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sábado, 14 de marzo de 2015

Enseñanza, transmisión y estilo en psicoanálisis. Juan Pawlow



 Enseñanza, transmisión y estilo en psicoanálisis[1].


 La enseñanza del psicoanálisis en general y la formación de los analistas en particular constituyen un asunto de múltiples aristas[2]. Desde Freud la problemática de la transmisión del psicoanálisis fue zanjada por distintas instituciones y agrupaciones de diferentes modos, aunque en general se coincide en un punto: es condición necesaria el análisis del que se convertirá en analista[3].
S. Freud

Partimos de esa condición necesaria pero no suficiente, entonces nos preguntamos con Lacan cómo se enseña eso que el psicoanálisis nos enseña (Lacan 1957), interesante formulación del problema, ya que nos da un punto de apoyo firme: la enseñanza del psicoanálisis debe llevar la marca de eso de lo que se trata en un análisis.

El psicoanálisis nos enseña que el inconciente no es profundo, no se confunde con “concepciones homónimas a las que él no debe nada”.

          El inconsciente es ese discurso del Otro en que el sujeto recibe, bajo la forma invertida que conviene a la promesa, su propio mensaje olvidado.
J. Lacan

El psicoanálisis nos enseña que: “El síntoma psicoanalizable... está sostenido por una estructura que es idéntica a la estructura del lenguaje.”El síntoma se lee “porque él mismo está inscrito en un proceso de escritura[4].

La formación del analista no puede obviar la sujeción a las leyes del lenguaje, no puede obviar la problemática del lenguaje[5].

Todo esto que recaban estas citas puede considerarse como algo perimido, puede pensarse que Lacan necesitó enfatizar este sesgo de la enseñanza por el extravío de los psicoanalistas que fundaban su práctica en supuestos pre-freudianos, puede leerse como un intervención puntual al estado de cosas de su época. Todo eso tiene un filón de verdad, pero además hay que considerar que esa intervención apunta a cuestiones de estructura más allá de un momento, apunta a la resistencia de los propios analistas al descubrimiento freudiano, que es la resistencia de cualquier ser hablante en tanto la radical ajenidad del inconciente desnuda la ilusión de autonomía del yo, la de ser amo de la palabra. 

Binswanger
Freud en una carta a Bingswanger afirma:   “En verdad, no hay nada para lo que el hombre, por su organización, sea menos apto que el psicoanálisis[6].

          En relación a esto, una cita de “Lo inconciente” (Freud 1915): “...por la investigación analítica llegamos a saber que una parte de estos procesos latentes poseen caracteres y peculiaridades que nos parecen  extraños y aun increíbles, y contrarían directamente las propiedades de la conciencia que nos son familiares...”

He ahí lo unheimlich (lo ominoso, lo siniestro, lo no familiar) que el yo no tolera. Este sentimiento unheimlich que en ocasiones provoca lo inconciente.

¿Cómo entonces transmitir el psicoanálisis si por aquella “organización” –léase narcisista- ese saber no sabido es radicalmente extraño?

Decíamos que la enseñanza del psicoanálisis debía llevar la marca de aquello de lo que se trata en un análisis. ¿Qué? El encuentro con el inconciente.

Un pequeño desvío para volver al asunto desde otra perspectiva. Es instructivo leer por ejemplo esa referencia que Lacan toma en “La dirección de la cura y los principios de su poder”, La Psychanalyse aujourd’hui , en particular el artículo “La terapéutica psicoanalítica” de Sacha Nacht, en donde encontramos afirmaciones como: “El análisis dejó de ser un “estudio” apasionante de lo inconciente, para convertirse en una labor de reorganización de un Yo...
Sacha Nacht

O la siguiente idea acerca de la “regla fundamental”:  “Debe poder llegar así él mismo a “asociar libremente” en torno al contexto proporcionado por el enfermo. Solamente en un segundo tiempo, este trabajo irracional será conceptualizado...

