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lunes, 9 de marzo de 2015

Políticas de enseñanza, políticas de la cura. Juan Pawlow



“Políticas de enseñanza, políticas de la cura”[1]

“Ser psicoanalista es estar en una posición responsable, en tanto él es aquel a quién es confiada la operación de una conversión ética radical, aquella que introduce al sujeto en el orden del deseo.”[2]
S. Freud
Esta frase se inscribe en aquella posición freudiana por la que una demanda de análisis debe apuntar a una curación completa. Nada de logros parciales, ninguna cosmética. Esta “conversión ética radical” no es integrable a los bienes del sujeto; aún más: lógicamente el análisis pondrá en cuestión el bien del sujeto. El propio análisis exige atravesar la barrera del bien, porque la función del bien, el circuito de los bienes, constituye una de las barreras que “nos separan del campo del deseo”.[3]
Estas afirmaciones delinean una política de la cura. La experiencia analítica implica “un repudio radical del bien”[4].
¿Qué política de enseñanza se ajusta a esta política de la cura?
Del psicoanalista se espera saber. ¿Pero qué tipo de saber se espera de él?
“No es saber de clasificación, no es saber de lo general, no es saber de silogismo.”[5]
Lo que tiene que saber el psicoanalista es acerca de esa operación en que un sujeto es llevado en un análisis “...a lo que se articula en el ‘yo no lo sabía’ ”.
J. Lacan
En el Seminario acerca de la ética, al delimitar la vía del deseo, había aludido a ese “él no lo sabía” “que custodia el campo radical de la enunciación, es decir de la relación más fundamental del sujeto con la articulación significante...”[6]
Un análisis consiste en la experiencia de sujeción, de la determinación en Otro sitio. El analista sabe que cuando alguien habla dice más de lo que quiere decir y lo hace sin saberlo. Este saber forma parte de la “convicción en el inconsciente”[7] que se adquiere sólo en el análisis, que Freud proponía como condición necesaria para que alguien se convierta en analista.
Esto que se produce en un análisis ¿no debería marcar la enseñanza del psicoanálisis?
Hay un “fenómeno”[8] que invade los asuntos del saber y que se manifiesta también en la enseñanza del psicoanálisis.
Enrique Pezzoni
Enrique Pezzoni, en los ochenta recorría los pasillos preguntando a los estudiantes de Letras qué leían. Luego, escandalizado, decía que habían creado monstruos que leían a Batjín,[9] sin conocer a Dostoievski o Rabelais.
Pezzoni había captado esa tendencia a la “especialización” que en la comunidad analítica hoy se observa en la proliferación de ofertas de saber, post–grados, masters, etc. Hecho que nos llevan a afirmar que la enseñanza del psicoanálisis ha entrado en el mercado, en la economía de los bienes. Si esto es así: ¿será inocuo en la dirección de la cura? ¿Qué consecuencias produce?
El saber devenido conocimiento al entrar en la lógica de los bienes, por un lado se acumula, y por otro se lo exige novedoso, de ahí que se impulse la “especialización”: que se prefiera leer L’insu..., antes que el libro sobre el chiste o incluso “Función y campo...”.
La comunidad analítica asiste año tras año a una feria de novedosas vanidades: Sabemos que el tiempo de la interpretación ha quedado atrás, que se ha declarado que la función del padre se ha debilitado y es cosa del pasado, que estamos ante una epidemia de psicosis no declaradas, y que practicamos la clínica del borde o de los bordes, ante nuevas patologías.
¿Será mucho afirmar que la enseñanza del psicoanálisis se va perfilando cada vez más como una economía del bien?.
Para dar una dimensión cabal acerca de la noción de “bien”, Lacan introduce el paño de san Martín, aquel que en un gesto parte con su espada y comparte con el mendigo.
El paño se diferencia de toda producción natural en tanto es fabricado, requiere tiempo, entra en la moda, es novedad o está ya pasado de moda. El paño tiene su valor de uso, pero además entra en un circuito de intercambios, alrededor de él se organiza toda una dialéctica de rivalidad y reparto. Por tanto el bien del paño no está en su uso. Está a nivel del hecho de que un sujeto pueda disponer de él.
