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sábado, 7 de marzo de 2015

Lorca: El fantasma del amor eterno. Leonor Pagano




García Lorca
FEDERICO GARCIA LORCA



     Nace en  1898 y muere asesinado en 1936. Desde pequeño su interés se volcó por las canciones y juegos populares, le atraía la cultura de los criados y de los jornaleros. García Lorca se manifestaría ya de adulto en relación a la tristeza y melancolía de las nanas españolas diciendo: “son las pobres mujeres las que dan a los  hijos ese pan melancólico y son ellas las que lo llevan a las casas ricas. El niño rico tiene la nana de la mujer pobre…”.

        Trabajaré un texto de García Lorca que cuenta la historia de un viejo-niño-rico, acompañado por su nana.

        Es un texto de 1928 cargado de dramatismo, de una enorme calidad poética, donde trata temas eternos: el amor, la pasión sexual, la vida y la muerte.

        El poeta, hombre jovial y alegre como pocos, en el momento en que escribe esta obra, está atravesando una profunda depresión a consecuencia de un desengaño amoroso. Federico para ese entonces de 29 años estaba enamoradísimo de un joven de 21 años. “Era Emilio Aladrén, escultor, este pertenecía a un grupo de jóvenes guapos, que aunque básicamente heterosexuales, no dudan en alas de la seducción de utilizar ocasionalmente su bisexualidad” (A.Villelena)(*) Para Federico fue grande la decepción y la traición; cuando Aladrén lo deja… lo deja por una mujer.

        Entonces redacta la farsa AMOR DE DON PERLIMPLIN CON BELISA EN SU JARDIN.

        Se trata de un marido viejo, victima de una impotencia senil, que contrasta con el ardor de su joven esposa.

      Esta obra solo se representó una sola vez porque fue prohibida por la dictadura de Primo Rivera.

        Gracias a la literatura que nos dona generosamente su letra para que nosotros podamos a través de ella  hacer llegar el valor clínico de algo tan difícil de transmitir como es el enlace entre amor y fantasma.       

       Voy a abordar, por un lado, la temática del amor como puesta en escena de un fantasma singular, el de Perlimplin, personaje central de la obra. Y por otro lado, lo inconmensurable del encuentro amoroso en un desencuentro, que hace tragedia entre los participantes, por el no-acoplamiento fantasmático y  la no común medida a los goces entre el hombre y la mujer.

      El amor en esta obra cumple la función de soporte. Pone en acto la disyunción entre amor y sexualidad. El amor no complementa sino que suplementa, es una producción de verdad de que el dos opera como uno y uno…no hace el dos…no hace el todo; porque el goce para uno no es lo mismo que para el otro, cada uno va al amor vía su propio fantasma.

       El fantasma hace sostén al deseo que es falta, esa falta queda inarticulable como tal pero articulada por el fantasma.

      El amor no tiene como causa el objeto a, del deseo. El signo de esas faltas para gozar, que son mamas, heces, mirada, voz. Entendiendo por signo la remisión, efecto del funcionamiento significante. Es en esta lógica regida por la negación que llamamos castración.

     El deseo está preso de su causa y todo gira en torno de la relación del sujeto con el a o sea el fantasma y esos signos hacen soporte al fantasma del enamorado.

        Se ama al otro, al semejante, se desea al prójimo, en tanto contiene ese vacío llamado agalma. El amor y el deseo no tratan con el mismo cuerpo, aunque imaginariamente sea el mismo.

        Lo imaginario del amor busca lo fusional, el reencuentro de lo perdido, lo narcisístico.

       Lo sexual da cuenta de: la imposibilidad de escribir la relación sexual.

        Pasemos a la obra de Lorca “Amor de Don Perlimplin con Belisa en su jardín”. Bajo los consejos de su sirvienta, Perlimplin decide sobre el atardecer de su vida, tiene 50 años, casarse. (Recordemos que Lorca lo escribe a sus veintitantos años).

      Él se había enterado (de niño) que una mujer había estrangulado a su marido. Efecto traumático de esa escucha que lo aleja de las mujeres tornándolas peligrosas y asesinas. De ahí su dedicación al estudio. Jamás ha conocido mujeres; sus libros eran suficientes.

        Ese fantasma perdurará. Pantalla de su horror a la castración.

      Ante el pedido de Marcolfa, su nana, de que se case -ella estaba preocupada por quién lo iba a cuidar cuando muera- él acepta; se somete a ella. Este es un Perlimplin pusilánime, que no toma decisiones y está alejado de implicarse en el amor y el deseo.

       El asunto es rápidamente concluido por la madre de Belisa: “él es un buen partido, tiene tierras y dinero. Es rico.”

       La madre de Belisa, que no ha conocido el amor,  no escucha a su hija que le dice: “Pero mamá ¿y yo?”; ella sentencia:“Tú estarás conforme.” La definición del amor de la madre es la siguiente: Es el dinero el que da la hermosura. Y la hermosura es codiciada por los demás hombres...

