“no nos parece injustificada la burla del poeta
(H. Heine), cuando dice acerca del filósofo:
«Con sus gorros de dormir y jirones de su bata
tapona los agujeros del
edificio universal».
S. Freud, Conferencia
35
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H. Heine |
“El
psicoanálisis no es
ni una Weltanschauung (concepción del
mundo) , ni una filosofía que
pretende dar la clave del universo. Está
regido por un punto de mira particular, históricamente definido por la elaboración
de la noción de sujeto. Postula esta noción de manera nueva, regresando al sujeto
a su dependencia significante. Ir de la percepción a la ciencia es una
perspectiva que parece obvia, en la
medida que el sujeto no ha tenido otra manera de experimentar la captación del
ser. Es el mismo camino que toma Aristóteles, siguiendo a los presocráticos. Pero
la experiencia analítica impone una rectificación porque este camino evita el
abismo de la castración.”
Ubicar en el comienzo de este trabajo, ese
elocuente juicio que Lacan formulara en el transcurso de su seminario sobre
“Los cuatro conceptos...”, me pareció imprescindible. Ni nueva visión del
universo que pretende explicarlo todo ni tampoco filosofía, el objetivo del
psicoanálisis es otro: elaborar la noción del sujeto escindido por la acción
del significante. Semejante afirmación, implica sustentar el hallazgo freudiano
a partir de anotar las diferencias entre el sujeto de lo inconsciente, tanto
con el abolido de la ciencia como con el absoluto de la filosofía y consolidar
el descubrimiento de Freud, incluso refutándolo allí donde hiciera falta.
Lejos
de presentar un prototipo que intente dar cuenta de un origen absoluto,
distanciado de discursos integradores y eclécticos que se proponen el Todo y
ordenan cómo pensar, vivir, comer, con quién compartir techo y lecho el “mundo”
del que da testimonio el psicoanálisis traza las grietas irreductibles de lo
real, no se clausura como inmaculada totalidad y (d)enuncia lo que no
marcha.
Es por eso que
Lacan impugnó el término y la noción de representación que Freud heredara de la
filosofía tradicional, para introducir el de significante. Porque incluso si
hablamos de representación de cosa para nombrar aquello que se quiere excluido
radicalmente de la conciencia, ello nos lleva necesariamente de nuevo al mundo,
ese terreno en el cual la conciencia es el soberano valor, y la representación
vuelve a hacerse presente.
Determinar el
concepto de inconsciente por el significante, es en cambio establecerlo como
marcado por el sinsentido, ubicarlo en el terruño de lo pre-ontológico, como
eso que rebasa el mundo y pone límites a todo lo que a él corresponde, incluso
al discurso. Es ubicar como imposible y contradictoria con la idea misma de lo
inconsciente, la tentativa de comprobar su materialidad experimentalmente, tal como le parecía necesario a Freud por
tratarse de un objeto, al fin y al cabo, tan particular y poco evidente.
Esto nos sitúa
fuera de cualquier empirismo, ese que donde se trata de deseos lee necesidades
y pone en entredicho toda armonía, cohesión y orden del mundo, esa que el
neurótico no cesa de buscar en la complementariedad de la forma y la materia,
lo masculino y lo femenino, del hombre y la mujer.
Ahora bien, en ese
afán de tomar en serio que inconsciente es lo que no se puede tornar
consciente, que de lo que se trata es de la autonomía del significante y de
cómo este produce el significado, Lacan echó mano machaconamente al diálogo, el
contrapunto o la controversia con los
filósofos, insistencia que se le reprochó con frecuencia y a lo cual respondía que era para beneficiar
a los pacientes, porque de lo contrario ellos solos, los filósofos,
“articularían una búsqueda patética” que a través de todos sus discursos, retornaría
siempre al nudo radical que él deseaba aflojar: el deseo.
Ninguna cuestión de erudición ni de
psicoanálisis aplicado, tan sólo, y ni más ni menos que una manera de traer el
eco de aquello que proponía en su escrito sobre la dirección de la cura y los
principios de su poder: sin la filosofía y sin la ética, el psicoanálisis
caería en la impostura de la acción, la seducción y el abuso de poder
oscurantista.
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Diógenes |
Tal vez ello explique en alguna medida su continua
prédica de ir a los textos de Platón, Aristóteles, Spinoza, Descartes, Hegel,
Kant, Heidegger, Husserl, Kojeve, Koyré y tantos otros, como el presocrático
Diógenes de Sínope, ese cínico hombre-perro
que en el punto opuesto de la estética y el ejercicio académico, era capaz de
denunciar y desenmascarar del modo más concreto las ilusiones de la moral
convencional, tal como lo hizo cuando habiendo Platón definido al hombre como
animal de dos pies sin plumas tomó un gallo, lo desplumó y lo arrojó a la
Academia diciendo: “Este es el hombre de Platón”; o cuando linterna en
mano en pleno día respondió a los vecinos que lo increpaban por
su actitud extravagante: “busco un hombre”.
Escandalosa y paradojal posición que superando el ascetismo de los estoicos, lo
impulsaba a demostrar que “la solución del problema del deseo sexual estaba al
alcance de la mano de cada uno”,
masturbándose en público. Esbozo de un “episteme” sarcástica y brutal ubicable
no sólo en Lacan, sino también en Freud.
