Traducir

domingo, 28 de diciembre de 2014

¿Qué es un grafo? Las trampas de la intuición. Rolando Ugena


      Este trabajo, si bien breve quiere servir a la vez, de pequeña introducción a la cuestión de qué es un grafo en topología, y también, un sencillo  homenaje a uno de los psicoanalistas más reconocidos de Argentina, fallecido en 2009: Roberto Harari.       Harari, en un sesudo texto llamado Fantasma: ¿ fin del análisis ? (1) se aboca, entre un amplio abanico de problemas y nudos teóricos, a la cuestión del grafo. Interesado por ubicar el peso y “la pregnancia imaginaria de la gráfica”, señala que “sabemos que ante todo, la gráfica captura por la imagen, produce un salto de lo Imaginario a lo Simbólico” y postula que el grafo “demuestra la acción de una estructura simbólica”.
Pero ¿qué es un grafo? Según el diccionario de topología, es una terna (A,B,C ), en donde A y B son conjuntos finitos, y C es una aplicación que hace corresponder a cada elemento de B un par de elementos de A. Los elementos de A se llaman vértices, los de B aristas y C asocia a cada arista con sus dos vértices. Esto da lugar a una representación gráfica, en donde cada vértice es un punto del plano, y cada arista es una línea que une a sus dos vértices. Además, si el dibujo puede efectuarse sin que haya superposición de líneas, se lo denomina grafo plano.
   Harari indica que “puede haber grafos perfectamente isomorfos en virtud de relaciones, pero que respecto de la imagen, muestran su rotunda distintividad”. Y para demostrarlo recurre a un texto de un renombrado matemático, Robin Wilson, Introducción a la teoría de grafos (2) 



     Se observa aquí como la unión de los puntos forman una figura; en cada vértice se ubica una letra y el grafo da cuenta de una situación relacional.
      Luego, elimina la conexión entre P y S, establecida mediante una recta, para restituirla mediante una línea “externa” a la figura anterior




Wilson puntualiza que entre uno y otro caso, entre P y S sólo se han alterado las propiedades “métricas”, añadiendo a continuación: “Lo que se pretende describir con un grafo es la forma en la que están conectados un conjunto de puntos, y a este fin cualquier propiedad métrica carece de interés…cualquier pareja de grafos que representen la misma situación…son el mismo grafo. O, dicho de un modo más preciso, diremos que dos grafos son isomófos.

Allí Harari señala “que en ambos grafos se conserva la misma serie de relaciones de cada vértice con los otros, a los cuáles está unido mediante aristas:


S:      R, O, T y P

P:          O, S y T

R:              O y S

O:      R, P, T y S

T:          P, O y S

En el segundo caso, todas las relaciones y los grados están preservados, pero “la invariancia relacional se puede mantener inclusive rompiendo de modo aún más drástico con la similitud en lo figurativo”

El grafo que sigue, presenta en cuanto a sus características simbólicas, una situación isomorfa con los anteriores:






      “El parecido se reduce hasta su virtual inexistencia, pero en sentido estricto, no es más que el mismo grafo, mantienen la situación invariante”. 
     Allí, Harari nos remite a otro texto, Matemáticas e imaginación, de Edwars Kasner y James Newman (3), que partiendo de consideraciones similares a  las de Wilson, efectúan una referencia en relación a la topología. En ese texto señalan que “la topología es una geometría no cuantitativa” y para demostrarlo recurren a la siguiente ilustración:




      De un clásico triángulo plano los autores pasan a una figura en la cual “Las líneas rectas son curvas, los ángulos están cambiados y deformados y las longitudes de los lados alteradas; pero subsisten propiedades geométricas comunes a ambas figuras. Estas propiedades, que no han sido afectadas por la deformación, son invariantes"

      Para finalizar este comentario, resulta interesante mencionar que para Harari puede así verificarse "hasta qué punto el espacio intuitivo tiene sus trampas; cómo el mantenimiento de una estructura puede producirse a contramano de lo que dicta la percepción al modo homogéneo, cotidiano, “fundado” en el reconocimiento de una imagen y de ciertas proporciones que saltan a la vista". 
       En la continuidad de su texto, extraerá algunas consecuencias acerca de la lectura del grafo de "Subversión del sujeto...". Eso podrá ser motivo de otras lecturas que renueven este homenaje (4).

Diciembre 2014
       
Notas
(1) Harari Roberto, "Fantasma:¿fin del análisis?, Ediciones Nueva Visión, 1990 
(2) Alianza editorial, Madrid,1983 páginas 12/13. 
(3) Kasner E.- Newman J., Matemáticas e imaginación, Hyspamérica, Buenos Aires, 1985, páginas 268/270 (4)  En el enlace que aparece debajo, podrán encontrar trabajos de Edgardo Feinsilber, Blanca Lorenzo y Zulema Lagrotta, que de manera mucho más lograda, claro está, de quien suscribe, recuerdan la obra de Roberto Harari.

Entrevista a Jorge Fukelman. Forta/da Revista de Psicoanálisis con niños



     El 13 de diciembre de 2010, Jorge Fukelman nos dejaba. Pero su palabra quedará, por qué no, para siempre…Palabra de un psicoanalista, que como pocas, funcionó por su originalidad y su claridad a la manera de un maestro. No un amo, un maestro. Y de manera especial, en cuanto a lo que en la práctica del análisis con niños se refiere.
     En una muy interesante entrevista que le realizara Fort-Da, Revista de psicoanálisis con niños, publicada en el número 5 en junio de 2002, Fukelman señalaba, por ejemplo lo siguiente:
“Se denomina niño… a un sujeto que es reconocido por el Otro como niño, por la relación en la que se constituye la niñez en el juego…. el juego es el espejo en el que un sujeto es reconocido como niño…En realidad, yo no diría que está el niño y luego el juego, sino que, está el juego y por eso hay niño!!”
     Un psicoanálisis, que a su entender, “atañe a un sujeto… que está, o debiera estar protegido de cierta relación con la muerte, con la sexualidad, por el espacio del juego…”
     Interrogado acerca de la transferencia en la praxis con niños, respondía que “la transferencia es al juego…es del sujeto, no del niño…la niñez funciona ahí como pantalla… El juego como pantalla…como espejo…como barrera…en relación a la sexualidad y a la muerte”.
     Hablando en porteño, agregaba Fukelman, “hay cosas que son "de jugando" que no son de verdad. Eso quiere decir, también en porteño, que una relación con lo real que implica la verdad, ahí está barrada. Esto es el juego..”  Es que “en realidad partimos de que "como hay juego hay niñez".
     Respecto de la cuestión de los padres en el trabajo con niños, consideraba que “lo que los padres demandan es que nos hagamos cargo de algunos significantes que ellos no pueden...o no quieren…”de modo que  cuando consultan algo se ha modificado en la estructura parental o hay al menos una chance de que algo se modifique. 
     La entrevista completa puede leerse en http://www.fort-da.org/reportajes/fukelman.htm

