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jueves, 24 de diciembre de 2015

Análisis con niños: un deseo que no sea anónimo. Rolando Ugena


      Avatares. Avatares de un tratamiento. Subrayar el un es un modo de homenajear, una vez más, a quien con  su deseo, para  nada anónimo, marcó  caminos impensados hasta entonces.
      Freud, claro. Él ya  lo escribió con todas las letras: en  psicoanálisis  se trata de tomar cada nuevo caso como un caso nuevo. Partir del desconocimiento, dirá años después Lacan; incluso  hacerse un poco el tonto, añadirá. Hacerse un  poco el tonto para que lo real nos sorprenda, nos sacuda.
      Avatares de  un  tratamiento, entonces, avatares  de  la transferencia, que  son  así  también  los  del  deseo. Y  el psicoanálisis con niños, en  modo  alguno  escapa  a ello.
      Remarcamos : " un  deseo que  no sea anónimo ". Frase  compacta incluso en  demasía, por las  certidumbres que parece anticipar, pero con peso  específico. Ella brota ustedes lo  recordarán,  en  " Dos notas sobre el niño " esa carta  ya  célebre , escrita por Lacan  en tercera  persona  y  dirigida  a  Jenny  Aubry , en  Octubre  de 1969.  Hoy nos situaremos en dicha carta , tratando  de ceñir su lógica, al menos en parte, y de  articularla con algunas cuestiones expresadas en  la Conferencia en Ginebra, del 4 de  Octubre  de 1975, sobre el síntoma que  a  esa  altura  de  la  obra  de  Lacan  era ya el sinthome.
      ¿ Hará falta aclarar, que las vías  de este  recorrido son las de una interpretación, para el caso la que aquí se esboza?.
      Quizás, sea  adecuado  comenzar  señalando que "Dos notas...", puede  considerarse  como uno de esos lugares  preferenciales en la obra de Lacan , para  tratar de  situar la  cuestión  de la práctica con niños .
      Formula entonces tres  posibles posiciones  del niño  en  respuesta  al deseo del Otro: como síntoma, como objeto del fantasma de la madre y como falo.
      En la  primera  de  ella, la del  niño  como síntoma  frente a la presencia del Otro, al enigma de su deseo, el síntoma  llega  tanto  como  respuesta, intento  de dar significación, así como un llamado al Otro, en tanto se ve enfrentado a la aparición de la  angustia despertada por el deseo del Otro.
      De tal modo será, por caso, en la fobia, (¿habrá que recordar a Juanito?), dónde ella, la fobia, se organiza para darle a la angustia un significante, lo que no es darle poco, más bien es darle lo necesario para que el temor le aporte el marco que hará que los perros ladren.
      Allí  el síntoma se  manifiesta  como  representante de la  verdad de  la pareja familiar , de  lo  que  por estructura es fallido en la pareja, de la no -proporción sexual entre  un  hombre y  una  mujer. Esta posición, aunque por el entramado de las identificaciones, no muestra fácilmente su articulaciones, es sin embargo la que más abierta se encuentra a la eventual intervención analítica.
      En el segundo de los casos, como objeto del fantasma de la madre, el niño está posicionado como correlato de ese fantasma. Aquí  el  síntoma  se presenta, de  forma  predominante, en  su vertiente real , siendo el ser del niño  el  que  está totalmente involucrado en  esa identificación con el objeto del fantasma, ocupando el lugar de a. Por estar directamente en  relación con la subjetividad de la madre, transparentando la verdad del goce, la posibilidad de la intervención del analista queda entonces reducida.
La tercera de las  posiciones, como falo de la  madre enfrentará a situaciones bien  diferentes, según sea la estructura del deseo materno, neurótica,  psicótica  o  perversa , por  cuanto  en  esa  identificación hay una  recuperación fálica en el fantasma, que " aliena en  él todo  acceso  posible de la  madre  a su propia verdad dándole cuerpo, existencia e incluso la exigencia de ser protegido ", (1) como nos lo  muestran  a menudo la  debilidad mental, el fenómeno psicosomático, otorgando máxima garantía de goce, ya sea  para "dar fe de la culpa, servir de fetiche o encarnar un rechazo primordial" (2).
En "Dos notas...", también aparecen referencias de importancia acerca de la familia. Sabemos que, tanto para  Freud y Lacan esta es irreductible como  transmisora de la función de Padre y Madre. En relación a ella , Lacan  marca  críticamente  los intentos  de deshacerlas , que en ese momento aparecían  por el lado de las  " utopías comunitarias " ( recordemos, el Mayo del 68 francés, la " revolución hippie " ).
La  familia  conyugal, es  presentada cumpliendo una función de residuo, que a un  mismo  tiempo sostiene y mantiene la posibilidad de la constitución  subjetiva a  partir de " un deseo que no sea anónimo ". En este punto hagamos mención a la Conferencia en Ginebra.
En  la misma  retoma,  entre  otros, algunos asuntos relacionados  con  el  deseo , que  hoy resulta interesante remarcar. Es así  que dice : " Hay  gente que vive bajo  el efecto , que durará largo tiempo  en sus vidas... de  que uno de los  dos padres - no preciso cual de ellos - no lo deseó". Y concluye: " Este  es  verdaderamente el texto de nuestra experiencia cotidiana".(3)
Éste recorte,  por  supuesto tan  arbitrario  como  cualquiera, intenta destacar de modo importante  el peso   del   deseo en la constitución  subjetiva. Es que lo que está en juego es, la determinación del sujeto  por  el  deseo de  los padres, lo  que  sólo  será  por efecto del significante. Así, la ex-istencia de un sujeto resulta " litigada inocente o  culpable ,  antes de que venga al mundo, y el hilo tenue de su  verdad no  puede  dejar de coser ya un tejido de mentiras ". (4)
