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lunes, 22 de diciembre de 2014

Dafnis y Cloe, una historia de Amor. Pablo Grimoldi


                                                      "No soy niño, aunque parezco niño, sino más viejo que Saturno. Yo soy anterior al tiempo todo".
Dafnis y Cloe o las pastorales. Longo.


Filetas es un viejo pastor, respetado en un pueblo de pastores. La vejez lo llevó al reposo. Cultiva con sus propias manos un huerto que según cuenta "cuanto se cría en todas las estaciones, allí se encuentra cuando la estación llega". En este huerto hay árboles, y también flores, muchas flores, de distinto tipo. Dice que los pájaros acuden a bandadas cuando amanece; unos vienen a picar, otros para cantar a gusto porque es de su agrado la sombra y los tres arroyos que por allí pasan.
Filetas, además, lleva en su cuerpo historia de Amor.
Dafnis y Cloe son dos chicos, pastores de ovejas, chivos y cabras; él es un muchacho de quince años, ella...Cloe, tiene trece. Desde muy chicos pastorean juntos y, como en muchas otras ocasiones, en esta se encontraban jugando, luchando y forcejeando. Como chicos luchaban hasta caerse en un abrazo, para así rodar buscando estar, cada cual a su vez, uno encima del otro. Así se divertían cuando se les apareció el viejo Filetas. Filetas estaba dispuesto a hablarles y se les presentó: "Yo hijos míos, soy el viejo Filetas, el que tantos cantares entonó a estas Ninfas y tantas veces tocó la flauta en honor de aquel Pan. Con mi música sólo he guia­do yo numerosa vacada. Ahora vengo a vosotros para contaros lo que vi y participaros lo que oí..."."...Hoy (en mi huerto), a eso de mediodía; he sorprendido a un muchacho que tenía granadas y arrayán, y era blanco como la leche, rubio como la llama y limpio y luciente como recién salido del baño. Estaba desnudo y solo se entretenía en saquearme el huerto como si fuera suyo. En balde me eché sobre él para prenderle, receloso de que me destrozase arrayanes y granados con sus travesuras, porque él me esquivó ágil y leve, ora deslizándose entre los rosales, ora escabulléndose entre las malvalocas como perdigonzuelo".
Filetas, que como pastor supo ser ducho en agarrar chivos y cabras, se dio cuenta que esta "res" era de otro orden, y que no ha­bría quien sepa cazarla. Entonces, abandonando los esfuerzos, em­pieza a hablarle: le pregunta enojado, enérgicamente ¡quién de sus vecinos era y porqué entraba así a robarle!
El muchacho se le acerca, sin responder palabra, se pone jun­to a él y sonriendo con singular ternura le arroja a la cara los gra­nos de mirto.
Cuenta Filetas, que no sabe cómo pero le ablandó el corazón y le quitó el enojo. Le pidió que se dejase agarrar, que no le tuvie­ra miedo, que él le daría todas las flores y los frutos que quisiera, que podría volver a su huerto todas las veces que quisiera a cam­bio de tener de él tan solo un beso.
"Rióse el muchacho al oírme con risa sonora, y salió de su pe­cho voz más dulce que el cantar de la golondrina, del ruiseñor y del cisne cuando es viejo como yo...¡Ay mi Filetas, dijo, nada me cuesta que me beses!. Más gusto yo de besos que tú de remozar­te. Mira, con todo, si el don que pides conviene a tus años, los cua­les no te valdrían para quedar excento de perseguirme cuando me hubieras besado, y no hay águila ni gavilán, ni ave alguna de rapi­ña que me alcance, por ligera que sea".
"No soy niño, aunque parezco niño, sino más viejo que Satur­no. Yo soy anterior al tiempo todo".
Este extraño muchacho le dijo que lo conocía desde hacía mucho tiempo, que había estado muy cerca de él aunque no lo viera. Que había estado con él cuando estuvo enamorado de Amarilis. Le dijo que él le había dado a Amarilis, esa mujer con la que tuvo hijos. Y también le dijo que hoy cuidaba a Dafnis y Cloe.
Después de esto, salió el muchacho, revoloteando por los ár­boles como un pájaro y saltando de rama en rama, Filetas pudo ver que tenía alas en la espalda y entre las alas un arco para lue­go no ver nada de eso, ni tampoco verlo más a él.
Dafnis y Cloe que escuchan a Filetas, también escucharon que les dijo: "Ahora bien, si no he vivido en balde, si con la edad no he llegado a perder el juicio, yo os declaro hijos míos, que estáis consagrados a Amor y que Amor cuida de vosotros".
Amor es un dios que puede más que Júpiter, dispone los gér­menes de donde todo nace; manda sobre los otros dioses; las flo­res son obra de él. Por la virtud de Amor corren los ríos y los vien­tos suspiran. Aparenta ser un niño, y tal vez lo sea y así aún, su in­fluencia es la de un poderoso dios entre los hombres.
De esta forma, Dafnis y Cloe, escucharon por primera vez el nombre Amor.