ENTREVISTA A LACAN EN L’EXPRESS 1957

"no es algo vago, confuso, lo que está reprimido, no es una especie de necesidad, de tendencia, que tendría que ser articulada (y que no se articularía porque está reprimida) es un discurso ya articulado, ya formulado en un lenguaje. Todo está ahí."
Así decía Lacan en la entrevista que Madeleine Chapsal le realizara para L’Express, publicada el 31 de mayo de 1957, n* 310 y que se puede leer en

viernes, 26 de diciembre de 2014

Escritura, ciencia, psicoanálisis. Rolando Ugena


¿quién imaginaría que nuestro inteligente alfabeto continúa
articulando imágenes de sueño, 
tan platónicamente como en una oscura caverna? 
Gerard Pommier, Nacimiento y renacimiento de la escritura (1) 

 “es del lado de la escritura que se 
 concentra aquello donde trato de 
 interrogar acerca del inconsciente 
 cuando digo que el inconsciente es algo en lo real”. 
 J. Lacan, Los nombres del padre(2)

     Las Sagradas Escrituras nos dicen que antes de ser humana, la escritura fue divina. Así por ejemplo, en Éxodo podemos leer que “Yahveh, después de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios”(3),  y  en Isaías leemos que  Yahveh le dijo: “Toma una placa grande, escribe en ella con buril…” (4)
     Si no  concebimos la actividad de escritura efectiva como obra de un amanuense eterno, ¿cómo se relaciona el sujeto con la escritura?
El pensamiento evolucionista, edificado sobre la idea de una infancia de la humanidad, ha especulado largamente acerca de la escritura desde la perspectiva de estadios, que superándose  unos a otros irían anulando al anterior.
     Ese enfoque, que se asienta en considerarla un  instrumento de comunicación al alcance de la mano,  una técnica para conservar y mejorar la transmisión de mensajes, descansa en la concepción del lenguaje como un código y un recurso de expresión susceptible de ser corregido por la razón, y ha motivado formidables esfuerzos por salvar la comunicación  fabricando un  lenguaje “natural”,  universal que no requiriera  traducción y brindara una descripción exacta del objeto significado, eliminando de cuajo la posibilidad de la mentira y el error.
Tal intento de remediar el malentendido dando a las palabras un sentido inmodificable y estableciendo una correspondencia unívoca entre significante y significado, ¿ no ignora  que fuera de su poder de significación, el significante no significa nada?.
     Presupone también la sumisión del significante al significado, como si las significaciones fuesen el producto no perecedero de un sujeto que se representa, se conoce, y se localiza en el acto de conocimiento, desconociendo lo que el significante determina como división y  pérdida de una unidad que siempre se escabulle.  
     Si esa quimera fuera posible, ¿no liquidaría el acto propio de los seres hablantes? Ese ideal ¿es ajeno a la ficción de un pensamiento independiente del lenguaje y al mito de la creación de la lengua, ese que el padre del estructuralismo, Ferdinand de Saussure,  comenzara a desmontar?: no hay ideas antes del signo lingüístico y la lengua, que funda la comunidad entre los seres humanos es increada, no es función del sujeto hablante, asunto que ese sujeto no tiene necesidad de saber para valerse de ella y menos aún para soportar sus consecuencias.
     Aunque una fenomenología de la escritura sea imposible, o al menos de escaso interés, cuando nuestros trazos se nos escabullen de modo que parecieran funcionar caprichosamente, y nos embrollamos al escribir o tropezamos al leer, las letras nos advierten que están lejos de ser una simple herramienta para despachar información y que esos embarazos o síntomas, a la luz del descubrimiento freudiano de lo inconsciente, de lo que dan  testimonio es de la presencia de la sexualidad en las entrañas de la vida anímica humana.
     Lo inconsciente escribe, las formaciones de lo inconsciente presentan una estructura literal que resuena sobre el cuerpo, de modo que considerarla mero artefacto de comunicación, es comenzar a edificar la casa por el techo.
      Para el sujeto de  la reflexión metafísica,  probablemente por partir de la idea del mundo como totalidad y por juzgar que la actividad intelectual se origina en un deseo de saber, pudo aparecer como construcción de signos, elaboración derivada y secundaria respecto de ese signo que sería la palabra al cual la escritura redoblaría ( hasta “signo de signo”, como señalaba J. Derrida respecto de Aristóteles, Roussseau y Hegel(5). Pero el lecho en el cual yace la escritura, no es en el de un deseo de saber sino en el de la pulsión.
      Suspendida de la palabra, el movimiento que traza la producción de la letra es movimiento pulsional, impulso sentenciado a la repetición que intenta ceñir el agujero del saber que el concepto de inconsciente implica.
     La escritura está investida de tal manera que se jugará en ella el conjunto del problema de la representación, en tanto son las pulsiones las que rigen las posibilidades de dicha representación.
      Todo trazo volverá a plantear al sujeto, cada vez, un interrogante: la represión de su propia imagen. Pommier propone en el texto arriba mencionado que “la letra se ve, se oye, pero su principal característica depende de su lugar de origen: la represión y del retorno de lo que se reprimió del goce del cuerpo”(6). Por qué? Porque ese cuerpo, ese lugar de hospedaje al que cada quien se ha acomodado como pudo, fue primero hablado, objetivado por el Otro. Se apropia de la lengua perdiéndose como cuerpo.
      El cuerpo soporta ese designio a consecuencia de su alienación al deseo del Otro; esos yerros cuyo origen ignoramos, son efecto de la represión que originariamente recae sobre la imagen del cuerpo, la huella enigmática de un  cuerpo perdido.
     Entonces, eso reprimido se abre camino bajo una forma literal, resurge en forma de letra, que una vez producida llama a engendrar otra letra, sin que la nueva sea más que la primera, y con la misma presencia del sinsentido.
     Comienzan así a establecerse estructuras cuyo carácter fundamental es la coherencia; añadir una letra a otras ya trazadas no es escribir y su acople está sometido a normas. Una letra entra en relación con otra, pero pasa a ser un elemento de una nueva relación posible; un vocablo nuevo se enlaza con otros elementos de una frase pero también con los que lo anteceden, y la frase que colabora a componer establece un vínculo con las ya escritas, de modo que allí donde se prosigue la escritura, no cualquier vocablo resulta posible.
      Un asunto a subrayar es la relación entre escritura y palabra, ¿habría  una primacía de la escritura sobre la palabra? ¿en la palabra se trataría de la vocalización de una archi - escritura por un sujeto ya constituido que vendría a ubicarse en ella?.
      En el seminario “La identificación”, Lacan ubicaba a la escritura como “función latente al lenguaje mismo” (7) y también señalaba: “…en la raíz del acto de la palabra hay… un momento donde ella se inserta en una estructura de lenguaje…(a la cual) trato de circunscribirla…en torno a una temática que…esté comprendida en la idea de una contemporaneidad original de la escritura y del lenguaje, y que la escritura es connotación significante, que la palabra no la crea tanto como la liga”(8).
      Pero para la praxis analítica postular la primacía irreductible y el carácter fundamental de la palabra respecto de la escritura continua siendo central. Es en la relación con el Otro simbólico que se consuma y no hay escritura que no remita a la palabra, a una lengua articulada, si bien no toda escritura guarda con la palabra la misma relación.
      Así, ¿cuál es el estatuto de la escritura para la ciencia y para el psicoanálisis?
     La científica es una escritura que por definición debe quedar abierta. Supone que la relación significante de lo escrito con el Otro simbólico, no cesa de poder escribirse y siempre es posible agregar otras articulaciones. Lo posible y lo necesario son las modalidades ordenadoras del mundo que admite, necesidad que no se clausura nunca y debe expandirse y proliferar infinitamente.
     Para ello, es preciso que el carácter significante de la letra sea eclipsado drásticamente, borrando al significante y su temporalidad. Lo escrito no puede ser “hablante”. 
     A diferencia de la escritura analítica en la cual el sujeto puede advenir, conduce a la producción de saber sostenida por un sujeto que  debe quedar por fuera, excluido, reducido positivamente. La letra se hace símbolo y el acto de escritura pasa a ser una operación que fabrica símbolos a partir de otros símbolos, como acontece en matemáticas donde el número es el punto de partida de operaciones al infinito en las cuales el que escribe no aparece sino realizando operaciones.
     Mientras que en la escritura de la ciencia lo simbólico es lo simbólico de la pura diferencia, en la escritura analítica lo simbólico es pensado como orden, como el lugar del Otro, de la verdad y no puede cobrar sentido para un sujeto sin el significante del Nombre-del-Padre y la palabra y el sujeto que de ello resulta. La pura articulación formal, aquella que encontramos en la ciencia, no basta para que haya significante.
     En el seminario Aún, Lacan señalaba: “La formalización matemática es nuestra meta, nuestro ideal. ¿Por qué? porque sólo ella es matema, es decir, transmisible íntegramente. La formalización matemática es escritura, pero que no subsiste si no empleo para presentarla la lengua que uso. Esa es la objeción: ninguna formalización de la lengua es transmisible sin el uso de la lengua misma. A esta formalización, ideal metalenguaje, la hago ex-sistir por mi decir. Así, lo simbólico no se confunde, ni de lejos, con el ser, sino que subsiste como ex-sistencia del decir.” (9) 
      La ciencia nada quiere saber de esa presencia del significante y de la palabra, lo que torna inútil cualquier proyecto de metalenguaje. Proseguía Lacan en Aún, “la escritura es pues una huella donde se lee un efecto de lenguaje. Es lo que ocurre cuando garabatean algo…No es, empero, metalenguaje, aunque se le pueda hacer cumplir una función que se le parece. Pero este efecto no deja de ser segundo con respecto al Otro donde el lenguaje se inscribe como verdad. Pues nada de cuanto podría escribirles en la pizarra de las fórmulas generales que vinculan, hasta donde hemos llegado, la energía con la materia, las últimas fórmulas de Einstein, por ejemplo, nada de eso se mantiene firme, si no lo sostengo con un decir, el de la lengua, y con una práctica, la de gente que da órdenes en nombre de cierto saber.”(10)
      Quizá sea en ese campo, en el de gente que da órdenes en nombre de cierto saber, que una pura escritura científica, sin palabra ni sujeto podría tener lugar.
     Mientras la escritura de la ciencia se define por la tentativa de reducir al sujeto que ella supone, la escritura analítica hace referencia, tiende a hacer advenir el Nombre-del-Padre en lugar de intentar reducirlo.
      Una escritura novedosa, por cuanto desea anotar los límites de la escritura de la ciencia, en la cual el que escribe es siempre sujeto de lo que produce, y a la cual cada uno debe rehacer, inventar porque es sujeto de ella.