Lo que quiero destacar es que más allá del rechazo del inconciente que se lee allí explícitamente (porque si la “asociación libre” es un trabajo “irracional” lo que se rechaza es la razón freudiana), más allá de eso, el recorrer el texto, la letra misma, transmite, en su tono, que del inconciente freudiano no hay allí ni rastros. No por nada Freud afirma que laconjetura inconciente” (Carbajal E.) no puede devenir en una “teoría tersa” (Freud 1915). La escritura de Freud da testimonio de la peculiaridad de su objeto o para decirlo de otro modo: el encuentro con ese objeto impone el estilo a su escritura[7].
Thomas Adorno
Es que parafraseando a T. Adorno que dice “¿Cómo podría ser posible hablar a-estéticamente de lo estético?”   podemos preguntarnos: ¿ se puede escribir asépticamente sobre el inconciente freudiano, sin ser tocados por su materialidad?

Volvamos al final de “El psicoanálisis y su enseñanza”, en donde Lacan nos deja una frase que con cierto aire de enigma vincula el estilo y la transmisión:   “Todo retorno a Freud que dé materia a una enseñanza digna de ese nombre se producirá únicamente por la vía por la que la verdad más escondida se manifiesta en las revoluciones de la cultura. Esta vía es la única formación que podemos pretender transmitir a aquellos que nos siguen. Se llama: un estilo.”

¿Se transmite un estilo? Se transmite eso que impone, por ejemplo a Freud, una escritura tan peculiar que lo aleja del ideal de la “teoría tersa”.


En la entrevista con Paolo Caruso  Lacan afirma que su retorno a Freud implica que los lectores lo lean con seriedad, “...saber leer un texto, comprender lo que quiere decir, darse cuenta de qué «modo» está escrito (en sentido musical), en qué registro, implica muchas otras cosas, y sobre todo, penetrar en la lógica interna del texto en cuestión...”. Para esto no hay otro modo más que de valerse del método freudiano “...al aplicar la crítica freudiana a los textos de Freud, se llegan a descubrir muchas cosas.”.

En otra entrevista, (Daix, Pierre 1966),
Pierre Daix
Lacan  dice que cuanto más lee a Freud,
más impactado queda por su consistencia, por su coheren­cia lógica.  Esta coherencia lógica encarnada en la letra de Freud ciñe ese “hecho nuevo” que se llamó inconciente. “Un hecho nuevo implica una estructura nueva. El inconsciente es un hecho nuevo, y aporta una desmentida a la antigua estructura sujeto-ob­jeto.”

Una estructura que implica una topología específica, implica una transmisión  específica. Y si “alguna cosa” en los Escritos de Lacan “...se transmite a nivel del estilo...”, es respecto del objeto “a”. Así como Freud se ve necesitado de inventar un dispositivo  de escritura que de cuenta de ese  hecho nuevo, llamado inconciente, la escritura de Lacan responde a su aporte, el objeto “a”:  “Estilo jádico” “...estilo que precisa de la relación de toda la estructuración del sujeto en torno a determinado objeto, que después es lo que se pierde subjetivamente en la operación, por el hecho mismo de la aparición del significante. A este objeto que se pierde lo llamo objeto en minúscula...”
Gómgora

“Y no sólo mi estilo en particular, sino todos los estilos que se han manifestado en el curso de la historia con la etiqueta de un determinado manierismo-como lo ha teorizado de una manera eminente Góngora, por ejemplo-son una manera de recoger este objeto...”

Si algo del estilo de Freud ha interesado (en el sentido que lo entiende la medicina) a sus lectores, es que una transmisión hubo allí. Si algo de la peculiaridad de ese objeto “a” minúscula ha sido transmitido no lo fue sin el modo, el estilo manierista,  del “Góngora del psicoanálisis”.

