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viernes, 26 de diciembre de 2014

Escritura, ciencia, psicoanálisis. Rolando Ugena


¿quién imaginaría que nuestro inteligente alfabeto continúa
articulando imágenes de sueño, 
tan platónicamente como en una oscura caverna? 
Gerard Pommier, Nacimiento y renacimiento de la escritura (1) 

 “es del lado de la escritura que se 
 concentra aquello donde trato de 
 interrogar acerca del inconsciente 
 cuando digo que el inconsciente es algo en lo real”. 
 J. Lacan, Los nombres del padre(2)

     Las Sagradas Escrituras nos dicen que antes de ser humana, la escritura fue divina. Así por ejemplo, en Éxodo podemos leer que “Yahveh, después de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios”(3),  y  en Isaías leemos que  Yahveh le dijo: “Toma una placa grande, escribe en ella con buril…” (4)
     Si no  concebimos la actividad de escritura efectiva como obra de un amanuense eterno, ¿cómo se relaciona el sujeto con la escritura?
El pensamiento evolucionista, edificado sobre la idea de una infancia de la humanidad, ha especulado largamente acerca de la escritura desde la perspectiva de estadios, que superándose  unos a otros irían anulando al anterior.
     Ese enfoque, que se asienta en considerarla un  instrumento de comunicación al alcance de la mano,  una técnica para conservar y mejorar la transmisión de mensajes, descansa en la concepción del lenguaje como un código y un recurso de expresión susceptible de ser corregido por la razón, y ha motivado formidables esfuerzos por salvar la comunicación  fabricando un  lenguaje “natural”,  universal que no requiriera  traducción y brindara una descripción exacta del objeto significado, eliminando de cuajo la posibilidad de la mentira y el error.
Tal intento de remediar el malentendido dando a las palabras un sentido inmodificable y estableciendo una correspondencia unívoca entre significante y significado, ¿ no ignora  que fuera de su poder de significación, el significante no significa nada?.
     Presupone también la sumisión del significante al significado, como si las significaciones fuesen el producto no perecedero de un sujeto que se representa, se conoce, y se localiza en el acto de conocimiento, desconociendo lo que el significante determina como división y  pérdida de una unidad que siempre se escabulle.  
     Si esa quimera fuera posible, ¿no liquidaría el acto propio de los seres hablantes? Ese ideal ¿es ajeno a la ficción de un pensamiento independiente del lenguaje y al mito de la creación de la lengua, ese que el padre del estructuralismo, Ferdinand de Saussure,  comenzara a desmontar?: no hay ideas antes del signo lingüístico y la lengua, que funda la comunidad entre los seres humanos es increada, no es función del sujeto hablante, asunto que ese sujeto no tiene necesidad de saber para valerse de ella y menos aún para soportar sus consecuencias.
     Aunque una fenomenología de la escritura sea imposible, o al menos de escaso interés, cuando nuestros trazos se nos escabullen de modo que parecieran funcionar caprichosamente, y nos embrollamos al escribir o tropezamos al leer, las letras nos advierten que están lejos de ser una simple herramienta para despachar información y que esos embarazos o síntomas, a la luz del descubrimiento freudiano de lo inconsciente, de lo que dan  testimonio es de la presencia de la sexualidad en las entrañas de la vida anímica humana.
     Lo inconsciente escribe, las formaciones de lo inconsciente presentan una estructura literal que resuena sobre el cuerpo, de modo que considerarla mero artefacto de comunicación, es comenzar a edificar la casa por el techo.
      Para el sujeto de  la reflexión metafísica,  probablemente por partir de la idea del mundo como totalidad y por juzgar que la actividad intelectual se origina en un deseo de saber, pudo aparecer como construcción de signos, elaboración derivada y secundaria respecto de ese signo que sería la palabra al cual la escritura redoblaría ( hasta “signo de signo”, como señalaba J. Derrida respecto de Aristóteles, Roussseau y Hegel(5). Pero el lecho en el cual yace la escritura, no es en el de un deseo de saber sino en el de la pulsión.
      Suspendida de la palabra, el movimiento que traza la producción de la letra es movimiento pulsional, impulso sentenciado a la repetición que intenta ceñir el agujero del saber que el concepto de inconsciente implica.
     La escritura está investida de tal manera que se jugará en ella el conjunto del problema de la representación, en tanto son las pulsiones las que rigen las posibilidades de dicha representación.
      Todo trazo volverá a plantear al sujeto, cada vez, un interrogante: la represión de su propia imagen. Pommier propone en el texto arriba mencionado que “la letra se ve, se oye, pero su principal característica depende de su lugar de origen: la represión y del retorno de lo que se reprimió del goce del cuerpo”(6). Por qué? Porque ese cuerpo, ese lugar de hospedaje al que cada quien se ha acomodado como pudo, fue primero hablado, objetivado por el Otro. Se apropia de la lengua perdiéndose como cuerpo.
      El cuerpo soporta ese designio a consecuencia de su alienación al deseo del Otro; esos yerros cuyo origen ignoramos, son efecto de la represión que originariamente recae sobre la imagen del cuerpo, la huella enigmática de un  cuerpo perdido.
     Entonces, eso reprimido se abre camino bajo una forma literal, resurge en forma de letra, que una vez producida llama a engendrar otra letra, sin que la nueva sea más que la primera, y con la misma presencia del sinsentido.