Es que tanto la función paterna como la  materna para  ser  tales no  pueden ser anónimas ;  hace falta que el deseo, podríamos decir , tenga  nombre  y apellido . La  función materna, evocando una falta, forma de  dar cuenta de la castración; la  función paterna, ejerciendo una mediación  entre  el  Ideal  del yo y  el deseo materno vectorizando con su  nombre la " encarnación de  la Ley en el deseo".
El  hecho   mismo  de  que  hablemos   de   funciones ( paterna, materna ) muestran el peso de lo familiar, al menos en lo que a las tres generaciones respecta. ¿ Por qué ? . En  de " Un Otro al otro " Lacan plantea  que la biografía de un niño está determinada por " el  modo  en el cual se  han  presentado lo que nosotros llamamos  deseos, en el padre,en la madre, - agregaremos, también en  los abuelos - , y que por consiguiente nos  incitan a  explorar  no solo en  la historia  sino  el  modo de  presencia   bajo   el   cual  cada  uno   de estos tres términos :saber, goce  y  objeto a  han sido  ofrecidos efectivamente al sujeto ".(5)
El  peso  de  lo familiar se  advierte con  toda  su fortaleza en la clínica; la  situación  de dependencia  efectiva del niño con  respecto a los padres, hace que pueda resultar nefasto el  ignorar este elemento en el dispositivo  analítico  con  lo cual no hacemos más que recordar que el concepto que  el analista tenga , tanto  de  los  fundamentos   teóricos  de  su práctica, como de la  ética que  es su cimiento  derivarán  en efectos en cuanto a la dirección  de la cura, y a sus avatares.
Los  padres son quienes consultan  por  el niño,  lo llevan a la sesión, pagan el  tratamiento, con lo  que su presencia en el análisis está lejos de ser un  hecho accidental  o  fenoménico;  es  un  elemento   de   la estructura y , por lo tanto,  imposible de  desconocer.
Frente al discurso  de los padres, ¿ qué   priorizar en la  escucha  sino  es   aquello  que   encuentra sus coordenadas en la estructura edípica y la castración ?. Si  es  ésta  nuestra  actitud,  dando lugar a que  el deseo se  diga, tendremos la posibilidad  de  encontrar  en  nuestra experiencia,  toda  la  gama de demandas de la que el neurótico es capaz.
A partir  de  la  enseñanza de Lacan, la transferencia tiene su pivote en  el Sujeto supuesto Saber. Éste, surge como  consecuencia  directa  del dispositivo  analítico, el que al  colocar al analista en posición de oyente, de interprete, genera en el analizante una ficción, que lo conduce a  imaginar que la verdad sobre el origen de su padecimiento, existe  ya como un saber que es detentado por el OTRO, a  quien  también  supone deseante.
Esto hace , que  para  que  la   operación  analítica  pueda  producirse ,  sea imprescindible que el analista caiga del lugar de idealización en el cual el sujeto tiende a situarlo posicionándose  como semblante del objeto  y  no  como sujeto.
Esa será la  paradoja  crucial, a la que  el analista se enfrentará: prescindir de usar el poder, proveniente  de lo imaginario, que le es otorgado  por el  neurótico especialmente si  no perdemos  de vista que, al  menos en este  terreno, lo  que el sujeto peticiona son  amos líderes , ideales. Por  eso  la  frecuencia  con que se  tiende  a  situar  al analista en el lugar del educador del pedagogo , del  confesor, es  decir  de aquél  que  estaría  para  conducir  hacia  soluciones  adaptativas encaminadas  a  satisfacer  sin  cuestionamientos  la demanda  de  la  escuela, la sociedad.
Esto  nos  introduce  en  la cuestión de la ética del psicoanálisis, ética que subtiende un deseo y se funda en un discurso, el del analista, que aspira a bien-decir y  a  no  ceder en el  deseo, a diferencia de ese otro discurso, el  del amo , cuya ambición es la  de que todo  funcione .
El analista, tiene una responsabilidad  por cumplir: llevar  a cabo  un  análisis  y  hacerlo  sin  aportar  sus propios fantasmas, lo que implica que en el análisis con niños , entonces  la  respuesta a la demanda de los padres , respuesta que será  en transferencia, no   va a ser  dada   desde el  lugar del Ideal sino desde el lugar  del  objeto  causa  del  deseo, con  lo que una historia deseante tendrá la  chance de  desplegarse  tanto  por parte del niño como de sus padres.
Para eso será  preciso  que allí , el  analista no se rehuse al encuentro con  el  deseo, sea cual fuere, aún el más brutal.
Sabemos que para que un síntoma  demande un Otro, una escucha  es  necesario  que  algo  haya  vacilado en el fantasma del sujeto que consulta. Desde esta pespectiva pensamos que el síntoma en el niño , estará en relación a que algo vaciló  en  el  fantasma que hizo a la unión de los padres. " Ello"  demandará  al  analista  a que restituya la fractura narcisistica  producida por dicha vacilación ; éste llamado  al  Otro  se  podrá escuchar en el enunciado mismo de su discurso.
Por último, si en el análisis se  trata , más que  de personas reales, de significantes; si lo  que está  en  juego  sobre  todo  son  las   funciones,  paterna materna, en las cuales un  sujeto  se  soporta  para constituirse como tal, esto  en nada nos autoriza  para  olvidar, que el padre y la madre de  carne y  hueso que  están  allí, consultando por  el niño , son  los padres  que  él tiene, cumplan o  no con las funciones de tales lo  hayan deseado más o menos. 


