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lunes, 12 de enero de 2015

Cambalache...¿otro modo de decir violencia?. Claudia Castagnolo





“Siglo XX, cambalache, problemático y febril… el que no llora no mama y el que no afana es un gil. Dale nomás! Dale que va! Que allá en el horno nos vamo a encontrar! No pienses más, sentáte a un lao, que a nadie importa si naciste honrao! Es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley…!”

Enrique Santos Discépolo algo tenía claro, cuando en 1934 compuso la letra de este tangazo. Si bien lo compuso para la película “El alma del bandoneón” que se estrenó en el ‘35, la letra versa sobre lo que se denominó en nuestro país, la década infame y eso no fue para Discépolo sin alguna consecuencia, sin alguna prohibición.
¿Por qué Cambalache sería otro modo de decir violencia? Podríamos pensar que si todo da lo mismo, si todo “nos” da lo mismo, no hay modo de establecer un lazo social con el semejante y esto es lo que ocurre cuando hablamos de violencia. Hay una imposibilidad de establecer un lazo social con otro. 
Considerando los registros de Lacan, es necesario diferenciar el término agresividad del término violencia, porque la agresividad queda ubicada en el registro imaginario, mientras que la violencia en el registro simbólico. Hablar de violencia implica una presencia simbólica que permite una agresividad pero con una cierta finalidad, es decir, es un hecho perverso en sí mismo, como por ejemplo la tortura. 
La palabra violencia, etimológicamente hablando, estuvo asociada a la fuerza física. Los romanos llamaban vis, vires a esa fuerza, al vigor que permite que la voluntad de uno se imponga por sobre la de otro. En el Código de Justiniano, se habla de una fuerza mayor que no se puede resistir. Vis, luego va a dar lugar al adjetivo violentus, lo que aplicado a cosas o a personas, se puede traducir como violento, impetuoso, furioso, incontenible. De violentus, se derivó a violare, con el sentido de agredir con violencia, maltratar, arruinar, dañar.
De ahí que una de las acepciones de la Enciclopedia Universal, para el término violar, del latín violare es: Infringir o desobedecer una ley, un precepto o una disposición. Con lo cual, podemos decir que, siempre que se transgrede la ley, ubicada como aquello que normativiza, estamos hablando de violencia. Para violentar la ley, se lo hace mediante medios agresivos, para así poder vencer la voluntad del otro, lo cual podemos pensarlo como un abuso de poder. 
La violencia es un fenómeno individual pero también puede ser un fenómeno cultural, en la cual está comprometida la sociedad, o una parte de ella.

Hanna Arendt
En el libro “Sobre la violencia” de Hannah Arendt, dice la autora, que la violencia por estar tan presente en la sociedad humana, ha merecido poca atención de los estudiosos de la política y de la historia, porque se la da por sentada. Arendt insiste en que ante el temor de que la violencia se apodere del mundo, debemos estar vigilantes ante las múltiples formas en que la violencia se disfraza de discurso y denunciar a toda persona que la ejerza mediante encubrimientos discursivos o retóricos. En este punto relaciona al poder y dice Arendt, “El poder surge del grupo. La violencia no es irracional ni inhumana: es un instrumento que surge por la rabia y la injusticia y es tentadora por su rapidez e inmediatez. Donde el poder está en peligro aparece la violencia y lo hace desaparecer sin proponer alternativa”. 
Para la filósofa, el poder no necesita justificación, necesita legitimidad, mientras que la violencia nunca será legítima. La filósofa considera a la violencia como el denominador común del siglo XX. La violencia parece estar instalada en nuestra sociedad. Violencia doméstica, laboral, violencia en las escuelas, en las calles, en el fútbol, violencia entre los legisladores y dirigentes, incluso mediando este 2013, nos encontramos pendientes de un posible inicio de una nueva guerra, la “violencia organizada” tal como la denomina Arendt, que siendo un poco pesimista dijo hace 40 años, que “aún no se ha encontrado un sustituto (para la guerra), por lo que cabe esperar que siga ocurriendo.
La agresividad, prima hermana de la violencia, es inherente al ser humano y es por eso que como dice Arendt, está tan presente en la sociedad. 
Freud