Notas y referencias bibliográficas



1957  J. Lacan “El Psicoanálisis y su enseñanza” Escritos I


1956  “Situación del psicoanálisis y formación del analista en 1956”


Conjetural n° 42  E. Carbajal “La conjetura inconsciente”.


T. Adorno: “El ensayo como forma”. En Notas de Literatura.

Paolo Caruso: Conversaciones con Lévi-Strauss, Foucault y Lacan, Barcelona, Anagrama.

“Entrevista con Pierre Daix” Traducción Ricardo Rodríguez Ponte.

Nacht, Sacha “La terapéutica psicoanalítica”  en La Psychanalyse aujourd’hui




[1]          Este trabajo fue presentado en agosto de 2007 en la XIV Jornada Investigación en Psicología en la Facultad de Psicología de la U.B.A.  e incluido también en el libro “Efectos de la escritura en la transmisión del psicoanálisis” Buenos Aires, Letra Viva, 2008 (compilador: Carlos Escars).  Su título marca las insistencias de un recorrido más que la connotación de sus términos.

[2]         Entre esas aristas habrá que distinguir la formación del analista, de la enseñanza del psicoanálisis en ámbitos donde no necesariamente se forman psicoanalistas, una Facultad de Psicología por ejemplo, distinción que en principio puede entenderse de modo tajante, porque cuando un analista “... habla ante un auditorio no preparado adquiere siempre un cariz propagandístico”(Seminario Libro VII La ética del psicoanálisis, 16-03-1960). Sin embargo se acorta la brecha de esa distinción cuando Lacan afirma que “también los analistas llegan con posiciones, posturas, expectativas que no son forzosamente analíticas” (Seminario Libro X La angustia, 21-11-62).

[3]          Por supuesto que aquí también entran en juego posiciones encontradas respecto de lo que se procura en un análisis y aún más respecto de lo que nombra un fin de análisis. Para este trabajo, por lo menos, tomemos como punto de apoyo la afirmación de Freud acerca de lo que podemos esperar del análisis del candidato a analista: “Cumple su cometido si instila en el aprendiz la firme convicción en la existencia de lo inconciente.” S. Freud “Análisis terminable e interminable” (1937).

[4]            Todas las citas pertenecientes a “El Psicoanálisis y su enseñanza”.

[5]            Aunque sea lo suficiente para permitirles distinguir el simbolismo de la analogía natural con la que lo confunden habitualmente.” (Lacan 1956).

[6]            Citado por Serge Cottet en “El acto analítico de Freud” del libro “Freud y el deseo del analista” pág.18 Ed. “Hacia el 3er encuentro del Campo freudiano” (1982).


[7]            Para la noción de estilo aquí utilizada remito aquí a mi trabajo  “Faulkner: el furioso estruendo de un estilo” presentado en la Jornada “Psicoanálisis y escritura” Fac. de Psicología U.B.A. 2003, del cual extraigo el siguiente fragmento:

             “Un pequeño resto como una entonación oída al pasar de alguna manera exterior al escritor y que sin embargo determina su proceder narrativo.

              Ese pequeño resto impone el procedimiento narrativo en tanto una vez que se produce su descubrimiento, el autor no es libre de hacer lo que se le plazca con él....

              Querría afirmarlo de una vez: ese instante de encuentro, ese descubrimiento, es el estilo.

              No creo demasiada fructífera la idea cotidiana de concebir al estilo como: “la manera personal de escribir que caracteriza a un escritor”.