Rolando Ugena, abril de 1994 (*)
                              
 
NOTAS
(1) LACAN JACQUES "Dos notas sobre el niño", INTERVENCIONES Y TEXTOS, Pag. 56, Ed.
                   Manatial, 1988.
(2) Idem.
(3) LACAN JACQUES "Conferencia en Ginebra", INTERVENCIONES Y TEXTOS, Pag.124, Ed.
                   Manantial, 1988.
(4) LACAN JACQUES "Observaciones sobre el informe de Lagache...", ESCRITOS II, Pag. 275, Siglo XXI, 1980.
(5) LACAN JACQUES  "De un otro al Otro".


(*) Presentado en la SEGUNDA JORNADA DE  SUPERVISORES DEL COLEGIO DE PSICÓLOGOS DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES, Distrito XIV, 16 DE ABRIL DE 1994


martes, 18 de agosto de 2015

Mentiras verdaderas. Montaje, puesta en escena, dirección. Rolando Ugena



             En “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad” (1908), Freud ubica junto a las fantasías delirantes de los paranoicos y las extrañas escenificaciones de la perversión, otras creaciones regularmente presentes en la neurosis. Dichas producciones, muchas veces con alto valor erótico, cultivadas con dedicación y casi siempre con vergüenza, “como si pertenecieran al más íntimo patrimonio de la personalidad”, son sin embargo fácilmente reconocibles incluso por la calle, puesto que quien va enfrascado en ellas, “se sonríe de manera repentina, como ausente; conversa consigo mismo o apresura su andar hasta correr casi, con lo cual marca el punto culminante de la situación ensoñada”.


          Sobre esas fantasías, de las cuáles parece lícito preguntarse de qué singular privacidad se trata, ya que por más que se las quiera mantener en el ámbito de lo privado, son detectables “por la calle”, Freud formula que las hay tanto inconcientes como concientes, siendo posible, en circunstancias propicias, capturar alguna de ellas con la conciencia, y agrega: “Una de mis pacientes, me refirió que cierta vez se encontró llorando por la calle y, meditando enseguida sobre el motivo, apresó la fantasía de que había entablado una relación tierna con un virtuoso pianista notorio en la ciudad (aunque no lo conocía personalmente), quien le había dado un hijo (ella no los tenía) y luego la abandonó a su suerte, dejándolos en la miseria a ella y al niño. En este pasaje de la novela le acudieron las lágrimas”.(1)

          La puntualización freudiana del relato de esa triste heroína como una novela, es una precisión tan deliciosa como interesante. Remite claro está, a “La novela familiar de los neuróticos”, sobre la cual se hallaba trabajando en ese entonces, y también, visiblemente a “El creador literario y su fantaseo”, con la diferencia que en lugar de escenificar alguna condición heroica propia de un personaje de Hollywood, lo que se representa son las borrascosas cumbres del malestar. Como le escribiría 30 años después a Romaind Rolland, “too good to be true”, demasiado bueno para ser verdad.(2)

          Nos encontramos obviamente, en el escenario de los sueños diurnos, del “teatro privado” de la señorita Anna O., aquella que en el primero de los historiales clínicos de “Estudios sobre la histeria(3), es presentada como una muchacha de desbordante actividad imaginativa que llevaba sin embargo “una vida en extremo monótona”, a la cual trataba de embellecer hilvanando sistemáticamente su soñar diurno y “mientras todos la creían presente, revivía en su espíritu unos cuentos: si la llamaban, estaba siempre alerta, de suerte que nadie sospechaba aquello”, incluso mientras cumplía intachablemente con los quehaceres hogareños. Pesadez afín a la que se esconde en gran número de actividades, que muchos “son capaces de realizar con espíritu a medias presente; en particular hombres que, por su gran vivacidad, se sienten martirizados en ocupaciones monótonas, simples, carentes de atractivos, y al comienzo se crean de una manera bien deliberada el entretenimiento de pensar en otra cosa”.

          Ese divertimento, esa farra, muestra palmaria de la división, ¿en qué guión apuntarlo sino en el de la función de consolación del fantasma?

          Ahora bien, ¿cómo entender esos libretos que ya como tragedia, ya como comedia se imponen, se cuelan?(4) ¿Se trata del fantasma o de la ficción? ¿Fantasma y ficción son lo mismo, se ubican en el mismo lugar, tienen la misma función respecto del deseo?

          Si bien puede considerarse al fantasma como sueño diurno, la práctica analítica muestra que su dimensión es variada y más amplia, y que en la pequeña historieta o drama que es representada cada vez, obedeciendo a las leyes de la lengua, se plantean cuestiones respecto del tiempo y de los lugares del sujeto, del objeto y del Otro.  

          Un lugar fijo, invariable, con una temporalidad carente de inscripción, comandada por la monótona estática del fantasma, (5) al mejor estilo de las tormentosas vicisitudes de las víctimas sadeanas, y propia de “la relación del sujeto con el significante”, como lo muestra la fórmula $<>a, escritura que propone al fantasma no como frase, sino como la relación del sujeto con un objeto, sin duda, especial.

        Allí, desconociendo de qué manera el fantasma sustenta la totalidad de su mundo, y torna más o menos atractiva su realidad, el sujeto se consagra a los quehaceres del yo y a las ilusiones neuróticas. No apareciendo como falso sino como núcleo de la existencia, empuja a actuar en una escena, en la cual como señala Lacan en “La dirección de la cura...”(6), él es el tramoyista, o incluso el director de escena; donde el semejante está implicado (porque la puesta en escena reclama espectadores), pero en la que el sujeto, en cierto modo, se posiciona en todos los lugares, encontrándose a un mismo tiempo como actor y como espectador, como ojo que mira, y como mirada que goza de la escena.

     
   Se exhibe así el papel doble que el fantasma cumple respecto del deseo: sostenerlo, procurarle sus objetos, pero también hacer de telón, pantalla que vela el encuentro con lo real. Con los términos de Lacan del Seminario XI, “El plano del fantasma funciona en relación con lo real. Lo real da soporte al fantasma, el fantasma protege a lo real(7), real que, señala luego, “va del trauma al fantasma – en tanto el fantasma nunca es sino la pantalla que disimula algo totalmente primero, determinante en la función de la  repetición - ”(8).