El dominio del bien es el nacimiento del poder.
“La verdadera naturaleza del bien se debe a que no es pura y simplemente bien natural, respuesta a una necesidad, sino poder posible, potencia de satisfacer”.
No agregamos mucho si decimos que esa potencia, potencia fálica, atribuida al proveedor del bien, vela la falta.
Para especificar ese punto, Lacan recurre al Ideal del yo. Afirma que “representa el poder de hacer el bien”. La I mayúscula que lo escribe en el grafo “designa la identificación con el significante de la omnipotencia”.
Si como sosteníamos, la enseñanza se desliza hacia ese sesgo ingresando en el mercado de los bienes, la única vía que queda allí habilitada es la identificación, y la lectura es reemplazada por la incorporación.
El recurso que parece validar esta práctica de enseñanza lo podríamos llamar “mascarada científica”; el discurso científico es aquel que por estructura no olvida; lo que en la acción de la práctica de enseñanza como mimesis científica lleva a desplazar la fórmula “él no lo sabía” que caracteriza al discurso inconsciente, y que también define el lugar del enseñante según Lacan: “no puede haber enseñante sino allí (en el sujeto tachado)” “... en el discurso de la histérica es el único punto donde justamente algo del enseñante se encuentra en la posición de dominio”[10]
Si la función del enseñante ($ tachado) es obturada por el Ideal, señalábamos que la vía privilegiada que queda habilitada es la de la identificación ( piedra de toque de todas las jerarquías institucionales, sean o no explícitas ). Pero además decíamos que por la misma estructura del fenómeno se imposibilita la lectura, aún cuando esa novedad teórica sea incorporada y repetida obedientemente.
Lacan señala un efecto de masa –esto es la imposibilidad de lectura-, el que se produjo al introducir el des-ser: “...me hubieran preguntado: ¿qué diablos es ese des-ser, qué quiere decir? Nada de nada, nada de nada, todo el mundo empezó a usarlo de inmediato como si en toda su vida no hubieran tenido nunca otra cosa en sus bolsillos. Eso abrió, cerró el des-ser, torció el des-ser, en fin ha habido en el des-ser del que todos hablaban de tantos filos como tiene esta pequeña navaja, ha habido una gran cantidad”.
Oscar Masotta
Freud, Lacan, introducen conceptos como modos de intervención respecto de cierta cuestión, de cierto impasse, delimitando un problema, acentuando una afirmación. La lectura de ese concepto, es lectura de esa forja, esa discusión, esa trama, esa interpelación. Porque esas son las condiciones de producción de lo que Masotta nombraba como objetos teóricos inquietantes, los conceptos psicoanalíticos.
Si la política del psicoanálisis es la política del síntoma, en tanto define el campo de lo analizable, ese saber –advertido por el enseñante- “es falta y hasta fracaso”.
Si esto no es así, estaríamos esperando que algún día se realice el mito hegeliano del saber absoluto. Pero los analistas no somos astutos ni cautos, es lo que nos enseña el análisis: “que la astucia está en la razón, porque el deseo está determinado por el juego significante, que el deseo es lo que surge de la marca del significante sobre el ser viviente”[11] .
¿Qué otra cosa podría enseñarnos el psicoanálisis?. 



[1] Este trabajo fue presentado el 13-12-2008 en la Jornada titulada “De la política y el síntoma en la práctica del psicoanálisis” en Cuestiones del Psicoanálisis.
[2] Jacques Lacan Seminario 5 de mayo de 1965.
[3] Jacques Lacan Seminario La ética del psicoanálisis.
[4] Ibíd. anterior
[5] Ibíd. nota 1
[6] Ibíd. nota 2 Pág. 265
[7] Sigmund Freud: “Análisis terminable e interminable”
[8] La palabra no es azarosa, véase Jacques Lacan Seminario RSI
[9] Annick Louis: “Enrique Pezzoni lector de Borges” p.18
[10] Jacques Lacan  Congreso de la escuela Freudiana de Paris (1970).
[11] Ibíd.. nota 1

1 comentario:

  1. Este trabajo de Juan Pawlow, es reproducido con la autorización de su autor.

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