              El estilo del escritor fuerza sus maneras, porque si no las forzara esa escritura se tornaría estéril, se extinguiría, apagándose como un eco entre los ecos. Así tomado, el estilo, es la marca que, cada vez, inventa sus formas, y no la manera con la que el escritor tramita lo que encuentra conduciéndolo a moldes ya establecidos.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Matar al muerto. Rolando Ugena



Matar al muerto

(Apresurar el duelo. Una peculiar modalidad de la violencia)


           Este trabajo está dirigido a tratar de situar algunas cuestiones que considero importantes, tanto desde el punto de vista teórico, como del de nuestra labor cotidiana en el área de salud.
          Partamos entonces de delimitar al duelo como la tramitación simbólica de una falta. Ese trámite simbólico, tiene la particularidad de no estar regido por el tiempo del almanaque, cronológico, sino por el de la subjetividad; un tiempo lógico, variable para cada sujeto, en el que se pondrá en juego el intento de efectuar la inscripción de una pérdida, de acuerdo con la singularidad de cada cual, y según el modo en que esa falta haya sido anotada.


S. Freud

          Esa manera de ubicar el duelo como un proceso, un trabajo, nos aleja de la idea que tradicionalmente veía en él tan sólo la progresiva y espontánea disminución del dolor provocado, por ejemplo, por la muerte de un ser querido;  y en cambio, nos permite situarlo como una operación crucial, estructurante y fundante en la vida psíquica, en tanto que lo que aparece en el horizonte mismo de la existencia humana, lleva las marcas de la privación a la que deberá hacer frente.
J. Lacan

          Expediente que por otra parte, puede fallar, como se nos muestra frecuentemente en la clínica, en los llamados duelos patológicos.


           La existencia del trabajo de duelo, queda testificada en el desinterés por el mundo exterior que acompaña la pérdida del objeto, donde toda la energía resulta acaparada por el dolor y los recuerdos, hasta que el Yo pueda romper su lazo con lo perdido. Para que tenga lugar este desprendimiento, es necesaria una tarea psíquica de elaboración muy singular en la que se trata, ni más ni menos, que de “matar al muerto”(1).
J. Laplanche

          Muy a grosso modo, es esto lo que ocurre en un duelo normal, que habrá de permitir que el sujeto, luego de un cierto tiempo, que será el suyo, y a partir de un distinto posicionamiento frente a la falta, pueda ir resituándose en los caminos de la vida, es decir del deseo.

          Ahora bien, cuando el trabajo de duelo no está en relación con el desenlace esperable de una enfermedad o de la vejez, sino que se trata de una pérdida súbita, repentina, el modo de tramitación de la falta, seguramente tendrá que transitar por carriles diferentes.

          Allí, ante la irrupción sorpresiva y brutal de lo real, ante lo traumático que se presenta de una manera descarnada, al descubierto, sin ninguna veladura, el sujeto se hallará enfrentado a una dificultad mayor para inaugurar el proceso de inscripción de la pérdida; y aunque no tenga demasiadas noticias de ello, se encontrará abocado a una tarea previa, la de ligar las impresiones traumáticas vividas, insertarlas en una serie psíquica, muchas veces a partir de sueños de angustia recurrentes o pesadillas que se repiten, y en otras ocasiones a través de toda una serie de manifestaciones de diverso tipo, desde fenómenos psicosomáticos hasta adicciones, pasando por gastritis, jaquecas, depresión, agotamiento etc.., intentos de dar un sentido al sin sentido, y de suturar el desorden que una pérdida real produce, otorgándole una significación.

          Hasta aquí, lo que podríamos decir que connota el ámbito intimo, subjetivo, en el que se tramita la simbolización de la falta.

          Pero el duelo se despliega también en un terreno distinto, ligado al otro con un lazo diferente, en el plano del semejante, ese que aparece como capaz,  al menos, de percibir el sufrimiento y de  compartir algo del dolor.

          Ese otro lugar, es el de los ritos funerarios en tanto práctica compartida socialmente; ritos que no colmarán el vacío de la muerte pero pueden prestar un soporte simbólico importante, al intento de inscribir la pérdida.

          En ese sentido, los ritos fúnebres han sido y son, actos que van en la vía de una simbolización del enigma, del agujero abierto por la falta, y que pueden ayudar a la regulación de la angustia, en la medida que allí también se produce cierta sanción del inicio de la tramitación de la pérdida, cierto reconocimiento de la necesariedad lógica de un tiempo para el duelo.