          Es que si bien lo sostiene y alimenta con sus objetos, no es lo que lo mantiene; de no mediar la castración, con la morriña por el objeto y el goce perdidos que implica, no habrá fantasma  y el deseo será pulsión.

        Respecto de la ficción, si bien en psicoanálisis nos ocupamos de la dimensión ficticia, ésta, como tal, no es algo que nos sea enteramente propio y pertenece, más bien al campo del mito, la leyenda y la novela.

       Es una invención, una mentira verdadera; quien la enuncia, no ignora la irrealidad de su ficción, pero desea que sea verdad para aquél a quien se dirige.

         Además, siendo propia de un sujeto, también puede serlo de un grupo, porque las ficciones, a diferencia del fantasma, pueden compartirse, enlazándose con los fantasmas individuales.

       Pueden también variar siempre que sea necesario, para mostrar esa verdad que solo logra aparecer como novela, escena, película. De algún modo, la ficción viene sola, y el analista se confrontará con ella inevitablemente. Porque la ficción está al servicio del fantasma(9) y cualquier acontecimiento, por aciago que resulte, será susceptible de una reconstrucción, alrededor de la cual habitarán un fantasma y una posición subjetiva.

          Construcción que no es sin consecuencias para la posición del analista en la transferencia, si más que transitar la vía de descubrir LA VERDAD, lo pone en la senda de reconducir un error que no es sino  producto del engaño del deseo. Con la dificultad de que no se trata de poner en contradicción la ficción con lo que sería la verdad, porque esta está en la mentira, y con ella tendremos que trabajar.

       Fantasma y ficción nos llevan así, de la mano, a la dimensión ética del psicoanálisis.  

     Invertir la ficción para descubrir el fantasma,(10) es un acto que está a cargo del analista. Su posición ética le impide afirmar que la ficción es falsa. Es verdadera. Pero a pesar de serlo, su posición lo llevará a no creérsela. 




[1] S. Freud, “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”, Obras Completas, Amorrortu, Tomo 9.

[2] S. Freud, “Carta a Romain Rolland (Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis)”, Amorrortu, Tomo 22.

[3] S. Freud, “Estudios sobre la histeria”, Amorrortu, Tomo 2

[4] La expresión es de J. Breuer, quien firma la Parte Teórica, de los “Estudios sobre la histeria”.

[5] J. Lacan, “Kant con Sade, Escritos.

[6] J. Lacan, “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos.

[7] J. Lacan, “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, seminario del 29-1-1964, Ed. Paidós

[8] Idem, seminario del 12-2-1964

[9] La expresión es de Gérard Pommier, Transferencia y estructuras clínicas, seminario del 6-9-1991


[10] Idem, seminario del 8-11-1991

lunes, 15 de junio de 2015

Frase, lógica del fantasma. Juan Pawlow



Si afirmo: "el fantasma es una frase" o "el fantasma no tiene ningún otro papel que aquel de un axioma", no escucharán en ello ninguna novedad. Sin embargo me voy a permitir interrogar lo obvio. (*)



Axioma (1)



En su acepción más clásica el axioma equivale al principio, que por su dignidad misma, es decir, por ocupar un cierto lugar en un sistema de proposiciones, debe ser estimado como verdadero. Para Aristóteles los axiomas son principios evidentes que cons­tituyen el fundamento de toda ciencia. Son principios irreducti­bles a los cuales se reducen las demás proposiciones. Las características distintivas de esta noción clásica son la indemostrabilidad y la evidencia. La metalógica y la matemática en cambio van a destacar su formalidad que lleva incluso a algunas orientaciones a eludir adscribir a ningún axioma el predicado "es verdadero". Consideremos por lo menos que esta formalización del axioma lleva a considerarlos, junto a los teoremas, elementos de todo sistema deductivo.

Hay entonces a grandes rasgos, dos orientaciones respecto a la concepción del axioma, una destaca la intuitividad y la autoevidencia, la otra su formalidad. Esto para nosotros puede ser importante si tenemos en cuenta que el estatuto del sujeto depende de la fun­ción de escritura -esto es de su formalización- y no de su intuición.

Los psicoanalistas tenemos a veces una actitud de respeto que roza la reverencia o la fascinación respecto de conceptos que provienen de la matemática, la lógica, la topología, como si atribuyéramos aquella dignidad que otorgaba la acepción clásica del axioma, a estos conceptos. Esta reverencia por suerte no la tene­mos con nociones provenientes de otros campos como la de "sig­nificante" por ejemplo. A ningún analista que prosiga la enseñan­za de Lacan se le ocurriría tratar al significante tal como opera en la lingüística.

Si tomamos en serio la modalidad de trabajo de Lacan, un concepto como el de axioma pierde su "dignidad" porque lo ubi­camos haciendo serie con otros conceptos, y por lo tanto se trans­forma por la propia inclusión en el campo psicoanalítico.



Frase



En lógica habitualmente se utiliza el anglicismo "sentencia" para lo que algunos prefieren llamar "oración" o "frase".

"Hegel es un filósofo alemán" es una sentencia, y también V16= 4 es una sentencia. Las sentencias se simbolizan en lógica por letras, conocidas como "letras sentencíales". La combinación de letras sentenciales con conectivas, da lugar a los llamados "esquemas sentencíales". La formalización de la lógica sentencial da lugar al cálculo sentencial.

La formula del fantasma, en tanto letras combinadas por una conectiva muy particular llamada losange, tiene una estructura homeomórfica con cualquier esquema sentencial. Ahora bien, en psicoanálisis hablamos de cálculo, de letras, de axiomas, el punto a considerar es si "el truco analítico" (2)  se habrá vuelto matemáti­co, a pesar de la afirmación y el pronóstico de Lacan.