     Comienzan así a establecerse estructuras cuyo carácter fundamental es la coherencia; añadir una letra a otras ya trazadas no es escribir y su acople está sometido a normas. Una letra entra en relación con otra, pero pasa a ser un elemento de una nueva relación posible; un vocablo nuevo se enlaza con otros elementos de una frase pero también con los que lo anteceden, y la frase que colabora a componer establece un vínculo con las ya escritas, de modo que allí donde se prosigue la escritura, no cualquier vocablo resulta posible.
      Un asunto a subrayar es la relación entre escritura y palabra, ¿habría  una primacía de la escritura sobre la palabra? ¿en la palabra se trataría de la vocalización de una archi - escritura por un sujeto ya constituido que vendría a ubicarse en ella?.
      En el seminario “La identificación”, Lacan ubicaba a la escritura como “función latente al lenguaje mismo” (7) y también señalaba: “…en la raíz del acto de la palabra hay… un momento donde ella se inserta en una estructura de lenguaje…(a la cual) trato de circunscribirla…en torno a una temática que…esté comprendida en la idea de una contemporaneidad original de la escritura y del lenguaje, y que la escritura es connotación significante, que la palabra no la crea tanto como la liga”(8).
      Pero para la praxis analítica postular la primacía irreductible y el carácter fundamental de la palabra respecto de la escritura continua siendo central. Es en la relación con el Otro simbólico que se consuma y no hay escritura que no remita a la palabra, a una lengua articulada, si bien no toda escritura guarda con la palabra la misma relación.
      Así, ¿cuál es el estatuto de la escritura para la ciencia y para el psicoanálisis?
     La científica es una escritura que por definición debe quedar abierta. Supone que la relación significante de lo escrito con el Otro simbólico, no cesa de poder escribirse y siempre es posible agregar otras articulaciones. Lo posible y lo necesario son las modalidades ordenadoras del mundo que admite, necesidad que no se clausura nunca y debe expandirse y proliferar infinitamente.
     Para ello, es preciso que el carácter significante de la letra sea eclipsado drásticamente, borrando al significante y su temporalidad. Lo escrito no puede ser “hablante”. 
     A diferencia de la escritura analítica en la cual el sujeto puede advenir, conduce a la producción de saber sostenida por un sujeto que  debe quedar por fuera, excluido, reducido positivamente. La letra se hace símbolo y el acto de escritura pasa a ser una operación que fabrica símbolos a partir de otros símbolos, como acontece en matemáticas donde el número es el punto de partida de operaciones al infinito en las cuales el que escribe no aparece sino realizando operaciones.
     Mientras que en la escritura de la ciencia lo simbólico es lo simbólico de la pura diferencia, en la escritura analítica lo simbólico es pensado como orden, como el lugar del Otro, de la verdad y no puede cobrar sentido para un sujeto sin el significante del Nombre-del-Padre y la palabra y el sujeto que de ello resulta. La pura articulación formal, aquella que encontramos en la ciencia, no basta para que haya significante.
     En el seminario Aún, Lacan señalaba: “La formalización matemática es nuestra meta, nuestro ideal. ¿Por qué? porque sólo ella es matema, es decir, transmisible íntegramente. La formalización matemática es escritura, pero que no subsiste si no empleo para presentarla la lengua que uso. Esa es la objeción: ninguna formalización de la lengua es transmisible sin el uso de la lengua misma. A esta formalización, ideal metalenguaje, la hago ex-sistir por mi decir. Así, lo simbólico no se confunde, ni de lejos, con el ser, sino que subsiste como ex-sistencia del decir.” (9) 
      La ciencia nada quiere saber de esa presencia del significante y de la palabra, lo que torna inútil cualquier proyecto de metalenguaje. Proseguía Lacan en Aún, “la escritura es pues una huella donde se lee un efecto de lenguaje. Es lo que ocurre cuando garabatean algo…No es, empero, metalenguaje, aunque se le pueda hacer cumplir una función que se le parece. Pero este efecto no deja de ser segundo con respecto al Otro donde el lenguaje se inscribe como verdad. Pues nada de cuanto podría escribirles en la pizarra de las fórmulas generales que vinculan, hasta donde hemos llegado, la energía con la materia, las últimas fórmulas de Einstein, por ejemplo, nada de eso se mantiene firme, si no lo sostengo con un decir, el de la lengua, y con una práctica, la de gente que da órdenes en nombre de cierto saber.”(10)
      Quizá sea en ese campo, en el de gente que da órdenes en nombre de cierto saber, que una pura escritura científica, sin palabra ni sujeto podría tener lugar.
     Mientras la escritura de la ciencia se define por la tentativa de reducir al sujeto que ella supone, la escritura analítica hace referencia, tiende a hacer advenir el Nombre-del-Padre en lugar de intentar reducirlo.
      Una escritura novedosa, por cuanto desea anotar los límites de la escritura de la ciencia, en la cual el que escribe es siempre sujeto de lo que produce, y a la cual cada uno debe rehacer, inventar porque es sujeto de ella.


septiembre de 2013


Notas bibliográficas



(1) Pommier Gerard, “Nacimiento y renacimiento de la escritura”, Ed. Nueva Visión, 1996

(2) Lacan Jacques, Seminario XXI “Los desengañados se engañan”, clase del 21-5-1974

(3) La Biblia , Exodo XXXI, 18

(4) La Biblia, Isaías VIII, 1

(5) Derrida Jacques, De la gramatología, Derrida Jacques, Siglo XXI, México, 1998, página 24

(6) Pommier Gerard, “Nacimiento y renacimiento de la escritura”, Ed. Nueva Visión, 1996, página 195

(7) Lacan J., Seminario IX La Identificación, clase del 10-1-1962

(8) Lacan J., idem clase del 17-1-1962

(9) Lacan J., Seminario XX “Aún” , Ed. Paidós, 1981, página 144

(10) Lacan J,. idem, página 1(47

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