          En la actualidad, sin embargo, pareciera que nos encontraramos viviendo en una época anestesiada frente al dolor, a veces casi sin poder ni siquiera reconocerlo, tal vez por no poder soportarlo, pero que no cesa de formular vigorozas demandas de olvidar, de abolir rápidamente lo ocurrido, repudiando así la falta y por consiguiente la ley.

          Quizá por la creciente influencia de ciertas culturas hegemónicas, que prometen soluciones rápidas y que proponen un olvido necio y mezquino, afincado en una moral imperativa que reclama: “Usted debe olvidar”, o por la arrogancia de una farmacología cada vez más endiosada, y siempre dispuesta a recetar la pastilla que borre los recuerdos molestos, pero a costa de desconocer que precisamente, el olvido no es asunto que dependa de la voluntad, que no se puede olvidar por imposición.

          Pareciera haber una prisa que conmina a olvidar por obligación aquello que pasó, como si hubiera la posibilidad de hacer un borrón y cuenta nueva totalmente voluntario por parte del sujeto, que le permitiría suprimir todo enlace con lo acontecido. Una prisa que reclama cerrar rápidamente las heridas y además sin que queden cicatrices, desconociendo que esos costurones, que han de marcar el lugar del dolor en la memoria, son necesarios e ineludibles para poder olvidar.

          Hay en juego allí, un cuestionamiento, una devaluación incesante, una desacreditación del valor del tiempo y de la palabra,  la que circula de una manera que parece dirigida a intentar vaciarla de todo efecto de verdad,  pero que sin embargo no puede evitar que los seres humanos continúen preguntándose angustiadamente acerca del sentido de sus vidas, porque no hay respuesta para ese interrogante en ninguna pastilla.   Considero entonces conveniente, recordar la función de la palabra, la palabra plena, en un tiempo en el cual asistimos a la proliferación de su  constante desvalorización y a un éxito casi total de la palabra vacía.

          Del mismo modo, pienso que es necesario remarcar que esas demandas de olvido forzado, no dejan de producir efectos. Pretender obligar a olvidar, es un modo de ejercer una violencia feroz, ya que precisamente eso, es lo que va a impedir que trabajo de duelo mediante, pueda ser posible olvidar para así poder recordar en lugar de repetir.

          Esa prisa del duelo, entonces, no es gratuita y tiene un costo que se paga en efectivo, cash, con moneda constante y sonante, que tiene en una cara acuñado el rostro del sufrimiento por la vía del silencio o del padecimiento sin fin, inagotable, y en la otra faz, el desgarramiento por la angustia. Modos de nombrar la dificultad que emerge cuando no resulta posible poder producir un tiempo y un espacio en el cual se vayan instalando palabras, historias, tramas, que acoten el horror de lo mortífero.


          En este sentido es importante pensar que la palabra es un acto y también una producción de deseo. Y que cuando ante un trabajo de duelo se impide  poner palabras, llorar, para que lo simbólico logre abrigar, recubrir lo real, lo definitivo, el sujeto queda expuesto a los excesos de las pesadillas y de una violencia salvaje.       

          Allí, no se puede terminar de “matar al muerto” y los vivos no pueden situarse del lado de la vida.



 (1) Trabajo presentado en las Primeras Jornadas Municipales de la Municipalidad de Merlo, en noviembre de 2004
 (2) La expresión matar al muerto está tomada del Diccionario de psicoanálisis, de Laplanche y Pontalis, artículo Duelo

lunes, 9 de marzo de 2015

Políticas de enseñanza, políticas de la cura. Juan Pawlow



“Políticas de enseñanza, políticas de la cura”[1]