Un niño es pegado (o en un castellano tal vez más ajustado: "un niño es castigado")



Lacan dice que para ser estrictos la frase alemana: "Ein Kind wird geschlagen" no se traduce "se pega a un niño" sino: "un niño es pegado". ¿Para ser estrictos respecto a qué? A la estructura gra­matical de la frase.

En esta precisión que realiza Lacan lo que se juega es la distancia que va de una frase pasiva a una activa. "Se pega a un niño" es una oración activa con sujeto indeterminado (se) con el verbo en tercera persona en singular (pega) y un complemento acusati­vo de persona con la preposición a (a un niño).

El latín tenía una conjugación especial, distinta de la activa para expresar que el sujeto gramatical del verbo no es agente o productor de la acción sino que es objeto de la acción que otro reali­za. La conjugación pasiva se pierde en romance, y para expresarla se forma una pasiva por perífrasis. La perífrasis consiste en el em­pleo de un verbo auxiliar conjugado, seguido del infinitivo, el ge­rundio o el participio. Este uso de las perífrasis se denominan "con­jugaciones perifrásticas", o también "frases verbales". Se considera a la pasiva como una frase verbal más, que utiliza ser + participio.(3)

"Un niño es pegado" siguiendo la tradición de la gramática la­tina es una pasiva de segunda porque no está presente el agente, el productor de la acción.

Si seguimos a Lacan en la traducción: "un niño es pegado", y no: "se pega a un niño", no obtendremos diferencias respecto de quien realiza la acción, en ambas frases no sabemos quien la produjo; lo que se modifica es el sujeto gramatical de la oración.

"Un niño es pegado" es una frase que tiene una forma gramatical muy simple: artículo + sustantivo + verbo + participio. Una frase como ésta podrá escucharse muchas veces en un análisis, el asunto entonces es: ¿hay algo que la distinga de otras? (4)



Síntoma y fantasma



En los primeros años de la década de los ochenta se estableció una diferenciación dicotómica entre síntoma y fantasma que aparte de hacer escuela, hizo ejército o iglesia, como quieran. Creo que pasó a formar parte de un cierto fondo común en la comunidad analítica, -sobre todo en quienes nos estábamos comenzando a formar en aquellos años, y en los que nos siguieron-. For­mó parte del "sentido común" -si me permiten llamarlo así- de las ideas que manejamos en psicoanálisis; el poder hipnótico que po­seen sólo lo disipa su lectura.

Ahora bien, la diferencia en cuestión, en rigor, la podemos en­contrar en Lacan:

"...el fantasma permanece a una distancia singular de todo lo que se debate, lo que se discute en nuestros análisis, en tanto que se trata de traducir la verdad de los síntomas. Parece que está ahí como una suerte de muleta, de cuerpo extraño..." (5)

Lacan insiste en que el fantasma se resiste a la reducción que implica querer insertarlo en el discurso del inconciente, "si juega un papel aparte es porque tiene significación de verdad". Al mo­do de una proposición que afectamos con una connotación de verdad, que pasará a llamarse axioma de la teoría.

Al extremar esta diferencia se hizo, decíamos, iglesia. Se hace iglesia en el punto en que una cuestión espinosa para la teoría y la experiencia psicoanalítica, se aplana de tal manera que se pier­den sus relieves. Por ejemplo: ¿hay que considerar aristotélica­mente al axioma como fundamento o como la escritura de un lí­mite? Y respecto de la experiencia del análisis, dada aquella dis­tinción cabe la pregunta: ¿la clínica del fantasma es autónoma res­pecto del síntoma, o conlleva el tratamiento del mismo?

La presentación sintomática, el trabajo de reducción que implica la interpretación, la insistencia repetitiva del resto que no se liga y que reclama interpretación, ¿no van delimitando los derro­teros que recorren la experiencia de un análisis o son simplemen­te distractivos respecto de la tarea primordial que sería la cons­trucción del fantasma?

"El fantasma no tiene ningún otro papel que aquel de un axio­ma, cosa que es necesario tomar tan literalmente como sea posible, intentando definir las leyes de transformación que le asegurarán en la deducción de los enunciados del discurso del inconcien­te, el lugar de un axioma" (6).

Según Lacan entonces, hay que tomar al fantasma como axio­ma "tan literalmente como sea posible", cosa que nos alerta sobre la imposibilidad de la empresa. Sin embargo si la intentamos, tendríamos que precisar qué operación realiza esta articulación entre el discurso del inconciente y el axioma que es la frase del fantasma.

Un modo de entender el término deducción es como proceso discursivo que pasa de lo general a lo particular, otra manera nos dice que es una operación discursiva en la cual se procede nece­sariamente de unas proposiciones a otras. Lo interesante es que los lógicos, cuando destacan la necesidad del proceso deductivo, descartan cualquier necesidad ontológica, cualquier idea de fun­damento, para sostener que se trata de una necesidad lógica.

Cuando hablamos de discurso del inconciente hablamos de síntomas, de sueños, de actos fallidos, si de ese discurso se puede deducir algo que podríamos llamar axioma, es porque la expe­riencia del inconciente que un análisis produce, afecta, en ese pa­so de una proposición a otra, de un enunciado a otro, la posición misma del sujeto respecto al objeto que lo produce (la angustia aquí es la que muestra el camino). La lógica misma de esa expe­riencia Freud la definió tempranamente como una experiencia de quita “per via di levare" (7) ; sigue siendo ésta una buena imagen de cómo se ciñe algo que se presenta como un núcleo duro.

