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viernes, 28 de noviembre de 2014

La brújula del trauma. Rolando Ugena



          El 26 de Febrero de 1977, Lacan decía en Bruselas: “¿...A dónde se han ido las histéricas de antaño, esas maravillosas mujeres, las Anna O., las Emmy von N...? Ellas jugaban no solamente un cierto rol, un rol social cierto, pero cuando Freud se puso a escucharlas, fueron ellas quienes permitieron el nacimiento del psicoanálisis. Es por haberlas escuchado que Freud inauguró un modo enteramente nuevo de la relación humana....”(1)
Anna O.

            Esas mujeres maravillosas a las que hacía referencia Lacan, Anna O., Emmy von N, Lucy R., Katharina, Elisabeth Von R., Mathilde H., Rosalie H., y Cecilia M., mujeres fascinantes enamoradas de un cuñado (Elisabeth ), de un patrón (Lucy R.,), seducidas por tíos malvados (Rosalie H.) o por padres abusadores, hijas rebeldes y víctimas, aparecen en Estudios sobre la histeria, texto inaugural del psicoanálisis y de la definición freudiana de la histeria. Allí es donde se asoman esas mujeres hechiceras, ya no brujas medievales sino brújulas del psicoanálisis, que además de haber seducido a tantos escritores, (basta con pensar en Flaubert y su Madame Bovary), orientaron ese modo enteramente nuevo de la relación humana llamado psicoanálisis. 
Madame Bovary, según Flaubert
      

          Escribo brújulas y no gratuitamente. Dice Freud sobre Elisabeth:“...si  mediante una pregunta o una presión sobre la cabeza, convocaba yo un recuerdo, se insinuaba ... una sensación dolorosa...tan viva que...se estremecía.[El dolor]subsistía mientras el recuerdo la gobernaba, alcanzaba su apogeo cuando estaba en vías de declarar lo esencial...de su comunicación y desaparecía con las últimas palabras que pronunciaba. Poco a poco aprendí a utilizar como brújula ese dolor despertado; cuando enmudecía, pero todavía acusaba dolores, sabía que no lo había dicho todo y la instaba a continuar la confesión hasta que el dolor fuera removido por la palabra. Sólo entonces le despertaba un nuevo recuerdo.”

Brújula del dolor y del deseo de un Freud que pretende obtener la confesión, pero también rosa de los vientos de la represión, del a posteriori, de la resistencia y del trauma como trama: “...reprimió la representación erótica de su conciencia [el amor a su cuñado]... un círculo de representaciones eróticas... pensamiento inaceptable... presente en su conciencia al modo de un cuerpo extraño, sin que hubiera entrado en vinculaciones con el resto de su representar... singular estado de saber y al mismo tiempo no saber... grupo psíquico divorciado... los dolores...no se generaron mientras la enferma vivenciaba las impresiones del primer período, sino con efecto retardado... en el segundo período, cuando reprodujo esas impresiones en sus pensamientos... las veces que investigué el determinismo de esos estados, no descubrí una ocasión única, sino un grupo de ocasiones traumáticas... el síntoma ya había aparecido... tras el primer trauma, para retirarse luego, hasta que un siguiente trauma lo volvió a convocar y lo estabilizó... los primeros traumas no habían dejado como secuela síntoma ninguno, mientras que un trauma posterior de la misma clase provocó un síntoma que no pudo prescindir para su génesis de la cooperación de las ocasiones anteriores...”(2)

El recorrido de lectura de este grupo, tenía entre las estaciones previstas textos como Recuerdo, Repetición y perlaboración (1914), las Conferencias de 1917, Más allá del principio del placer (1920), Inhibición, síntoma y angustia (1925), las Nuevas Conferencias (1932) y “Moisés y la religión monoteísta”,(1938) pero finalmente realizamos paradas prolongadas sólo en alguno de ellos, especialmente en el “Moisés”, y “Más allá del principio del placer”, en ese orden.  
Moisés, de Freud
 

Que Freud haya retomado el tema del trauma en el Moisés, en el final de su vida, es testimonio de que el asunto nunca dejó de interrogarlo. Cuarenta años después de haber dejado de creerle a “sus neuróticas” y de renunciar a buscar lo traumático en la realidad material, para situarlo a nivel de la realidad psíquica, haciendo el pase que va del trauma al fantasma, que designa la vida imaginaria del sujeto en el marco de una estructura significante, dice en el Moisés: “Llamamos traumas a esas impresiones de temprana vivencia, olvidadas luego, a las cuales atribuimos tan grande significatividad para la etiología de las neurosis”, y más adelante: “el individuo jamás deja de conocer los hechos olvidados, a manera del conocimiento que se tiene de lo reprimido...lo olvidado no está extinguido sino sólo reprimido” (3).