Extraño dolor

Dafnis pastoreaba cabras y chivos, Cloe ovejas. Estaban todo el día juntos hasta que, llegada la noche, cada uno se iba a su casa. Du­rante el dia, mientras los animales apacentaban, Cloe, con juncos ha­cía jaulas para cigarras; Dafnis cortaba cañas delgadas, de distinto ta­maño, las pegaba con cera y así armaba un cicus, al cual intentaba sacarle distintos sonidos. A menudo compartían ambos la leche y el vino y se comían juntos la comida que cada uno había traído.

Un día sucedió que Dafnis cayó distraídamente en una tram­pa para lobos que habían hecho justamente para terminar con aquel que les comía a sus animales. Saliendo del pozo fue hasta la fuente de las Ninfas para limpiarse: "...se puso a lavar el cuerpo todo". "Cloe que miraba a Dafnis le halló hermoso y, como hasta allí no había reparado en su hermosura, imaginó que el baño se la prestaba. Cloe lavó luego las espaldas de Dafnis y halló tan suave la piel, que de oculto se tocó ella muchas veces la suya para decidir cuál de los dos la tenía más delicada".
Al otro día, Cloe vio a Dafnis tocando la flauta mientras cuidaba a sus cabras. Y otra vez le pareció hermoso, y pensó que la música lo hermoseaba. Volvió a verlo bañándose y sintió como fuego al verle, y volvió a alabarle, y "fue principio de amor la alabanza".
Cloe empezó a sentir inquietud en el alma, no podía dominar sus ojos y hablaba mucho de Dafnis. No comía de día, velaba de noche y descuidaba sus ovejas. Reía ,y luego o al mismo tiempo lloraba, se dormía y se despertaba sobresaltada. Su rostro se cubría de palidez y luego ardía de rubor. "Nunca se agitó más becerra picada de tábano".
Ella pensaba: "Estoy mala e ignoro mi mal, padezco y no me veo herida, me lamento y no perdí corderillo, me abraso y estoy sentada a la sombra. Mil veces me clavé las espinas de los zorzales y no lloré, me picaron las abejas y pronto quedé sana. Sin duda que esta picadura de ahora llega al corazón y es más cruel que las otras".

Los regalos: artificio y malicia de los amadores

Dorcón era un joven pastor de bueyes que empezó a gustar de Cloe. Viendo que ella no se separaba de Dafnis, para acercarse llegó con regalos para ambos. De a poco iban disminuyendo los regalos para Dafnis y en franco aumento los dirigidos a Cloe. Ignorante, ella, del artificio y malicia de los amadores, tomaba los regalos y se alegraba más aún porque con ellos podía regalar a Dafnis. Pero no tardó mucho hasta que sobrevino la contienda entre Dorcón y Dafnis. Cloe tenía que sentenciar acerca de la hermosura. Ella tenía que decidir quién era el más bello y como premio darle un beso.
Así primero Dorcón y luego Dafnis, fueron exaltando sus atributos y subestimando los de su contrincante. Terminada la exposición de Dafnis, Cloe no supo ya contenerse, "...y movida de la alabanza y más aún del largo anhelo que por besar a Dafnis sentía, se levantó y le besó, beso inocente y sin arte, pero harto poderoso para encenderle el alma".
Dafnis no parecía haber sido besado, sino mordido. Suspiraba con frecuencia, no reprimía la agitación de su pecho; la miraba a Cloe y se ponía rojo como la grana. Parecía salir de la ceguera porque empezó a mirarle cabello, rostro y piel.
¿Qué me hizo el beso de Cloe?, se preguntaba. Sus labios son más suaves que las rosas, su boca más dulce que un panal, y su beso más punzante que el aguijón de las abejas, decía.
Dafnis se daba cuenta que ese beso era diferente a otros besos. "Me falta el aliento, el corazón me palpita, se me derrite el alma, y a pesar de todo, dice, quiero más besos...". "¡Oh, extraña victoria!, ¡Oh dolencia nueva cuyo nombre ignoro!". Dafnis llegó a preguntarse si Cloe no habría tomado veneno antes de besarlo.
Así se quejaba Dafnis, probando los tormentos de Amor por primera vez.