Si con esto intentamos discutir esa idea que en su momento promovía "abandonar el síntoma por el fantasma" que incluso lle­vó a hablar del inconciente freudiano como de un "viejo incon­ciente” no es para diluir la diferencia en juego sino para cuestio­nar su carácter reduccionista. En efecto, si la frase del fantasma la tomamos, "tan literalmente como sea posible", como un axioma, si ubicamos allí una significación cerrada, "una estática del fantas­ma", eso hará límite a un despliegue incesante de lo simbólico. Pe­ro si se llegó a ese momento del análisis en que la experiencia lle­vó a ese límite, de pase, de conclusión, momento en que adquie­re relevancia una frase, ya allí despojo del significante, el trabajo que se hizo con el discurso del inconciente, con su retórica, no es contingente, pensamos que es estrictamente necesario para que la "deducción" del "axioma" sea realizable. Sólo por dicha experien­cia una frase que en su estructura no se diferencia de muchas otras, podrá haber devenido al lugar del "axioma".



Notas Bibliográficas
1. El desarrollo de los términos tomados de la lógica se toman de distintos artículos del Diccionario de Filosofía de J. Ferrater Mora (Ariel), o de Introducción a la lógica de I. Copi.

2 Ver Jacques Lacan Aún,  8 de mayo de 1973 (Paidós).

3 Ver Curso superior de sintaxis española de S. Gili Gaya. (Vox)

4.Seguimos aquí –y en otros lugares-  la lectura de "El fantasma en el análisis" de Juan B. Ritvo. Redes de la letra 8

5. J. Lacan: Sem. “Lógica del fantasma”, 21-6-67. Inédito.

6. J. Lacan: Sem. Lógica del fantasma 21-6-67.

7. S. Freud “Sobre psicoterapia” 1905. (Amorrortu).


(*) Trabajo publicado en Bahn 1, Revista de Cuestiones del Psicoanálisis,

domingo, 7 de junio de 2015

Sobre “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico”, de Freud. Rolando Ugena.



          “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico”, es el título de un texto freudiano sumamente rico en sus derivaciones. Por un lado, por los numerosos interrogantes que plantea;  también, porque convoca uno de los asuntos centrales de la clínica psicoanalítica: ¿qué es triunfo, qué es fracaso? Y además, porque sugiere que en el trabajo de mantener la distancia entre deseo y goce, entre lo deseable y lo obtenible, permite advertir que el anhelo no es el deseo y el objeto de éste no es el que lo causa.
S. Freud

          Seguramente conviene reparar en que se trata de un escrito de 1916, posterior a “Sobre una introducción del narcisismo” y anterior a la publicación de “Más allá del principio del placer”. En él, Freud señala de entrada y  no sin sorpresa, que el tratamiento de la neurosis lo ha forzado en dirección al carácter; pero, y esto quizás es más interesante aún, lo aborda con un modo diferencial respecto de ciertas concepciones unitarias y unívocas, y lo plantea como “rasgo” de carácter, anticipando así la problemática del carácter abrochada a la identificación, que habría de trabajar años después en “El yo y el ello”.

          Por la vía del medio-decir del arte, que no lo dice todo, que insinúa y permite pasar goce a lo inconsciente, se va acercando al asunto que le interesa y distingue entonces: las excepciones, los que fracasan al triunfar y los que delinquen por conciencia de culpa, tema este, el de la culpa, que atraviesa el texto.

          Para introducir la cuestión de los que tienen esa pretensión de excepcionalidad a partir de haber sido víctimas de una grave injusticia, se remite a la figura de Ricardo III, de W. Shakespeare, y lo hace recortando del monólogo introductorio de Glocester (Gloster), quien después será coronado rey, lo siguiente:
Ricardo III

“Mas yo, que no estoy hecho para traviesos deportes

ni para cortejar a un amoroso espejo;

yo, que con mí burda estampa carezco de amable majestad

para pavonearme ante una ninfa licenciosa;

yo, cercenado de esa bella proporción,

arteramente despojado de encantos por la Naturaleza,

deforme, inacabado, enviado antes de tiempo

al mundo que respira; a medias terminado,

y tan renqueante y falto de donaire

que los perros me ladran cuando me paro ante ellos…

Y pues que no puedo actuar corno un amante

frente a estos tiempos de palabras corteses,

estoy resuelto a actuar como un villano

y odiar los frívolos placeres de esta época”.[1]

          Para Freud, Ricardo III es una estampa magnífica de la insaciable búsqueda de resarcimiento por tempranas injurias al narcisismo, que funcionan como fuente de rebeldía, encono, odio y reproche que coronan la envidia fálica. Su “lectura” sobre el párrafo anterior es, entonces, “La naturaleza ha cometido conmigo una grave injusticia negándome la bella figura que hace a los hombres ser amados. La vida me debe un resarcimiento, que yo me tomaré. Tengo derecho a ser una excepción, a pasar por encima de los reparos que detienen a otros. Y aun me es lícito ejercer la injusticia, pues conmigo se la ha cometido”.  

Sobre los que fracasan cuando triunfan, Freud nuevamente menciona su sorpresa respecto de esas satisfacciones de las que infaltablemente se sigue un perjuicio”, y presenta algunos casos de quienes “enferman precisamente cuando se les cumple un deseo hondamente arraigado y por mucho tiempo perseguido. Parece como si no pudieran soportar su dicha, pues el vínculo causal entre la contracción de la enfermedad y el éxito no puede ponerse en duda. Tuve oportunidad de tomar conocimiento del destino de una mujer, que quiero describir a modo de paradigma de esos vuelcos trágicos[2]

          Así, con la frescura y el rigor acostumbrado de su letra, pone a trabajar casos propios, otra creación de Shakespeare, Macbeth y una obra de Ibsen, Rosmersholm.
W. Shakespeare

          Comienza presentando a una mujer “de buena cuna y bien criada”, que “no pudo de muchacha, aún muy joven, poner freno a su gana de vivir; escapó de la casa paterna y rodó por el mundo de aventura en aventura, hasta que conoció a un artista que supo apreciar su encanto femenino, pero también atinó a vislumbrar que había en la descarriada una disposición más fina. La recogió en su casa y ganó en ella una fiel compañera, a quien sólo parecía faltarle la rehabilitación social para alcanzar la dicha plena. Tras una convivencia de años, él impuso a su familia que la aceptase y estaba dispuesto a hacerla su mujer ante la ley”. En ese momento, dice Freud, “empezó ella a denegarse. Descuidó la casa cuya ama legítima estaba destinada a ser ahora, se juzgó perseguida por los parientes que querían incorporarla a la familia, por celos absurdos bloqueó al hombre todo trato social, lo estorbó en su trabajo artístico y pronto contrajo una incurable enfermedad anímica”[3].

