El 26 de Febrero de
1977, Lacan decía en Bruselas: “¿...A dónde se han ido las histéricas de
antaño, esas maravillosas mujeres, las Anna O., las Emmy von N...? Ellas
jugaban no solamente un cierto rol, un rol social cierto, pero cuando Freud se
puso a escucharlas, fueron ellas quienes permitieron el nacimiento del
psicoanálisis. Es por haberlas escuchado que Freud inauguró un modo enteramente
nuevo de la relación humana....”(1)
Anna O. |
Esas mujeres
maravillosas a las que hacía referencia Lacan, Anna O., Emmy von N, Lucy R.,
Katharina, Elisabeth Von R., Mathilde H., Rosalie H., y Cecilia M., mujeres
fascinantes enamoradas de un cuñado (Elisabeth ), de un patrón (Lucy R.,),
seducidas por tíos malvados (Rosalie H.) o por padres abusadores, hijas
rebeldes y víctimas, aparecen en Estudios sobre la histeria, texto inaugural
del psicoanálisis y de la definición freudiana de la histeria. Allí es donde se
asoman esas mujeres hechiceras, ya no brujas medievales sino brújulas del
psicoanálisis, que además de haber seducido a tantos escritores, (basta con
pensar en Flaubert y su Madame Bovary), orientaron ese modo enteramente nuevo
de la relación humana llamado psicoanálisis.
Madame Bovary, según Flaubert |
Escribo brújulas y
no gratuitamente. Dice Freud sobre Elisabeth:“...si mediante una pregunta o una presión sobre la
cabeza, convocaba yo un recuerdo, se insinuaba ... una sensación dolorosa...tan
viva que...se estremecía.[El dolor]subsistía mientras el recuerdo la gobernaba,
alcanzaba su apogeo cuando estaba en vías de declarar lo esencial...de su comunicación
y desaparecía con las últimas palabras que pronunciaba. Poco a poco aprendí a
utilizar como brújula ese dolor despertado; cuando enmudecía,
pero todavía acusaba dolores, sabía que no lo había dicho todo y la instaba a
continuar la confesión hasta que el dolor fuera removido por la palabra. Sólo
entonces le despertaba un nuevo recuerdo.”
Brújula del dolor y del deseo de un Freud
que pretende obtener la confesión, pero también rosa de los vientos de la
represión, del a posteriori, de la resistencia y del trauma como trama:
“...reprimió la representación erótica de su conciencia [el amor a su
cuñado]... un círculo de representaciones eróticas... pensamiento
inaceptable... presente en su conciencia al modo de un cuerpo extraño, sin que
hubiera entrado en vinculaciones con el resto de su representar... singular
estado de saber y al mismo tiempo no saber... grupo psíquico divorciado... los
dolores...no se generaron mientras la enferma vivenciaba las impresiones del
primer período, sino con efecto retardado... en el segundo período, cuando
reprodujo esas impresiones en sus pensamientos... las veces que investigué el
determinismo de esos estados, no descubrí una ocasión única, sino un grupo de
ocasiones traumáticas... el síntoma ya había aparecido... tras el primer trauma,
para retirarse luego, hasta que un siguiente trauma lo volvió a convocar y lo
estabilizó... los primeros traumas no habían dejado como secuela síntoma
ninguno, mientras que un trauma posterior de la misma clase provocó un síntoma
que no pudo prescindir para su génesis de la cooperación de las ocasiones
anteriores...”(2)
El
recorrido de lectura de este grupo, tenía entre las estaciones previstas textos
como Recuerdo, Repetición y perlaboración (1914), las Conferencias de 1917, Más
allá del principio del placer (1920), Inhibición, síntoma y angustia (1925),
las Nuevas Conferencias (1932) y “Moisés y la religión monoteísta”,(1938) pero
finalmente realizamos paradas prolongadas sólo en alguno de ellos,
especialmente en el “Moisés”, y “Más allá del principio del placer”, en ese
orden.
Moisés, de Freud |
Que Freud haya retomado el tema del trauma
en el Moisés, en el final de su vida, es testimonio de que el asunto nunca dejó
de interrogarlo. Cuarenta años después de haber dejado de creerle a “sus
neuróticas” y de renunciar a buscar lo traumático en la realidad material, para
situarlo a nivel de la realidad psíquica, haciendo el pase que va del trauma al
fantasma, que designa la vida imaginaria del sujeto en el marco de una
estructura significante, dice en el Moisés: “Llamamos traumas a esas
impresiones de temprana vivencia, olvidadas luego, a las cuales atribuimos tan
grande significatividad para la etiología de las neurosis”, y más adelante: “el
individuo jamás deja de conocer los hechos olvidados, a manera del conocimiento
que se tiene de lo reprimido...lo olvidado no está extinguido sino sólo
reprimido” (3).