    La muchacha que Perlimplin va a desposar  parece más capacitada para el amor y el deseo. Belisa canta desde su balcón “amor, amor, el sol entre mis muslos/ nada como un pez de oro”.

      Cuando Belisa interroga es por el amor. Si bien “entre sus muslos se abre el sol”, el canto de ella es amor. Amor es lo que espera, conocer a un joven, el amor de un hombre viril que la desee.

      La madre de Belisa y Marcolfa, la nana, arreglan rápidamente la boda.

      Perlimplin cae enamorado de Belisa, confesándole su amor  cuando la vio por el agujero de la cerradura, al ponerse el vestido de novia. Esa desnudez del cuerpo de ella le produce deseo, el cuerpo del “otro” es portador del objeto que hace soporte al fantasma del enamorado. Espiando por esa hendidura hace que Perlimplin se trasforme en voyeur que goza mirando.

      Es allí donde se  produce una transformación en este hombre. Allí en la acción de ver pudo mirar y esa mirada produce en él un acto fundador, instaura un corte, marca un inicio: advino al amor  y al deseo, el amor no es sin la pulsión, en este caso es la pulsión escópica.

     Ya no es el vejete pusilánime, algo le ha pasado, está determinado en su accionar. Su cuerpo se encarna en hombre y su voz ya es otra. Lo que ha ocurrido en este franqueamiento es el advenimiento de él como sujeto; como sujeto deseante.

       Perlimplin en este acto fundador toma la palabra. Por lo tanto el acto es impensable sin la referencia al significante, que está en relación al falo.

     Perlimplim cambia, adviene al amor y se yergue… fálicamente.

     Pero acontece algo. La noche de bodas, mientras él dormía, cinco hombres que representan las cinco razas de la tierra, vienen a acostarse con Belisa,  Perlimplin no tardará en darse cuenta del engaño de su mujer.

      La concurrencia de la relación con el otro, el semejante, lo despierta, hace que Perlimplin experimente un amor hondo, radical,  no basta con la mirada. Lo que estaba dormido ingresa implicándose como una interrogación  del sujeto sobre el deseo del Otro; su deseo es un deseo de deseo y un deseo de reconocimiento de deseo.

       Marca de la castración: No existe uno que escape a la función fálica.

     Su herida ante la traición es inconmensurable. Arma rápidamente una estrategia.

         Entonces la pieza de Lorca deviene puesta en escena que el espectador no comprenderá más que al final. Hay allí un efecto de “escena sobre la escena”.

        Es  en estos momentos que él urde una trama en donde Marcolfa está en otra posición, toma el lugar de sirviente, es decir, va a acompañar en este pasaje de su amo  a  sujeto deseante.

       Me pregunto: ¿se convirtió en amo de su deseo y de su amor?    

        Perlimplin se disfraza de un joven amante, con una capa roja y un sombrero con pluma que oculta su rostro y se las arreglará para que Belisa sienta por él una pasión tan nueva como intensa por ese joven que él semblantea pasando bajo su balcón, enviándole cartas donde la elogia. 

        La carta es la carta de a-muro es aquello en donde cada uno proyecta su fantasma.

        Luego Perlimplin organiza un encuentro entre ese joven y Belisa, a la noche en el jardín. Un jardín lleno de cipreses y de naranjos, que son los símbolos del amor y de la muerte.

         A la hora de la cita, sorprende a Belisa esperando al joven y le anuncia que él lo va a matar. Sale. Belisa se lamenta.

       Vuelve el “joven” ocultado en su capa roja, herido de muerte. Belisa se precipita. El joven se descubre: Belisa (sorprendida) ve que se trata de Perlimplin.

       Pero en el momento en el que “el joven” se descubre en tanto que Perlimplin, se pone a hablar en tanto joven de la capa roja.

    Dice: “Tu marido acaba de matarme con este puñal de esmeraldas”.

       Es claro aquí el desdoblamiento entre el joven que habla y el cuerpo del viejo  que muestra la herida fatal. Y, en efecto, lo hiere, y se hiere de muerte.

     Cuando ella se acerca a él desesperada, turbada, no comprende esta división que Perlimplin pone en escena y es por eso que ella allí sucumbe, que ella realiza la promesa de Perlimplim: ella la realiza en la medida de su desconocimiento.

      El amor conlleva  la ignorancia más radical, ignoro que deseo  esa agalma que le supongo al otro. “El amor pide amor .Lo pide sin cesar. Lo pide, (…) aún, es el nombre propio de esa  falla” (Así, lo define Lacan en el Seminario XX)(**).     

      Belisa habiéndolo reconocido se dirige  a aquél que respondía al nombre de Perlimplin y cuando muere, es  la muerte de su marido que ella llora.

