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miércoles, 11 de febrero de 2015

La burla del poeta. Rolando Ugena


                                    “no nos parece injustificada la burla del poeta 
 (H. Heine), cuando dice acerca del filósofo:
«Con sus gorros de dormir y jirones de su bata 
tapona los agujeros del edificio universal».
                       S. Freud, Conferencia 35



H. Heine


“El  psicoanálisis  no  es  ni  una Weltanschauung (concepción  del  mundo) , ni   una filosofía que pretende dar la clave del  universo. Está regido por un punto de mira particular, históricamente definido por la elaboración de la noción de sujeto. Postula esta noción de manera nueva, regresando al sujeto a su dependencia significante. Ir de la percepción a la ciencia es una perspectiva  que parece obvia, en la medida que el sujeto no ha tenido otra manera de experimentar la captación del ser. Es el mismo camino que toma Aristóteles, siguiendo a los presocráticos. Pero la experiencia analítica impone una rectificación porque este camino evita el abismo de la castración.” [1]

Ubicar en el comienzo de este trabajo, ese elocuente juicio que Lacan formulara en el transcurso de su seminario sobre “Los cuatro conceptos...”, me pareció imprescindible. Ni nueva visión del universo que pretende explicarlo todo ni tampoco filosofía, el objetivo del psicoanálisis es otro: elaborar la noción del sujeto escindido por la acción del significante. Semejante afirmación, implica sustentar el hallazgo freudiano a partir de anotar las diferencias entre el sujeto de lo inconsciente, tanto con el abolido de la ciencia como con el absoluto de la filosofía y consolidar el descubrimiento de Freud, incluso refutándolo allí donde hiciera falta.

Lejos de presentar un prototipo que intente dar cuenta de un origen absoluto, distanciado de discursos integradores y eclécticos que se proponen el Todo y ordenan cómo pensar, vivir, comer, con quién compartir techo y lecho el “mundo” del que da testimonio el psicoanálisis traza las grietas irreductibles de lo real, no se clausura como inmaculada totalidad y (d)enuncia lo que no marcha.  

          Es por eso que Lacan impugnó el término y la noción de representación que Freud heredara de la filosofía tradicional, para introducir el de significante. Porque incluso si hablamos de representación de cosa para nombrar aquello que se quiere excluido radicalmente de la conciencia, ello nos lleva necesariamente de nuevo al mundo, ese terreno en el cual la conciencia es el soberano valor, y la representación vuelve a hacerse presente.

          Determinar el concepto de inconsciente por el significante, es en cambio establecerlo como marcado por el sinsentido, ubicarlo en el terruño de lo pre-ontológico, como eso que rebasa el mundo y pone límites a todo lo que a él corresponde, incluso al discurso. Es ubicar como imposible y contradictoria con la idea misma de lo inconsciente, la tentativa de comprobar su materialidad experimentalmente,  tal como le parecía necesario a Freud por tratarse de un objeto, al fin y al cabo, tan particular y poco evidente.

          Esto nos sitúa fuera de cualquier empirismo, ese que donde se trata de deseos lee necesidades y pone en entredicho toda armonía, cohesión y orden del mundo, esa que el neurótico no cesa de buscar en la complementariedad de la forma y la materia, lo masculino y lo femenino, del hombre y la mujer.      

          Ahora bien, en ese afán de tomar en serio que inconsciente es lo que no se puede tornar consciente, que de lo que se trata es de la autonomía del significante y de cómo este produce el significado, Lacan echó mano machaconamente al diálogo, el contrapunto  o la controversia con los filósofos, insistencia que se le reprochó con frecuencia  y a lo cual respondía que era para beneficiar a los pacientes, porque de lo contrario ellos solos, los filósofos, “articularían una búsqueda patética”[2]  que a través de todos sus discursos, retornaría siempre al nudo radical que él deseaba aflojar: el deseo.

Ninguna cuestión de erudición ni de psicoanálisis aplicado, tan sólo, y ni más ni menos que una manera de traer el eco de aquello que proponía en su escrito sobre la dirección de la cura y los principios de su poder: sin la filosofía y sin la ética, el psicoanálisis caería en la impostura de la acción, la seducción y el abuso de poder oscurantista.
Diógenes

Tal vez ello explique en alguna medida su continua prédica de ir a los textos de Platón, Aristóteles, Spinoza, Descartes, Hegel, Kant, Heidegger, Husserl, Kojeve, Koyré y tantos otros, como el presocrático Diógenes de Sínope, ese cínico hombre-perro[3] que en el punto opuesto de la estética y el ejercicio académico, era capaz de denunciar y desenmascarar del modo más concreto las ilusiones de la moral convencional, tal como lo hizo cuando habiendo Platón definido al hombre como animal de dos pies sin plumas tomó un gallo, lo desplumó y lo arrojó a la Academia diciendo: “Este es el hombre de Platón”; o cuando linterna en mano en pleno día respondió a los vecinos que lo increpaban por su actitud extravagante: “busco un hombre”[4]. Escandalosa y paradojal posición que superando el ascetismo de los estoicos, lo impulsaba a demostrar que “la solución del problema del deseo sexual estaba al alcance de la mano de cada uno”[5], masturbándose en público. Esbozo de un “episteme” sarcástica y brutal ubicable no sólo en Lacan, sino también en Freud[6].