          Es decir que, cuando la escena normalizante construida con su plena colaboración había logrado inducir la demanda del Otro, la que daría por exitosa la rehabilitación social que parecía faltarle para alcanzar la dicha, aparece la Versagung[4]. Es en esa precisa coyuntura, que sucede el rehusamiento de un yo que adoptando un sesgo separativo, defiende el lugar del $ por medio de la alienación, articulándolo con el no-yo.

          Versagung subsidiaria del “te demando que rechaces lo que te ofrezco…porque no es eso”, según el aforismo acuñado por Lacan en “O peor…”[5]; suerte de tejemaneje de la pulsión de muerte, capaz de sustraer al $ de la demanda del Otro disfrazada con la recompensa del éxito “legal”.  

          Despunta así el desencuentro en lo real de una demanda instituyente, “te pido que seas mi mujer”, que desencadena el estallido de la celotipia y que permite denunciar que los que fracasan cuando triunfan son los que triunfan cuando fracasan.

       
   Acto seguido Freud pasa a examinar a Lady Macbeth, la trágica heroína de Shakespeare, “que se derrumba tras alcanzar el éxito, después que bregó por el con pertinaz energía… Antes, ninguna vacilación y ningún indicio en ella de lucha interior, ninguna otra aspiración que disipar los reparos de su ambicioso pero sentimental marido. A su designio de muerte quiere sacrificar incluso su feminidad, sin atender al papel decisivo que habrá de caberle a esa feminidad después, cuando sea preciso asegurar esa meta de su ambición alcanzada por el crimen…Ahora, cuando se ha convertido en reina por el asesinato de Duncan, se anuncia fugazmente en ella algo como una desilusión, como un hastío.

«Nada se gana, al contrario, todo se pierde,

cuando nuestro deseo se cumple sin contento:

vale más ser aquello que hemos destruido,

que por la destrucción vivir en dudosa alegría».

(Acto III, escena 2.)

          Freud, que parece mostrarse algo errante respecto de Lady Macbeth, (“no sabemos el porqué” se ha transformado así, dice) se pregunta: “¿Qué fue lo que destruyó ese carácter que parecía forjado del metal más duro? ¿Fue sólo la desilusión, la otra cara de la hazaña cumplida? ¿Acaso debemos inferir que también en Lady Macbeth una vida anímica en su origen dulce y de femenina blandura se fue empinando hasta alcanzar una concentración y una tensión extrema que no podían ser duraderas, o tenemos que salir en busca de indicios que nos hagan comprender humanamente ese derrumbe por una motivación más profunda? Considero imposible acertar aquí con una decisión”, se contesta. Y más adelante vuelve a interrogarse: ¿cuáles pueden ser los motivos, que en un lapso tan breve [una semana] hacen de un ambicioso pusilánime una fiera desenfrenada y de la instigadora de temple de acero una enferma contrita por el arrepentimiento? He aquí algo que a mi juicio no puede averiguarse. Creo que no tenemos más remedio que renunciar a ello en esa triple oscuridad en que se han condensado la mala conservación del texto, la ignorada intención de su creador y el sentido secreto de la saga.”

          Para Freud, el problema de Macbeth es casi insoluble, tanto que escribe: “Si en la figura de Lady Macbeth no hemos podido averiguar por qué ella, tras el triunfo, se derrumba en la enfermedad, quizá nos resulte más promisoria la creación de otro gran dramaturgo que gusta aplicarse con rigor insospechado a la tarea del examen psicológico”. Y examina entonces la obra de Ibsen, en la cual el desencuentro en lo real se muestra de manera ostensible en Rebeca West, la dramática protagonista.
Ibsen

          Sobre ella señala que cuando llega a Rosmersholm, donde moran el pastor Rosmer y su esposa Beata, se encuentra con  un “lugar en el cual no se conoce la risa y la alegría fue sacrificada al cumplimiento del deber”. En ese ámbito, comienza a tejerse la trama de la obra. Rebeca, “dominada por «una pasión salvaje e indomable» hacia ese hombre de noble cuna”, decide “quitar de en medio a la mujer que le estorba el camino”. Como al descuido,  “deja en sus manos un libro donde se indica que el fin del matrimonio es concebir hijos” (Beata no puede tenerlos), le deja entrever que él está a punto de abandonar la fe que comparten y por último le hace entender que ella, Rebeca, “pronto abandonará la casa para ocultar las consecuencias de un comercio carnal prohibido con Rosmer”. Ese plan criminal triunfa: Beata se suicida.

          Durante un largo tiempo viven Rebeca y Rosmer en una relación de amistad, pero cuando el amo le pide que sea su mujer, en contra de lo esperado Rebeca se niega y le dice que si la asedia “seguirá el camino de Beata”. Rosmer no comprende ese rechazo; pero, dice Freud, es todavía más incomprensible para nosotros, que sabemos más de las obras y propósitos de Rebeca. De lo único que no podemos dudar, agrega, es de que “su ´no´ debe tomarse en serio”.