septiembre de 2013


Notas bibliográficas



(1) Pommier Gerard, “Nacimiento y renacimiento de la escritura”, Ed. Nueva Visión, 1996

(2) Lacan Jacques, Seminario XXI “Los desengañados se engañan”, clase del 21-5-1974

(3) La Biblia , Exodo XXXI, 18

(4) La Biblia, Isaías VIII, 1

(5) Derrida Jacques, De la gramatología, Derrida Jacques, Siglo XXI, México, 1998, página 24

(6) Pommier Gerard, “Nacimiento y renacimiento de la escritura”, Ed. Nueva Visión, 1996, página 195

(7) Lacan J., Seminario IX La Identificación, clase del 10-1-1962

(8) Lacan J., idem clase del 17-1-1962

(9) Lacan J., Seminario XX “Aún” , Ed. Paidós, 1981, página 144

(10) Lacan J,. idem, página 1(47

miércoles, 24 de diciembre de 2014

La escucha en un tratamiento analítico. Una cuestión ética Claudia Castagnolo

     Los analizantes ya no son lo que eran. Hoy los pacientes por lo general, eligen un psicólogo por la cartilla de una obra social y en la mayoría de los casos deben pasar por una entrevista de admisión hasta que finalmente pueden consultar con un profesional. El paciente no sabe acerca de la orientación o de la desorientación del profesional que lo va a tratar, pero quiere que le solucione su problema y lo más rápido posible. Psicólogos, psicoanalistas, psicólogos sociales, coachins counselings, todos dispuestos a escuchar. Pero a escuchar qué, desde dónde.  Algunos profesionales escuchan vía skype o por teléfono y los pacientes abonan en una cuenta bancaria. Otros dicen que “mechan un poquito de cada teoría porque toman lo que le sirve”, y mi pregunta es ¿cómo hacen? Porque esas teorías se contraponen si consideramos que de entrada, nos ocupamos de diferentes sujetos, el sujeto de la ciencia y el sujeto del inconsciente. ¿Cómo podría un psicólogo cognitivo conductual mechar con el psicoanálisis? ¿Qué puede tener que ver esta práctica con la práctica analítica? ¿Qué de la política del síntoma? ¿Qué de la premisa del psicoanálisis, la regla fundamental? ¿Qué de la transferencia?

Controversias teóricas
 
 Sergei Pankejeff, el hombre de los lobos
     Después de más de cien años del descubrimiento freudiano pareciera que estamos peor y entre los analistas también encontramos divergencias. ¿Cómo seguimos? Cuando Freud escribió: “De la historia de una neurosis infantil” el caso del hombre de los lobos en 1914 dijo: “Igualmente imposible me resulta entablar una discusión con trabajadores del campo de la psicología o de las teorías de las neurosis que no admitan las premisas del psicoanálisis y juzguen artificiosos sus resultados. Pero, junto a ellos, se ha desarrollado en los últimos años una oposición de parte de otros que, al menos así opinan ellos, pisan el terreno del análisis, no ponen en tela de juicio su técnica ni sus resultados, sino que sólo se consideran autorizados a deducir del mismo material consecuencias diversas y a someterlo a otras concepciones. Ahora bien, la controversia teórica es la más de las veces infecunda. Tan pronto uno empieza a distanciarse del material del que debe nutrirse, corre el riesgo de embriagarse con sus propias aseveraciones y terminar sustentando opiniones que cualquier observación habría refutado. Por eso considero muchísimo más adecuado combatir concepciones divergentes poniéndolas a prueba en casos y problemas singulares.” (1)
     Lacan en su retorno a Freud señala los desvíos producidos por los postfreudianos y ubica la noción de significante dando un otro estatuto a la palabra del paciente. La palabra ocupa un lugar privilegiado, se trata de la función de la palabra en el campo del lenguaje, con lo cual se trata del lugar que ocupan en un discurso en donde radica su importancia, lo que conlleva su rol protagónico en la supresión de un síntoma en la que un sujeto no es ajeno a su padecimiento y por lo cual tiene comprometida su responsabilidad subjetiva. Pero nosotros somos responsables de una escucha, “Que el paciente olvide que se trata únicamente de palabras, no habilita al  analista a que lo olvide”.(2)


