Mayo de 1955, páginas 349/350.