No recorreré ahora el extenso desarrollo sobre el tema que realiza en el Moisés, pero sí quiero remarcar esa contigüidad que establece entre trauma y olvido, trauma y represión, que van juntos. Un olvido que no es mezquino ni necio, como el que desde una moral sádico-kantiana reclamaría: “Usted debe olvidar”, o desde la arrogancia de una farmacología cada vez más endiosada recetaría la pastilla que borre los recuerdos molestos, a costa de desconocer que precisamente, el olvido no es asunto que dependa de la voluntad, que no se puede olvidar por obligación, como ya Freud lo había expuesto en tantos lugares de su obra, y a lo que vuelve en “Más allá del...”, segunda parada de nuestra lectura.

Conocemos que allí Freud se abocó al estudio de las neurosis traumáticas, las neurosis de guerra, el juego del fort/da, la compulsión a la repetición y finalmente a la pulsión de muerte.

Con respecto a las neurosis traumáticas subrayó el hecho de que se vean acompañadas por sueños que reconducen sin cesar al individuo a las circunstancias de su desventura, mientras no piensan en ellas durante el día; dicha reiteración en los sueños, que parecen repetirse siempre iguales, como si el tiempo no hubiera transcurrido, se debe a que su tarea no es la realización de deseos sino que “tienen por objetivo el dominio retroactivo de la excitación”,(4) el intento de producir una primera ligadura que no fue posible, sea porque el sujeto no estaba angustiado y fue avasallado por el pánico o porque el monto de excitación fue desmesuradamente intenso y no pudieron entrar en funcionamiento las leyes del inconsciente, principio del placer, condensación, desplazamiento.

Luego de examinar las neurosis traumáticas, Freud se centra en la cuestión del fort/da.  Este juego sobre el que tanto se ha escrito, momento constitutivo del sujeto, juego simbólico fundante homologable a la represión primaria, corte traumático e instituyente con el Otro, primera eficacia de la metáfora paterna, le servirá para volver a plantear la pregunta: ¿por qué un sujeto repetiría lo displacentero ?.

Su respuesta irá en una dirección similar a la que propone para el tema de las neurosis traumáticas: repite para ligar, inscribir, elaborar, hacer entrar en el registro del principio placer, eso que, de no terminar de inscribirse, de ligarse, de ser pasado bajo la barra de la represión, se hallará perpetuamente presente, como alma en pena, como pesadilla de la cual al individuo no le resulta posible despertar, que persistirá tal cual por no haber encontrado su solución en una represión, por no haber podido hacerse de una cobertura fantasmática que permita el retorno como formación del inconsciente, dejando una herida abierta que impedirá olvidar para poder recordar luego de otro modo.

En la continuidad de su exposición, Freud va a postular que no toda la energía psíquica es pasible de ser ligada; hay un resto que permanecerá sin ligar y que será lo que impulse la compulsión de repetición, con su aspecto demoníaco, lo cual lo dirigirá a finalizar el trabajo con su especulación, con su hipótesis de la pulsión de muerte.

Hay allí un resto, algo que no puede ser completamente simbolizado, velado, que no depende ni de la gravedad del tropiezo ni de su realidad material,  que no responde al principio del placer, sino que está detenido en una satisfacción pulsional directa, no mediatizada por la palabra ni enmarcada por un fantasma.

Para concluir, diría entonces que esos intentos de ligadura conllevan en sí mismos un goce, que pueden repercutir en un tipo de clínica en la cual el sujeto no llega representado por sus formaciones del inconsciente, entre las cuales el paradigma es el síntoma, sino por otra clase de manifestaciones, ya sea al modo de una inhibición masiva, del pasaje al acto, del intento de suicidio, del acting out, así como ciertos fenómenos psicosomáticos.

Tentativas de ligar lo que no cesa de no ligarse, intentos de inscribir lo que no cesa de no inscribirse, porque vienen de lo real, de una falla de ligadura, de un trauma sin represión y sin fort/da. Tragedia del deseo, fracaso parcial de la constitución del fantasma.



Notas bibliográficas

(1) J. Lacan, Seminario 24, 1977

(2) S. Freud, Estudios sobre la histeria, 1893-1895

(3) S. Freud, “Moisés y la religión monoteísta”, 1938

(4    S. Freud, “Más allá del principio del placer”, 1920



2004


Trabajo realizado en el marco de un grupo de lectura, “El trauma y lo inconsciente”, en Cuestiones del Psicoanálisis.


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