Una cuestión de discurso
    
     Lacan formalizó lógicamente el Edipo freudiano mediante la estructura del lenguaje, “El inconsciente está estructurado como un lenguaje”, articula cuatro lugares como el fundamento del discurso analítico y cada lugar como asidero de algún efecto significante. Si como producto de la división subjetiva, el objeto a, viene a funcionar respecto de la falla, el agujero, la pérdida del Otro, de acuerdo al lugar que se ocupe en un discurso se tratará de uno u otro, lo cual es esencial a la función del lenguaje. En este punto, “que se diga, queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha”. Entonces, nuevamente insiste mi pregunta por la escucha en esta época en la que impera el discurso amo y desde ese lugar se enuncia como definición de salud desde la OMS, que “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.” (3)
Si tenemos en cuenta esta definición nos encontramos ante un intento infructuoso de hacer encajar un síntoma en las benditas y sagradas clasificaciones del DSM. Si la desestimamos, los que no encajamos en el sistema somos nosotros. La industria farmacológica, tecnológica y la ciencia fabrican la ilusión de hacer posible el acceso a una felicidad inmediata y garantizarla. 
     Para eso, el amo ordena al esclavo hacer algo, porque el esclavo sabe cómo hacerlo. En “Del discurso psicoanalítico” Lacan dice: “La crisis, no del discurso del amo, sino del discurso del capitalista, que es el sustituto, está abierta. No se trata en absoluto de que yo les diga que el discurso capitalista sea tonto, al contrario es locamente astuto. Locamente astuto, pero destinado a reventar. Finalmente, después de todo es lo que se ha hecho de más astuto como discurso. Pero no menos destinado a reventar. Esto porque es insostenible. (…) Una pequeña inversión entre el S1 y el S, que es el sujeto (…) basta para que marche sobre ruedas, no puede marchar mejor, pero justamente marcha demasiado rápido, se consuma tan bien que se consume”. (4)
     De la experiencia analítica sabemos que el sujeto está atravesado de raíz por su división subjetiva, lo que imposibilita cualquier estado de completud que este discurso pretende imponer.

Un otro lugar (a) la palabra

     La dirección de la cura en un análisis es el tratamiento por las palabras para acceder a la verdad del sujeto del inconsciente, a algo del orden de “su” verdad y es ese el principio de su poder en la cura, lo cual no es lo mismo que el poder por sobre la palabra del paciente. Para ello, es necesario lo que Lacan ubica como el valor creador de la palabra, el símbolo emerge conformando un universo, un pasado, un camino y un destino. “A partir del momento en que una parte del mundo simbólico emerge, ella crea, en efecto, su propio pasado.” (5)
     El recorrido de un análisis, o el atravesamiento del fantasma como lo llamará Lacan, trata de hacer emerger las palabras fundantes del sujeto para poder ubicar el sentido que la vida tiene para cada sujeto, los efectos de estas palabras sobre su vida y el modo singular de satisfacer la pulsión, el modo singular de gozar, en cada quien. Crear una verdad y el pasado que la sustenta, es incurrir que esa creencia estuvo allí por siempre.
      Si todo sale bien, habrá analizante si hay análisis y habrá análisis si hay de la función deseo del analista. Un paciente da su palabra a ser escuchada, pero es por el acto analítico que se instaura el valor de la misma, el simple hecho de tratar un síntoma por la palabra, es ya una apuesta a su valor.

Notas

1 Sigmund Freud, Obras Completas; “De la historia de una neurosis infantil” Caso del hombre de los lobos
2 Jacques Lacan, Seminario XX, Aún
3 OMS, Texto aprobado en su constitución en 1948
4 Jacques Lacan, “Del discurso Mayo de 1972”
5 Jacques Lacan, Seminario II, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica


Publicado en Revista Tópica Nº 2

lunes, 22 de diciembre de 2014

Posiciones del hombre frente al amor. Carolina Róvere


¿Por qué el amor es un problema?...¿Cómo se puede decir a priori cómo uno se va a manejar con un amor? ¿Cómo calcular anticipadamente los efectos que va a tener el Otro sobre uno?
Si amor y castración van de la mano, y el amor implica siempre un encuentro con la propia falta, poder consentir al acontecimiento amoroso, como encuentro siempre contingente, requiere de una posición decidida frente al amor que deje atrás el modo neurótico de existir, postula Cristina Róvere en este texto aparecido en Agenda Imago. Ver artículo completo en 
http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=2135

Dafnis y Cloe, una historia de Amor. Pablo Grimoldi


                                                      "No soy niño, aunque parezco niño, sino más viejo que Saturno. Yo soy anterior al tiempo todo".
Dafnis y Cloe o las pastorales. Longo.


Filetas es un viejo pastor, respetado en un pueblo de pastores. La vejez lo llevó al reposo. Cultiva con sus propias manos un huerto que según cuenta "cuanto se cría en todas las estaciones, allí se encuentra cuando la estación llega". En este huerto hay árboles, y también flores, muchas flores, de distinto tipo. Dice que los pájaros acuden a bandadas cuando amanece; unos vienen a picar, otros para cantar a gusto porque es de su agrado la sombra y los tres arroyos que por allí pasan.
Filetas, además, lleva en su cuerpo historia de Amor.
Dafnis y Cloe son dos chicos, pastores de ovejas, chivos y cabras; él es un muchacho de quince años, ella...Cloe, tiene trece. Desde muy chicos pastorean juntos y, como en muchas otras ocasiones, en esta se encontraban jugando, luchando y forcejeando. Como chicos luchaban hasta caerse en un abrazo, para así rodar buscando estar, cada cual a su vez, uno encima del otro. Así se divertían cuando se les apareció el viejo Filetas. Filetas estaba dispuesto a hablarles y se les presentó: "Yo hijos míos, soy el viejo Filetas, el que tantos cantares entonó a estas Ninfas y tantas veces tocó la flauta en honor de aquel Pan. Con mi música sólo he guia­do yo numerosa vacada. Ahora vengo a vosotros para contaros lo que vi y participaros lo que oí..."."...Hoy (en mi huerto), a eso de mediodía; he sorprendido a un muchacho que tenía granadas y arrayán, y era blanco como la leche, rubio como la llama y limpio y luciente como recién salido del baño. Estaba desnudo y solo se entretenía en saquearme el huerto como si fuera suyo. En balde me eché sobre él para prenderle, receloso de que me destrozase arrayanes y granados con sus travesuras, porque él me esquivó ágil y leve, ora deslizándose entre los rosales, ora escabulléndose entre las malvalocas como perdigonzuelo".
Filetas, que como pastor supo ser ducho en agarrar chivos y cabras, se dio cuenta que esta "res" era de otro orden, y que no ha­bría quien sepa cazarla. Entonces, abandonando los esfuerzos, em­pieza a hablarle: le pregunta enojado, enérgicamente ¡quién de sus vecinos era y porqué entraba así a robarle!
El muchacho se le acerca, sin responder palabra, se pone jun­to a él y sonriendo con singular ternura le arroja a la cara los gra­nos de mirto.
Cuenta Filetas, que no sabe cómo pero le ablandó el corazón y le quitó el enojo. Le pidió que se dejase agarrar, que no le tuvie­ra miedo, que él le daría todas las flores y los frutos que quisiera, que podría volver a su huerto todas las veces que quisiera a cam­bio de tener de él tan solo un beso.
"Rióse el muchacho al oírme con risa sonora, y salió de su pe­cho voz más dulce que el cantar de la golondrina, del ruiseñor y del cisne cuando es viejo como yo...¡Ay mi Filetas, dijo, nada me cuesta que me beses!. Más gusto yo de besos que tú de remozar­te. Mira, con todo, si el don que pides conviene a tus años, los cua­les no te valdrían para quedar excento de perseguirme cuando me hubieras besado, y no hay águila ni gavilán, ni ave alguna de rapi­ña que me alcance, por ligera que sea".
"No soy niño, aunque parezco niño, sino más viejo que Satur­no. Yo soy anterior al tiempo todo".
Este extraño muchacho le dijo que lo conocía desde hacía mucho tiempo, que había estado muy cerca de él aunque no lo viera. Que había estado con él cuando estuvo enamorado de Amarilis. Le dijo que él le había dado a Amarilis, esa mujer con la que tuvo hijos. Y también le dijo que hoy cuidaba a Dafnis y Cloe.
Después de esto, salió el muchacho, revoloteando por los ár­boles como un pájaro y saltando de rama en rama, Filetas pudo ver que tenía alas en la espalda y entre las alas un arco para lue­go no ver nada de eso, ni tampoco verlo más a él.
Dafnis y Cloe que escuchan a Filetas, también escucharon que les dijo: "Ahora bien, si no he vivido en balde, si con la edad no he llegado a perder el juicio, yo os declaro hijos míos, que estáis consagrados a Amor y que Amor cuida de vosotros".
Amor es un dios que puede más que Júpiter, dispone los gér­menes de donde todo nace; manda sobre los otros dioses; las flo­res son obra de él. Por la virtud de Amor corren los ríos y los vien­tos suspiran. Aparenta ser un niño, y tal vez lo sea y así aún, su in­fluencia es la de un poderoso dios entre los hombres.
De esta forma, Dafnis y Cloe, escucharon por primera vez el nombre Amor.