Extraño mal

Correría de ladrones y algaradas de enemigos es lo que también vio Longo en la pintura, esa pintura que lo impulsó a escribir su novela. Así, los días de Dafnis y Cloe corrían también lastimados por robos, agresiones, peleas, esbozos de guerras y ultrajes.
Finalizada una de esas jornadas, nos cuentan que llegada la noche, Dafnis y Cloe se despidieron y se fueron a dormir. La fatiga fue remedio del mal de Amor; pero venido el día, padecieron de nuevo el mismo mal. Se alegraban al verse, les dolía separarse, estaban desazonados, deseaban algo e ignoraban qué. Sólo sabían: él, que, origen de su mal era un beso, y ella, que origen de su mal, era un baño.

Extraño este mal que requiere de un remedio, extraño el remedio que no impide el retorno del dolor.
En una siesta, Cloe queda dormida y Dafnis se puso a "mirarla toda", no se hartaba de mirarla y dijo en voz baja: "¡Cómo duermen sus ojos!., ¡cómo alienta su boca!.. Ni las frutas ni el tomillo huelen mejor...pero no me atrevo a besarla. Su beso pica en el corazón y vuelve loco como miel nueva".
Dafnis tenía el dolor en el corazón como si hubiera tomado ponzoña y su aliento ya era fuerte y agitado, como de alguien a quien persiguen, ya desfallecido, como por el cansancio de la fuga. Cloe le resultaba temible y pensaba que su alma estaba cautiva como todo él lo había estado de piratas..."es que como pequeño que era, ignoraba las piraterías del amor".
Filetas, también podía contar lo que le había producido la entrada de Amor en su cuerpo:"...Yo vi al toro en el celo, y bramaba como picado por tábano, yo vi al macho enamorado de la cabra, y por todas partes la seguía. Yo mismo cuando mozo, amaba a Amarilis, y ni me acordaba de la comida, ni tomaba de beber, ni me entregaba al sueño. Me dolía el alma, me daba brincos el corazón y mi cuerpo languidecía, ya gritaba como si me azotasen, ya callaba como muerto, a veces me arrojaba al río para apagar el fuego en que me quemaba; a veces pedía socorro a Pan, porque amó a Pitis; elogiaba a Eco, porque después de mi, llamaba a Amarilis, o rompía mi flauta porque atraía a mis vacas y a mi Amarilis no la atraía. Ello es que no hay remedio para Amor: ni filtro, ni ensalmo, ni manjar con hechizo, no hay más que besos, abrazos y acostarse juntos desnudos".
Dafnis y Cloe escucharon esto de Filetas. Se besaron y se abrazaron, les dio vergüenza acostarse juntos pero luego lo soñaron. Al día siguiente volvieron a jugar, a besarse y a abrazarse-..."tanto se besaron...". Como Dafnis apretase con mayor violencia, Cloe se cayó sobre un costado, y Dafnis, siguiendo la boca de Cloe para no perder el beso, se cayó también. Reconocieron entonces, en aquella postura la que en sueños habían tenido, y se quedaron así durante mucho tiempo, como si estuvieran atados.
Extraño el mal de Amor; astilla, aguijón, picadura. Agradable el mal de Amor.
Mal que llama a un remedio, remedio que se busca y que se desea, remedio que no está para curar porque el aguijón persiste en su agradable dolor.

Orígenes

El presente texto lo escribí luego de haber leído y disfrutado la novela de Longo: Dafnis y Cloe, o las pastorales. La traducción de Valera me pareció tan bella que usé, a menudo, sus palabras, quedando las mías para el comentario que imponía el desarrollo del trabajo. Del recorte realizado soy plenamente responsable, tomé el sector de la novela que con más insistencia se me impuso y el que decidí transmitir.
La lectura de este trabajo, fue realizada en "El jardín de las delicias", espacio, que como otros hace a "Cuestiones del psicoanálisis". Fue leído en un encuentro de analistas en la ciudad de Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires, un día de otoño del año dos mil tres.

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