“Ser psicoanalista es estar en una posición responsable, en tanto él es aquel a quién es confiada la operación de una conversión ética radical, aquella que introduce al sujeto en el orden del deseo.”[2]
S. Freud
Esta frase se inscribe en aquella posición freudiana por la que una demanda de análisis debe apuntar a una curación completa. Nada de logros parciales, ninguna cosmética. Esta “conversión ética radical” no es integrable a los bienes del sujeto; aún más: lógicamente el análisis pondrá en cuestión el bien del sujeto. El propio análisis exige atravesar la barrera del bien, porque la función del bien, el circuito de los bienes, constituye una de las barreras que “nos separan del campo del deseo”.[3]
Estas afirmaciones delinean una política de la cura. La experiencia analítica implica “un repudio radical del bien”[4].
¿Qué política de enseñanza se ajusta a esta política de la cura?
Del psicoanalista se espera saber. ¿Pero qué tipo de saber se espera de él?
“No es saber de clasificación, no es saber de lo general, no es saber de silogismo.”[5]
Lo que tiene que saber el psicoanalista es acerca de esa operación en que un sujeto es llevado en un análisis “...a lo que se articula en el ‘yo no lo sabía’ ”.
J. Lacan
En el Seminario acerca de la ética, al delimitar la vía del deseo, había aludido a ese “él no lo sabía” “que custodia el campo radical de la enunciación, es decir de la relación más fundamental del sujeto con la articulación significante...”[6]
Un análisis consiste en la experiencia de sujeción, de la determinación en Otro sitio. El analista sabe que cuando alguien habla dice más de lo que quiere decir y lo hace sin saberlo. Este saber forma parte de la “convicción en el inconsciente”[7] que se adquiere sólo en el análisis, que Freud proponía como condición necesaria para que alguien se convierta en analista.
Esto que se produce en un análisis ¿no debería marcar la enseñanza del psicoanálisis?
Hay un “fenómeno”[8] que invade los asuntos del saber y que se manifiesta también en la enseñanza del psicoanálisis.
Enrique Pezzoni
Enrique Pezzoni, en los ochenta recorría los pasillos preguntando a los estudiantes de Letras qué leían. Luego, escandalizado, decía que habían creado monstruos que leían a Batjín,[9] sin conocer a Dostoievski o Rabelais.
Pezzoni había captado esa tendencia a la “especialización” que en la comunidad analítica hoy se observa en la proliferación de ofertas de saber, post–grados, masters, etc. Hecho que nos llevan a afirmar que la enseñanza del psicoanálisis ha entrado en el mercado, en la economía de los bienes. Si esto es así: ¿será inocuo en la dirección de la cura? ¿Qué consecuencias produce?
El saber devenido conocimiento al entrar en la lógica de los bienes, por un lado se acumula, y por otro se lo exige novedoso, de ahí que se impulse la “especialización”: que se prefiera leer L’insu..., antes que el libro sobre el chiste o incluso “Función y campo...”.
La comunidad analítica asiste año tras año a una feria de novedosas vanidades: Sabemos que el tiempo de la interpretación ha quedado atrás, que se ha declarado que la función del padre se ha debilitado y es cosa del pasado, que estamos ante una epidemia de psicosis no declaradas, y que practicamos la clínica del borde o de los bordes, ante nuevas patologías.
¿Será mucho afirmar que la enseñanza del psicoanálisis se va perfilando cada vez más como una economía del bien?.
Para dar una dimensión cabal acerca de la noción de “bien”, Lacan introduce el paño de san Martín, aquel que en un gesto parte con su espada y comparte con el mendigo.
El paño se diferencia de toda producción natural en tanto es fabricado, requiere tiempo, entra en la moda, es novedad o está ya pasado de moda. El paño tiene su valor de uso, pero además entra en un circuito de intercambios, alrededor de él se organiza toda una dialéctica de rivalidad y reparto. Por tanto el bien del paño no está en su uso. Está a nivel del hecho de que un sujeto pueda disponer de él.