Extraño dolor

Dafnis pastoreaba cabras y chivos, Cloe ovejas. Estaban todo el día juntos hasta que, llegada la noche, cada uno se iba a su casa. Du­rante el dia, mientras los animales apacentaban, Cloe, con juncos ha­cía jaulas para cigarras; Dafnis cortaba cañas delgadas, de distinto ta­maño, las pegaba con cera y así armaba un cicus, al cual intentaba sacarle distintos sonidos. A menudo compartían ambos la leche y el vino y se comían juntos la comida que cada uno había traído.

Un día sucedió que Dafnis cayó distraídamente en una tram­pa para lobos que habían hecho justamente para terminar con aquel que les comía a sus animales. Saliendo del pozo fue hasta la fuente de las Ninfas para limpiarse: "...se puso a lavar el cuerpo todo". "Cloe que miraba a Dafnis le halló hermoso y, como hasta allí no había reparado en su hermosura, imaginó que el baño se la prestaba. Cloe lavó luego las espaldas de Dafnis y halló tan suave la piel, que de oculto se tocó ella muchas veces la suya para decidir cuál de los dos la tenía más delicada".
Al otro día, Cloe vio a Dafnis tocando la flauta mientras cuidaba a sus cabras. Y otra vez le pareció hermoso, y pensó que la música lo hermoseaba. Volvió a verlo bañándose y sintió como fuego al verle, y volvió a alabarle, y "fue principio de amor la alabanza".
Cloe empezó a sentir inquietud en el alma, no podía dominar sus ojos y hablaba mucho de Dafnis. No comía de día, velaba de noche y descuidaba sus ovejas. Reía ,y luego o al mismo tiempo lloraba, se dormía y se despertaba sobresaltada. Su rostro se cubría de palidez y luego ardía de rubor. "Nunca se agitó más becerra picada de tábano".
Ella pensaba: "Estoy mala e ignoro mi mal, padezco y no me veo herida, me lamento y no perdí corderillo, me abraso y estoy sentada a la sombra. Mil veces me clavé las espinas de los zorzales y no lloré, me picaron las abejas y pronto quedé sana. Sin duda que esta picadura de ahora llega al corazón y es más cruel que las otras".

Los regalos: artificio y malicia de los amadores

Dorcón era un joven pastor de bueyes que empezó a gustar de Cloe. Viendo que ella no se separaba de Dafnis, para acercarse llegó con regalos para ambos. De a poco iban disminuyendo los regalos para Dafnis y en franco aumento los dirigidos a Cloe. Ignorante, ella, del artificio y malicia de los amadores, tomaba los regalos y se alegraba más aún porque con ellos podía regalar a Dafnis. Pero no tardó mucho hasta que sobrevino la contienda entre Dorcón y Dafnis. Cloe tenía que sentenciar acerca de la hermosura. Ella tenía que decidir quién era el más bello y como premio darle un beso.
Así primero Dorcón y luego Dafnis, fueron exaltando sus atributos y subestimando los de su contrincante. Terminada la exposición de Dafnis, Cloe no supo ya contenerse, "...y movida de la alabanza y más aún del largo anhelo que por besar a Dafnis sentía, se levantó y le besó, beso inocente y sin arte, pero harto poderoso para encenderle el alma".
Dafnis no parecía haber sido besado, sino mordido. Suspiraba con frecuencia, no reprimía la agitación de su pecho; la miraba a Cloe y se ponía rojo como la grana. Parecía salir de la ceguera porque empezó a mirarle cabello, rostro y piel.
¿Qué me hizo el beso de Cloe?, se preguntaba. Sus labios son más suaves que las rosas, su boca más dulce que un panal, y su beso más punzante que el aguijón de las abejas, decía.
Dafnis se daba cuenta que ese beso era diferente a otros besos. "Me falta el aliento, el corazón me palpita, se me derrite el alma, y a pesar de todo, dice, quiero más besos...". "¡Oh, extraña victoria!, ¡Oh dolencia nueva cuyo nombre ignoro!". Dafnis llegó a preguntarse si Cloe no habría tomado veneno antes de besarlo.
Así se quejaba Dafnis, probando los tormentos de Amor por primera vez.

Extraño mal

Correría de ladrones y algaradas de enemigos es lo que también vio Longo en la pintura, esa pintura que lo impulsó a escribir su novela. Así, los días de Dafnis y Cloe corrían también lastimados por robos, agresiones, peleas, esbozos de guerras y ultrajes.
Finalizada una de esas jornadas, nos cuentan que llegada la noche, Dafnis y Cloe se despidieron y se fueron a dormir. La fatiga fue remedio del mal de Amor; pero venido el día, padecieron de nuevo el mismo mal. Se alegraban al verse, les dolía separarse, estaban desazonados, deseaban algo e ignoraban qué. Sólo sabían: él, que, origen de su mal era un beso, y ella, que origen de su mal, era un baño.