El descubrimiento de Freud, nos enseña que somos seres pulsionales. Es decir, estamos constituidos por pulsiones de vida (Eros) y pulsiones de muerte (Tánatos). Las pulsiones, son una tendencia que está dentro de nuestro propio organismo y es en donde radica toda nuestra lucha, ya sea con nosotros mismos, cuando nos agredimos en cualquiera de las formas que conocemos, tener una relación que no es buena para nosotros, las adicciones, etc., o cuando agredimos al semejante en cualquiera de sus formas. La agresión es la misma, solo cambia la vía, el destino. Cito a Freud, “Ahora bien, si consideramos los pésimos resultados obtenidos ante la prevención del sufrimiento, comenzamos a sospechar que en nuestra propia constitución psíquica podría ocultarse una porción indomable de la naturaleza. Por otro lado, esa prevención del sufrimiento proviene de aquello que llamamos cultura, con lo cual, podríamos pensar, que la cultura llevaría gran parte de la culpa por la miseria que sufrimos, y seguramente podríamos ser más felices si abandonamos la cultura para volver a una vida más primitiva.”
En “El malestar en la cultura”, un texto de 1929, Freud ubica que las causas del sufrimiento humano quedan reducidas a tres: la supremacía de la naturaleza, la caducidad de nuestro propio cuerpo y la insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas ya sea en la familia, en el Estado y en la sociedad. Quizás poco podemos hacer en relación a las dos primeras, con lo cual es esperable que nos aboquemos a la última, acerca de las relaciones humanas. 
Freud va a ubicar el odio y los celos, desde lo más temprano en el desarrollo de la vida de un sujeto, Lacan lo llama odio primordial. La palabra primordial va a ese lugar primero de nuestra antecedencia, lo más primitivo de cada quien y es debido a la primordial hostilidad entre los hombres por lo que la sociedad civilizada se ve constantemente al borde de su desintegración. Es por esto, que la cultura, se ve obligada a realizar múltiples esfuerzos para poner barreras a las tendencias agresivas del hombre, para dominar sus manifestaciones mediante formaciones reactivas psíquicas, es decir síntomas, porque si algo pide la cultura como condición es una renuncia pulsional.
Pero resulta que Freud nos advierte que al hombre le cuesta mucho hacer esta renuncia, lo cito: “Si todas nuestras necesidades quedaran satisfechas, nadie tendría algún motivo de ver en el prójimo a un enemigo y todos nos plegaríamos de buen modo a la necesidad del trabajo. Pero resulta que al hombre le cuesta mucho, le es sumamente difícil renunciar a la satisfacción que le da esas tendencias agresivas suyas; no se siente nada a gusto sin esa satisfacción. Por otra parte, un núcleo cultural más restringido ofrece la muy apreciable ventaja de permitir la satisfacción de este instinto mediante la hostilidad frente a los seres que han quedado excluidos de aquél. Siempre se podrá vincular amorosamente entre sí a mayor número de hombres, con la condición de que sobren otros en quienes descargar los golpes”. 
Entonces, por un lado la tendencia agresiva es una disposición instintiva innata y autónoma del ser humano y este es el mayor obstáculo con el que tropieza la cultura, y como dice Freud: “A quienes creen en los cuentos de hadas no les agrada oír mentar la innata inclinación del hombre hacia “lo malo”, a la agresión, a la destrucción y con ello también a la crueldad”.
Encontramos modos muy sutiles por los que se escabulle la agresividad con el fin de anular al semejante. El teatro nos da a ver algunas escenas donde las pasiones del ser, se despliegan como en el Infierno del Dante.
Moliere
Moliere nos muestra al impostor, la ironía, la hipocresía con el personaje de Tartufo, Shakespeare, la envidia, el resentimiento, la crueldad con Ricardo III, o la crueldad de Medea de Eurípides, los celos de Othelo. El teatro de los clásicos, nos permite ver y leer, entramados de odios, rivalidades, celos y venganzas, las hostilidades y la agresividad entre los humanos.
“Gott ist tot!" Solemos escuchar por ahí, “la sociedad está enferma”, “antes esto no pasaba”, “en mi época…” y en este punto cabe una pregunta, ¿Qué cambió en la sociedad? Se tratará entonces de poder pensar la violencia como síntoma social. En “Los complejos familiares en la formación del individuo”, un texto de 1938, Lacan ubica la declinación social de la imago paterna, la declinación de los valores y de la autoridad en el Siglo XX. Esta frase que ubicamos en Nietzsche “Dios ha muerto”, y que tiene una antecedencia en la “Fenomenología del espíritu” de Hegel conlleva para el psicoanálisis la caída del padre, es decir, lo que en el psicoanálisis ubicamos como en relación a la ley, a los valores e ideales. Anteriormente, el saber del médico, del educador, del sacerdote era respetado y era tomado como un referente para el sujeto y para la familia. Hoy, esto se perdió. Hoy pareciera que sostenemos la ilusión de que “somos todos iguales”, borrando así toda diferencia subjetiva. ¿Podemos pensar esta frase “Dios ha muerto” como un cambio de paradigma?
La renuncia pulsional de los individuos, la renuncia a la agresividad, a los actos violentos, es lo que permite y lo que posibilita alguna regulación, algún modo de contrato social, algún modo de lazo social. Por estos días rige el mercado, el consumo de las nuevas zapatillas, del nuevo corte de jean, del último celular con todos los chiches, del auto nuevo o la camioneta, del consumo de alcohol y drogas y todo lo que ya conocemos. Por estos días, si ir a la escuela es un sacrificio, ¿para qué hacerlo? Por estos días, delinquir es sinónimo de trabajar. ¿Acaso no están invertidos determinados valores? Hemos pasado del imperativo categórico de Kant, “Obra sólo de forma tal que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”, al vale todo, Goza! El momento actual exige gozar, consumir, ir a fondo y “al fondo” pero este es el vacío. Vacío existencial que llamamos vida y que no se tratará de caerse en él, sino de bordearlo. El sistema capitalista impone su propio discurso, pero este discurso no arma un lazo social, hace mercado, hace un negocio, pero no enlaza lo subjetivo de cada quien. Y en este punto, es que la violencia tiene relación con la caída de los ideales, de la autoridad o como decimos desde el psicoanálisis con la caída del padre. Hemos pasado entonces, de la imposición de los castigos físicos para educar, al vale todo.
¿Vale todo? ¿Dale nomás! Como dice el tango?

Bibliografía
Hannah Arendt,, “Sobre la violencia”
Sigmund Freud, “El malestar en la cultura”
Jacques Lacan, “Los complejos familiares en la formación del individuo”
Jacques Lacan, “El reverso del psicoanálisis” Seminario XVII
 Este trabajo fue publicado en El Otro Psi, Nº 197.


1 comentario:

  1. Este trabajo fue publicado por la autora en El Otro Psi, N* 197. Se reproduce aquí con su autorización

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