“Políticas de enseñanza, políticas de la cura”[1]
“Ser psicoanalista es estar
en una posición responsable, en tanto él es aquel a quién es confiada la
operación de una conversión ética radical, aquella que introduce al sujeto en
el orden del deseo.”[2]
S. Freud |
Esta frase se inscribe en
aquella posición freudiana por la que una demanda de análisis debe apuntar a
una curación completa. Nada de logros parciales, ninguna cosmética. Esta
“conversión ética radical” no es integrable a los bienes del sujeto; aún más:
lógicamente el análisis pondrá en cuestión el bien del sujeto. El propio
análisis exige atravesar la barrera del bien, porque la función del bien, el
circuito de los bienes, constituye una de las barreras que “nos separan del
campo del deseo”.[3]
Estas afirmaciones delinean
una política de la cura. La experiencia analítica implica “un repudio radical
del bien”[4].
¿Qué política de enseñanza
se ajusta a esta política de la cura?
Del psicoanalista se espera
saber. ¿Pero qué tipo de saber se espera de él?
“No es saber de
clasificación, no es saber de lo general, no es saber de silogismo.”[5]
Lo que tiene que saber el
psicoanalista es acerca de esa operación en que un sujeto es llevado en un
análisis “...a lo que se articula en el ‘yo no lo sabía’ ”.
J. Lacan |
En el Seminario acerca de la
ética, al delimitar la vía del deseo, había aludido a ese “él no lo sabía” “que
custodia el campo radical de la enunciación, es decir de la relación más
fundamental del sujeto con la articulación significante...”[6]
Un análisis consiste en la
experiencia de sujeción, de la determinación en Otro sitio. El analista sabe
que cuando alguien habla dice más de lo que quiere decir y lo hace sin saberlo.
Este saber forma parte de la “convicción en el inconsciente”[7]
que se adquiere sólo en el análisis, que Freud proponía como condición
necesaria para que alguien se convierta en analista.
Esto que se produce en un
análisis ¿no debería marcar la enseñanza del psicoanálisis?
Hay un “fenómeno”[8]
que invade los asuntos del saber y que se manifiesta también en la enseñanza
del psicoanálisis.
Enrique Pezzoni |
Enrique Pezzoni, en los
ochenta recorría los pasillos preguntando a los estudiantes de Letras qué
leían. Luego, escandalizado, decía que habían creado monstruos que leían a
Batjín,[9]
sin conocer a Dostoievski o Rabelais.
Pezzoni había captado esa
tendencia a la “especialización” que en la comunidad analítica hoy se observa
en la proliferación de ofertas de saber, post–grados, masters, etc. Hecho que
nos llevan a afirmar que la enseñanza del psicoanálisis ha entrado en el mercado,
en la economía de los bienes. Si esto es así: ¿será inocuo en la dirección de
la cura? ¿Qué consecuencias produce?
El saber devenido
conocimiento al entrar en la lógica de los bienes, por un lado se acumula, y
por otro se lo exige novedoso, de ahí que se impulse la “especialización”: que
se prefiera leer L’insu..., antes que el libro sobre el chiste o incluso
“Función y campo...”.
La comunidad analítica
asiste año tras año a una feria de novedosas vanidades: Sabemos que el tiempo
de la interpretación ha quedado atrás, que se ha declarado que la función del
padre se ha debilitado y es cosa del pasado, que estamos ante una epidemia de
psicosis no declaradas, y que practicamos la clínica del borde o de los bordes,
ante nuevas patologías.
¿Será mucho afirmar que la
enseñanza del psicoanálisis se va perfilando cada vez más como una economía del
bien?.
Para dar una dimensión cabal
acerca de la noción de “bien”, Lacan introduce el paño de san Martín, aquel que
en un gesto parte con su espada y comparte con el mendigo.
El paño se diferencia de
toda producción natural en tanto es fabricado, requiere tiempo, entra en la
moda, es novedad o está ya pasado de moda. El paño tiene su valor de uso, pero
además entra en un circuito de intercambios, alrededor de él se organiza toda
una dialéctica de rivalidad y reparto. Por tanto el bien del paño no está en su
uso. Está a nivel del hecho de que un sujeto pueda disponer de él.