Extraño este mal que requiere de un remedio, extraño el remedio que no impide el retorno del dolor.
En una siesta, Cloe queda dormida y Dafnis se puso a "mirarla toda", no se hartaba de mirarla y dijo en voz baja: "¡Cómo duermen sus ojos!., ¡cómo alienta su boca!.. Ni las frutas ni el tomillo huelen mejor...pero no me atrevo a besarla. Su beso pica en el corazón y vuelve loco como miel nueva".
Dafnis tenía el dolor en el corazón como si hubiera tomado ponzoña y su aliento ya era fuerte y agitado, como de alguien a quien persiguen, ya desfallecido, como por el cansancio de la fuga. Cloe le resultaba temible y pensaba que su alma estaba cautiva como todo él lo había estado de piratas..."es que como pequeño que era, ignoraba las piraterías del amor".
Filetas, también podía contar lo que le había producido la entrada de Amor en su cuerpo:"...Yo vi al toro en el celo, y bramaba como picado por tábano, yo vi al macho enamorado de la cabra, y por todas partes la seguía. Yo mismo cuando mozo, amaba a Amarilis, y ni me acordaba de la comida, ni tomaba de beber, ni me entregaba al sueño. Me dolía el alma, me daba brincos el corazón y mi cuerpo languidecía, ya gritaba como si me azotasen, ya callaba como muerto, a veces me arrojaba al río para apagar el fuego en que me quemaba; a veces pedía socorro a Pan, porque amó a Pitis; elogiaba a Eco, porque después de mi, llamaba a Amarilis, o rompía mi flauta porque atraía a mis vacas y a mi Amarilis no la atraía. Ello es que no hay remedio para Amor: ni filtro, ni ensalmo, ni manjar con hechizo, no hay más que besos, abrazos y acostarse juntos desnudos".
Dafnis y Cloe escucharon esto de Filetas. Se besaron y se abrazaron, les dio vergüenza acostarse juntos pero luego lo soñaron. Al día siguiente volvieron a jugar, a besarse y a abrazarse-..."tanto se besaron...". Como Dafnis apretase con mayor violencia, Cloe se cayó sobre un costado, y Dafnis, siguiendo la boca de Cloe para no perder el beso, se cayó también. Reconocieron entonces, en aquella postura la que en sueños habían tenido, y se quedaron así durante mucho tiempo, como si estuvieran atados.
Extraño el mal de Amor; astilla, aguijón, picadura. Agradable el mal de Amor.
Mal que llama a un remedio, remedio que se busca y que se desea, remedio que no está para curar porque el aguijón persiste en su agradable dolor.

Orígenes

El presente texto lo escribí luego de haber leído y disfrutado la novela de Longo: Dafnis y Cloe, o las pastorales. La traducción de Valera me pareció tan bella que usé, a menudo, sus palabras, quedando las mías para el comentario que imponía el desarrollo del trabajo. Del recorte realizado soy plenamente responsable, tomé el sector de la novela que con más insistencia se me impuso y el que decidí transmitir.
La lectura de este trabajo, fue realizada en "El jardín de las delicias", espacio, que como otros hace a "Cuestiones del psicoanálisis". Fue leído en un encuentro de analistas en la ciudad de Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires, un día de otoño del año dos mil tres.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Los consoladores (Acerca de los cátaros). Rolando Ugena


Papa Inocencio Tercero


     El catarismo fue un movimiento herético con respecto al dogma cristiano de la Iglesia Apostólica Romana, que habría surgido como efecto de la influencia de sectas neomaniqueas, combinadas con un resurgimiento del neoplatonismo. Tuvo fuerte preponderancia en el siglo XI y principios del siglo XII, habiendo sido exterminado, primero por lo que el Papa Inocencio III instituyó como la Cruzada de los Albigenses y después por la Santa Inquisición, que no dejó rastros del catarismo, al punto que los documentos de los cuales los historiadores se sirven, son casi en su totalidad documentos de la misma Inquisición, a propósito de los testimonios de los procesos realizados a los cátaros.


       El término cátaro, que proviene del griego kataroi significa puro, y de él deriva la palabra catarsis, purificación. Su raíz maniquea hizo del mal un principio cosmogónico igual al bien, en cuyo interjuego se configuraba el mundo como tal. Según su doctrina, en la Creación actuaron dos creadores: el Diablo, el Gran Arrogante, Lucifer, Satanás, hacedor del mundo, y Dios, generador de las almas, los espíritus, capaces solamente de hacer el bien.

  La esencia del catarismo obedecía a una forma de tramitar el problema de la fuente del mal, de un modo alternativo al postulado por el dogma cristiano ortodoxo, para el cual lo que no anda en la Creación, se debe a que Dios ha forjado a los seres humanos libres para el bien o para el mal.

      Pero si el mundo fuese de Dios, ¿ no estaría libre de males, necesidades y miseria?. ¿Acaso Dios quiere quitar el mal del mundo y no puede? ¿o puede y no quiere? ¿o no puede ni quiere?, ¿o sí puede y quiere?. Si quiere y no puede, ésa es una imperfección que contradice la esencia de la divinidad. Si puede y no quiere, sería malicia y eso también resulta incompatible con Su naturaleza. Si no quiere ni puede, es debilidad y malicia todo en uno. Pero si quiere y puede, siendo éste el único caso que conviene a la esencia divina, ¿de dónde procede lo malévolo que hay en la tierra?. 


       Lejos de cualquier agnosticismo, para los cátaros no había lugar a dudas: el mundo pertenece al Diablo, él lo creó para desafiar a Dios. Una de las almas, el Ángel Caído, utilizando como cebo la instancia seductora de una mujer de resplandeciente belleza que encubría la serpiente maligna, había tentado a las demás a una existencia materializada, en la cual se podía elegir libremente entre hacer el mal o el bien. Dado que una vez encarnadas esas almas habían visto que, en vez de lograr una mayor libertad, habían caído prisioneras de un cuerpo sometido al nacimiento, a la muerte y a la corrupción, se impuso entonces la negación de esa materialidad corpórea.

       Es entonces en la perpetuidad de la materia en donde radica lo maléfico, quedando la encarnación emparentada con lo diabólico y el mal absoluto. A resultas de ello, no era posible que Dios se hubiera encarnado en la figura de Jesucristo, sino que había hecho una apariencia de encarnación, segunda herejía que la Iglesia ortodoxa llamó doketismo, en tanto doxa, en griego, quiere decir apariencia.

        Para los humanos, hijos del Diablo y no de Dios, la vida es un capricho sin sentido de Satán que está entre lo corporal y lo espiritual, y la salvación del alma depende del lado hacia el que se incline. Si decide a favor del cuerpo, se condena para la eternidad; si lo hace por el espíritu, se libera. Cuando el alma abandona el cuerpo, ese excremento de Satán queda librado a la condenación, ya que la carne corruptible no puede existir sin ella, y por eso todas las asechanzas de Mefistófeles se dirigen hacia las almas.

       Los cátaros, rechazaban el sacramento de la Santa Misa y de la Comunión, que presupone el dogma de la encarnación, así como tampoco contemplaban de buen grado la representación de la Última Cena, el beso de Judas, la Crucifixión de Cristo, ni las diversas evocaciones de la Resurrección, porque desdeñaban la mundanalidad de la Cruz. Sí creían en un sacramento único, el Consolamentum, que reemplazaba a los otros y consistía en una ceremonia triple, en la cual después de un ayuno prolongado, a los iniciados se les imponía las manos, se les besaba en la frente y se les hacía un saludo reverencial.