En esa búsqueda, en esa interrogación acerca del
ser hombre, la historia de la filosofía recorrió un largo camino saturado de controversias.
El cogito cartesiano, la autoconciencia hegeliana, el conocimiento apodíctico
de Husserl, el cogito pre-reflexivo de Sartre, son algunos ejemplos de ello.
Momentos privilegiados, ambigüedades fecundas que desde una apreciación
romántica y una concepción ingenua postularon la soberanía del Yo como núcleo
de todas las cosas, hasta que Freud realizó ese otro descubrimiento: la
SPALTUNNG del Yo.
Cabe plantearse asimismo, hasta que punto el
psicoanálisis resulta un problema para la filosofía. ¿Puede ésta recoger la
idea de lo inconsciente?, ¿debe hacerlo, con todo lo que ello implica?, ¿es
lo inconsciente compatible con ella?, ¿ será que acaso la torna caduca?,
¿ sería hoy la filosofía sin el psicoanálisis un discurso ilusorio, carente de
toda legitimidad?, reconociendo también que hablar de “La” filosofía es
un reduccionismo engañoso, ya que le supone una palpable consistencia a un
campo discursivo que es sin embargo muy amplio y variado.
Lacan siempre tuvo
claro discernimiento de cómo sus teorías vienen a situarse, en algún punto, más
cerca de ese campo discursivo que las diferentes corrientes empiristas del
análisis. Al enunciar partiendo del significante una tesis según la cual hay
una verdad pero parcial, se opone tanto al discurso metafísico para el cual el
sinsentido debe desaparecer, como al discurso empirista que rechaza el deseo y
coincide, al menos en parte, con el de aquellos de los que nunca cesó de
hablar, que persiguieron aparte de la verdad total, una teoría de la verdad
parcial y del deseo.
Contra el idealismo, para el cual la construcción
del mundo es desde adentro, en el que se hace imposible localizar por dónde
transita la castración simbólica, la falta, ( simplemente porque no la hay ), y contra el realismo caprichoso para
el cual todo esfuerzo crítico es vano, enfatizó la cuestión de la Otreidad, del
Otro como lugar que determina al sujeto.
Lo que se presenta irrecusablemente entonces, es la
importancia de Lacan para la filosofía, la que radica básicamente en su conceptualización
de lo inconsciente por el significante, en la medida en que este impone la
castración, excluye la cosa en su plenitud y torna imposible la verdad total,
la que queda reducida a una verdad parcial.
Es que cada vez que el lenguaje trata, en un
discurso, de dar razón de sí mismo, una
pérdida se produce. Por eso dice Lacan “Llamo filosofía a todo lo que
tiende a enmascarar el carácter radical y la función originante de esta
pérdida”. Pérdida inconcebible para el discurso
metafísico con su ideal del saber absoluto, que en el seminario “El reverso del
psicoanálisis” lleva a Lacan a definir la filosofía como el discurso del amo,
cuestión problemática ya que en su teoría correspondería al discurso
universitario.
A esta altura, resulta obvio que entre
psicoanálisis y filosofía florecen disparidades insuperables, que ambos
discursos se enfrentan. Pero también es notorio que de alguna manera se anudan
y son uno gracias al otro. Al mismo tiempo, parece necesario remarcar que no
es sin la filosofía que el psicoanálisis afirmó su tesis de lo
inconsciente. Ya en el Discurso de Roma, Lacan destacaba la conexión que hay
entre ambos territorios y decía que es allí, “donde a menudo el
psicoanálisis no tiene sino que recobrar lo que es suyo”.
A modo de ejemplo, citemos la cuestión de
la causa que en los desarrollos lacanianos lejos de estar ausente insiste en su
enseñanza: las operaciones de causación del sujeto, la verdad como causa, el
objeto-causa del deseo, etc. Recuperar lo que le pertenece, por la senda de un
trabajo de extracción que no evite el camino de la castración.
Febrero de 2015
J. Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, seminario del 19/2/1964,
Paidós, página 85
J. Lacan, El Yo en la teoría de Freud y en la técnica
psicoanalítica, seminario del 19/1/1955
J. Lacan, El deseo y su interpretación, seminario del
10/6/1959
S. Freud, Psicopatología de la vida cotidiana, El
desliz en la lectura y en la escritura, 1901.
Un sujeto que no es algo preexistente, se funda cada vez como efecto del significante
en un acto: el habla. Frente al idealismo
de los post-freudianos con su construcción del mundo desde adentro (cf. Melanie
Klein) , lo que Lacan enfatizó fue la cuestión del Otro como lugar que determina
al sujeto, más allá de la vivencia imaginaria del Yo.
J. Lacan, Problemas cruciales del psicoanálisis, Clase
1 2/12/1964
El discurso filosófico en la teoría lacaniana
correspondería al discurso Universitario y no al del Amo. Pero en el seminario
XVII, Lacan descubre en el discurso filosófico el discurso del amo . Allí para
Lacan el discurso del Amo no es otro que el de la filosofía; lo que tiene en
vista es el ideal del saber absoluto, un todo armonioso que como el Yo
pertenece a lo imaginario.