El dominio del bien es el
nacimiento del poder.
“La verdadera naturaleza del
bien se debe a que no es pura y simplemente bien natural, respuesta a una
necesidad, sino poder posible, potencia de satisfacer”.
No agregamos mucho si
decimos que esa potencia, potencia fálica, atribuida al proveedor del bien,
vela la falta.
Para especificar ese punto,
Lacan recurre al Ideal del yo. Afirma que “representa el poder de hacer el
bien”. La I mayúscula que lo escribe en el grafo “designa la identificación con
el significante de la omnipotencia”.
Si como sosteníamos, la
enseñanza se desliza hacia ese sesgo ingresando en el mercado de los bienes, la
única vía que queda allí habilitada es la identificación, y la lectura es
reemplazada por la incorporación.
El recurso que parece
validar esta práctica de enseñanza lo podríamos llamar “mascarada científica”;
el discurso científico es aquel que por estructura no olvida; lo que en la
acción de la práctica de enseñanza como mimesis científica lleva a desplazar la
fórmula “él no lo sabía” que caracteriza al discurso inconsciente, y que
también define el lugar del enseñante según Lacan: “no puede haber enseñante
sino allí (en el sujeto tachado)” “... en el discurso de la histérica es el
único punto donde justamente algo del enseñante se encuentra en la posición de
dominio”[10]
Si la función del enseñante
($ tachado) es obturada por el Ideal, señalábamos que la vía privilegiada que
queda habilitada es la de la identificación ( piedra de toque de todas las
jerarquías institucionales, sean o no explícitas ). Pero además decíamos que
por la misma estructura del fenómeno se imposibilita la lectura, aún cuando esa
novedad teórica sea incorporada y
repetida obedientemente.
Lacan señala un efecto de
masa –esto es la imposibilidad de lectura-, el que se produjo al introducir el des-ser:
“...me hubieran preguntado: ¿qué diablos es ese des-ser, qué quiere decir?
Nada de nada, nada de nada, todo el mundo empezó a usarlo de inmediato como si
en toda su vida no hubieran tenido nunca otra cosa en sus bolsillos. Eso abrió,
cerró el des-ser, torció el des-ser, en fin ha habido en el des-ser del que
todos hablaban de tantos filos como tiene esta pequeña navaja, ha habido una
gran cantidad”.
Oscar Masotta |
Freud, Lacan, introducen
conceptos como modos de intervención respecto de cierta cuestión, de cierto
impasse, delimitando un problema, acentuando una afirmación. La lectura de ese
concepto, es lectura de esa forja, esa discusión, esa trama, esa interpelación.
Porque esas son las condiciones de producción de lo que Masotta nombraba como
objetos teóricos inquietantes, los conceptos psicoanalíticos.
Si la política del
psicoanálisis es la política del síntoma, en tanto define el campo de lo
analizable, ese saber –advertido por el enseñante- “es falta y hasta fracaso”.
Si esto no es así,
estaríamos esperando que algún día se realice el mito hegeliano del saber
absoluto. Pero los analistas no somos astutos ni cautos, es lo que nos enseña
el análisis: “que la astucia está en la razón, porque el deseo está determinado
por el juego significante, que el deseo es lo que surge de la marca del
significante sobre el ser viviente”[11]
.
¿Qué otra cosa podría
enseñarnos el psicoanálisis?.
[1] Este trabajo fue presentado el 13-12-2008
en la Jornada titulada “De la política y el síntoma en la práctica del
psicoanálisis” en Cuestiones del Psicoanálisis.
[2] Jacques Lacan Seminario 5 de mayo de 1965.
[3] Jacques Lacan Seminario La ética del psicoanálisis.
[4] Ibíd. anterior
[5] Ibíd. nota 1
[6] Ibíd. nota 2 Pág. 265
[7] Sigmund Freud: “Análisis terminable e interminable”
[8] La palabra no es azarosa, véase Jacques Lacan Seminario
RSI
[9] Annick Louis: “Enrique Pezzoni lector de Borges” p.18
[10] Jacques Lacan
Congreso de la escuela Freudiana de Paris (1970).
[11] Ibíd.. nota 1
Este trabajo de Juan Pawlow, es reproducido con la autorización de su autor.
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