      También estaba presente entre ellos la compensación de esa imagen diabólica de la mujer, de cuya belleza deslumbrante se había servido el diablo para seducir a las almas, con la imagen de la Virgen María, que habría sido la contra-figura de esa mujer fascinante utilizada por el Diablo. 


El legado de los cátaros, Georg Brun, foto de Zardoya

      En una novela histórica abundantemente documentada, “El legado de los cátaros”, Georg Brun presenta de manera vivaz y con cuidada ambientación a Isabel y Sebastián Lemaitre, dos hermanos que viven en Montségur, en la agitada Occitania del siglo XIII, en plena guerra santa contra la herejía cátara. En la narración, mientras Isabel va asumiendo paso a paso el desafío espiritual de los cátaros, Sebastián emigra con el afán de luchar en esa guerra y enriquecerse rápidamente bajo la enseña de la cruz papal, aunque, sin lograr riqueza alguna, regresa finalmente para combatir a los invasores franceses, reencontrándose con su hermana. 

    “Isabel, sonriendo salió del escritorio al encuentro de Sebastián, pero ambos se detuvieron a unos tres pies de distancia el uno del otro, y se miraron con atención. De las profundidades de sus almas les brotaba la sensación de ser de la misma carne y la misma sangre, como entonces, como el día en que se habían despedido. Pero ella notaba también la distancia que hubo entonces y seguía existiendo entre ambos. Porque del mismo modo que un perfecto no podía tocar a ninguna mujer, una perfecta no podía tocar a ningún hombre. De modo que ni siquiera le dio la mano, sino que se limitó a sonreír”.


      Entre los puros, los buenos cristianos, los bonshommes, los hombres buenos de Occitania, que predicaban y practicaban la cura de almas, ayudados incluso por los párrocos rurales cuando éstos andaban enemistados con Roma por algún motivo, se incluían también mujeres. Y si bien la mayoría de ellas optaba por seguir las enseñanzas de los bonshommes desde la categoría de croyants sin pretender la unción de los elegidos, algunas alcanzaban el grado de parfaites.

         Para ello, Isabel, había llevado a cabo su endura, un período de prueba y ayuno que duraba un año e imponía tomar agua durante días enteros para pasar luego a alimentarse solo muy escasamente. Es que para los cátaros, el cuerpo se limitaba a servir de envoltura al espíritu y al alma, sin despreciarlo pero sin exigir nada para sí. Ese era el objetivo: conducir el cuerpo hacia la total extinción de los deseos y lograr que el espíritu se elevara por encima de las cosas.

        Durante ese ayuno realizado en condiciones extremadamente difíciles, en una cueva abierta en la roca en lo alto de un paso de montaña siempre azotado por los vientos, Isabel vivió una experiencia que terminó por eliminar toda duda, si restos de alguna vacilación había aún en ella: vio la luz, el rayo de luz que es el impulso primero del buen Dios y es por antonomasia la Creación; luz del Espíritu Santo, que pese a no haber conseguido nunca vencer definitivamente a las tinieblas de Satán, jamás abandonó su creación.

        Habiéndose convertido la ermita en que cumplía su endura en pog, templo de la luz, hechas carne en ella las escrituras de san Juan, “andad como portadores de luz”, Isabel se dispuso a recibir el consolamentum.

      “Todos los bancos estaban ocupados por los perfectos. Habían acudido, como era su deber, a presenciar el bautismo espiritual de Isabel. Tres parfaits y tres parfaites entonaban un solemne coral. Ella llevaba una especie de pantalón blanco muy ancho y un camisón del mismo color. Al brazo llevaba el paño blanco que luego serviría de mantilla para que las manos del elegido no la tocasen en el momento de impartirle la bendición. Ante él, inclinó levemente la cabeza. Este le correspondió, y empezó a pronunciar sus amonestaciones, ya que todos los recursos del espíritu son pocos para mortificar el cuerpo, e incluso un perfecto podía pecar y sentir arrepentimiento.

-¿Crees en un solo Dios bueno que ha creado el mundo del Es­píritu y que manda en el reino de los ángeles? -preguntó el obispo.

-Sí creo -replicó Isabel con firmeza.

-¿Y en su hijo Jesucristo, quien ha enseñado a los ángeles caídos el camino para recuperar sus raíces, y que ha dado testimonio contra Satán, el creador del mundo?

-Sí creo.

-¿Crees en el Espíritu Santo, emanación de Dios que anima las Almas y protege a los ángeles contra el demonio, que es uno con el buen Dios y enemigo eterno de Satán?

-Sí creo.

El obispo abrió los brazos y elevó la mirada al techo.

-¿Prometes no seguir nunca más los deseos del cuerpo, rechazar todas las insinuaciones del Maligno, poner la verdad por encima de todas las cosas y dedicar jubilosamente tu vida a luchar por el buen Dios y contra Satán y sus secuaces?

-Sí prometo.

-¿Prometes renunciar al Anticristo y no seguir jamás a ese pontífice que profana la silla de san Pedro? ¿Y mantenerte alejada de esa herejía católica, y dar testimonio del Creador del mundo espiritual y contra el artífice de la tiniebla terrenal, siendo así que la tierra pertenece al diablo y está repleta de su maldad?

-Sí prometo.

-Escucha entonces, las primeras palabras del evangelio según san Juan.

Recitó los versículos en tono solemne y todos sintieron la gravedad de las santas palabras: «En el principio existía aquel que es la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios, Él estaba en el principio con Dios. Todo fue hecho por él y sin él nada se hizo. Cuanto ha sido hecho en él es vida, y la vida es la luz de los hombres; la luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la sofocaron »t

Con celeridad inusitada para tan digno ceremonial tomó el libro del Evangelio, lo apoyó sobre la cabeza de Isabel y murmuró el yo te bendigo. A continuación la testa de la candidata fue cubierta con el paño, y los elegidos desfilaron por categoría y por edad ante ella y apoyaron una mano sobre su cabeza. Con ello quedó administrado el consolamentum, e Isabel con­vertida en una parfaite.

Tres mujeres se acercaron portando la indumentaria negra: un pantalón ancho con cinto, una blusa y por encima de todo ello, una túnica parecida a la que usaban los frailes benedictinos. Una vez revestida, Isabel se caló la capucha. Los ele­gidos desfilaron hacia la salida de la capilla entre cánticos, y fueron recibidos con una ovación por los croyants que esperaban fuera”.

    Comenzaba entonces el banquete con el júbilo de los creyentes, que como seres de un mundo corrompido que eran, no tenían prohibido participar de las satisfacciones terrenales, aunque sí podían realizar el melioramentum, muestra de respeto para con los perfectos que expresaba que los consideraban portadores del Espíritu Santo, y al mismo tiempo manifestaba el deseo de ingresar algún día en las filas de esos elegidos.

      Quienes sí estaban obligados a privarse de las cosas mundanas, eran los perfectos, los cuales debían abstenerse de todos aquellos alimentos resultantes de un apareamiento y de las bebidas embriagadoras, ya que en la lucha de los ángeles caídos contra Dios estaba el origen de la carne y nunca se sabía si la existencia animal era el domicilio temporal de algún alma irredenta. Por tanto era preciso renunciar a comerla, al igual que el queso, la leche y los huevos, siendo en cambio lícito comer peces, por no ser engendrados sino nacer espontáneamente en las aguas.