      Pero es ahí, donde reside la estrategia de Perlimplin, él ha acertado su golpe. Es que Belisa, aunque habiéndolo reconocido y llorando su muerte, se pregunta al mismo tiempo en lo que ha devenido el joven: “¿Pero donde está el joven de la capa roja? Dios del cielo ¿dónde está él?”

          Ella lo va a esperar el resto de su vida, ese joven es el amor deseado y no alcanzado, el que no cesa de no escribirse. Así plantea Lorca la concepción del amor total como una reunión imposible, en el que ella ha sido iniciada.

        Es ese agujero de la no complementariedad  irreductible entre  dos, el hombre y la mujer. No hay común medida a sus goces. No hay relación sexual.

         Como le dice Marcolfa (la sirviente): “Belisa ya eres otra mujer…estás vestida de la sangre glorisima de mi señor”. Belisa bañada en sangre, ha advenido lorquiana.

         Perlinplin puede dormir tranquilo pues él ha realizado su fantasma: que Belisa le permanezca fiel para la eternidad, que permanezca fiel a la creación de su imaginación.  

         A él, en esta “otra” imagen de él, de la que ella ha caído enamorada, de la que ella va a esperar el retorno.

        ¿Qué es la eternidad? Es el tiempo circular, es el tiempo religioso, el de la totalidad al que no le falta nada, estacionario, estable como una imagen, sin comienzo ni fin, sin sucesión. Es una duración pura, donde nada ocurre desde siempre. Todo está allí ya.

        A esta imagen, él, le da vida para la eternidad por su suicidio.

      En esta última escena, al mismo tiempo que Perlimplin “se descubre”, se irrealiza y habla desde otro lugar: aquel del joven.

       Es un desencuentro,  Belisa se dirige a aquel que ella ve, pero fija su amor sobre aquel que ella no ve.

       Perlimplin en la oscuridad en la que vivía, dice: “Antes no podía pensar en las cosas extraordinarias que tiene este mundo…Me quedaba en las puertas…en cambio ahora…el amor de Belisa me ha dado lo que yo ignoraba”. Él  se baña de luz y de color en la escena que lo enciende cuando la ve a ella a través del agujero de la cerradura. El cuerpo de Belisa encontró la llave de su corazón y de su fantasma. El pasaje al acto da la satisfacción al precio de su propia vida.

       Perlimplin está confrontado a esta imposibilidad de ser amado en el lugar mismo donde él ama. Su mascarada es la capa, es la vestimenta, la tela es su imagen. Suicidándose, agrediéndose, apunta a hacer perdurar la imagen como amable. Lo hace por amor,  para que el sacrificio sea un signo de amor eterno. El pasaje al acto es la estrategia, es la vía que él toma para hacerse amar eternamente desdoblado, encarnado en otro: ese joven que Belisa espera.

       Perlimplin pasó de estar muerto en vida a la inmortalidad, en la figura del joven de la capa roja. La muerte viene a eternizar el amor en su imposibilidad.

       Lorca lo que inscribe es cómo el amor no deja de subrayar la función de la castración porque el amor no deja de fallar.    

     Pero para Perlimplin, este objeto que elige y al que se identifica realmente, es al cadáver, como resto, como a. “Agresión suicida narcisistica”. Es la escena traumática que él anuncia desde el comienzo: ser muerto en manos de una mujer, ese es su fantasma masoquista y lo actúa en la escena amorosa.

      Los acontecimientos tienen acción traumática recién en el segundo tiempo, en el aprés-coup. Tiempo de la traición de ella al acostarse con otros hombres, esto hace que cobre valor traumático a ese fantasma. Entonces lo insoportable, lo silencioso, lo que no ha podido ser evitado: No encuentra otra salida que no sea la de cumplir con lo fantasmatizado por él, la esquizia del sujeto se pone en juego en el desdoblamiento, él en tanto mujer se asesina y  es objeto en tanto hombre de lo tan temido: ser asesinado.

       Lo tan temido lo mantuvo lejos de las mujeres, paga con su vida.

      Pero sin embargo esta escena del desdoblamiento no pudo advenir sino bajo la égida de él como sujeto que busca hacerse real-mente amar en la paradoja de su ausencia para quedar presente eternamente.      

     Cierro con palabras de Lorca sobre este texto “Don Perlimplin, (puede dormir tranquilo) es el hombre menos cornudo del mundo” No nos olvidemos que fue Federico el que padeció el abandono de su amado… por una mujer.          

Bibliografía
Lacan J.: Seminario XIV, La lógica del fantasma;  SeminarioXV, El acto psicoanalítico, Seminario XX, Aún

García Lorca F.: Amor de Don Perlimplin con Belisa en su jardín.

Porge Erik: El Tiempo Lógico

Lagrotta Zulema: Lo Real, en los fundamentos del Psicoanálisis.
 
(*)Federico García Lorca y Emilio Aladrén. Los senderos que se bifurcan, Luis Antonio Villelena



(**) Seminario XX,  Clase 1, 21/11/72