El dominio del bien es el nacimiento del poder.
“La verdadera naturaleza del bien se debe a que no es pura y simplemente bien natural, respuesta a una necesidad, sino poder posible, potencia de satisfacer”.
No agregamos mucho si decimos que esa potencia, potencia fálica, atribuida al proveedor del bien, vela la falta.
Para especificar ese punto, Lacan recurre al Ideal del yo. Afirma que “representa el poder de hacer el bien”. La I mayúscula que lo escribe en el grafo “designa la identificación con el significante de la omnipotencia”.
Si como sosteníamos, la enseñanza se desliza hacia ese sesgo ingresando en el mercado de los bienes, la única vía que queda allí habilitada es la identificación, y la lectura es reemplazada por la incorporación.
El recurso que parece validar esta práctica de enseñanza lo podríamos llamar “mascarada científica”; el discurso científico es aquel que por estructura no olvida; lo que en la acción de la práctica de enseñanza como mimesis científica lleva a desplazar la fórmula “él no lo sabía” que caracteriza al discurso inconsciente, y que también define el lugar del enseñante según Lacan: “no puede haber enseñante sino allí (en el sujeto tachado)” “... en el discurso de la histérica es el único punto donde justamente algo del enseñante se encuentra en la posición de dominio”[10]
Si la función del enseñante ($ tachado) es obturada por el Ideal, señalábamos que la vía privilegiada que queda habilitada es la de la identificación ( piedra de toque de todas las jerarquías institucionales, sean o no explícitas ). Pero además decíamos que por la misma estructura del fenómeno se imposibilita la lectura, aún cuando esa novedad teórica sea incorporada y repetida obedientemente.
Lacan señala un efecto de masa –esto es la imposibilidad de lectura-, el que se produjo al introducir el des-ser: “...me hubieran preguntado: ¿qué diablos es ese des-ser, qué quiere decir? Nada de nada, nada de nada, todo el mundo empezó a usarlo de inmediato como si en toda su vida no hubieran tenido nunca otra cosa en sus bolsillos. Eso abrió, cerró el des-ser, torció el des-ser, en fin ha habido en el des-ser del que todos hablaban de tantos filos como tiene esta pequeña navaja, ha habido una gran cantidad”.
Oscar Masotta
Freud, Lacan, introducen conceptos como modos de intervención respecto de cierta cuestión, de cierto impasse, delimitando un problema, acentuando una afirmación. La lectura de ese concepto, es lectura de esa forja, esa discusión, esa trama, esa interpelación. Porque esas son las condiciones de producción de lo que Masotta nombraba como objetos teóricos inquietantes, los conceptos psicoanalíticos.
Si la política del psicoanálisis es la política del síntoma, en tanto define el campo de lo analizable, ese saber –advertido por el enseñante- “es falta y hasta fracaso”.
Si esto no es así, estaríamos esperando que algún día se realice el mito hegeliano del saber absoluto. Pero los analistas no somos astutos ni cautos, es lo que nos enseña el análisis: “que la astucia está en la razón, porque el deseo está determinado por el juego significante, que el deseo es lo que surge de la marca del significante sobre el ser viviente”[11] .
¿Qué otra cosa podría enseñarnos el psicoanálisis?. 



[1] Este trabajo fue presentado el 13-12-2008 en la Jornada titulada “De la política y el síntoma en la práctica del psicoanálisis” en Cuestiones del Psicoanálisis.
[2] Jacques Lacan Seminario 5 de mayo de 1965.
[3] Jacques Lacan Seminario La ética del psicoanálisis.
[4] Ibíd. anterior
[5] Ibíd. nota 1
[6] Ibíd. nota 2 Pág. 265
[7] Sigmund Freud: “Análisis terminable e interminable”
[8] La palabra no es azarosa, véase Jacques Lacan Seminario RSI
[9] Annick Louis: “Enrique Pezzoni lector de Borges” p.18
[10] Jacques Lacan  Congreso de la escuela Freudiana de Paris (1970).
[11] Ibíd.. nota 1