       En esa búsqueda, en esa interrogación acerca del ser hombre, la historia de la filosofía recorrió un largo camino saturado de controversias. El cogito cartesiano, la autoconciencia hegeliana, el conocimiento apodíctico de Husserl, el cogito pre-reflexivo de Sartre, son algunos ejemplos de ello. Momentos privilegiados, ambigüedades fecundas que desde una apreciación romántica y una concepción ingenua postularon la soberanía del Yo como núcleo de todas las cosas, hasta que Freud realizó ese otro descubrimiento: la SPALTUNNG del Yo.

      Cabe plantearse asimismo, hasta que punto el psicoanálisis resulta un problema para la filosofía. ¿Puede ésta recoger la idea de lo inconsciente?, ¿debe hacerlo, con todo lo que ello implica?, ¿es lo inconsciente compatible con ella?, ¿ será que acaso la torna caduca?, ¿ sería hoy la filosofía sin el psicoanálisis un discurso ilusorio, carente de toda legitimidad?, reconociendo también que hablar de “La” filosofía es un reduccionismo engañoso, ya que le supone una palpable consistencia a un campo discursivo que es sin embargo muy amplio y variado.

    Lacan siempre tuvo claro discernimiento de cómo sus teorías vienen a situarse, en algún punto, más cerca de ese campo discursivo que las diferentes corrientes empiristas del análisis. Al enunciar partiendo del significante una tesis según la cual hay una verdad pero parcial, se opone tanto al discurso metafísico para el cual el sinsentido debe desaparecer, como al discurso empirista que rechaza el deseo y coincide, al menos en parte, con el de aquellos de los que nunca cesó de hablar, que persiguieron aparte de la verdad total, una teoría de la verdad parcial y del deseo.

      Contra el idealismo, para el cual la construcción del mundo es desde adentro, en el que se hace imposible localizar por dónde transita la castración simbólica, la falta, ( simplemente porque no la hay ), y contra el realismo caprichoso para el cual todo esfuerzo crítico es vano, enfatizó la cuestión de la Otreidad, del Otro como lugar que determina al sujeto[7].

Lo que se presenta irrecusablemente entonces, es la importancia de Lacan para la filosofía, la que radica básicamente en su conceptualización de lo inconsciente por el significante, en la medida en que este impone la castración, excluye la cosa en su plenitud y torna imposible la verdad total, la que queda reducida a una verdad parcial.

Es que cada vez que el lenguaje trata, en un discurso, de dar  razón de sí mismo, una pérdida se produce. Por eso dice Lacan “Llamo filosofía a todo lo que tiende a enmascarar el carácter radical y la función originante de esta pérdida”[8]. Pérdida inconcebible para el discurso metafísico con su ideal del saber absoluto, que en el seminario “El reverso del psicoanálisis” lleva a Lacan a definir la filosofía como el discurso del amo, cuestión problemática ya que en su teoría correspondería al discurso universitario[9].

A esta altura, resulta obvio que entre psicoanálisis y filosofía florecen disparidades insuperables, que ambos discursos se enfrentan. Pero también es notorio que de alguna manera se anudan y son uno gracias al otro. Al mismo tiempo, parece necesario remarcar que no es sin la filosofía que el psicoanálisis afirmó su tesis de lo inconsciente. Ya en el Discurso de Roma, Lacan destacaba la conexión que hay entre ambos territorios y decía que es allí, “donde a menudo el psicoanálisis no tiene sino que recobrar lo que es suyo[10].

A modo de ejemplo, citemos la cuestión de la causa que en los desarrollos lacanianos lejos de estar ausente insiste en su enseñanza: las operaciones de causación del sujeto, la verdad como causa, el objeto-causa del deseo, etc. Recuperar lo que le pertenece, por la senda de un trabajo de extracción que no evite el camino de la castración.




Febrero de 2015





[1] J. Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, seminario del  19/2/1964, Paidós, página 85

[2] J. Lacan, La identificación, seminario del  28/2/1962

[3] Cínicos, del griego Kuon (perro)

[4] J. Lacan, El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, seminario del 19/1/1955

[5] J. Lacan, El deseo y su interpretación, seminario del 10/6/1959

[6] S. Freud, Psicopatología de la vida cotidiana, El desliz en la lectura y en la escritura, 1901.

[7] Un sujeto que no es algo preexistente, se funda cada vez como efecto del significante en un acto: el habla.  Frente al idealismo de los post-freudianos con su construcción del mundo desde adentro (cf. Melanie Klein) , lo que Lacan enfatizó   fue  la cuestión del Otro como lugar que determina al sujeto, más allá de la vivencia imaginaria del Yo.

[8] J. Lacan, Problemas cruciales del psicoanálisis, Clase 1 2/12/1964

[9] El discurso filosófico en la teoría lacaniana correspondería al discurso Universitario y no al del Amo. Pero en el seminario XVII, Lacan descubre en el discurso filosófico el discurso del amo . Allí para Lacan el discurso del Amo no es otro que el de la filosofía; lo que tiene en vista es el ideal del saber absoluto, un todo armonioso que como el Yo pertenece a lo imaginario.


[10] J. Lacan, Escritos, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis.

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