          Reflexionando sobre ello señala: ¿Cómo es posible que la aventurera de la voluntad osada, nacida libre, que se abre paso sin miramiento alguno para la realización de sus deseos, no quiera asir al vuelo el fruto del triunfo que ahora se le ofrece? Ella misma nos lo esclarece en el cuarto acto: «Ahí está justamente lo terrible: ahora que toda la dicha del mundo me es ofrecida a manos llenas, he cambiado, de manera que mi propio pasado me bloquea el camino hacia la felicidad». 0 sea, ella ha cambiado en el ínterin, su conciencia moral se ha despertado, ha cobrado una conciencia de culpa que le deniega el goce”. Esa conciencia de culpa que se ha despertado y que le deniega lleva a Rebeca a confesar su crimen.

          “En el diálogo que pone fin a la pieza, Rosmer le pide otra vez que sea su mujer. El le perdona el crimen que cometió por amor a él. Y hete aquí que ella no responde lo que debería -que ningún perdón podría quitarle el sentimiento de culpa que le valió su alevoso engaño a la pobre Beata-, sino que carga sobre sí otro reproche que por fuerza nos suena extraño en la librepensadora, y en modo alguno merece la importancia que le atribuye Rebeca: «¡Ah!, amigo mío, no vuelvas sobre eso! ¡Es algo imposible! Pues has de saber, Rosmer, que yo tengo ... un pasado».

Pasado marcado por el incesto, el hombre que fue su tutor al morir su madre, y del que fue amante, era su padre. Ella no lo sabía...

Pero, agrega Freud,  “Si reconstruimos su pasado -que el dramaturgo apenas insinúa- con detalle y completándolo, diremos que ella no pudo dejar de tener alguna vislumbre de la relación íntima entre su madre y el doctor West. Por fuerza ha de haberle causado una gran impresión el convertirse en la sucesora de la madre junto a ese hombre; ella estaba bajo el imperio del complejo de Edipo, aunque no supiera que esta fantasía universal se había realizado en su caso. Cuando llegó a Rosmersholm, el yugo interior de aquella primera vivencia la empujó a crear, mediante una acción violenta, la misma situación que la primera vez se había realizado sin su cooperación: eliminar a la mujer y madre para ocupar su lugar junto al hombre y padre. Ella pinta con una vivacidad convincente el modo en que se vio compelida, contra su voluntad, a obrar paso a paso para eliminar a Beata”

Desde luego, ella quiere aludir a que ha mantenido relaciones sexuales con otro hombre, y nosotros ahora nos enteramos de que esas relaciones, de una época en que era libre y no tenía que dar cuentas a nadie, parecen ser un obstáculo mayor para su unión con Rosmer que su conducta realmente criminal hacia la mujer de este.

          .«¡Pero ustedes creen que yo procedía con fría y calculada premeditación! Yo no era entonces la que soy ahora, cuando estoy frente a ustedes y lo cuento. Y además existen, diría yo, dos clases de voluntad en nosotros. ¡Yo quería eliminar a Beata, por cualquier medio! Y sin embargo no creía que eso ocurriría alguna vez. A cada paso que eso me estimulaba a dar hacia adelante, era para mí como si algo me gritara: ¡Ahora detente! ¡Ni un paso más! Y no obstante, no pude detenerme. Me veía forzada a avanzar otro poco, a dar un último paso, y después otro ... y otro más todavía. Así ocurrió eso. De esta manera suceden tales cosas».

          Poco antes ella había dicho: “«…Rosmersholm me ha quitado la fuerza; ¡aquí se ha quebrantado y se ha paralizado mi osada voluntad! Para mí ya pasó el tiempo en que me atrevía a todo y a todos. He perdido la energía para la acción, Rosmer». Tiempo entonces de detención, pero también tiempo de relanzamiento por la vía del acting-out, disponiéndose -opción imposible- en el “no soy”.

          De ahí que en esta estructuración advenga supletoriamente una solución defensiva al precio de la alienación, que en Freud se nombra como denegación (verleugnung) y frustración, y en Lacan denota la captura mediante la cual el viviente sexuado se instituye como sentido desde el campo del Otro al precio de entregar, forzosamente, algo de su ser, el que de ahí en más, no ek-sistirá sino dividido.

F. Nietzsche
          En la última parte del texto, Freud aborda a “los que delinquen por conciencia de culpa”. En primer lugar, poniendo en acto que no era de los que se aburren fácilmente, vuelve a mostrarse asombrado; el trabajo analítico, escribe, le trajo otro “sorprendente resultado”: muchas “fechorías” se consuman sobre todo porque son prohibidas y porque a su ejecución va unido cierto alivio anímico para el malhechor. Un modo de tener ocupada la conciencia de culpa, que por paradójico que pueda sonar, preexiste a la  transgresión. Y nos remite a los aforismos “Sobre el pálido delincuente”, del Zaratustra de Nietzsche, ese en el que en sus ojos, en los que habla el gran desprecio, dice  «Mi yo es algo que debe ser superado: mi yo es para mí el gran desprecio del hombre». [6]

          ¿Qué criterio entonces, de triunfo o fracaso para nuestra clínica?  La apuesta freudiana se vislumbra con firmeza, apuesta por la Verdad del deseo.









[1] Freud S., “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico”, Amorrortu, volumen XIV

[2] Idem nota anterior

[3] Idem

[4] Versagung, rechazo; también denuncia, “como se dice denunciar un tratado o se habla de retractarse de un compromiso…se puede poner a veces la Versagung en el polo opuesto, ya que la palabra puede significar a la vez promesa y ruptura de promesa…” Lacan J., El seminario, Libro IV, La relación de objeto, clase del 27 de febrero de 1957

[5] Lacan, J. , El seminario, Libro XIX, “O peor…”, clase del 9 de febrero de 1972, Paidós, página 80.


[6] Nietzsche F., “Así habló Zaratustra, Del pálido delincuente