No recorreré ahora el extenso desarrollo
sobre el tema que realiza en el Moisés, pero sí quiero remarcar esa contigüidad
que establece entre trauma y olvido, trauma y represión, que van juntos. Un
olvido que no es mezquino ni necio, como el que desde una moral sádico-kantiana
reclamaría: “Usted debe olvidar”, o desde la arrogancia de una
farmacología cada vez más endiosada recetaría la pastilla que borre los
recuerdos molestos, a costa de desconocer que precisamente, el olvido no es
asunto que dependa de la voluntad, que no se puede olvidar por obligación, como
ya Freud lo había expuesto en tantos lugares de su obra, y a lo que vuelve en
“Más allá del...”, segunda parada de nuestra lectura.
Conocemos que allí Freud se abocó al
estudio de las neurosis traumáticas, las neurosis de guerra, el juego del
fort/da, la compulsión a la repetición y finalmente a la pulsión de muerte.
Con respecto a las neurosis traumáticas
subrayó el hecho de que se vean acompañadas por sueños que reconducen sin cesar
al individuo a las circunstancias de su desventura, mientras no piensan en
ellas durante el día; dicha reiteración en los sueños, que parecen repetirse
siempre iguales, como si el tiempo no hubiera transcurrido, se debe a que su
tarea no es la realización de deseos sino que “tienen por objetivo el dominio
retroactivo de la excitación”,(4) el intento de producir una primera ligadura
que no fue posible, sea porque el sujeto no estaba angustiado y fue avasallado
por el pánico o porque el monto de excitación fue desmesuradamente intenso y no
pudieron entrar en funcionamiento las leyes del inconsciente, principio del
placer, condensación, desplazamiento.
Luego de examinar las neurosis traumáticas,
Freud se centra en la cuestión del fort/da.
Este juego sobre el que tanto se ha escrito, momento
constitutivo del sujeto, juego simbólico fundante homologable a la represión
primaria, corte traumático e instituyente con el Otro, primera eficacia de la metáfora
paterna, le servirá para volver
a plantear la pregunta: ¿por qué un sujeto repetiría lo
displacentero ?.
Su
respuesta irá en una dirección similar a la que propone para el tema de las
neurosis traumáticas: repite para ligar, inscribir, elaborar, hacer entrar en
el registro del principio placer, eso que, de no terminar de inscribirse, de ligarse, de ser pasado
bajo la barra de la represión, se hallará perpetuamente presente, como alma en
pena, como pesadilla de la cual al individuo no le resulta posible despertar, que
persistirá tal cual por no haber encontrado su solución en una represión, por
no haber podido hacerse de
una cobertura fantasmática que permita el retorno como formación del
inconsciente, dejando una herida abierta que impedirá olvidar para poder
recordar luego de otro modo.
En la
continuidad de su exposición, Freud va a postular que no toda la energía
psíquica es pasible de ser ligada; hay un resto que permanecerá sin ligar y que
será lo que impulse la compulsión de repetición, con su aspecto demoníaco, lo
cual lo dirigirá a finalizar el trabajo con su especulación, con su hipótesis
de la pulsión de muerte.
Hay
allí un resto, algo que no puede ser completamente simbolizado, velado, que no
depende ni de la gravedad del tropiezo ni de su realidad material, que no responde al principio del placer, sino
que está detenido en una satisfacción pulsional directa, no mediatizada por la
palabra ni enmarcada por un fantasma.
Para
concluir, diría entonces que esos intentos de ligadura conllevan en sí mismos
un goce, que pueden repercutir en un tipo de clínica en la cual el sujeto no
llega representado por sus formaciones del inconsciente, entre las cuales el
paradigma es el síntoma, sino por otra clase de manifestaciones, ya sea al modo
de una inhibición masiva, del pasaje al acto, del intento de suicidio, del
acting out, así como ciertos fenómenos psicosomáticos.
Tentativas
de ligar lo que no cesa de no ligarse, intentos de inscribir lo que no cesa de
no inscribirse, porque vienen de lo real, de una falla de ligadura, de un
trauma sin represión y sin fort/da. Tragedia del deseo, fracaso parcial de la
constitución del fantasma.
Notas bibliográficas
(1) J. Lacan, Seminario 24, 1977
(2) S. Freud, Estudios sobre la histeria,
1893-1895
(3) S. Freud, “Moisés y la religión
monoteísta”, 1938
(4 S. Freud, “Más allá del principio del
placer”, 1920
2004
Trabajo realizado en el marco de un grupo
de lectura, “El trauma y lo inconsciente”, en Cuestiones del Psicoanálisis.
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