      Gran parte de la vida cotidiana se desarrollaba en la fonghana, el fogón, centro del hogar cuyo cuidado era tarea importante que no debía desatenderse bajo ningún concepto. Allí, todos los días, se alcanzaba el punto culminante de la jornada a la hora del almuerzo, cuando se bendecía el pan. Éste, era levantado envuelto en un paño blanco para que lo viesen todos, y los comensales puestos de pie rezaban un padrenuestro. Se decía un versículo del Nuevo Testamento, se partía el pan y se lo distribuía.

    A diferencia del culto católico, para el cual Jesús está realmente presente en el pan, por lo que la comunión no es solamente un acto litúrgico sino un sacramento, en la interpretación bíblica cátara al no ser Jesús un hombre de carne y sangre, sino un ángel la bendición del pan era una ceremonia en la que no compartían el cuerpo de Jesucristo, quien no frecuenta el mundo de Satán, sino que encontraban en el rito mismo el verdadero manantial de su religiosidad.

       El férreo ascetismo cátaro, no solamente incluía gran número de días de ayuno completo como lo fijaba el ritual, sino también la renuncia a las propiedades. Porque cualquier género de propiedad es aferrarse al mundo y por lo tanto, aferrarse a Satán. ¿Cómo puede tener comunicación con Dios un Obispo, si ha de pensar al mismo tiempo en el ornato de su catedral, en decorar con oro y piedras preciosas sus vestiduras y sus aposentos, en cobrar el diezmo para incrementar sus riquezas. ¿Cómo pueden ser de Dios esos sacerdotes que, como se dice de los de Roma, se parecen a las gallinas en que sólo piensan en tragar? No. El que quiera llegar hasta Dios ha de ser pobre entre los más pobres.

       Pero si bien los elegidos se obligaban a vivir pobremente, su cofradía no podía prescindir de recursos económicos. De ahí las peregrinaciones de sus predicadores, que sirvieron tanto para reforzar su fe y recoger los medios para la construcción de su congregación, como para acrecentar la beligerancia feroz y concluyente de la Iglesia oficial, presente desde el momento de ser proclamada la cruzada contra los albigenses.
 

       Las riquezas de Béziers, Carcasona y otras comarcas habían sido destruidas o saqueadas por los franceses, quienes reunidos bajo la enseña de la cruz que el pontífice agitaba llamando a la guerra contra los herejes occitanos, cometieron indescriptibles estragos cuando los habitantes, resistiendo a los sitiadores, no quisieron sacar afuera a los sacrílegos como exigían los legados del Papa, y prefirieron compartir el destino de aquellos pobres rezadores antes que evacuar las casas. Frente a ese desafío, el furioso asalto de los cruzados alcanzó su punto culminante cuando el representante pontificio se plantó delante de la ciudad diciendo, sanguinario: «Matadlos a todos, Dios conocerá a los suyos». 

        Así es como se reconoce a los apóstatas. Los mercenarios del Papa pasaron a cuchillo a católicos y herejes, y Occitania supo lo que era el miedo. No hubo benevolencia ni compasión para ninguno; cuando el confesor detectaba tendencias heréticas en un penitente o lo juzgaba remiso en el cumplimiento de la penitencia, notificaba al inquisidor sin demora: quien no se arrepentía y regresaba inmediatamente a la comunión católica, era arrojado a la mazmorra para hacer penitencia y difícilmente recuperaba su libertad; quien no se retractaba incondicionalmente ardía en la pira. Ante la duda, más valía salvar un alma pasándola por el fuego purificador que perdonar un cuerpo.

      En el transcurso de ese enfrentamiento mortal, se produjo además la destrucción casi total de la obra en una lengua que había comenzado ya a ser escrita, el provenzal. Lengua en la cual el poeta cortés, el troubadour cantaba sus canzones a la dama de sus pensamientos, con versos cuya forma y contenido debían ser puros y perfectos para que se los considerara logrados; canzone que era respondida por la dama con la tenzone, el regalo de una noche al trovero siempre y cuando se conformara con sus besos; canzone que a la mañana siguiente podía ser de dominio público, siempre que la Dama quedara protegida en su identidad por la senhal, el seudónimo misterioso de la Amada Lejana.

        Algunos autores se han interrogado acerca de la existencia de alguna correspondencia, entre el amor cortés y movimientos místicos o religiosos como el de los cátaros. Especialmente, teniendo en cuenta que en ambos estaba presente el rechazo del amor sexual, del matrimonio como sacramento y la desestimación del amor carnal en virtud de un amor espiritualizado; y también porque hubo una simultaneidad espacial y temporal en el surgimiento del catarismo y del amor cortés, que aparecieron en el siglo XII, en la región de Provenza, sur de Francia. 

         Respecto de si puede considerarse algún lazo entre la herejía cátara y el florecimiento de un amor, que como el cortés, articuló, fundamentó y puso en marcha una moral y un estilo de vida, Lacan en su seminario sobre La ética del psicoanálisis, considera que hay solo un parentesco aparente en esas experiencias, y que son muy grandes las dificultades para articularlas.

        Es difícil saber exactamente hoy, si el amor purus teorizado por Andreas Capellanus en De arte amandi, en el que «los corazones de los amantes quedan unidos por el perfecto sentimiento del amor que consiste en la contemplación de las almas y el intercambio de corazones mediante el beso, el abrazo y el cas­to contacto con la amada desnuda, aunque renunciando al goce último», era unión mística o signo de la presencia del otro como tal y nada más. 


Condesa de Champagne

      Amor interruptus que años antes había movido a la condesa de Champagne a escribir “decretamos y proclamamos definitivamente que el amor entre esposo y esposa es incompatible con la verdadera plenitud”, que solo podía alcanzar su desarrollo pleno en la clandestinidad y el secreto y desde el punto de vista de la estructura, introducía el objeto femenino por la privación, planteando la inaccesibilidad de la dama y su valor de representación de la Cosa, asunto que la doctrina analítica permite explicar por vía de la sublimación.

        Sea como fuere, la cuestión cátara es uno de los pocos, sino el único ejemplo histórico “donde una potencia temporal se probó tan eficaz como para lograr suprimir casi todas las huellas del proceso. Tal es la proeza realizada por la Santa Iglesia Católica y Romana”, señala Lacan.

    La esperanza cátara, coincidiendo con la promesa del cristianismo del advenimiento de una palabra salvadora, parece haber tomando totalmente al pie de la letra ese mensaje, con lo cual todo el discurso les cayó encima. “Los cátaros no dejaron de percatarse de ello, bajo la forma de la autoridad eclesiástica, la cual...les enseñó que incluso cuando se es un puro es necesario explicarse entonces cuando uno comenzó a ser cuestionado por el discurso, aunque este fuera el de la Iglesia, sobre este tema, todos saben que la pregunta tiene un único fin, hacerlos callar definitivamente”. 

Notas
El legado de los cátaros, Georg Brun, Planeta D´agostini 2001
La ética del psicoanálisis, Jacques Lacan, El seminario libro VII, página 261, Paidós